A propósito de este libro del historiador Juan Pablo Calero, editado en 2011 por la editorial Síntesis, resulta ya reiterativo decir que la Guerra Civil Española es uno de los hechos históricos sobre los que existe una mayor bibliografía, la cual además no ha parado de incrementarse en las últimas décadas. La manipulación, al respecto, en lugar de un riguroso estudio historiográfico, ha sido un hecho, incluso desde la muerte del dictador Franco; de manera más burda y evidente en esos autores que solo pueden recibir el calificativo de neofranquistas y que aparecen todavía protegidos por instituciones oficiales como demuestra el reciente Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia. Afortunadamente, los intereses doctrinarios, tal y como afirma Juan Pablo Calero, van siendo sustituidos, no solo por el rigor histórico, sino también por nuevos puntos de vista, perspectivas y matices, que han ido oxigenado las viejas cuestiones. La memoria histórica ha sido víctima en España del interés político y de un olvido deliberado durante la llamada Transición democrática, y solo puede ser revitalizada por un profundo análisis político de un conflicto que debe ser calificado fundamentalmente de ideológico. La demonización de toda ideología ha sido propia de esa nueva fase del capitalismo llamada "fin de la historia" y que (supuestamente) se concretó con la caída del Muro de Berlín y la desaparición de los regímenes comunistas.
No es casualidad que, entre los pocos hechos políticos investigados recientemente con hondura, se encuentre la actuación de los comunistas durante la Guerra Civil, gracias al libre acceso a los archivos de la extinta URSS, que en líneas generales confirman lo que ya dijeron testigos socialistas y anarquistas durante el propio conflicto. En el caso de los anarquistas y la revolución española, el libro de Calero viene a concretar un nuevo análisis riguroso que ya se estaba produciendo en las últimas tres décadas gracias a autores como Manuel Vicent Balaguer, José Luis Gutiérrez Molina o Marciano Cárdaba, entre otros. No es un hecho que pueda reducirse solo al ámbito académico, existe también la constante edición de valiosas memorias personales y puntos de vista locales que añaden un valor impagable a los grandes estudios. Sea como fuere, España es una región especial en la historia del anarquismo, y de ello tiene gran culpa el proceso revolucionario, de carácter fundamentalmente libertario, que se produjo de forma paralela a la Guerra Civil. El conflicto español es, con seguridad, un importante símbolo, sin lugar a dudas de resistencia de un pueblo ante el fascismo, pero también por su carácter revolucionario alejado (y enfrentado) al totalitarismo de la Unión Soviética. Es algo con lo que no cuentan los que manejan la historia de forma simplista e inicuamente pragmática, sacrificando a las grandes masas de trabajadores de una forma u otra. El caldo de cultivo político, económico, y también psicológico, para el totalitarismo de uno u otro pelaje debe ser visto como una excepción en el caso español, en el que el proletariado poseía la preparación y energías suficientes para construir un socialismo compatible, y confirmado, con la libertad.
Calero nos presenta con El gobierno de la anarquía un profundo y documentado análisis del papel de los anarquistas en un periodo crucial de la historia de España, dedicando un primer capítulo a la dictadura de Primo de Rivera y a la esperanzadora II República, extendiéndose en el estudio de la rebelión militar ante el gobierno del Frente Popular de 1936, en el inicio del conflicto y de la revolución, para terminar analizando la intervención en el gobierno obrero de Largo Caballero con cuatro carteras ministeriales (sin olvidar el epílogo en 1938 de Segundo Blanco, ministro de Instrucción Pública en el gobierno de Negrín, cuando ya el proceso revolucionario se encontraba en franco declive). En este trayecto, Calero desmontará algunos mitos, como es la supuesta actitud beligerante de los anarquistas ante el advenimiento de la República, la cual por otra parte no tardaría en defraudar especialmente en la cuestión social, o la inexistente dominación faísta sobre la CNT.
Al margen de lo que se piense sobre la participación del movimiento libertario en el gobierno durante el conflicto civil, transgrediendo así sus más elementales premisas ideológicas, resulta imprescindible leer la obra de Calero para evitar los pobres lugares comunes. La entrada de los anarquistas en el gobierno obrero de Largo Caballero no se realizó para conquistar cotas de poder, obvio es decirlo, se hizo para defender la revolución social, para reforzar institucionalmente lo que ya se había conquistado en la calle. Y ello en un contexto bélico, y de presunta unidad contra el fascismo con "terribles" compañeros de viaje, por lo que las opiniones precipitadas deben ser apartadas. Además, hay que recordar que la ocupación de las carteras ministeriales fue solo la punta del iceberg de la participación libertaria en las instituciones republicanas, miles de afiliados cenetistas participaron en los diferentes escalafones del poder político. Las críticas a la participación gubernamental se produjeron, como fue el caso de Emma Goldman o de Camillo Berneri, y desde una perspectiva lúcidamente anarquista. Sin embargo, incluso la Federación Anarquista Ibérica pidió a los anarquistas de fuera comprensión y confianza, ya que jamás el anarquismo podrá ser llevado a la práctica en sentido totalitario.
