domingo, 31 de octubre de 2010

El individuo, la sociedad y el progreso

Herbert Read se cuestionaba cuál puede ser la medida del progreso humano. Estar o no en esa línea de perfeccionamiento no apartaba el hecho de establecer esa medida, ya que hasta para llegar a una conclusión negativa es necesario tenerla. Read sí consideraba que se había producido cierta coherencia social en la evolución humana. En los albores, el hombre se organizaba en grupos que fueron transformándose: hordas primitivas, tribus nómadas, poblaciones sedentarias, comunidades, ciudades, naciones... A medida que esos grupos incrementaban su número, riqueza e inteligencia iban subdividiéndose en agrupaciones especializadas como clases sociales, sectas religiosas, asociaciones eruditas y gremios profesionales. No quiere decir Read que esta complejidad en la articulación de la sociedad constituya un síntoma de progreso, ya que se trata de marcar un camino cuantitativo, pero sí implica una división de los hombre acorde con sus facultades innatas (bien dirigidas a tareas físicas, bien a labores que demanden habilidad o sensibilidad) con el fin de una vida comunitaria cualitativamente mejor.

Los grupos dentro de una sociedad pueden distinguirse buscando la analogía con un ejército o con una orquesta, siendo en ese caso un cuerpo único constituido por unidades impersonales, o como una asociación temporal de individuos separados para defender unos intereses comunes. El primer tipo de grupo, el que puede compararse más explicitamente con un ejército, es el más primitivo. El segundo tipo, el compuesto por individuos activos y conscientes que desean defender sus intereses comunes, aparece más tarde en la historia de las sociedades humanas. Está muy clara la tesis de Herbert Read: en las formas más primitivas de la sociedad, el individuo es simplemente una unidad, y en las más evolucionadas constituye una personalidad independiente. Por lo tanto, Read propone una medida del progreso según el grado de diferenciación dentro de una sociedad: para el individuo la vida solo puede ser gris, limitada y mecánica si únicamente es una unidad en una masa colectiva; por el contrario, si es por sí mismo una individualidad con el espacio adecuado para desarrollar sus potencialidades, aunque pueda ser más víctima del azar o de la eventualidad en ese caso, sí puede al menos expresarse y expansionarse.

Al día de hoy, esta sencilla división de Read, aunque muy bellamente expresada, se mantiene y muchos hombres parecen ser contradictorios entre sus deseos de una personalidad independiente y una práctica gregaria de lo más elemental. La explicación no parece tampoco muy compleja, un determinismo económico, aunque en parte también sicológico, hace caer a las personas en una vida rutinaria y servil, y se busca refugio y seguridad en el número. Es una cuestión que nos remite a la ya antigua cuestión del porqué de la servidumbre voluntaria, el aparente deseo de formar parte de un rebaño dirigido, siendo posible encontrar más respuestas al día de hoy. La respuesta a la que llega Read en la cuestión de la medida del progreso humano es clara: solo puede hablarse de progreso en la medida en que el esclavo es liberado y la personalidad diferenciada. Una felicidad, solo aparente y fútil, que puede ser la del esclavo, no es suficiente. Por ello, el progreso se mide por un incremento cualitativo de la experiencia humana, por una profundización en el significado y perspectiva de la existencia humana, por otorgar una mayor horizonte a los valores de los seres humanos. Si podemos hablar de una civilización avanzada, no lo será por su riqueza material o su poderío militar, lo será por la calidad y la obra de sus filósofos, poetas y artistas.

Read hila todavía más fino y establece la medida del progreso en la diferenciación cualitativa del individuo en el seno de de una sociedad, que se establece gradualmente hasta convertirlo incluso en la antítesis del grupo (que, por otra parte, es necesario para el bienestar y la seguridad sociales). Este progreso no se habría producido de forma líneal en la historia, solo en algunos momentos y a pesar de los errores y la confusión de la época, como en la Antigua Grecia o en el Renacimiento europeo, se despertaba la conciencia de que el valor de una civilización depende de la libertad y diversidad de los individuos que la componen. La relación entre el individuo y el grupo, sobre ella pivota la historia y la existencia humanas, y solo se bloquea cuando se establecen códigos en la vida social y orgánica, y se establecen la convención, la conformidad y la disciplina.

jueves, 28 de octubre de 2010

Diseño de portada para el periódico anarquista Tierra y libertad del mes de noviembre, en el que se recuerda el centenario del bueno de León Tostói (¡qué gran escritor, qué gran persona, y lo que debió sufrir el pobre!). ¡Tiene premio poner nombre a todos los rostros!

