Al leer el interesante libro Desierto. Posibilidades para la libertad y lo salvaje en un mundo en colapso, con cuyo análisis y posturas podemos estar o no de acuerdo, especialmente por su marcado tono apocalíptico, se suscitan unas cuestiones primordiales para un auténtica transformación social y ecológica.
En primer lugar, la cuestión primordial de la “revolución”, entendida como un gran acontecimiento que todo lo cambie para que la humanidad se definitivamente libre y el mundo sea "salvado" también a nivel ecológico. Este evento, en el que todos creemos y deseamos fervientemente, puede que ocurra algún día, o tal vez no, pero nuestra preocupación fundamental debería ser e el aquí y el ahora, que es el que queramos cambiar para no perpetuar el sufrimiento. La creencia en esa revolución con mayúsculas, con una fe inquebrantable, que no difiere tal vez demasiado de la religiosa, a mi modo de ver las cosas, limita bastante el activismo social y político. Una cosa es nuestro deseo revolucionario y otra muy distinta la visión de la revolución como un gran relato escatológico, con un final feliz, heredero en mayor o en menor medida la Modernidad. No se trata de tener esa fe revolucionaria o, en el otro extremo, caer en la desesperanza observando la realidad que tenemos, sino de comprender, desde una postura anarquista, que el activismo y la conciencia poseen un marcado carácter plural y diverso. El dogmatismo, las visiones inamovibles, la creencia en grandes organizaciones (¿libertarias?) que conduzcan a la humanidad hacia la emancipación, son a mi modo de ver las cosas una intolerable rémora para cambiar nuestra realidad o, al menos, resistirse a ella.
El concepto de revolución social resulta primordial en la modernidad, desarrollada en el siglo XIX, y la necesidad histórica, en mayor o en menor medida, impregna las dos grandes ideologías surgidas en aquella época: liberalismo y socialismo. Es cierto que los anarquistas fueron con seguridad los que más se resistieron a esa suerte de determinismo histórico, viendo el cambio social más como resultante de unas prácticas innovadoras en todos los ámbitos de la vida. Es esa herencia la que deberíamos recoger los anarquistas de hoy, en lugar de seguir adorando visiones revolucionarias clásicas, por muy libertarias que se presenten. Los libertarios sabemos que el supuesto progreso, la revolución tecnológica, no está puesta al servicio de la liberación de la humanidad, por no hablar de los desmanes ecológicos, pero es una creencia muy arraigada en la gente de a pie la de que “algo se avanza”. Esta “creencia” en el cambio progresivo, más o menos reformista o revolucionaria, incluso libertaria, es tal vez las dos caras de la misma moneda. Una clase social como eminente sujeto protagonista de la revolución, se llame proletariado o de otra manera, es algo ya perteneciente al pasado. Por supuesto que los trabajadores, los explotados, deberían ser parte importante del cambio social libertario. Sin embargo, no tener en cuenta a otros estratos sociales, a los jóvenes, a los marginados de diferente índole, a personas de diferente condición sexual o de vida cultura alternativa, es un gran error. Si los movimientos sociales libertarios no resultan lo suficientemente atractivos, o no poseen la fuerza suficiente para atraer a todos estas personas, es algo digno también de análisis y de autocrítica.
Como ya se ha dicho, la noción de progreso entendido como una creencia religiosa, como una especie de mantra repetido, es algo que forma parte de la sociedad moderna, al menos de la occidental. Es muy posible que la idea de que, de un modo u otro, la revolución libertaria llegará algún día forme parte también de ese paradigma. Si los autores posmodernos nos advierten del sustrato religioso y dogmático de la modernidad, época en la que paradójicamente debió apartarse la religión para siempre, los libertarios deberíamos al menos tener en cuenta y ser muy críticos con esta herencia, obvia, del anarquismo clásico. Espero que se entiendan mis palabras, las de alguien que en alguna ocasión, por este blog, ha recibido etiquetas cercanas a la visión ilustrada del anarquismo. Sea esto cierto o no, que tampoco me preocupa lo más mínimo, la cuestión es que nuestro conocimiento y conciencia no deberían permanecer estancados; la tentación dogmática, desgraciadamente, se produce en todos los ámbitos humanos máxime si queremos reducir el anarquismo a una mera ideología. Ese inmovilismo dogmático es, tal vez, más pernicioso cuando se refugia en una retórica libertaria.
Seguir propagando que es necesario abolir el Estado, el capitalismo y la religión, si no es únicamente la expresión de un deseo, puede ser terriblemente pernicioso como una visión del todo o nada. Debería ser una realidad obvia, comprendida por el común de los mortales, que el sistema capitalista, los Estados y las organizaciones religiosas nos mantienen en un desastre considerable, sustentada perniciosamente por esa creencia en el progreso como fuerte paradigma. La cuestión es cómo variar el rumbo de esta situación mediante prácticas radicalmente innovadoras aquí y ahora, no como parte de un futuro más o menos lejano, que tal vez no llegue nunca en forma de gran revolución. Solo conduce al cinismo y la desesperanza perder esa fe revolucionaria dogmática, abandonando ese gran movimiento u organización que conducirá a un mañana esplendoroso. Sin embargo, no debería haber motivos para el abandono ni el desaliento, con una irreductible conciencia libertaria e innovadora, si observamos que los grupo anarquistas surgen una y otra vez, incluso en lugares sin apenas tradición libertaria. Es comprender el anarquismo como algo diverso, como una resistencia permanente frente al poder y un deseo poderoso de un modo de vida diferente, libre y solidario en un sentido amplio. Es posible que no se produzca un gran evento revolucionario que todo lo cambie para siempre, pero el cambio social y cultural puede producirse, y se produce, en distintos lugares y en diferentes niveles.
