domingo, 28 de octubre de 2012

Ser ateo y naturalista

Anthony Grayling es un filósofo moral británico, autor de Contra todos los dioses (Ariel, 2011), que se esfuerza en denunciar la situación de privilegio que tienen las creencias religiosas en la mayoría de las sociedades y en la necesidad perentoria de construir una sociedad basada en la razón, la reflexión y la compasión. Obviamente, según señala el autor, cada cual es libre de creer en lo que le venga en gana, pero nadie tiene derecho a reclamar privilegios por el hecho de ser devoto de una determinada religión. Grayling ofrece una visión humanista y apuesta por el pensamiento crítico, insistiendo además en la necesidad de una coherencia entre las palabras y su significado; así, denuncia la profunda incongruencia del concepto de "ateo fundamentalista" en boca de aquellos que piden respeto, tolerancia y ausencia de crítica para sus creencias religiosas. Muy al contrario, Grayling apuesta por un ateísmo combativo, el único posible, que denuncie el infantilismo intelectual al que someten las religiones a sus fieles desde corta edad. Inculcar a los críos las diversas falsedades "en liza" (sic) de las principales confesiones es un escándalo, además de un evidente abuso infantil. Si las religiones dejaran en paz a las personas hasta ser adultas, tener conocimiento de lo que las creencias suponen, y poder sopesarlas con madurez, la situación podría ser muy diferente. Las absurdidades presentes en todas las religiones, solo amparadas por su antigüedad, son las que denuncia un ateo "fundamentalista", mientras que el moderado obviará todos los males que han causado las religiones y cómo han afectado a tantas personas a lo largo de la historia. Un ateo "moderado" será también aquel que se mostrará indulgente ante el odio que lo religioso suele profesar hacia otras creencias o hacia los que no consideran que el universo esté controlado por fuerzas invisibles o ante la creencia en que las leyes de la naturaleza pueda verse suspendida por la acción de deidades en respuesta a plegarias personales o ante el sufrimiento que ocasiona la supuesta condición pecaminosa del ser humano.


Lo que sí piensa Grayling es que, tal vez, ningún ateo debería presentarse como tal, ya que la misma palabra es una concesión a los teístas e invita a debatir en su campo. Sería más apropiado denominar "naturalistas" a aquellas personas que observan el universo como un reino natural gobernado por las leyes de la naturaleza. Desde esa postura, se infiere que no existe entidad sobrenatural alguna, ni duendes, ni hadas, ni ángeles, ni demonios, ni ninguna suerte de deidades. Si utilizamos el término ateo, para las persona que niega cualquier instancia sobrenatural, con la mismo lógica podríamos denominarlas "ahadista" o "aduendista". Grayling recuerda aquí, para reforzar su postura, que la creencia en hadas estuvo muy extendida hasta principios del siglo XX, muy combatida por la Iglesia al ver una evidente competencia supersticiosa; si la institución católica acabó ganando, fue con seguridad gracias al fuerte control de la educación primaria. Grayling entonces, en la misma línea que Michel Onfray, se atreve a equiparar la creencia en Dios con cualquier otra superstición cultural (el filósofo francés llegó a compararla con la creencia en Papá Noel). Así, el término naturalista es más apropiado que ateo y, con la misma lógica, a los teístas debería denominárseles sobrenaturalistas, los cuales debería esforzarse en refutar los descubrimientos de la física, la química y la biología para así justificar su creencia en seres sobrenaturales que crearon el universo y lo gobiernan. Grayling relaciona el ateísmo (o naturalismo) con una filosofía o una teoría, o en última instancia con una ideología; en cualquier caso, el naturalismo solo puede proporcionar lo que acepta a la luz de pruebas que lo llevan a esa postura, es conocedor de qué lo refutaría y está dispuesto a revisar sus propuestas cuando así lo dicen nuevos datos. Aunque la ciencia es objeto de muchas críticas en la sociedad moderna, cuando lo que verdaderamente hay que denunciar es su instrumentalización por el beneficio económico y el poder político, Grayling recuerda cuál es la esencia de la ciencia y no extraña entonces que "no haya habido guerras, pogromos o muertes en la hoguera en nombres de teorías rivales de la biología o la astrofísica".

Grayling acaba de publicar además The Good Book (edición en castellano con el título de El buen libro: una biblia humanista, Ariel 2012), con el que intenta conjugar en un solo tomo la sabiduría de los filósofos de la Grecia clásica, la filosofía oriental, los poetas medievales y los descubrimientos de la ciencia moderna. No hay en esta obra referencia alguna a dioses, almas o al más allá, por lo que Grayling quiere proporcionar a los naturalistas un libro de inspiración y una guía que ayude a desenvolverse en el mundo. Puede que el afán por vender ejemplares haya llevado a subtitular el libro algo así como "una Biblia para ateos", aunque sí es verdad que el autor ofrece un nuevo decálogo: ama bien; busca lo bueno de las cosas; no dañes a otro; piensa por ti mismo; asume tu responsabilidad; respeta la naturaleza; da lo mejor de ti: infórmate; sé bondadoso, y sé valiente. Subterfugios editoriales aparte, el propio Grayling ha manifestado lo siguiente: "La modesta proposición de The Good Book es que existen tantas buenas maneras de vivir como gente con el talento para hacerlo, y que la gente debe asumir su responsabilidad de pensar por sí misma y tomar esa decisión también por sí misma". Amén.

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