lunes, 25 de octubre de 2010

El fortalecimiento espiritual como motor histórico

"La historia", en palabras de Rudolf Rocker, "no es otra cosa que el gran dominio de los propósitos humanos". Por lo tanto, cualquier interpretación histórica resulta una cuestión de creencia, puede basarse en probabilidades, pero nunca en certezas. Provocativamente, la idea de una especie de "física social" se coloca al nivel de cualquier seudociencia con aspiraciones precognitivas. No obstante, y como es lógico, una interpretación histórica puede tener ideas importantes, pero la oposición se hace a una visión de la marcha de la historia semejante a la de los hechos físicos o mecánicos. Incluso, esa obstinación en buscar una causalidad fundamental al devenir y al desarrollo histórico, similar a la de las ciencias físicas, es por definición reduccionista al dejar de lado muchas otras causas, junto a sus influencias recíprocas, que han dado lugar a las sociedades. Con Rocker, damos con una crítica feroz a toda visión teleológica de toda la historia, un paso más en las ideas libertarias para afirmar su amplio concepto de la libertad. La mejora de las condiciones sociales obedece a una anhelo humano solo probable, no hay ninguna medición científica a la que tengamos que subordinarnos ni capaz de mostrarnos un camino hacia ningún paraíso.

Solo existe determinismo para el hombre en las leyes físicas, nunca en la vida social, la cual no está sometida a ningún proceso de obligatoriedad y sí a la voluntad y la acción humanas. Si no existen leyes históricas, resulta absurda cualquier teoría sobre el "fin de la historia", que hay que ver únicamente como una confirmación de un determinado statu quo (nuevo artimaña del capitalismo para negar idea alguna que le cuestione). La existencia social es obra del hombre, no está fundada en ninguna instancia que le supere, es una herencia del pasado digna de ser modificada a mejor gracias a la voluntad y acción humanas, y también susceptible de buscar nuevas finalidades. Rocker reconoce como auténticamente revolucionario ese conocimiento, que podría estar inspirada por los nuevos tiempos. El fatalismo, tenga la naturaleza que tenga (política, económica o religiosa), supone siempre lo mismo, una interpretación de los fenómenos sociales según un desarrollo ineludible y, por lo tanto, sacrificar el porvenir al pasado. Rocker denuncia también este fatalismo cuando está revestido de la ciencia, ocupando así el lugar de la teología y cumpliendo la misma finalidad.

El materialismo histórico, sin negar la importancia de las condiciones económicas en una determinada época, no puede apartar muchos otros factores en la conformación de los fenómenos de la vida social. Las fuerzas económicas no son la única causa motriz de los movimientos, existen múltiples factores entrelazados que pueden ser reconocidos, aunque difícilmente calculados por métodos científicos. Para Rocker, la voluntad de poder de individuos y de minorías aparece en la historia con un papel numerosas veces más importante que las condiciones económicas, y de gran influencia en la formación de todos los ámbitos de la vida social. Las conquistas de Alejandro Magno parecían más originadas en la voluptuosidad de poder, que condicionadas por causas económicas; del mismo modo, extendidas durante siglos, las Cruzadas no podían estar solo motivadas por lo económico, millones de personas se dejaron arrastrar por una fe obsesiva, sin desdeñar las razones políticas de dominio; numerosos ejemplos pueden ponerse en Occidente con la Iglesia y su afán de dominio espiritual, político y también económico, pero nunca solo por éste último factor, y del mismo modo no pueden buscarse solo causas económicas en el mundo islámico a la hora de lanzarse a la invasión de España durante siglos.

Rocker demuestra lúcidamente que las condiciones económicas, en el mundo contemporáneo, no son determinantes. El capitalismo, con sus cíclicas crisis, no termina por sucumbir ante la falta de empuje de un nuevo espíritu socialista. Son necesarias en los hombres las condiciones sicológicas y espirituales adecuadas para poder mover la historia, sin que sean suficientes las condiciones económicas por sí solas. Cuando escribe Nacionalismo y cultura, Rocker conocía ya el avance del fascismo, y analizaba las actuaciones de los partidos progresistas y de las organizaciones sindicales provocando el retroceso en derechos y libertades. Las motivaciones en aquellos convulsos tiempos no fueron nunca solo económicas. Y es esa obsesión fatalista por buscar una causa económica en todos los fenómenos sociales la que ha paralizado su fuerza de resistencia y les ha preparado espiritualmente para aceptar el mundo que tienen ante sus ojos y las condiciones en que viven. Rocker reclama una apelación a los sentimientos éticos y de justicia de los hombres, tantas veces distorsionados en la historia y sucumbidos a alguna clase de papanatismo, aunque hayan servido de motor, para poder transformar la sociedad.

