martes, 14 de junio de 2011

¿Es malvada la medicina convencional?

Así se llama uno de los capítulos del brillante libro Mala ciencia, de Ben Goldacre, y creo que resulta significativo todo lo que en él se cuenta, tanto acerca de la manipulación que llevan a cabo los adalides de las terapias alternativas, como de la que produce la industria farmacéutica. Primero de todo, hay que discernir entre lo que es un sistema sanitario y una práctica de los médicos deficientes, y lo que es en sí la filosofía de la medicina, basada en la evidencia empírica, la cual no puede nunca ser nunca negativa. Lo que se trata de decir es que gran parte de los medicamentos y de las prácticas médicas no van acompañadas de una validez empírica, por lo que son necesarios los estudios críticos en revistas científicas (los cuales existen, aunque veremos por qué no tienen el peso debido). Goldacre no explicará cómo manipulan la farmacéuticas a la comunidad médica; los especialistas deberían tener más armas para descubrir estos trucos (en Estados Unidos, la cosa llega a tal despropósito, que la industria se anuncia directamente al público en general). Antes que nada, es importante comprender cómo llega un medicamento al mercado; esto es así, debido a que es posible que las ideas extrañas que las personas albergan sobre la industria farmacéutica son de índole emocional, lanzándose a justificar cualquier otra cosa para buscar una alternativa. La mayor parte de las personas, al margen de su condición, seguro que tienen una idea socialista acerca del sistema sanitario, ya que resulta aterrador que la rentabilidad económica juegue algún papel en las profesiones con vocación social. Es por eso que no tardamos demasiado en considerar malvadas a las farmacéuticas, algo que es cierto con toda seguridad, pero que se realiza no pocas veces de manera irracional y resulta importante concretar por qué es así. Dos ejemplos racionales de la iniquidad de la industria son la permanente distorsión de los datos a su favor y en la retención de fármacos vitales contra el sida (impidiendo que vayan al mundo subdesarrollado). Eso es fácil de comprender, aunque hay veces que se canaliza esa comprensible batalla contra las farmacéuticas dando lugar a ciertas fantasías irracionales (como pueden ser la creencia en las terapias alternativas o la demonización de la propia medicina científica).


Desgraciadamente, la comercialización con nuestra salud es un hecho, la industria farmacéutica es una de las más importantes a nivel mundial. La misma idea de maximizar beneficios resulta incompatible con la de cuidar y atender a las personas. Una de las grandes falacias expresadas por la industria es que no pueden dirigir sus productos hacia los países deprimidos, ya que deben invertir sus beneficios en investigación y desarrollo; como es sabido, solo una mínima parte la emplean en ello, dedicando mucho más dinero y esfuerzo al marketing y la administración. Además, la explotación es un hecho en la industria, ya que cualquier fármaco que aparece en el mercado tiene una patente de diez años para ser fabricado en exclusiva; a ello hay que añadir la constante especulación, aumentando precios de productos que van teniendo demanda en el transcurrir del tiempo. Aunque hay otros estamentos involucrados (como los gobiernos), las empresas farmacéuticas tienen una enorme influencia sobre lo que se investiga (debido a su gran coste), sobre cómo se investiga, cómo se informa de los resultados y cómo se analizan e interpretan. Debido a que la industria no está interesada en ello, hay veces que ámbitos enteros de investigación no pueden llevarse a cabo. Los charlatanes de la medicina alternativa utilizarán esta manipulación de la industria para justificar sus productos, pero ya vemos que eso es un simple subterfugio (y, por supuesto, una ofensa moral para la verdad). Resultan escalofriantes las numerosas enfermedades desatendidas, solo porque se producen en países en vías de desarrollo (como es el caso del mal de Chagas, que afecta a gran parte de América Latina) y la tripanosomiasis, con 300.000 casos anuales en África). Según datos nada sospechosos de manipulación paranoica, solo un 10% de la carga sanitaria mundial recibe el 90% de la financiación total que se destina a investigación biomédica. En numerosos casos, solo es necesaria la correcta información y la voluntad de solventar problemas, ni siquiera es necesario una medicamento innovador ni un remedio mágico. Solo un cambio profundo en la política, junto a llevar todo lo lejos posible la idea de solidaridad con las regiones más desfavorecidas, pueden cambiar las cosas. Es uno de los (principales) motivos para tener ideas radicales (transformadoras, que acudan a la raíz de los problemas) en este mundo tan irracional.

