lunes, 11 de febrero de 2013

Los discursos alternativos en la sanación

Debido a cierta experiencia con una nueva medicina "alternativa", me gustaría recuperar unas viejas reflexiones sobre el tema y los factores que llevan a su aceptación. Primero, me gustaría partir de lo que sería una conclusión, y es que la conversión de la sanidad en un negocio, y jerarquizaremos la responsabilidad poniendo en primer lugar a las grandes compañías farmacéuticas, ha conducido a lo que es sin duda uno de las grandes distorsiones en la civilización: pensar que existen remedios milagrosos para todas las enfermedades, desde los más leves trastornos sicológicos hasta lesiones auténticamente graves. Vivimos en una auténtica cultura de la pastilla, de tal manera que, es cierto que existe una gran manipulación para que consumamos de todo, incluidos supuestos remedios para nuestras dolencias. Esto, producto de una sociedad de consumo y de una economía de mercado que obviamente no se ocupa de los graves problemas sociales ni de los trastornos personales, no supone, como sostienen ciertos discursos alternativos, que las personas estén manipuladas al cien por cien, ni que existan verdades sencillas sobre el conocimiento que las grandes empresas se esfuerzan en ocultar; el sentido común nos dice que ambas cosas serían imposibles por muy totalitario que fuera el sistema donde vivimos. Digo esto porque estas simplezas es lo que ciertos discursos alternativos repiten una y otra vez hasta la saciedad tratando de buscar legitimidad para vender lo suyo; especialmente, las terapias (mal) llamadas alternativas. Otra afirmación recurrente es que la medicina convencional te cura una cosa para trastornarte otra, según las llamadas contraindicaciones, que también suele basarse en medias verdades (más producto de lo que antes denominé como cultura de la pastilla que de una mano negra que se esfuerce en que sea así). Lo cierto es que muchas personas, de manera comprensible, acuden desesperadas a curanderos, homeópatas, quiroprácticos, osteópatas y otros terapeutas, por no hablar de las mucho más irrisorias terapias relacionadas con la energía, de índole cuántica, cósmica, orgónica o vaya usted a saber qué.

Como ya he sostenido en otras ocasiones, que la religión y la medicina se aprovechan de las debilidades de las personas es algo con lo que podemos estar de acuerdo personas de diverso bagaje cultural o de ideologías bien distintas. Del mismo modo, también he dicho que la presencia de las creencias más disparatadas en la sociedad moderna (incluyendo creencias religiosas solo sostenidas por su antigüedad) no puede ser atribuible simplemente a la ignorancia o a la mera credulidad, aunque el factor mimético no resulte del todo desdeñable. Existe gente culta y racionalista, por supuesto creyente, pero que también guardan precauciones sobre las más variopintas disciplinas seudocientíficas; los especialistas mejor cualificados pueden perfectamente equivocarse si confían unicamente en sus experiencias personales y en razonamientos informales, especialmente si las conclusiones a las que llegan afectan a creencias con las que mantienen vínculos de algún tipo (ideológicos, sentimentales o económicos). El pensamiento crítico, tan necesario y tan ausente en nuestra sociedad, tiene que mantenerse bien protegido de los límites de la paranoia o de la constante conspiración del "sistema". Parte de este sistema sería para mucha gente la medicina convencional, pero resulta algo increíble pensar que toda la comunidad médica occidental (ojo, no hablo aquí de la gran empresa capitalista) forme parte de una especie de confabulación interesada en no aceptar la "verdad" de terapias complementarias o alternativas. No resulta descabellado aceptar que si los defensores de esas terapias pueden aceptar pruebas concluyentes sobre la veracidad de sus métodos dejarían de ser alternativas y pasarían a ser incorporadas a la llamada medicina convencional (y me anticipo a las críticas que se me harán a esta afirmación, hablando de intereses económicos, pero no quiero centrar en ello este texto sino en la veracidad de información cuestionable). No soy un defensor a ultranza de la medicina establecida, ya que su instrumentalización por el interés económico y político tiene que hacernos desconfiar, y sí del eclecticismo más razonable, pero las fisuras o carencias del conocimiento científico no pueden llevarnos a la credulidad o a la regresión a etapas más oscurantistas. Aquellos que venden terapias alternativas tienen la obligación de demostrar que sus productos son eficaces y seguros. La supuesta validez de un tratamiento alternativo depende muchas veces de razonamientos subjetivos y de las experiencias de otros usuarios, sin base científica alguna, contradiciendo incluso principios establecidos de la biología, la química o la física.