El amplio capítulo dedicado a los ministros anarquistas tiene una conclusión que para muchos resultará obvia, el trabajo es lo que caracteriza su gestión y, en algunos casos, unas medidas notablemente adelantadas a su tiempo. Además, gracias a que Juan García Oliver ocupara el cargo de ministro de Justicia, el gobierno de Largo Caballero tomó por fin serias disposiciones para acabar con la violencia en la retaguardia y con las requisas injustificadas. En la línea de las establecidas por otro anarquista, Melchor Rodríguez, que asumió la responsabilidad como director general de Prisiones, las medidas de García Oliver tenían el firme propósito de acabar con las muertes extrajudiciales producidas dramáticamente en un contexto bélico y revolucionario. Al respecto, Calero recuerda las palabras de Errico Malatesta como ejemplo de la acción revolucionaria anarquista: "Si, para vencer, hay que levantar horcas en las plazas públicas, preferiría perder". Uno de los decretos más significativos en la gestión de García Oliver, entre los muchos que trataron de acometer serias correcciones en el sistema jurídico español, es el que reconocía la total igualdad de hombres y mujeres ante la ley, algo inédito en el país.
Igualmente notable fue la administración de Federica Montseny, que trató de llevar a cabo una reforma profunda del sistema sanitario y de la estructura interna de su Ministerio. Para ello, hay que tener en cuenta la perspectiva integral que adoptaban los libertarios respecto a la sanidad, previniendo las enfermedades y buscando un desarrollo pleno y satisfactorio del ser humano. Entre las medidas concretas llevadas a cabo por el equipo de Montseny, estuvo la formación del Instituto de Higiene de la Alimentación, también de indudable talante anarquista. Además del sistema sanitario, Montseny se encargó de la dura y muy necesaria tarea de Asistencia Social, teniendo en cuenta que las condiciones de los más necesitados se endurecieron durante la guerra, llevando a cabo un ambicioso plan de reformas. Numerosas y encomiables medidas las llevadas a cabo por García Oliver y Montseny en sus respectivos ministerios, a las que se unen las de Juan Peiró, al frente de Industria, y Juan López, como ministro de Comercio, algo más discretas por circunstancias muy determinadas que merecen ser leídas en el libro de Calero.
Como en la mayor parte de los sucesos históricos, no puede haber lecturas simplistas en la revolución española iniciada en julio de 1936 y en las circunstancias que produjo la colaboración anarquista en las estructuras republicanas, que se realizó precisamente para salvar a la República, en conclusión de Calero. El gobierno de la anarquía es una obra de gran rigurosidad historiográfica, que debe alzarse sobre tanta bibliografía cuestionable sobre la historia contemporánea de España. Si se desea realizar también otro tipo de análisis, crítico, humanista y militante, es momento de recordar obras como Enseñanzas de la revolución española, de Vernon Richards.
No es casualidad que, entre los pocos hechos políticos investigados recientemente con hondura, se encuentre la actuación de los comunistas durante la Guerra Civil, gracias al libre acceso a los archivos de la extinta URSS, que en líneas generales confirman lo que ya dijeron testigos socialistas y anarquistas durante el propio conflicto. En el caso de los anarquistas y la revolución española, el libro de Calero viene a concretar un nuevo análisis riguroso que ya se estaba produciendo en las últimas tres décadas gracias a autores como Manuel Vicent Balaguer, José Luis Gutiérrez Molina o Marciano Cárdaba, entre otros. No es un hecho que pueda reducirse solo al ámbito académico, existe también la constante edición de valiosas memorias personales y puntos de vista locales que añaden un valor impagable a los grandes estudios. Sea como fuere, España es una región especial en la historia del anarquismo, y de ello tiene gran culpa el proceso revolucionario, de carácter fundamentalmente libertario, que se produjo de forma paralela a la Guerra Civil. El conflicto español es, con seguridad, un importante símbolo, sin lugar a dudas de resistencia de un pueblo ante el fascismo, pero también por su carácter revolucionario alejado (y enfrentado) al totalitarismo de la Unión Soviética. Es algo con lo que no cuentan los que manejan la historia de forma simplista e inicuamente pragmática, sacrificando a las grandes masas de trabajadores de una forma u otra. El caldo de cultivo político, económico, y también psicológico, para el totalitarismo de uno u otro pelaje debe ser visto como una excepción en el caso español, en el que el proletariado poseía la preparación y energías suficientes para construir un socialismo compatible, y confirmado, con la libertad.