Continuemos con la manipulación que sufre la comunidad médica por parte de las farmacéuticas. Cuando hablamos de los charlatanes de las seudociencias, que dirigen sus productos hacia el público de a pie, resulta más fácil detectar la mamipulación. Sin embargo, hablamos ahora de personas con gran formación científica, por lo que la manipulación será mucho más sutil y elegante. Las investigaciones que realiza la industria suelen hacerse con personas muy elegidas, como es el caso de personas muy jóvenes con escasas dolencias (susceptibles, por lo tanto, de mejorar con cualquier tratamiento). Otro factor a emplear es comparar el producto a comercializar con un simple placebo (algo sin valor clínico, ya que a nadie le debería importar que un medicamento es más efectivo que una simple pastilla con azúcar), una práctica muy extendida en la que no hay nada que perder y puede dársele todo el bombo que se quiera. Además, parece que es un hecho la manipulación que sufren estos ensayos clínicos cuando se compara un producto propio con uno de la competencia, realizando una administración inadecuada en este último caso. Aunque parezca increíble la burda manipulación que ello supone, que luego será debidamente adornada en la comercialización del producto, en Mala ciencia se dan referencias a estudios realizados de esa manera tan obviamente fraudulenta (cuando se no explica). En el caso de efectos secundarios, no pocas veces se dejan a un lado buscando la manera de no tener que preguntarse por ellos (como es el caso de la pérdida de la líbido en el caso de fármacos antidepresivos, minimizando este importante factor de riesgo). Si atendemos a los logros del producto, hay veces en que la manipulación se dirige a destacar los logros intermedios: por ejemplo, si lo que se reduce en realidad es el nivel del colesterol en sangre, se destaca que se está previniendo la muerte por cardiopatía (sin haber hecho un estudio al respecto). Además de todos estos engaños, y aunque los resultados finales sean muy negativos, siempre puede desviarse la atención de los datos cuestionables poniendo todo en un gráfico (lo bueno y lo malo) y mencionar lo malo en un texto solo de pasada. Lo más terrible es cuando se producen ensayos absolutamente negativos, ya que ni siquiera en ese caso desiste la industria; se limita a no publicar, o hacerlo con mucha demora. Se menciona al respecto el caso de los antidepresivos ISRS, en los que se ocultaron los efectos peligrosos que sugerían algunos ensayos, así como los que mostraban que no eran productos mejores que un placebo. Cuando hay mucho dinero y recursos, se puede invertir en numerosos ensayos y en numerosa manipulación.

No hay que caer en la paranoia, a pesar del panorama tan negativo que arroja la industria. En gran parte de las deficientes investigaciones que se producen, tiene que ver también la incompetencia de los actores. Además, existe algo llamado "sesgo de publicación", según lo cual es más posible que se publiquen los ensayos positivos que los negativos; puede ser comprensible (el hecho de querer descubrir algo notable u obtener algún reconocimiento), aunque habría que meter en la cabeza de los investigadores que descubrir algo que no funciona es también muy valioso, no es ninguna pérdida de tiempo. Sin embargo, aunque la persona decida publicar sus descubrimientos negativos, tampoco le va a resultar fácil que su artículo se reciba como algo "noticioso". Es un esfuerzo considerable pretender que una publicación reciba un texto con datos negativos, por lo que el llamado "sesgo de publicación" es, al parecer, algo muy común. En algunos casos, se produce de manera más evidente y fácil de comprender, como es el caso de la medicina alternativa (en las publicaciones especializadas, pocos datos negativos vamos a encontrar). Aunque en ese caso es más flagrante, en las publicaciones científicas también se produce (al igual que la manipulación que hacen las farmacéuticas a los médicas, de manera más sutil y elegante). El poder de las compañías farmacéuticas es tal, que se superan a sí mismas en pasar por alto los estudios negativos, publicando sus datos tergiversados varias veces y con diversas apariencias (dando la impresión de que existen ensayos positivos diferentes); además, lo más grave, se ocultan a veces daños perjudiciales muy perniciosos, enterrados bajo toda esta manipulación para resaltar los efectos supuestamente benefactores (hay veces que puede hablarse de desidia y confusión, pero el resultado es el mismo).

Afortunadamente, frente a estos investigadores que realizan una mala práctica o que están a sueldo de las farmacéuticas, existen muchas otras personas honestas que tratan de sacar a la luz la verdad, buscando publicar en ámbitos científicos o acudiendo a los congresos adecuados, y ello a pesar de los obstáculos y amenazas que encuentran. Lo que Goldacre propone, frente a toda esta manipulación industrial (supresión de resultados negativos, maquillaje de cifras, ocultación de datos inservibles para los patrocinadores...) es hacer un registro de ensayos clínicos, público, abierto y de obligado cumplimiento. Antes de poner en marcha un estudio, habría que publicar el protocolo que seguirá (la metodología) en algún lugar de acceso público. De esa manera, se resolverían las deficientes publicaciones y la ocultación de los datos sobre efectos secundarios; un ensayo inscrito y realizado, que luego no apareciera en la bibliografía especializada, sería sospechoso de ocultar algo. Como hemos visto, la comunidad médica está engañada por la mala praxis científica que realiza una industria controlada por las farmacéuticas (que maximizan beneficios y deja a un lado la salud de las personas). Desgraciadamente, los pacientes son más fáciles de influir por la propaganda de las empresas, y en Estados Unidos ya existe publicidad directa al respecto. Se produce un círculo vicioso en el que anuncios que supuestamente conciencian sobre una dolencia o afección, lo que hacen realidad es aumentar la demanda de los productos que (supuestamente) las previenen. De ahí también que las empresas fabricantes busquen connivencia con las asociaciones de derechos de los pacientes o con los medios de comunicación, ya que todos ellos acaban siendo piezas del mismo puzle irracional. Organizaciones que supuestamente defienden al consumidor acaban financiando productos muy populares, sobre cuya eficacia pueden lanzarse numerosas dudas si atendemos a una buena práctica científica. Las asociaciones, del tipo que fuere, lo que tienen que hacer es esforzarse en exigir una validez empírica rigurosa y en combatir que se comercialice con la salud. No es un panorama esperanzador, pero comprendiendo todos estos mecanismos y esforzándose en construir otro mundo (racional y científico, dirigido a ocuparse verderamente del bienestar de las personas), las cosas pueden cambiar (y mucho).

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