Ya se ha insistido en los factores sociales, psicológicos y cognoscitivos que pueden llevar a gente honesta, culta e inteligente a creer en tratamientos no acreditados científicamente.
Puede haber dos grupos de personas que abracen confiados terapias no científicas. Aquellos que han sido aconsejados por alguien digno de confianza, por el testimonio de un amigo, un anuncio publicitario o por haber magnificado el hecho de que alguna terapia alternativa haya sido validada científicamente e incorporada a la medicina convencional. Los del segundo grupo pueden tener un compromiso filosófico más amplio, escogiendo "lo alternativo" sobre bases ideológicas subsumidas en determinadas creencias sociales y metafísicas (no estamos lejos de la conexión con la religión y, por lo tanto, con el dogma) alejadas de la visión científica y de sus reglas empíricas. Habría con este grupo un fuerte desacuerdo en su visión cosmológica y epistemológica. Naturalmente, es lógico que los temas que atañen a la salud se integraran en uno de esos dos modelos cosmogónicos: uno objetivo, materialista y mecanicista; el otro, subjetivo, animista y guiado por la moral. Nuestras creencias sobre la naturaleza y sentido de la vida, además de nuestra moral y la percepción de la realidad que podamos tener, influyen notablemente en lo que podamos pensar sobre la salud y la enfermedad, por lo que si criticamos a una persona por creer en curaciones no convencionales es lógico que seamos rechazados vehementemente al considerar que estamos atacando las bases mismas del pensamiento individual. Si la subjetividad conduce a filtrar y distorsionar la información recibida para construir una determinada cosmogonía, no hay que olvidar la carencia formativa, y notable ignorancia científica, que caracteriza a la sociedad. Es por eso que muchas personas pueden carecer del conocimiento y pensamiento crítico necesario para rechazar un producto comercial relacionado con la salud. Así, el consumidor se encuentra desprotegido y se crea una industria, más o menos alternativa, con sus propias y nada verificables campañas de marketing y su búsqueda de beneficios; lo mismo que ocurre con las grandes compañías farmacéuticas, pero a otro nivel de manipulación y con un mensaje diferente. La bonita y simplona creencia, apoyada en religiones de última generación, del "tú creas tu propia realidad", que apuesta por criterios emocionales, por encima de los empíricos y lógicos, para decidir cómo percibe la realidad cada cual, ha llevado a considerar que la objetividad es una ilusión y a una especie de "todo vale" en la percepción individual. La verificación empírica ha quedado devaluada y se intensifica el número de seguidores de productos sanitarios muy cuestionables.