Calero nos presenta con El gobierno de la anarquía un profundo y documentado análisis del papel de los anarquistas en un periodo crucial de la historia de España, dedicando un primer capítulo a la dictadura de Primo de Rivera y a la esperanzadora II República, extendiéndose en el estudio de la rebelión militar ante el gobierno del Frente Popular de 1936, en el inicio del conflicto y de la revolución, para terminar analizando la intervención en el gobierno obrero de Largo Caballero con cuatro carteras ministeriales (sin olvidar el epílogo en 1938 de Segundo Blanco, ministro de Instrucción Pública en el gobierno de Negrín, cuando ya el proceso revolucionario se encontraba en franco declive). En este trayecto, Calero desmontará algunos mitos, como es la supuesta actitud beligerante de los anarquistas ante el advenimiento de la República, la cual por otra parte no tardaría en defraudar especialmente en la cuestión social, o la inexistente dominación faísta sobre la CNT.
Al margen de lo que se piense sobre la participación del movimiento libertario en el gobierno durante el conflicto civil, transgrediendo así sus más elementales premisas ideológicas, resulta imprescindible leer la obra de Calero para evitar los pobres lugares comunes. La entrada de los anarquistas en el gobierno obrero de Largo Caballero no se realizó para conquistar cotas de poder, obvio es decirlo, se hizo para defender la revolución social, para reforzar institucionalmente lo que ya se había conquistado en la calle. Y ello en un contexto bélico, y de presunta unidad contra el fascismo con "terribles" compañeros de viaje, por lo que las opiniones precipitadas deben ser apartadas. Además, hay que recordar que la ocupación de las carteras ministeriales fue solo la punta del iceberg de la participación libertaria en las instituciones republicanas, miles de afiliados cenetistas participaron en los diferentes escalafones del poder político. Las críticas a la participación gubernamental se produjeron, como fue el caso de Emma Goldman o de Camillo Berneri, y desde una perspectiva lúcidamente anarquista. Sin embargo, incluso la Federación Anarquista Ibérica pidió a los anarquistas de fuera comprensión y confianza, ya que jamás el anarquismo podrá ser llevado a la práctica en sentido totalitario.
El amplio capítulo dedicado a los ministros anarquistas tiene una conclusión que para muchos resultará obvia, el trabajo es lo que caracteriza su gestión y, en algunos casos, unas medidas notablemente adelantadas a su tiempo. Además, gracias a que Juan García Oliver ocupara el cargo de ministro de Justicia, el gobierno de Largo Caballero tomó por fin serias disposiciones para acabar con la violencia en la retaguardia y con las requisas injustificadas. En la línea de las establecidas por otro anarquista, Melchor Rodríguez, que asumió la responsabilidad como director general de Prisiones, las medidas de García Oliver tenían el firme propósito de acabar con las muertes extrajudiciales producidas dramáticamente en un contexto bélico y revolucionario. Al respecto, Calero recuerda las palabras de Errico Malatesta como ejemplo de la acción revolucionaria anarquista: "Si, para vencer, hay que levantar horcas en las plazas públicas, preferiría perder". Uno de los decretos más significativos en la gestión de García Oliver, entre los muchos que trataron de acometer serias correcciones en el sistema jurídico español, es el que reconocía la total igualdad de hombres y mujeres ante la ley, algo inédito en el país.
Igualmente notable fue la administración de Federica Montseny, que trató de llevar a cabo una reforma profunda del sistema sanitario y de la estructura interna de su Ministerio. Para ello, hay que tener en cuenta la perspectiva integral que adoptaban los libertarios respecto a la sanidad, previniendo las enfermedades y buscando un desarrollo pleno y satisfactorio del ser humano. Entre las medidas concretas llevadas a cabo por el equipo de Montseny, estuvo la formación del Instituto de Higiene de la Alimentación, también de indudable talante anarquista. Además del sistema sanitario, Montseny se encargó de la dura y muy necesaria tarea de Asistencia Social, teniendo en cuenta que las condiciones de los más necesitados se endurecieron durante la guerra, llevando a cabo un ambicioso plan de reformas. Numerosas y encomiables medidas las llevadas a cabo por García Oliver y Montseny en sus respectivos ministerios, a las que se unen las de Juan Peiró, al frente de Industria, y Juan López, como ministro de Comercio, algo más discretas por circunstancias muy determinadas que merecen ser leídas en el libro de Calero.
Como en la mayor parte de los sucesos históricos, no puede haber lecturas simplistas en la revolución española iniciada en julio de 1936 y en las circunstancias que produjo la colaboración anarquista en las estructuras republicanas, que se realizó precisamente para salvar a la República, en conclusión de Calero. El gobierno de la anarquía es una obra de gran rigurosidad historiográfica, que debe alzarse sobre tanta bibliografía cuestionable sobre la historia contemporánea de España. Si se desea realizar también otro tipo de análisis, crítico, humanista y militante, es momento de recordar obras como Enseñanzas de la revolución española, de Vernon Richards.
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