viernes, 2 de mayo de 2008

Nación, ¿qué nación?

A propósito del segundo centenario del 2 de mayo (como me comentó un compañero de curro, dan ganas de salir a la calle con una bandera gabacha), oigo a cierto historiador reflexionar sobre la nación española y mencionar la frase atribuida a Renan "la nación es un plebiscito diario". Bueno, apartándome de la antipatía que me provoca el término "nacional" y sus derivados, creo que el pensamiento anarquista podría subscribir dicha frase. Una nación (entendida, a priori, como conjunto de personas con un origen y una tradición comunes) debe ser un constructo sujeto a continua revisión (nada de identidades raciales ni lingüísticas ni demás mierdas), que fomentará la universalización del concepto (la fraternidad, concepto socialista decimonónico que seguimos aceptando como aspiración universal, en necesario equilibrio con los otros dos valores de la tríada). Como yo no conozco ninguna nación que pretenda tal cosa y no se encierre política y socialmente en sí misma, derivando en algún odioso "ismo", pues me permito seguir luchando contra el concepto y reclamar también los valores internacionalistas del socialismo fundacional (antiautoritario, ojo). Sí, sé que estamos en el siglo XXI, pero si aquí las "cabezas pensantes" reivindican ahora el supuesto liberalismo (defenestrado enseguida) que pretendía la Constitución nacida de las Cortes de Cádiz, a mí me da la gana de señalar la hipocresía que esconden estos modernos liberales (el capitalismo traiciona el respeto a la libertad individual al generar desigualdad, dos conceptos que la tradición libertaria siempre ha reclamado como entrelazados socialmente), recuerdo el liberalismo radical que anida en el anarquismo, equilibrado con su raíz socialista (un socialismo sujeto, por supuesto, a revisión, pero con unos presupuestos válidos). El concepto de propiedad, que el liberalismo reclama como necesario para el desarrollo personal, no tiene una lectura única en los diferentes anarquismos. Se trata de aspirar a la plena justicia social, es decir al libre desarrollo de cada individuo, por lo que los límites de la propiedad privada (al igual que los de la libertad) solo pueden estar establecidos por los derechos del otro. En definitiva, parafraseando a Renan, "la sociedad (nos olvidamos de la nación y sus celebraciones) debe ser un plebiscito diario".

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