Los seguidores de medicinas alternativas abrazan cierto dualismo mente-cuerpo y recurren más tarde o más temprano al artificio de supuestos mediadores espirituales en los temas de salud. De ahí el retorno a la creencia tradicional, con sus diversas variantes, de que la verdadera causa y solución para cualquier patología radica en la mente. Pueden haberse demostrado efectos sicológicos beneficiosos en la salud, pero ello ha quedado magnificado fuera de toda proporción razonable por los defensores de la medicina alternativa. Un extremo de esta posición es la afirmación precientífica de que la salud y la enfermedad están conectadas con la capacidad personal (con la capacidad moral), por lo que a menudo se conduce a la culpabilidad de la persona y a creer que algo inadecuado habrá realizado para merecer la aflicción que padezca. Estudios en psicología concluyen que las personas tienden a ajustar sus actitudes, creencias y comportamientos de acuerdo con un "todo" armonioso. Si existe información perturbadora que no puede ser ignorada con facilidad, la distorsionaremos con cierta habilidad para aminorar la desavenencia. En otras palabras, es necesario ser consciente, para luchar contra ello, de que el ser humano tiende a adoptar creencias tranquilizantes y placenteras y a aceptar, acríticamente, aquello que refuerza nuestras actitudes y nuestra autoestima. Nos referimos aquí a las medicinas alternativas, pero puede aplicarse a cualquier ámbito sociopolítico. Los pioneros de la revolución científica fueron conscientes del peligro del razonamiento informal unido a esa tendencia de la persona a asumir conclusiones compatibles con su visión del mundo, y trataron de prevenirlo con el análisis y el estudio sistematizado, así como con la eliminación de variables perturbatorias. Desgraciadamente, estas precauciones se encuentran con el problema de la toma de decisiones en función de las cuestionables anécdotas personales de clientes satisfechos; desgraciadamente, la lógica humana se muestra débil en situaciones complejas, con numerosas variables en juego y con la existencia de presión social. Con frecuencia, para distinguir causas verdaderas de las falaces es preciso la observación controlada y la abstracción sistematizada de grandes volúmenes de datos, labor que escapa a la capacidad cognoscitiva del ser humano. Partir del entorno propio para establecer correlaciones con cierto valor puede ser razonable para una análisis de mayor envergadura en la búsqueda causal, pero nunca debería ser el punto final para su aplicación en un uso terapéutico. Los defensores de la medicina alternativa ignorarán estas precauciones y explotan esa otra tendencia humana a depositar más fe en la experiencia e intuición personales que en estudios estadísticos controlados.

5 comentarios:

Loam dijo...

No hay ciencia o disciplina que pueda "ir por libre" sin estancarse o producir más problemas de los que pretendía.
Debido a mi trabajo, durante años he castigado mis manos excesivamente y ese exceso se ha manifestado en ambas, afectadas por un Dupuytren. Esta lesión se ha tratado siempre mediante severa intervención quirúrgica, y así, tras dos operaciones, se devolvió a una de ellas su operatividad. La otra tardó en aquejarse del mismo mal, pero finalmente también tuvo que ser intervenida. Tanto en las dos primeras intervenciones de la una como en la única que se me practicó en la otra, siempre procuré documentar, mediante fotos videos y anotaciones, no sólo el proceso evolutivo de las manos, sino las propias intervenciones. En la tercera operación ya no fue necesario el bisturí, se ha desarrollado una nueva técnica que consiste en inyectar en los tendones afectados una sustancia denominada "colagenasa", cuatro o cinco pinchazos de esta sustancia bastan para que a las 24 horas dichos tendones recuperen su posición original. Bien. Relato todo esto porque, paralelamente al historial que la S.S. confecciona, yo fui confeccionando el mío anotando en él hasta el más mínimo detalle. Lo hice por dos razones: la primera por mi salud y por curiosidad, y la segunda porque pensé entonces y sigo pensando ahora, que dicho historial podría interesar a médicos e investigadores de cara a perfeccionar técnicas y protocolos a la hora de afrontar dicha afección. Uno de los inconvenientes de la llamada "colagenasa" es que hay que administrarla en dosis extremadamente calculadas; si te quedas corto no funciona, si te pasas dañas el tejido sano de manera irreparable. Entonces ¿como es que, tras una operación en la que se está ensayando una técnica y una sustancia nuevas ambas, no se hace un seguimiento del paciente, tanto por lo que interesa a su propia salud como por la información que puede contribuir a la de los demás? Los médicos que me habían intervenido quedaron un tanto perplejos cuando les hice entrega del largo y documentado historial que fui elaborando, tanto de la evolución de las manos antes de ser operadas, como de las propias operaciones (obtuve permiso para filmarlas) y del posoperatorio.
Pero es cierto que uno hace muchas preguntas, como ¿qué empresa fabrica la carísima colagenasa, a quién pertenece y quién la distribuye? ¿qué efectos secundarios puede tener sobre el organismo? ¿cuál es la estadística clínica que permite discernir cuándo es preferible un método u otro? etc. Ocurre en este terreno como en el de la política: vote y cállese. La medicina preventiva debería empezar por el propio paciente, antes incluso de convertirse en tal. Pero, toda vez que se convierta en paciente, su experiencia, que no contempla en su totalidad el técnico y aséptico historial clínico, debería ser tenida en cuenta como fuente de prevención aplicada a la colectividad y como manera de hacer partícipe y corresponsable del proceso al propio paciente.
La estanqueidad existente entre las diferentes ramas de la ciencia y entre ellas y sus usuarios es un fiel reflejo de la soledad y el absurdo que impregna esta exigua y deshumanizada sociedad. Participación, colaboración, creación, solidaridad inteligente (que nada tiene que ver con ongs, caridades ni cristianismos, sino más bien con la práctica de un sabio egoísmo compartido), de todo ello estamos muy necesitados en todos los ámbitos, pero en algunos, como es el caso del conocimiento en general (eso que llaman educación) y de la medicina en particular, las aberraciones son manifiestamente evidentes.
Discúlpame si me he excedido en el tamaño de mi comentario, me pongo a escribir y me olvido de todo. Ni que decir tengo que, tanto los anteriores como los futuros, puedes obviarlos o borrarlos, no habrá malentendido por mi parte.
Salud! (nunca mejor dicho)