Incluso, en la era capitalista moderna considera Rocker que el afán de sometimiento y de dirigir imperios pueden ser más evidentes que las consideraciones puramente económicas o el incremento de las ventajas materiales. Si hay un dicho sobre nuestra época es el de "la falta de valores", el simple anhelo del lucro como motivación humana, que ha ocupado el lugar de cualquier otra inquietud espiritual en el ser humano; la visión de Rocker, sin embargo, resulta tan lúcida como original al señalar a los grandes señores del capitalismo, no solo como representantes del monopolio económico, también con aspiraciones de dominio e influencia y de ejercer el papel de providencia sobre la vida del resto de las personas. En el anarquismo, el fortalecimiento de la conciencia, de un fortalecido y humano sentido de la ética y de la justicia, quiere ayudar a acabar con ese nefasto motor histórico que es la "voluntad de poder".

sábado, 23 de octubre de 2010

El progreso y la voluntad humana

En el anarquismo español, deudor del anarquismo clásico, la fe en el progreso era inquebrantable, pero jamás como un dogma impuesto ni como una creencia ciega. Su visión de la historia unitaria, y el considerar que ésta avanza, fue un principio lógicamente heredado de la ilustración. El progreso histórico consistiría en el progresivo triunfo de la razón y de la libertad, enfrentado a la reacción representante de la ignorancia, los prejuicios y la imposición. Los adelantos técnicos solo podría ponerse al servicio de la humanidad e ir paralelos a una progresiva perfección intelectual, moral e incluso estética. El movimiento libertario hispano en la modernidad fue tremendamente optimista respecto a la idea del progreso, con una visión prácticamente teleológica, pero nunco enfrentado a la voluntad, el deseo ni la acción humanas. Por otra parte, hay que insertar este pensamiento en un contexto muy determinado, considerar que en gran medida las personas están condicionadas por el tiempo que vivieron.

Si hay alguien opuesto a toda suerte determinismo histórico, ese es Errico Malatesta. Cuando alguien habla de condiciones objetivas, de leyes fatales e incontrarrestables en la historia, para que se produzca una revolución, el italiano se esforzaba en hablar de "excitar las voluntades" en el movimiento anarquista. Lúcidamente, Malatesta señalaba la hipocresía de aquellos que afirmaban que algo es imposible, recurriendo a la ciencia y a la filosofía para ello, para cuando algo interesa olvidar toda esa teoría y apelar, primero a la voluntad y el deseo de los demás, más tarde exhaltando el poder. El determinismo, del tipo que fuere, con su principio de causalidad, resultaba rechazable, ya que inserta al hombre en un encadenamiento necesario de hechos sin que se vea capaz de modificarlos y lo acaba convirtiendo en una autómata consciente, su voluntad en una ilusión y la libertad en algo improbable. Malatesta es un hombre que, pensador original o no, se atreve a corregir a los grandes autores y denuncia esos sistemas que parten de la naturaleza y de la necesidad, siguen los métidos racionales y científicos, y acaban llegando a terrenos similares a los de los antiguos con su fatalismo y los teólogos con su providencia. No es posible aunar necesidad con libertad, y cualquier intento al respecto hace aparecer irrisoria cualquiera de las dos nociones.

Malatesta desea la revolución, no se detiene en disquisiciones filosóficas para ello, ni recurre a visiones trascendentes ni idealizadas. Si la transformación social es necesaria, lo es porque el mundo sociopolítico que ha creado el hombre es cruel e injusto, y hay que recurrir a la voluntad y a la acción humanas para modificarlo. El cómo se produciría esa revolución, según Malatesta, lo dejaremos para otro texto, centrémonos ahora en la nociones de progreso y de supuestas leyes históricas. El gran motor revolucionario solo puede ser moral, el deseo de liberación y confraternización de todos los seres humanos, un ideal que puede considerarse intemporal; es decir, puede haber mejores o perores condiciones para motivarlo, puede tener sus altibajos, no es lineal, pero permanece siempre en la historia. Tampoco tiene Malatesta una visión determinista o idealizada de la naturaleza; si se producen graves perjuicios sociales no es por la suspensión de unas benévolas leyes naturales, pueden y deben buscarse causas humanas en una forma distorsionada de organización social, la cual puede reproducirse una vez destruida y solo edificando una nueva puede lograrse su erradicación. En definitiva, la historia y la sociedad la construyen los hombres, los cuales no son nunca espectadores pasivos, solo hay que reunir las fuerzas para determinar los acontencimientos más favorables a una causa.

Es Rudolf Rocker, en su monumental obra Nacionalismo y cultura, el que más insiste en la voluntad de poder como una de los estímulos históricos más poderosos para conformar las diversas formas de la sociedad humana. Rocker refuta de forma lúcida ya hace más de 70 años al marxismo, hace inútil cualquier rígida interpretación histórica y señala lo absurdo de explicar todo acontecimiento político y social solo como resultado de las condiciones económicas eventuales. No se niega la importancia de las mismas, algo que ya se conocía antes de Marx, solo se rechazan las "necesidades históricas". No hay que equiparar, según Rocker, las leyes del mundo físico con los acontecimientos de la vida social y humana, ya que no existe ninguna necesidad en ella y, por lo tanto, no es posible calcularla e interpretarlas con métidos científicos. Las intenciones y propósitos de los hombres no pueden confundirse con la necesidad mecánica que habrá en un desarrollo natural, aquellas solo pueden valorarse como resultados de los propios pensamientos y voluntades humanas. No hay ninguna necesidad en lo social, ya hablemos de nociones religiosas, de ética, costumbres, hábitos, tradiciones, leyes, formaciones políticas, concepciones de la propiedad o formas de producción, todo ello son resultados de nuestras finalidades preconcebidas. Por lo tanto, y en palabras textuales de Rocker, toda finalidad humana "es una cuestión de fe, y ésta escapa al cálculo científico".