En primer lugar, la cuestión primordial de la “revolución”, entendida como un gran acontecimiento que todo lo cambie para que la humanidad se definitivamente libre y el mundo sea "salvado" también a nivel ecológico. Este evento, en el que todos creemos y deseamos fervientemente, puede que ocurra algún día, o tal vez no, pero nuestra preocupación fundamental debería ser e el aquí y el ahora, que es el que queramos cambiar para no perpetuar el sufrimiento. La creencia en esa revolución con mayúsculas, con una fe inquebrantable, que no difiere tal vez demasiado de la religiosa, a mi modo de ver las cosas, limita bastante el activismo social y político. Una cosa es nuestro deseo revolucionario y otra muy distinta la visión de la revolución como un gran relato escatológico, con un final feliz, heredero en mayor o en menor medida la Modernidad. No se trata de tener esa fe revolucionaria o, en el otro extremo, caer en la desesperanza observando la realidad que tenemos, sino de comprender, desde una postura anarquista, que el activismo y la conciencia poseen un marcado carácter plural y diverso. El dogmatismo, las visiones inamovibles, la creencia en grandes organizaciones (¿libertarias?) que conduzcan a la humanidad hacia la emancipación, son a mi modo de ver las cosas una intolerable rémora para cambiar nuestra realidad o, al menos, resistirse a ella.
El concepto de revolución social resulta primordial en la modernidad, desarrollada en el siglo XIX, y la necesidad histórica, en mayor o en menor medida, impregna las dos grandes ideologías surgidas en aquella época: liberalismo y socialismo. Es cierto que los anarquistas fueron con seguridad los que más se resistieron a esa suerte de determinismo histórico, viendo el cambio social más como resultante de unas prácticas innovadoras en todos los ámbitos de la vida. Es esa herencia la que deberíamos recoger los anarquistas de hoy, en lugar de seguir adorando visiones revolucionarias clásicas, por muy libertarias que se presenten. Los libertarios sabemos que el supuesto progreso, la revolución tecnológica, no está puesta al servicio de la liberación de la humanidad, por no hablar de los desmanes ecológicos, pero es una creencia muy arraigada en la gente de a pie la de que “algo se avanza”. Esta “creencia” en el cambio progresivo, más o menos reformista o revolucionaria, incluso libertaria, es tal vez las dos caras de la misma moneda. Una clase social como eminente sujeto protagonista de la revolución, se llame proletariado o de otra manera, es algo ya perteneciente al pasado. Por supuesto que los trabajadores, los explotados, deberían ser parte importante del cambio social libertario. Sin embargo, no tener en cuenta a otros estratos sociales, a los jóvenes, a los marginados de diferente índole, a personas de diferente condición sexual o de vida cultura alternativa, es un gran error. Si los movimientos sociales libertarios no resultan lo suficientemente atractivos, o no poseen la fuerza suficiente para atraer a todos estas personas, es algo digno también de análisis y de autocrítica.
Como ya se ha dicho, la noción de progreso entendido como una creencia religiosa, como una especie de mantra repetido, es algo que forma parte de la sociedad moderna, al menos de la occidental. Es muy posible que la idea de que, de un modo u otro, la revolución libertaria llegará algún día forme parte también de ese paradigma. Si los autores posmodernos nos advierten del sustrato religioso y dogmático de la modernidad, época en la que paradójicamente debió apartarse la religión para siempre, los libertarios deberíamos al menos tener en cuenta y ser muy críticos con esta herencia, obvia, del anarquismo clásico. Espero que se entiendan mis palabras, las de alguien que en alguna ocasión, por este blog, ha recibido etiquetas cercanas a la visión ilustrada del anarquismo. Sea esto cierto o no, que tampoco me preocupa lo más mínimo, la cuestión es que nuestro conocimiento y conciencia no deberían permanecer estancados; la tentación dogmática, desgraciadamente, se produce en todos los ámbitos humanos máxime si queremos reducir el anarquismo a una mera ideología. Ese inmovilismo dogmático es, tal vez, más pernicioso cuando se refugia en una retórica libertaria.
Seguir propagando que es necesario abolir el Estado, el capitalismo y la religión, si no es únicamente la expresión de un deseo, puede ser terriblemente pernicioso como una visión del todo o nada. Debería ser una realidad obvia, comprendida por el común de los mortales, que el sistema capitalista, los Estados y las organizaciones religiosas nos mantienen en un desastre considerable, sustentada perniciosamente por esa creencia en el progreso como fuerte paradigma. La cuestión es cómo variar el rumbo de esta situación mediante prácticas radicalmente innovadoras aquí y ahora, no como parte de un futuro más o menos lejano, que tal vez no llegue nunca en forma de gran revolución. Solo conduce al cinismo y la desesperanza perder esa fe revolucionaria dogmática, abandonando ese gran movimiento u organización que conducirá a un mañana esplendoroso. Sin embargo, no debería haber motivos para el abandono ni el desaliento, con una irreductible conciencia libertaria e innovadora, si observamos que los grupo anarquistas surgen una y otra vez, incluso en lugares sin apenas tradición libertaria. Es comprender el anarquismo como algo diverso, como una resistencia permanente frente al poder y un deseo poderoso de un modo de vida diferente, libre y solidario en un sentido amplio. Es posible que no se produzca un gran evento revolucionario que todo lo cambie para siempre, pero el cambio social y cultural puede producirse, y se produce, en distintos lugares y en diferentes niveles.
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