Anónimo dijo...

Hola, comento aquí porque no puedo hacerlo en el artículo original de Capi Vidal. Para empezar, qué es científico y qué no lo es? Por qué es más científica una medicina convencional, sujeta a parámetros del sistema político, cultural y económico de una zona determinada (occidente en este caso) que otras medicinas milenarias y anteriores que se basan también en la experimentación, documentación y estadísticas, aunque no concuerden exactamente con los principios que rigen (por desgracia, en el sentido más literal, de rígido) la medicina occidental? Acaso el propio desconocimiento de algo puede legitimar su rechazo sin más? O, en el otro extremo, su aceptación sin cuestionamiento? Yo creo que el conocimiento debería ser UNO pero no excluyente y nutrirse de todas las ciencias. La medicina occidental o alopática es buena tratando los síntomas, pero no parecen preocuparle las causas. Otras medicinas, como la Tradicional China o el Ayurveda, pretenden ocuparse de las causas. Desde mi punto de vista, no se excluyen entre sí, sino que se complementan. De hecho, afortunadamente, en todas estas medicinas hay profesionales abiertos a incorporar los conocimientos de las otras, aunque lamentablemente son pocos todavía y, en el caso de los alópatas, la mayoría suele rechazar de plano al resto, mientras que los orientales son más proclives a estudiar las otras propuestas. Esto, dicho con reservas y desde mi modesta experiencia. Subscribo lo que comenta Loam acerca de la estanqueidad. Como en todo, hay que tener una mentalidad abierta, sin dejar por ello de ser críticos con los arribistas y mercachifles que sólo intentan sacar provecho propio, pero eso existe en todas partes. Qué es lo que nos hace confiar más en una pastilla cuya composición y forma de actuar normalmente desconocemos, que p.e. nos va a quitar un dolor de cabeza temporalmente, pero nos puede dañar el estómago, que en un masaje craneal, una aguja de acupuntura, una dieta alimenticia apropiada... etc.? Factores culturales y educativos, básicamente. Pocos de nosotros tenemos la formación y el criterio necesarios. Los laboratorios nos dicen que ha sido “testado científicamente” y nosotros lo creemos y lo tragamos. Cuántas veces se han retirado medicamentos muy "científicamente testados" tras años de efectos nocivos en millones de personas? Estamos igual de indefensos y, por desgracia, la intuición debe sustituir la mayoría de las veces al conocimiento real, simplemente porque no podemos saber de todo. En una sociedad igualitaria, justa, con valores morales y éticos sólidos, podríamos confiar más o menos ciegamente, pero por desgracia en este capitalismo feroz hay que estar en guardia frente a todo y seguir nuestra intuición. Muchas veces es cuestión de suerte el sanar, me refiero a suerte de dar con la(s) persona(s) adecuada(s), sean de la rama que sean. Siento la extensión de mi comentario. Un abrazo, M.