jueves, 21 de octubre de 2010

Revolucionar las ideas y los temperamentos

No esta demás recordar siempre que Kropotkin, frente a la suerte de determinismo, biológica y/o social, que podía implicar la darwiniana "ley de la supervivencia del más fuerte", sostuvo que un factor tan o más importante que esa ley a lo largo de la historia había sido el "apoyo mutuo" entre individuos de la misma especie. La obra de Kropotkin es hoy más reconocida que en su tiempo, incluyendo a la importante disciplina de la "sicología social". En oposición a una sociedad gubernamental y jerarquizada, Kropotkin considera que el anarquismo ha existido siempre, de manera más o menos desarrollada, en la historia de la humanidad. Según las épocas, una u otra tendencia puede tomar la delantera, y es el ideal libertario el que promueve la evolución. Pero Kropotkin no observa las sociedades primitivas únicamente como germen de una sociedad evolucionada y sujetas a una mera economía de subsistencia; en un comentario que agradaría a Pierre Clastres, el ruso reconoce que hubo un tiempo en que observaba a los "salvajes" de esa manera, pero sus estudios le hicieron cambiar maravillosamente su opinión etnocentrista y ver sociedades de la abundancia con tiempo para el ocio y el placer. Solo gracias al desarrollo del poder político y religioso, o a periodos beligerantes, pudieron caer en la indigencia. Kropotkin solo admite como una sociedad evolucionada aquella en que, gracias al desarrollo de los medios productivos, pueda crear una abundancia de productos agrícolas e industriales y cubrir así las necesidades de todos los individuos. Los críticos del presente a la sociedad industrial hablan de los límites del crecimiento, pero la gran cuestión es si es posible una organización más racional de la sociedad y de la economía junto a un desarrollo industrial sostenible. La respuesta solo puede ser positiva, y las dificultades al respecto no deberían implicar la negación taxativa. La crítica hacia esa concepción del progreso y de la sociedad industrial deberían estar dirigidas hacia el capitalismo, de Estado o liberal, que prima el beneficio económico, insiste en abstracciones frente al producto real del trabajo y supone la explotación y la expoliación global.

Las críticas, posmodernas o de algún otro tipo, a la noción de "progreso" solo pueden estar dirigidas a esa concepción capitalista o una suerte de visión teleológica que ha calado más o menos en las personas. Insistiré, frente al socialdarwinismo, Kropotkin dio a la luz una importante teoría científica y social. Los paradigmas pueden ser muy diferentes a los de esa época en la que existía plena confianza en los postulados de la modernidad, pero igualmente los modelos pueden cambiar gracias al pensamiento, el trabajo y la innovación en ciertos campos. La posmodernidad no puede ser esa visión preescolar que pretenden algunos, que todas las verdades son equiparables, ni por supuesto la mera negación de toda pretensión del conocimiento. Solo resulta admisible el hecho de que no puede existir una verdad con substrato científico para imponer un modo de vida a otros seres humanos, lo que no implica que una ciencia con horizonte amplio, sin generar nuevos dogmas, no se ponga al servicio de las personas (sin ser cultivo para el poder, como sigue ocurriendo en la actualidad; yo sigo viendo Estado y sigo viendo dominación). Se dice que Kropotkin, y su gran obra científica, demostró que la sociedad anarquista es posible. La sociedad anarquista, con su falta de rigidez teórica ni de asideros de ninguna clase, aunque con sus propuestas éticas en todos los ámbitos humanos como gran enseña, es una posibilidad más que puede concretarse sin renunciar al pasado ni insistir en él, aprendiendo de todo ello y creando hilos conductores. No estoy de acuerdo con que el bueno de Kropotkin, o cualquier otro ácrata clásico, sea un lastre, es un poderoso punto de partida.

