jueves, 17 de febrero de 2011

Los orígenes de la agresión

Hoy en día, todavía está extendida la idea de que la agresión es algo que se origina en la naturaleza humana, dejando a un lado cualquier otra teoría de índole social. Profundizando en el carácter de las personas, no creo que sea una explicación convincente hablar de condiciones biológicas que empujan a la violencia o de un instinto agresivo innato. Aunque no se insista demasiado en ello, puede decirse que la sicología afirma mayoritariamente que la agresión está condicionada por las relaciones sociales y culturales. Naturalmente, para el control social interesa la popularización de teorías simplistas o inequívocas, si hay un peligro inherente a la naturaleza del hombre, solo nos cabe la resignación ante la "protección" que ofrecen ciertos sistemas frente a esa agresividad. Hay que insistir, una vez más, en lo importante que resulta que las personas tengan ciertos conocimientos científicos, los cuales ayudan al progreso y debilitan cualquier tentación conservadora. Si nos limitamos a confirmar nuestros prejuicios en la realidad, dejamos que nuestra vida la gobiernen fuerzas externas (y no es solo una metáfora).

Hablar de una naturaleza humana perversa es, sencillamente, una falacia que ignora las etapas históricas y manifestaciones culturales en las que la agresividad fue extraordinariamente baja. Por otra parte, irse al otro extremo tampoco es de recibo, considerar que la maldad esta únicamente originada en las circunstancias sociales es una evidente exageración. No obstante, digamos que podemos situarnos más cerca de ésta última posición, y considerar que pueden reducirse notablemente los actos inicuos de los seres humanos. Fromm, contra lo que suele ser también un pensamiento habitual, considera que las raíces de la agresividad no residen en la animalidad del hombre. Los animales realizan simplemente lo que tienen que hacer, son incapaces del sadismo o de ser hostiles a la vida, las cuales son creaciones obviamente humanas; la agresividad animal es una manifestación biológica que sirve a la preservación del individuo y de la especie. Desde ese punto de vista, la agresividad extra que manifiesta el hombre se origina en las condiciones específicas de su existencia, pero es sencillamente una posibilidad más que existe en su cerebro, sin que estemos abocados a ella al no constituir una necesidad. El substituto del instinto animal vendría a ser el carácter humano, que estaría solo desarrollado en cierta manera y que tiene su origen en gran medida en las condiciones sociales. La teoría conductista, según la cual la agresividad sería solo aprendida y el hombre violento es solo víctima de las circunstancias es, con seguridad, demasiado simple. La agresión, al igual que la posibilidad de eludirla y huir del conflicto, es posible que existan en nuestra condición biológica, pero ambas posturas como una posibilidad y no como instinto. En caso contrario, sería una paradoja hablar de un instinto agresivo y no de su contrario, una especie de instinto de fuga.

Hay datos antropológicos que desmienten la teoría de una agresividad humana innata. Se han dado pueblos, usualmente denominados primitivos, en los que existe un espíritu de amistad general. Apenas existe agresión, por lo que en consecuencia no hay delitos, y se dan una serie de rasgos: ausencia de propiedad privada, de explotación y de jerarquías. En esos pueblos, no existe autoritarismo porque no hay necesidad de ello, y tampoco explotación al considerar que la actividad económica es cosa de cada cual. Tampoco hay intención de acumular bienes, no desean más de lo que tienen, que les es suficiente para llevar una vida segura y agradable. Con la existencia de estas culturas, se demuestra que la agresividad no solo forma parte del sistema síquico, también de la estructura social. No deseo idealizar ninguna época pasada ni a ningún pueblo en concreto, y de la misma forma no quiero tener una falsa concepción del progreso, se trata de aprender de las condiciones sicológicas y sociales sin prejuicios culturales de ningún tipo. De esa manera, observando en la historia cómo nacieron ciertos factores (la esclavitud, la división del trabajo, los ejércitos, los gobiernos, las guerras...) podemos mirar cara a cara los grandes problemas de la humanidad sin los determinismos habituales que conducen a simplificar y hablar simplemente de condiciones inherentes al ser humano.

Resulta más patético que simplista atribuir la existencia de conflictos bélicos a los instintos agresivos del hombre. Solo hay que observar que si el ser humano acuda a la guerra es tantas veces engañado por sus gobernantes, persuadiéndole de que se da una agresión externa o de la defensa de según qué valores. Es más, puede decirse que la guerra tiene también sus orígenes históricos. Lo más importante es echar por tierra toda teoría que hable de un instinto agresivo innanto en el hombre, lo que continúa siendo el garante de un sistema jerarquizado. En realidad, hay que hablar de un determinado carácter individual que puede ser propenso a la agresividad, y habría que acudir a sus experiencias vitales para entender sus causas. Del mismo modo, como el otro gran factor, hay que hablar de una estructura social que favorece la agresión.

Recapitulando, podemos hablar de dos clases de agresividad en el hombre: una puede identificarse con la del animal, que puede denominarse adaptada o defensiva; otra, es específicamente humana, producto de las pasiones y de la crueldad, de un odio a la vida que no tiene que tener más peso que el afán constructivo. En el primer caso, la agresión defensiva o reactiva, es incluso de mayor amplitud que en el animal, ya que el hombre es capaz de sentirse amenazado de cara al futuro; además, al contrario que en el animal, el hombre puede ser persuadido de que su vida y su libertad están amenazadas y reaccionar como si auténticamente lo estuviera (el ejemplo anterior de empujar a los hombres a enfrentarse a otros); otra factor que refuerza la amplitud de la agresión reactiva en el hombre son sus intereses vitales especiales, sus valores, ideales o, tantas veces, abstracciones o símbolos que le empujan a reaccionar con hostilidad si se cuestionan. En resumen, son varios factores que hacen que la agresividad defensiva (podría hablarse aquí de ciertas condiciones bioógicas) sea mucho mayor en el hombre que en el animal.

Además de esta forma de agresión, existe otra que puede atribuirse a las propias condiciones de la existencia humana, pero tantas veces producida al considerar que es posible superar esas mismas condiciones. Es decir, el deseo de controlar, la pasión por el poder que es propia de muchos hombres y que es tantas veces favorecida por las condiciones socioeconómicas. Hablamos aquí de un determinado carácter, que Fromm denomina sádico o autoritario, para el cual los hombres se convierten en cosas que controlar, aunque el mismo "sádico" es también susceptible de ser dominado por alguien más fuerte o de ser sometido por fuerzas que le trascienden. Es importante observar el carácter de las personas, no únicamente hablar de condiciones innantas o de la simple conducta, para comprender la agresión y el autoritarismo. Del mismo modo, se impone transformar la estructura social para desterrar la violencia, erradicar las condiciones que favorecen la explotación y el control de unos seres humanos sobre otros.

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