Insistimos, una vez más, que el anarquismo no es una mera ideología, mucho menos una doctrina relegada al pasado; su fuerza, su sentido eminentemente actual, práctico y realista, estriba en ser más una postura ética ante la compleja realidad humana, una determinada lógica vital y afectiva ante las diferentes situaciones y acontecimientos.
A propósito de la reciente crítica sobre la película del joven Marx, merece la pena realizar unas reflexiones sobre la posibilidad emancipadora actual enfrentada a las tradiciones revolucionarias modernas. Hoy, mucho más si se sigue tomando como un dogma o una verdad científica, el marxismo en sus diferentes versiones debe ser cuestionado. Es más, todo lo que hay de válido en autores marxistas se debe a que se vieron obligados a revisar y adaptar la doctrina y, esto es mi opinión, acercarse en gran medida a las propuestas libertarias. El anarquismo, en cualquier caso, no debió verse ni convertirse nunca en una doctrina o ideología, de tal manera que sus propuestas autogestoras y de rechazo al poder aparecen con fuerza en los movimientos sociales recientes. Si alguien piensa que las ideas anarquistas tienen algún sentido al margen de esas prácticas vitales transformadoras, lo está relegando a las páginas de la historia, la cual nos inspira por supuesto, pero no debe empujarnos a alguna forma de ortodoxia ni hacernos recrear en, únicamente, un bello ideal. Y es que el anarquismo no es, como dice Daniel Colson, una utopía, bella pero irrealizable; es más, en su afán por indagar y potenciar al máximo la vida humana y las relaciones sociales, se le puede considerar como extremadamente realista. El orden impuesto preconizado por Estados y religiones, ese es el verdaderamente utópico, ya que nos mantiene en una realidad permanentemente caótica. Desgraciadamente, en el imaginario popular, a pesar de los numeroso males sociales y de las periódicas crisis, ha calado esa visión de la necesidad de un orden impuesto basado en la jerarquización social y de la imposibilidad de cualquier posibilidad emancipadora.
En ese mismo imaginario, aparece el anarquismo distorsionado, bien como algo superado por la historia, bien como un sueño sin ningún apego con la realidad. No ayuda demasiado la posición de algunos libertarios al pretender mantener el anarquismo puro según unos supuestos principios preestablecidos o un programa idea. Si así lo hacemos, tal vez no nos diferenciamos demasiado de cualquier otra doctrina, sea ideología política o creencia religiosa. El anarquismo solo tiene sentido en sus prácticas, con ese permanente realismo al que aludíamos anteriormente, no por adaptar a la realidad unas ideas previas, sino por mantener una postura ética ante una realidad permanentemente mutable. A diferencia de otras tradiciones emancipadoras, las ideas libertarias no nacen de la cabeza de ciertos pensadores, por mucho que nos agrade su lectura; se trata más bien de una retroalimentación, son los acontecimientos vitales los que empujan a tantas personas a abrazar las ideas libertarias. El pensamiento se alimenta de la realidad y la realidad del pensamiento. Se trata de una evolución constante, un permanente cambio en la vida en busca de la libertad; si se produce el estatismo, por acomodo a una vida subordinada en la que solo podemos ser dominados o dominadores, si se deja además de pensar, entonces la emancipación no tiene cabida.
Por lo tanto, el anarquismo se manifiesta, desde sus mismos orígenes modernos en la Primera Internacional, como algo vivo, como una visión de la vida y unas prácticas (libertarias, antiautoritarias…) que le dieron forma y sentido. Hoy, debe seguir manteniéndose vivo de la misma manera, más por una cuestión vital que ideológica. Es más, en el pensamiento de los autores modernos, como Proudhon, Bakunin o Kropotkin, ya se produce una teoría afín y complementaria a esas prácticas del movimiento. Desde ese punto de vista, hay que leer a esos pensadores, no para mantener un bello ideal del pasado, sino para tratar de comprender cómo es posible esa actitud libertaria en el presente.La actitud libertaria no está sustentada en dogmas, en verdades dadas para siempre, ni en principios abstractos, sino en una evaluación práctica y espontánea de la realidad basada en una determinadas ideas: no dominación, solidaridad, ayuda mutua… Cada vez tenemos que estar más de acuerdo con esa definición de anarquismo, no como un conjunto de ideas (aunque, obviamente, también se alimenta de un rico corpus), sino como una ética en el sentido de una determinada lógica del comportamiento y de los sentimientos; como dice Colson, “un sentido práctico, que proviene de las cosas, los acontecimientos y la situaciones”. Desde ese punto de vista, resulta muy coherente considerar al anarquismo como eminentemente práctico y realista.