Kropotkin, junto al resto de los grandes anarquistas, solo observa (si acaso) una ley histórica: la fortaleza de la sociedad civil en detrimento del Estado. No hay una concepción de la historia en ningún sentido, sí una confianza extrema en la revolución y en el progreso, pero con unas propuestas muy concretas de sociedad a edificar. Porque las sociedades humanas, igual que ocurre en la naturaleza, están sujetas a cambios lentos y también a periodos de revolución rápida en una dirección u otra. Lo más importante son las propuestas transformadoras, como recuerda Kropotkin cuando habla de "revolucionar las ideas y los temperamentos", una bella expresión. No hay sujeción a ninguna condición objetiva ni ley histórica, es posible realizar cambios e innovar en cualquier época, transformarnos gracias al pensamiento y encontrando nuevos caminos para la acción. Los que podrían acusarnos de tener la vista en el pasado, son tal vez los mismos que critican o niegan cualquier concepción de progreso, o aquellos que pretenden conservar el presente y diferir los cambios para un inescrutable futuro. Si la acusación es la de portar "ideas ya superadas", el despropósito es aún mayor, ¿somos nosotros los "reaccionarios", lo que criticamos al progreso? Son acusaciones, y juegos de palabras, para las que hay que estar fortalecidas, nuestras propuestas son eminentemente éticas y racionales, algo que mira indiscutiblemente hacia el futuro.

martes, 19 de octubre de 2010

El desarrollo histórico e individual

Bakunin aceptaba que, observando la historia como una guerra de dominio permanente, las teorías de Darwin sobre el mundo orgánica eran correctas. Pero si esa ley, la de la lucha por la existencia, podía ser determinista en la vida animal la gran pregunta es si de igual modo lo es en el mundo humano y social. Por supuesto, la respuesta es negativa. Al igual que Marx, Bakunin pensaba que todas las guerras tienen una motivación primordialmente económica. Sus palabras tienen una innegable actualidad, a comienzos de un siglo XXI en el que los conflictos bélicos permanecen, cuando afirma que encubiertas bajo la apariencia de la humanidad y del derecho existe la tendencia detrás de ellos por parte de algunas personas de vivir y prosperar a expensas de otros. La apropiación de la riqueza y la explotación del trabajo ajeno está detrás de los hombres que dirigen los Estados, y una masa de personas se ven persuadidas por una cháchara de ayuda humanitaria o de instauración de un régimen político más benévolo. Curiosamente, esto que se puede llamar "idealismo político" lo equiparaba Bakunin con el "idealismo religioso", ya que era su aplicación mundana terrenal, ambos igualmente perniciosos.

Las fases del desarrollo histórico, para el anarquista ruso, habrían comenzado con un estado de salvajismo, en el que se daba incluso el canibalismo como animal carnívoro que es el hombre, y habría llegado hasta una época en que la gran aspiración sería la asociación universal, la producción colectiva y la participación de todos en el consumo de la riqueza. Entre ambos polos, se produce una gran tragedia que todavía perdura, con las etapas de la esclavitud, la servidumbre y la servidumbre a sueldo. Solo al final llegaría la era de la fraternidad universal. Este comienzo del hombre, insertado en una lucha animal, debe atravesar diversos grados durante el desarrollo histórico hasta desembocar en una organización humana de la vida. La guerra es una conquista constante de los medios de existencia, y al igual que la civilización pasa por diversas fases marcada por el desarrollo de las necesidades humanas y de los medios para satisfacerlas.

Si en un determinado momento, el hombre se afirmó como un animal pensante gracias al uso de la técnica y a la construcción de herramientas, también usó esta capacidad para perfeccionar sus armas. Desgraciadamente, el tiempo que nos separa de Bakunin ha sido el más sangriento de la historia de la humanidad, con una ciencia puesta al servicio de la destrucción. El ruso, no tan optimista como otros pensadores socialistas, vaticinó que habría una era de oscuridad antes de poder transformar la sociedad. Bakunin observaba, y ahí está la clave en mi opinión, que la razón humana era progresiva, que podía ampliar constantemente su horizonte gracias al poder de la palabra y dar lugar a nuevas soluciones para mejorar la existencia humana. Ser crítico con una noción de progreso establecido en fases rígidas y en condiciones objetivas, no implica tener una confianza enorme en la capacidad del hombre para innovar, para ser capaz de lograr las mejores condiciones sociales para potenciar su razón y su conciencia.

Bakunin quería observar una demanda en la historia, lo que constituye una bonita metáfora además de una necesidad ética perentoria, para transformar a los millones de desheredados en seres libres y sujetos a igual derecho, de lograr en definitiva una sociedad humana y libre. Lo que el anarquista ruso considera móviles de desarrollo histórico son las capacidades de rebelión y de pensamiento. Si observamos tres fases: la primera sería la animalidad humana; la segunda, el pensamiento, y la tercera la rebelión (identificada con la libertad). Existe una idea de progreso evidente cuando insiste en el desarrollo de la humanidad, cuando habla Bakunin de "negación revolucionaria del pasado", aunque se den fases en que domine la apatía y la indolencia, y otras sean pasionales y poderosas. En esta visión histórica se encuentra el pensamiento dialéctico bakuniano en el que todo desarrollo implica una negación del punto de partida, comenzar en lo simple para llegar a lo complejo; un comienzo pobre, materialista y abstracto conduce a la concreción del ideal emancipatario. La adscripción de Bakunin a la escuela materialista de pensamiento solo puede observarse de esa manera, como una continúa ascensión o desarrollo en busca de la perfección. Si existe un objetivo en la historia, ese es la humanización y la emancipación.

