miércoles, 4 de septiembre de 2013

La fortaleza humana y espiritual

Si echamos un vistazo a los significados de "Espíritu", vemos que, al margen de todas las connotaciones religiosas (que son bastantes), también es sinónimo de ánimo o valor; a nivel colectivo, también significa un principio o carácter de algo (una ley, una época, una corriente artística)… Así, el lenguaje es una consecuencia de la vida en todos los ámbitos, por lo que no es tarea fácil no identificar un término con el espíritu imperante en un periodo histórico. Quedémonos con la acepción más general de la palabra espíritu, ese vigor o valentía también en el terreno moral, por lo que de ninguna manera podemos aceptar su reducción a un significado religioso o sobrenatural. Ser espiritual puede ser también ser apasionado y valiente en muchos sentidos; para el caso que nos ocupa, en un sentido verdaderamente humano y social. Cuando alguien se refiere simplemente, con espíritu y espiritual, al reino de lo sobrenatural, señalaremos su error; no solo eso, sino la profunda distorsión que consideramos que significa aludir a lo fantasioso para ocuparse de lo terrenal. Curiosamente, existe todavía otro derivado de la palabra espíritu; se trata de las llamadas bebidas espirituosas, las que contienen un cierto grado de alcohol, y se llaman así por considerarse que elevan el espíritu. Sin ánimo de ser excesivamente moralista, no es fácil evitar acordarse de una frase de Bakunin: "El pueblo solo tiene tres caminos para librarse de su triste suerte: los dos primeros son los de la taberna y la iglesia; el tercero es el de la revolución social". No está nada mal utilizar como argumento que, en aras del fortalecimiento de la conciencia (lo que podemos llamar también espiritualidad), rechazamos en primer lugar los delirios espirituales y espirituosos.

Como ya he mencionado anteriormente, se suele confundir demasiado la espiritualidad con la religión. Desde nuestro punto de vista, considerando la religión perniciosa (por identificarse, entre otras cosas, con el dogma y con el inmovilismo), defendemos un concepto muy diferente de la espiritualidad. Aclararé, a pesar de dedicar ya mucho texto al asunto, que yo mismo no me termino de acostumbrar al término; no obstante, merece la pena el esfuerzo. Consideramos que la espiritualidad pertenece por entero al ámbito humano; dejaremos por el momento a un lado a los animales, aunque sin establecer la rígida separación entre el ser humano y el resto de especies (algo, por cierto, muy propio del egocentrismo religioso). Espiritualidad es profundizar en los asuntos humanos, realizarse preguntas, lo cual no significa caer en respuestas delirantes. De nuevo, parafraseamos a Bakunin: "Yo no pongo nombre a mi ignorancia, lo coloca en un altar y lo llamo Dios" (póngase aquí el concepto que se quiera, para no aludir solo críticamente al monoteísmo). La espiritualidad que nos ocupa, por lo tanto, es una actitud radical ante la vida, dejar a un lado lo superficial y lo meramente técnico; es el desarrollo de la conciencia, tanto hacia el exterior como hacia el interior de uno mismo, aunque abandonando todo misticismo (y entiendo, por supuesto, que los sentimientos de cada persona varían en relación a este concepto). Espiritualidad es también cierta comunión con la naturaleza, por lo que inevitablemente hay que tener en cuenta al conjunto de la humanidad e incluso a las otras especies; rechazamos así los sectarismos propios de los nacionalismos y las religiones. Como espero que se esté entendiendo a estas alturas, nuestro extenso y humano concepto de espiritualidad comprende, tanto la naturaleza como el arte, la literatura o cualquier creación humana que trate de elevar los sentidos; igualmente, forman un componente primordial los sentimientos más nobles de fraternidad y de respeto a la vida.

Frente a las prácticas y rituales propios de la religión, y que tantas personas identifican con formas espirituales, defendemos aquí una determinada forma de pensar, de sentir y de actuar. No decimos que cierta dosis de fe no sea importante, pero reclamamos una muy diferente; mencionamos ahora a otro anarquista, Errico Malatesta, cuando consideraba un sentido de la fe, no como una creencia ciega enfocada en el absurdo y la incomprensión, sino como una potente mezcla de voluntad y esperanza en un mundo mejor. Una bella concepción de la espiritualidad. Consideramos estéril confundir la fe con creencias religiosas, las cuales ocupan no pocas veces parte considerable de la filosofía en una tarea más que cuestionable. Si, con cierta asiduidad, la religión y la ciencia se han mostrado enfrentadas (a veces, de modo caricaturesco para vergüenza de la religión, aunque no es siempre sea el caso), la espiritualidad que nos ocupa no puede ser ajena al conocimiento; si, como ya hemos dicho, la vida y la filosofía no es reducible al pensamiento científico, éste es un factor primordial a tener en cuenta en aras de las explicaciones causales. Traemos ahora a colación una frase de Kant: "La ciencia es la organización del conocimiento, pero la sabiduría es la organización de la vida". La espiritualidad que reclamamos tiene mucho que ver con la ciencia y, especialmente, con la sabiduría.

La espiritualidad que estamos teorizando, de manera amplia y potente, debe ser constantemente puesta a prueba con los hechos. Solo a través de la práctica pueden demostrarse los más nobles valores y sentimientos humanos; dejando a un lado un mundo frívolo, es necesario el desarrollo espiritual mediante la repetición de actos nobles en el quehacer humano; esta actitud y esta práctica, como es sabido y resulta lógico, acaba repercutiendo también en la conciencia y en los sentimientos. No estamos hablando de ingenuidad ni de una bondad aparente, ya que consideramos que es necesaria esa constante profundización en los asuntos humanos para una actuación racional y ética (dos herramientas esenciales para nuestro concepto de la espiritualidad); existen personas con mejor o peor intención, mediocres o brillantes, pero esas capacidades existen en potencia en la condición humana; el desarrollo de su "espiritualidad" dependerá entonces de ellos junto a una serie de factores ambientales (no lo dejemos nunca de lado). En cualquier caso, la espiritualidad no está restringida a unos pocos, tal y como se han empeñado las religiones con sus santos y gurús; a propósito de esto, nada tiene que ver la espiritualidad con la renuncia a los placeres terrenales, con el ascetismo o con el aislamiento. Más bien, el disfrute de la vida, también en sociedad, es condición indispensable para todo desarrollo espiritual; otro motivo para oponerse a ciertas creencias. La espiritualidad no es, ni más ni menos, el intento de mejorar a nivel personal y de hacerlo también con el entorno social.

A pesar de todo el contenido que hemos pretendido dar a nuestro concepto de espiritualidad, todavía hay que señalar su uso por demasiado farsante; del mismo modo, el deseo de asociar el término a los más bellos sentimientos humanos no quita que tantas veces se vincule con el mero sentimentalismo más bien vacío de contenido. Es necesario, por lo tanto, tratar de otorgar ese contenido a la espiritualidad, identificado en suma con un potente humanismo racional y secular; todo ello para evitar que las personas, frente a un mundo político y socioeconómico pobre, frívolo y egoísta, caigan en las más absurdas creencias espirituales.

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