domingo, 19 de diciembre de 2021

Modernidad y posmodernidad, la tensión libertaria

Hace ya varias décadas que viene hablándose de una época posmoderna. ¿Es verdaderamente así? ¿Son disquisiciones de los filósofos o puede hablarse de una nueva era en que la que se han producido cambios radicales? Personalmente, es algo que me trae de cabeza desde hace tiempo y la respuesta no es sencilla. Por un lado, considero que las premisas de la modernidad siguen vigentes, por otro, es cierto que el mundo se ha transformado ferozmente en muchos aspectos y merece la pena, al menos, que reflexionemos sobre el asunto.

En primer lugar, no resulta preciso establecer los límites en las diferentes etapas históricas. Ni la modernidad se formó en un momento concreto de la historia, ni mucho menos podemos darla por periclitada tan fácilmente. Hay veces que se establece para el inicio de la modernidad la Ilustración del siglo XVIII, pero el nuevo discurso de la racionalidad científica empezó a formarse en Europa ya en el siglo XV con el descubrimiento de la imprenta, de las artes navegatorias y del Nuevo Mundo. Dicho de otro modo, la modernidad nace con un conjunto de innovaciones tecnológicas, que con el paso del tiempo darán lugar a las revoluciones industriales y al modo de producción capitalista. Tomás Ibáñez, en su ensayo "De la modernidad a la posmodernidad", llama la atención sobre lo que se denomina "tecnologías de la inteligencia"; es decir, aquellas que posibilitan ciertas operaciones de pensamiento inéditas hasta su descubrimiento. Ejemplos de estas tecnologías de la inteligencia son la escritura o la imprenta, por lo que la modernidad sería impensable sin la existencia de los libros impresos y todo lo que ello implica. La razón científica moderna, con su idea de la objetividad, se alimenta de la representación presente en los libros. A mediados del siglo XX, con la aparición del ordenador y el tratamiento electrónico de la información, llega otra tecnología con un gran y determinante efecto social.


Son varios los elementos que constituyen el discurso o la ideología de la modernidad, que como hemos dicho empezó a formarse claramente con la filosofía ilustrada. En primer lugar, la confianza exacerbada en la razón, hasta el punto que se observa la historia como un progreso paulatino hacia la conquista de la racionalidad (se identifica la razón con la emancipación y la libertad). En segundo lugar, una identificación de la representación del conocimiento con la realidad; la ideología de la modernidad cree que es posible trasladar el plano de lo real al plano del conocimiento de forma fiel y fiable. Otra característica importante del discurso de la modernidad es que tiene pretensiones universales, válidos para todos los seres humanos en cualquier lugar y momento; la verdad y los valores tendrían fundamentos seguros y válidos. También, la ideología que surge de la modernidad afirma que el sujeto, junto a su conciencia, es autónomo y puede llegar a ser dueño de su propia historia. Hay que mencionar también el humanismo, según el cual existiría cierta naturaleza humana, algo que chirría especialmente a los filósofos posmodernos. El individualismo también surgirá como ideología; la comunidad pasa a un segundo plano y será el sujeto de derecho la unidad constitutiva de lo social. La novedad en la modernidad será que los vínculos sociales se fundamentarán en los derechos y los intereses de los individuos, por lo que las obligaciones impuestas solo se justifican si se preservan aquellos.

Un aspecto primordial en la modernidad será también la idea del progreso, de tal manera que el presente se ve supeditado al futuro; así, la historia puede ser dirigida por el ser humano gracias a la razón. Llegamos así a un proceso teleológico moderno que sustituye a la tradicional escatología cristiana, la historia nos conducirá hacia un final feliz en el que no exista el sufrimiento. Hay que decir que la modernidad es un proceso de secularización, con evidentes adelantos al dejar a un lado el oscurantismo religioso; no obstante, aunque se habla de la muerte de Dios, en realidad se ve sustituido por otros conceptos mayúsculos: la Razón, los Valores, la Verdad… Los efectos, para los críticos con la modernidad, son muy similares: se acaba con Dios, pero no se destruye el trono y en él se sientan otros principios absolutos igualmente perniciosos. En la modernidad, también, se inventa la idea de 'pueblo' y de soberanía popular, fuente que legitima a todo gobierno legítimo. Así, el modelo político será la democracia, supuestamente participativa y legitimadora del poder. Los gobernantes mencionarán una y otra vez los valores de la modernización, aquellos que toda nación debe seguir. A nivel económico y social, se buscará un incremento de la racionalización con una terminología que todos podemos leer en los periódicos sin entenderla demasiado bien. El desarrollo de la industrialización, con la integración laboral de todos los miembros de la sociedad, es otro de los rasgos mencionables de la modernidad; el trabajo parecer ser lo que dignifica nuestra existencia, algo que muchos ya ponen en cuestión y las circunstancias parecen acompañarles. En definitiva, junto a obvios adelantes sociales, la modernidad ha tenido también costos evidentes, con gran parte de las poblaciones marginadas y una intolerable colonización, que adoptaba nuevas formas y legitimación.