Anónimo dijo...

Hola, comento aquí porque no puedo hacerlo en el artículo original de Capi Vidal. Para empezar, qué es científico y qué no lo es? Por qué es más científica una medicina convencional, sujeta a parámetros del sistema político, cultural y económico de una zona determinada (occidente en este caso) que otras medicinas milenarias y anteriores que se basan también en la experimentación, documentación y estadísticas, aunque no concuerden exactamente con los principios que rigen (por desgracia, en el sentido más literal, de rígido) la medicina occidental? Acaso el propio desconocimiento de algo puede legitimar su rechazo sin más? O, en el otro extremo, su aceptación sin cuestionamiento? Yo creo que el conocimiento debería ser UNO pero no excluyente y nutrirse de todas las ciencias. La medicina occidental o alopática es buena tratando los síntomas, pero no parecen preocuparle las causas. Otras medicinas, como la Tradicional China o el Ayurveda, pretenden ocuparse de las causas. Desde mi punto de vista, no se excluyen entre sí, sino que se complementan. De hecho, afortunadamente, en todas estas medicinas hay profesionales abiertos a incorporar los conocimientos de las otras, aunque lamentablemente son pocos todavía y, en el caso de los alópatas, la mayoría suele rechazar de plano al resto, mientras que los orientales son más proclives a estudiar las otras propuestas. Esto, dicho con reservas y desde mi modesta experiencia. Subscribo lo que comenta Loam acerca de la estanqueidad. Como en todo, hay que tener una mentalidad abierta, sin dejar por ello de ser críticos con los arribistas y mercachifles que sólo intentan sacar provecho propio, pero eso existe en todas partes. Qué es lo que nos hace confiar más en una pastilla cuya composición y forma de actuar normalmente desconocemos, que p.e. nos va a quitar un dolor de cabeza temporalmente, pero nos puede dañar el estómago, que en un masaje craneal, una aguja de acupuntura, una dieta alimenticia apropiada... etc.? Factores culturales y educativos, básicamente. Pocos de nosotros tenemos la formación y el criterio necesarios. Los laboratorios nos dicen que ha sido “testado científicamente” y nosotros lo creemos y lo tragamos. Cuántas veces se han retirado medicamentos muy "científicamente testados" tras años de efectos nocivos en millones de personas? Estamos igual de indefensos y, por desgracia, la intuición debe sustituir la mayoría de las veces al conocimiento real, simplemente porque no podemos saber de todo. En una sociedad igualitaria, justa, con valores morales y éticos sólidos, podríamos confiar más o menos ciegamente, pero por desgracia en este capitalismo feroz hay que estar en guardia frente a todo y seguir nuestra intuición. Muchas veces es cuestión de suerte el sanar, me refiero a suerte de dar con la(s) persona(s) adecuada(s), sean de la rama que sean. Siento la extensión de mi comentario. Un abrazo, M.

Capi Vidal dijo...

Amigos:

Creo que volvemos a dar vueltas sobre lo mismo, a razonar de forma circular. Estoy de acuerdo con Loam, no puede haber una disciplina aislada de las demás, mucho menos en el caso de la medicina científica (ojo, la única posible, sea del origen que sea, todo lo demás está sujeto a otros factores, que es lo de lo que he tratado de hablar).

M., yo no confiaría ciegamente nunca en nadie, y mucho menos en aquellos que aseguren tener valores morales "sólidos". Es verdad que todos tenemos sesgos cognitivos, que resulta imposible verificar toda la información que recibimos, pero estamos hablando de los que juegan con nuestra salud (por supuesto, también médicos científicos que realizan una mala praxis).