A propósito de la reciente crítica sobre la película del joven Marx, merece la pena realizar unas reflexiones sobre la posibilidad emancipadora actual enfrentada a las tradiciones revolucionarias modernas. Hoy, mucho más si se sigue tomando como un dogma o una verdad científica, el marxismo en sus diferentes versiones debe ser cuestionado. Es más, todo lo que hay de válido en autores marxistas se debe a que se vieron obligados a revisar y adaptar la doctrina y, esto es mi opinión, acercarse en gran medida a las propuestas libertarias. El anarquismo, en cualquier caso, no debió verse ni convertirse nunca en una doctrina o ideología, de tal manera que sus propuestas autogestoras y de rechazo al poder aparecen con fuerza en los movimientos sociales recientes. Si alguien piensa que las ideas anarquistas tienen algún sentido al margen de esas prácticas vitales transformadoras, lo está relegando a las páginas de la historia, la cual nos inspira por supuesto, pero no debe empujarnos a alguna forma de ortodoxia ni hacernos recrear en, únicamente, un bello ideal. Y es que el anarquismo no es, como dice Daniel Colson, una utopía, bella pero irrealizable; es más, en su afán por indagar y potenciar al máximo la vida humana y las relaciones sociales, se le puede considerar como extremadamente realista. El orden impuesto preconizado por Estados y religiones, ese es el verdaderamente utópico, ya que nos mantiene en una realidad permanentemente caótica. Desgraciadamente, en el imaginario popular, a pesar de los numeroso males sociales y de las periódicas crisis, ha calado esa visión de la necesidad de un orden impuesto basado en la jerarquización social y de la imposibilidad de cualquier posibilidad emancipadora.
En ese mismo imaginario, aparece el anarquismo distorsionado, bien como algo superado por la historia, bien como un sueño sin ningún apego con la realidad. No ayuda demasiado la posición de algunos libertarios al pretender mantener el anarquismo puro según unos supuestos principios preestablecidos o un programa idea. Si así lo hacemos, tal vez no nos diferenciamos demasiado de cualquier otra doctrina, sea ideología política o creencia religiosa. El anarquismo solo tiene sentido en sus prácticas, con ese permanente realismo al que aludíamos anteriormente, no por adaptar a la realidad unas ideas previas, sino por mantener una postura ética ante una realidad permanentemente mutable. A diferencia de otras tradiciones emancipadoras, las ideas libertarias no nacen de la cabeza de ciertos pensadores, por mucho que nos agrade su lectura; se trata más bien de una retroalimentación, son los acontecimientos vitales los que empujan a tantas personas a abrazar las ideas libertarias. El pensamiento se alimenta de la realidad y la realidad del pensamiento. Se trata de una evolución constante, un permanente cambio en la vida en busca de la libertad; si se produce el estatismo, por acomodo a una vida subordinada en la que solo podemos ser dominados o dominadores, si se deja además de pensar, entonces la emancipación no tiene cabida.
Por lo tanto, el anarquismo se manifiesta, desde sus mismos orígenes modernos en la Primera Internacional, como algo vivo, como una visión de la vida y unas prácticas (libertarias, antiautoritarias…) que le dieron forma y sentido. Hoy, debe seguir manteniéndose vivo de la misma manera, más por una cuestión vital que ideológica. Es más, en el pensamiento de los autores modernos, como Proudhon, Bakunin o Kropotkin, ya se produce una teoría afín y complementaria a esas prácticas del movimiento. Desde ese punto de vista, hay que leer a esos pensadores, no para mantener un bello ideal del pasado, sino para tratar de comprender cómo es posible esa actitud libertaria en el presente.La actitud libertaria no está sustentada en dogmas, en verdades dadas para siempre, ni en principios abstractos, sino en una evaluación práctica y espontánea de la realidad basada en una determinadas ideas: no dominación, solidaridad, ayuda mutua… Cada vez tenemos que estar más de acuerdo con esa definición de anarquismo, no como un conjunto de ideas (aunque, obviamente, también se alimenta de un rico corpus), sino como una ética en el sentido de una determinada lógica del comportamiento y de los sentimientos; como dice Colson, “un sentido práctico, que proviene de las cosas, los acontecimientos y la situaciones”. Desde ese punto de vista, resulta muy coherente considerar al anarquismo como eminentemente práctico y realista.
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