La lucha de clases o las condiciones económicas como motores históricos son ya, siempre con una visión crítica y no dogmática, patrimonio de la humanidad. Aceptarlas de manera acrítica, sin tener en cuenta otros muchos factores, me parece tan pobre como negarlas sin más. No existen, a mi manera de ver las cosas, inamovibles leyes históricas ni está escrito nuestro futuro, todo está por construir y, por supuesto, es posible una organización social nueva que requerirá hombres diferentes, ya que la vida es constante cambio. Serán hombres conscientes capaces de otorgarse mejores condiciones de vida y de llegar a nuevas metas. Porque si atravesamos una etapa pobre, decadente y seudohedonista en las sociedades industriales y capitalistas, las cosas pueden cambiar de paradigma, adquirir un nuevo vigor y fuerza que, como decía Bakunin, conduzca a conquistar nuevos horizontes. Las diversas clases de servidumbre que se han dado en la historia, de forma progresiva o no, no tienen por qué permanecer en formas más sutiles, el fin de la dominación del hombre sobre el hombre que los pensadores socialistas observaban como una fase a alcanzar, aunque los anarquistas fueran los menos proclives a rigideces de pensamiento, es y debe ser una realidad que construir. De igual modo, a nivel individual, nadie debería renunciar en su vida a partir de la mayor de las indefensiones (la infancia) para obtener la consciencia, entrar en un desarrollo permanente e ir alcanzar las más diversas metas ideales. En este sentido, el pensamiento de Bakunin debería formar parte también del imaginario humano.

domingo, 17 de octubre de 2010

La revolución y la necesidad histórica

El pasado viernes, en la librería La Malatesta de Madrid, se presentó el libro Sociología, estatismo y dominación por su autor, el joven sociólogo (aunque, no queda claro si desea que se le denomine así) Juanma Agulles. Fueron muchos, y muy interesantes, los conceptos que Agulles mencionó, desde el nacimiento de la sociología y de la noción de progreso, convertidas en instrumentos de dominación, hasta llegar a una posmodernidad con la que se muestra claramente crítico. La técnicas sociológicas, sin que se pueda hablar ya de "teorías", tal vez fueron concebidas en su origen como elementos de control, y esa condición autoritaria habría calado también en el pensamiento socialista y revolucionario. Se echa de menos una crítica, en autores tanto liberales como socialistas, a la industrialización, a la ciencia y a la consecuente idea del progreso. No se habría indagado, según Agulles, en los límites del crecimiento ni se habría cuestionado una idea del progreso que parece haber calado en todo el mundo menos en los que detentan el poder. No estoy seguro de estar totalmente de acuerdo con este autor, pero como no soy amigo de rechazos gratuitos, máxime a aquellos que se consideran antiautoritarios, y además mi ignorancia no tiene límites en demasiados temas, quiero indagar un poquito más en sus propuestas. Como parte de un texto más amplio, voy a empezar por repasar la noción de progreso y de revolución, y de algunas otras nociones de la modernidad puestas en cuestión, en los autores que se consideran dentro de la tradición libertaria.

Puede considerarse el hecho de la revolución social como una de las ideas esenciales del siglo XIX, y Proudhon es uno de los autores que no deja en toda su obra de definir ese concepto. Naturalmente, todo anarquista sabe que esa revolución no cambiará a unos políticos por otros ni tampoco se hará modificando una Constitución, solo puede realizarse transformando los fundamentos económicos de la sociedad y organizando las relaciones sociales sobre nuevas bases. Desde un punto de vista sociológico, el acto revolucionario para Proudhon es el punto donde convergen todos conceptos necesarios para transformar la sociedad. Pierre Ansart distingue al menos tres actitudes en el francés sobre la revolución y su necesidad histórica: en sus primeros escritos, parece no conciliar bien entre ese determinismo histórico que debe conducir a la transformación social y la existencia de un proyecto que la propicie; a medida que insiste en esa necesidad histórica, es posible que reduzca el carácter y la importancia de la acción revolucionaria; en sus últimos escritos, parece aminorar el carácter dramático e incierto de la evolución y tiende a limitar el determinismo histórico y a considerar la revolución como una práctica innovadora (no tanto el resultado de un devenir). Hoy, hay que ser crítico con toda visión teleológica que supuestamente nos conduzca a una futuro óptimo, en aras de elaborar un proyecto antiautoritario, sin renuncia alguna al deseo y la voluntad, con mayor horizonte para la razón y la ética, en la práctica.