Que no estemos totalmente seguros de qué es científico de lo que no lo es no nos introduce en el relativismo cognitivo. Quiero decir, que se trata de indagar un poquito y seguir una metodología (eso es la ciencia). Otra cosa es que estemos hablando, tal y como decía en el artículo, de gente desesperada a la que no se da solución a sus enfermedades y acaba yendo a cualquier terapeuta; pero eso, muy comprensible, es también parte del problema, las consecuencias del sistema en que vivimos. Es como si quiere justificarse la religión porque existen afligidos que buscan consuelo (parafraseando a Marx); de acuerdo, nadie les quiere arrebatar el consuelo, pero es el resultado de una situación injusta, luchemos contra la raíz de los problemas (sociales, sicológicos y de todo tipo) para que existe el menor número de personas que sufran (y, por favor, que no se me diga que ciertas terapias alternativas van a la raíz del problema, eso es una falacia repetida una y otra vez).

Gracias a ambos por vuestros comentarios y disculpad mi (seguramente, excesiva) beligerancia contra ciertos discursos "alternativos". Se me llevan los demonios con la desinformación que hay en esta época posmoderna en que vivimos y con tanto iluminado (tal vez algunos no con mucho poder, pero aspirantes a ello) que cree portar la verdad por encima de las demás cosas.

Un abrazo.
Capi

Loam dijo...

Lo reitero, este es un tema muy complejo que solamente puede abordarse "desde" el conocimiento. Cuando digo conocimiento es evidente que la fe queda excluida. Yo puedo "creer", y de echo creo, que el ácido acetilsalicílico puede aliviarme un dolor de cabeza, pero no creo que posando la misma sobre los hombros del Apóstol Santiago vaya a obrarse el mismo efecto, esto sería fe, algo que no puede existir en la ciencia porque la sabiduría de ésta consiste en saber que se sabe lo que sabe y que no se sabe lo que no se sabe. Este conocimiento, auténtico patrimonio universal, pues es la suma "alambicada" de la larga y testada experiencia colectiva, no se adquiere por "iluminación divina", sino mediante el prolongado ejercicio empírico e intelectivo de la colectividad. Otra cosa es el uso perverso, la instrumentalización política o económica que de dichos conocimientos pueda hacerse. El científico no niega ni afirma a priori la validez de un método o la aplicación de una sustancia. Lo que el científico exige (debe exigirlo) es la prueba empírica de que lo que se propone funciona tal y como se propone. No está demostrado que apoyando la cabeza sobre los hombros del Apóstol Santiago se obtenga otra cosa que (para aquellas personas fuertemente ancladas en la fe) una "sensación" producida por autosugestión. Yo también puedo decir que contemplando el cuerpo desnudo de la persona que amo siento un inmenso placer, pero afirmar que dicho placer sana es una falacia y una trampa, porque lo que posibilita ese placentero estado es, precisamente, mi buen estado de salud. La medicina actúa allá donde un mal o una dolencia se produce, pero el nigromante -principalmente el sacerdote- tiene que inventar males imaginarios para poder vender sus no menos imaginarios remedios. El Papa puede estar todo lo iluminado que quiera por su Dios, pero para leer la encíclica que supuestamente éste le ha revelado, tiene que utilizar unas gafas cuyas lentes han sido desarrolladas por el trabajo de millones de personas a lo largo de la historia. La ciencia no pone en duda los conocimientos de las tribus de la amazonia, o de los tuaregs, o de los esquimales cuando acuden a sus "despensas naturales" para obtener de ellas remedios para sus dolencias o enfermedades, los principios activos de dichas sustancias, contenidas en plantas, animales, etc., son principios científicamente comprobados. ¿Que acompañan y adornan la administración de dichas sustancias con danzas, cánticos y fogatas?, bueno, no hay acto social que no vaya acompañado de cierto ritual, pero no es el ritual el que sana, como proponen los brujos de toda índole y lugar, lo que sana es la sustancia y el método con que dicha sustancia se administra. Lo que sana es la ciencia.

Un saludo, queridos interlocutores.