viernes, 28 de diciembre de 2012

La inanidad es reaccionaria

Recupero aquí un texto mandado hace tiempo a la revista Scifiworld y que, como me entero ahora, acabaron publicando en su sitio web. El motivo del mismo fue doble: por un lado, y a pesar de lo que suele opinarse en dicha publicación, lo que me parece el escaso talento y la vacuidad de la mayoría de los nuevos realizadores en el cine español (de forma más concreta, en ciertos géneros, de los que se ocupa dicha revista) y, por otro, la falta de conciencia política y de cualquier tipo de compromiso social.

Antes de nada, quiero aclarar que no soy un gran aficionado al cine fantástico. Soy un simple (y gran) aficionado al cine, a ningún tipo o temática en particular y a todos en general. Mi problema con según qué géneros es que son demasiado proclives a la inanidad y, ojo, puedo entender la simple pretensión de "mero divertimento" hasta cierto punto. Sin embargo, detrás de toda creación cinematográfica debería existir una buena base literaria; dudo mucho que alguien se atreva a defender una (buena) novela aludiendo a ella como "mero divertimento". No sé si se entiende a lo que quiero llegar: no creo que exista una división clara entre la creación narrativa con pretensiones y aquella que pretende simplemente "pasar el rato". El cine es por supuesto otro medio, eso que llaman de consumo de masas, pero no puede ser simplemente una especie de atracción de circo que nada exija al intelecto del espectador y que todo lo supedite a las emociones más básicas. Las grandes películas que amamos son grandes historias con grandes personajes, y la mayoría no están exentas de discurso y de compromiso, e incluso me atrevería a asegurar que tratan de arrojar algo de luz sobre la condición humana. Uno de los más grandes contadores de historias que ha existido nunca, Billy Wilder, dijo algo así como que no hay nada mejor que un telegrama para mandar un mensaje. De acuerdo, no hay que hablar de películas como medio, son fines en sí mismas, pero nunca deben dejar de lado la inteligencia, la sensibilidad, los valores humanos... El cine tiene, de modo muy elemental, que emocionar y tal vez conmover, pero nunca simplemente entretener o, seguramente, nos encontraremos ante una creación artística con notables carencias.

Todo este rollo explicativo, y tal vez justificatorio, viene a cuento de la nueva secuela (o precuela o tal vez reboot, tanta refundación de lo mismo revestida de neologismos invita al desasosiego) de la saga Rec. Mi opinión sobre la película, original, bien hecha, simpática en su costumbrismo elemental y nada original, y sobre sus dos realizadores, creo que representativos de una generación sin demasiado que decir. Esto lo relativizo, porque es bueno poner siempre en cuestión las opiniones propias, hasta cierto punto. Seguramente, hay muchas excepciones, como es el caso de Amenábar, un hombre que ha demostrado talento y ambición artística e intelectual, gusten más o menos sus películas. En el polo opuesto, el nuevo y baladí film de la saga Rec atraviesa, sin pudor, las fronteras de lo irrisorio dentro dentro de un género (o, más bien, subgénero) que nació tal vez con demasiadas luces. La película fundacional de Romero era, aparte de un excelente film, una bofetada a una sociedad enferma capaz de devorarse a sí misma: los zombis somos nosotros. El resto de la saga confirma el análisis social y político de un hombre que, amante de cierto género, no me cabe duda que siempre quiso transmitir ideas y estimular conciencias, algo que corresponde a las buenas historias.

Dicen que Romero se inspiró, algo que ya resulta indudable, en la gran novela de Richard Matheson Soy leyenda, maltratada y traicionada hasta lo intolerable en su más reciente adaptación cinematográfica (otro ejemplo de lo que me ocupa en este texto). Matheson fue uno de los iniciadores de un género, tan de moda en la actualidad, al que podemos llamar apocalíptico (versión "virus que convierte a las personas en una especie de vampiros", una infección creada por la mano del hombre), ofreciéndonos una excelente visión antropológica sobre las concepciones del bien y del mal, y que tiene a otros herederos no reconocidos, aunque se pretenda con mayor prestigio, como es el caso de La carretera (tanto la novela, como su bastante fiel adaptación cinematográfica). Matheson, considerado escritor de género fantástico, es otro autor de indudable talento literario y encomiable bagaje cultural, con propuestas de una actualidad humanística indiscutible. Las mencionadas son obras fundacionales, a las cuales no hay que responsabilizar de toda la exploitation posterior en cine, en su mayoría realizada con muy bajos medios y nulas pretensiones artísticas e intelectuales, que es desgracidamente lo que más peso ha tenido en el imaginario popular respecto al llamado "cine de zombis". Sin embargo, el lado más pobre de la posmodernidad nos trae sorpresas desagradables: la falta de conciencia histórica conduce a que se valore en exceso a Robert Kirkman y su The walking dead (hablo del cómic original, conocido en España como Los muertos vivivientes), aunque no se trate de una obra exenta de cierto valor y (creo que conscientemente) heredera de lo ya creado por Romero, mientras que los nuevos autores exhiben sin pudor su falta de discurso y de compromiso junto a una estética ajena a la sutileza de lo más cuestionable. La propia concepción metafísica del mal, ridícula en la saga Rec, tan pretenciosa como vacua en películas como Los sin nombre o Darkness, parece propia de unos autores que parecen negar la madurez, propia y ajena. A la hora de dar estas opiniones, no niego mi (excesiva) subjetividad, aunque sin caer en un enfermizo solipsismo, bien estimulada por mi propio universo racional y moral, al que alguno aludirá tal vez como algo rígido. Sin embargo, acepto que se pueda socavar, al menos artísticamente, ese universo si me ofrecen un producto lo suficientemente sólido. Desgraciadamente, no es el caso de la mayor parte de las obras del fantástico que tengo oportunidad de ver, tan aparentes como inanes. Una cosa más, y aquí reivindico de nuevo un compromiso para los creadores: la inanidad es, con seguridad, reaccionaria.

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