No obstante, Proudhon tiene una confianza enorme en la revolución como fenómeno ineludible, incluso llega a considerar que se encuentra permanentemente en la historia, por lo que no habrían existido varias revoluciones y sí una constante que no puede ser tampoco frenada. La revolución sería una fuerza imparable que se fortalece y aumenta ante cualquier resistencia que encuentre. Incluso, considera Proudhon que la más prudente de las políticas solo deja que "la evolución eterna de la humanidad" avance insensiblemente y sin ruido en lugar de a grandes zancadas. La revolución, pese a todos los obstáculos, siempre avanza. Como ocurre en otros conceptos en el pensamiento del autor de ¿Qué es la propiedad?, como es su idea de la justicia, hay que observar una intención casi trascendente cuando habla de la revolución, la cual parece tomar el lugar de la providencia. Proudhon concibe la sociedad del mañana, naturalmente, como una sociedad sin gobierno con más facilidad que cualquier otro modelo. La humanidad vendría de un estado similar al de una crisálida que debe, de forma casi ineluctable, convertirse en mariposa para alcanzar el vuelo y la luz. Pero el ataque a los gobiernos del pensamiento proudhoniano es un ataque a toda fórmula preconcebida, por lo que resulta necesario atacar ese prejuicio mediante la crítica directa a la institución gubernamental. La revolución francesa, por ejemplo, solo habría promovido cambios políticos, cayendo de nuevo en el error de fundar un nuevo gobierno, sin concluir los cambios económicos que demandaba la muerte del feudalismo. La sociedad futura ideal, en la que el hombre habrá alcanzado una mayoría de edad, será una sociedad sin gobiernos y si partidos. La revolución es identificada por Proudhon con la anarquía, pero siempre construida "desde abajo". De hecho, conocida es su denuncia de aquellos que desean ser revolucionarios "desde arriba", formando parte de un gobierno e imponiendo el "progreso". Naturalmente, su visión es que solo la revolución hecha por la base, por iniciativa de los trabajadores y sin autoridad externa, es la auténticamente progresista. Es la oportunidad que obtienen las personas para aprender a organizarse ellas mismas.

Podemos ser críticos con la esta visión proudhoniana de la revolución como algo inevitable, cuestionando los efectos nocivos del avance científico, como instrumento del poder, y de la industrialización, aunque existan ciertas señas de identidas que forman parte ya del anarquismo. De igual modo, la ausencia de teorías rígidas en el anarquismo, de sistematización y de dogmatismo, ayuda también a contemplar las visiones contextualizadas en el pasado con nuevo oxígeno. Uno de los conceptos generales del anarquismo clásico nos habla de la sociedad humana como parte del mundo de la naturaleza, y es el hombre el que construye la libertad gracias al trabajo y la cooperación, solo limitado por las propias leyes naturales. Otros autores posteriores, como Kropotkin, trataron de demostrar científicamente que la sociedad libertaria podía ser una realidad. ¿Es este tipo de sociedad algo que se alcanzará mediante una evolución o gracias a una revolución?, ¿alcanzará la humanidad esa deseada "mayoría de edad"?, ¿siguen existiendo meramente obstáculos que dificultan ese progreso? Ésta última cuestión es tal vez uno de los pensamientos más comunes en el hombre común, eminentemente conservador. Hay motivos para ser muy críticos con una noción del progreso insertada en el imaginario de las sociedades industriales, estatistas y capitalistas; igualmente con la consideración de un futuro halagüeño para la humanidad siguiendo por este sendero, e incluso con proyectos revolucionarios de dudosa naturaleza. A lo que no deberíamos renunciar nunca es nuestra voluntad y nuestro deseo "revolucionarios", de una sociedad sin dominación de ninguna clase.

jueves, 14 de octubre de 2010

Curso acelerado de ateísmo (3/3)