¿Qué hay de la posmodernidad? Al igual que la época moderna, cuyos límites podemos establecer ya bastante fielmente, también la posmodernidad tiene unos rasgos y genera una ideología, aunque bien es verdad que todavía de manera difusa. Si fue la imprenta la que dio el pistoletazo de salida a la modernidad, otra tecnología de la inteligencia lo hizo con la posmodernidad: el procesamiento electrónico de la información. La informática ha transformado radicalmente las comunicaciones, ha acelerado la globalización y ha ayudado a la creación de un nuevo orden económico. En la época posmoderna, todo fluye a un ritmo vertiginoso, la aceleración en todos los ámbitos de la vida es uno de sus rasgos más evidentes; además, todo parece envejecer muy rápidamente, la llamada obsolescencia, pero no solo a nivel industrial, sino en todos los fenómenos de la vida y del trabajo. De esta manera, no puede darse esa identidad permanente y fiable del pasado, legitimada en la modernidad en base al trabajo, ya que todo fluye y ya nada tiene apenas sentido. Si queremos definir rápidamente la ideología posmoderna, diremos que se establece claramente por oposición a todo lo presente en la modernidad. La razón moderna, con sus pretensiones emancipadoras, es advertida por la posmodernidad como totalitaria: se acaba con la diferencia, en el sentido de la diversidad y la singularidad que se manifiestan en todos los ámbitos de la vida, con el afán de ordenar, clasificar, universalizar y unificar. Como dijimos anteriormente, se destruye presuntamente a Dios, pero los efectos son los mismos en nombre de otros conceptos absolutos. La idea del progreso, de una visión finalista en la historia, no tiene ya sentido en la posmodernidad; no hay camino preestablecido ni ninguna guía fiable (como la razón) para orientarnos hacia un futuro de libertad y felicidad. Al comprobarse que ese convencimiento en el futuro se viene abajo, si ninguna escatología a la que aferrarse, mucha gente se ha visto desprotegida y ha buscado refugio en nuevas trascendencias. Ello explica la proliferación de sectas y esoterismos, así como la aceptación del pensamiento mágico y sobrenatural. Hay cierto gusto por los acontecimientos extraordinarios, algo impulsado por la falta de expectativas racionales y predecibles; es algo que podemos comprobar en las continuas manifestaciones culturales de masas, como es el caso del cine, se busca lo extraordinario, aunque sea catastrófico.

¿Motivos para la desesperanza? En primer lugar, diremos que es importante comprender los rasgos de esta época posmoderna, aunque no esté terminada de configurar y muchas de las premisas de lo modernidad permanezcan de algún modo. Por otro lado, aunque las promesas emancipadoras modernas sean muy reivindicables, algunas críticas posmodernas al totalitarismo son más que asumibles. Lo hemos expresado en otras ocasiones como una tensión entre las dos épocas, buscando un mayor horizonte para la razón teniendo en cuenta también la ética y la diversidad social, que propugna el anarquismo. Desde un punto de vista libertario, ese escepticismo político que caracteriza a la posmodernidad, con la falta de legitimidad cada vez mayor para cualquier forma de gobierno, es un horizonte bastante halagüeño. Por supuesto, la dominación y legitimación del poder que trajo la modernidad, objeto ya de críticas por parte del anarquismo, puede tener formas innovadoras en la posmodernidad. De ahí que tengamos que estar atentos para comprender las nuevas realidad sociales y cómo afecta a nuestra subjetividad, a nuestro modo de pensar y actuar.

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