Sexta lección. La idea de dios no es ya necesaria, ya que fue la necesidad la que condujo a la creación de los primeros dioses y las primeras religiones. Esa necesidad pudo ser suficientemente satisfecha en ese primer momento. El devenir histórico, así como el desarrollo de la observación y del pensamiento, hacen que esas primeras respuestas no fueran suficientes. De alguna manera, y a pesar de su obsolescencia, las religiones han tratado de ponerse al día. Temiendo simplificar demasiado, toda obra humana tiende a nacer, desarrollarse y morir. La historia es una tensión constante entre la ciencia, que tiende a dar respuestas verificadas a los problemas que se le plantean al ser humano, y la religión, la cual ofrece respuestas que no puede verificar. Por otro lado, el pensamiento libre, racional y crítico, que forma parte igualmente de la historia humana, jamás se somete a le religión y tiende a usar la ciencia para ampliar cada vez más su horizonte. En la Antigua Grecia, pudieron desarrollarse las ciencias y el pensamiento racional, gracias a que la religión no dominaba la sociedad; en caso de un sistema en el que sí predomine la religión, gobierna la teología en detrimento del resto de ciencias. Si las religiones generaron sus propias cosmogonías, con el desarrollo científico dejaron de existir y la propia idea de dios no es ya necesaria para explicar el origen del universo. Los nuevos interrogantes no pueden a esta alturas acudir a las religiones "reveladas", necesitan de nuevas hipótesis científicas y de sus verificaciones correspondientes. Con la obsolescencia de la idea de dios, no son necesarias tampoco las morales subordinadas a la religión, ya que existe una ética puramente humana, que puede exigir un mayor compromiso real (humano), basada en la convivencia, la fraternidad y la justicia social, y enemiga de todo dogmatismo. El desarrollo histórico también tiende a separar la ciencia de la religión, ya que con la fe solo es posible la creencia, aunque la derrota de la religión es obra también del pensamiento libre, crítico y racional. La idea de dios queda, de este modo, desterrada, desde los intentos de los antiguos sofistas griegos, pasando por la ilustración, hasta concluir en la modernidad, recordando siempre los nuevos problemas que surgen en la posmodernidad en la que es necesario un mayor horizonte para la razón y para la crítica. Los fundamentalistas, del pelaje que fueren, advierten una y otra vez sobre la falta de valores que supone el ateísmo, cuando lo que mueren son antiguos valores y nuevos fortalecidos deben germinar. Los valores asociados a la religión, al igual que los vinculados a otras ideas alienantes como la de "patria", acaban cayendo por su propio peso para jóvenes bien oxigenados, a pesar de que continúen dando sus últimos coletazos. Primero la ciencia y el pensamiento racional debieron separarse de la religión para desarrollarse, luego tambien la moral debe hacerlo; el gran ejemplo del "amor al prójimo" no es ya un precepto divino, con escaso o nulo sentido en la práctica, debe ser un convencionalismo social. Con la caída de las religiones, debe potenciarse la sociedad civil y otorgarle un nuevo y real sentido al "socialismo", noción descargada de todo dogmatismo. Otorgar mayor campo a la racionalidad es señalar la irracionalidad, el fideísmo, el integrismo, o como se quiera llamar, de la resistencia religiosa. La idea de dios, pues, es innecesaria y un obstáculo para una mejor sociedad.

Séptima lección. Se observe como se quiera a la historia, con sus múlitples visiones en las más diversas disciplianas científicas y humanas, las ideas proclamadas y defendidas por las religiones no ofrecen ya respuestas útiles y transgreden el terreno de la ciencia y del pensamiento racional. No obstante, mientras existan misterios en la existencia humana, mientras se sea incapaz de reducir cierta realidad a la razón o a la ciencia, siempre habrá una tentación de encontrar explicaciones más allá de la ciencia y de la razón. Aunque se considere la idea de dios innecesaria, puede sobrevivir de una manera u otra en hombres que no acepten la racionalización de sus creencias. Por supuesto, la ciencia no es suficiente en según qué terrenos, ya que no puede responder a cuestiones falsas o irracionales. Este tipo de preguntas, a pesar de todo, existen y son reales. De igual modo, ninguna religión puede dar respuestas a esos misterios sobre los que especula el hombre, por lo que se convierte en un problema individual (no colectivo ni social). La persona que tenga la suficiente formación científica podrá, al menos, mostrar los límites entre lo racional colectivo y lo irracional individual. Los sistemas basados en la dominación política, los Estados, no terminan de admitir el agnosticismo ni el ateísmo, ya que cualquier religión resulta buena para el buen súbdito. Los Estados, aunque se consideren liberales, reconocen las libertades de culto, pero no así la libertad de los sin culto; no es una ayuda que se desee, pero hay que recordar a quiénes tutelan, jurídica y administrativamente, los gobiernos. Las sociedades confesionales son más manipulables, la ciencia no debe generar alienación como hace la religión. Aunque la ciencia no resulte suficiente, se mantiene el combate para no reducir lo desconocido a términos deístas, es una tensión permanente en aras de la liberación y del progreso.

Las religiones no solo se han apoyado en las manifestaciones del dios de turno, también lo hacían en un saber sobre el mundo más o menos razonable, permitidos por los conocimientos de la época, aunque también presuntamente surgidos de la "revelación", ya que la explicación del origen y desarrollo del cosmos era también una prueba validatoria de la religión. La cosmogonía, la explicación del origen del universo, se convirtió en un fundamento de las creencias religiosas. Todo interpretación cosmogónica que prescindiera de la divinidad rompía la coherencia de la visión religiosa, lo que suscitaba la consecuente reacción; las víctimas fueron grandes descubridores como Giordano Bruno, Vanini o Galileo.

No es que la ciencia pretendiera substituir a la religión, es que ésta era la que había ocupado el terreno de aquélla desde los orígenes de la ciencia en la humanidad. El progreso del conocimiento fue convirtiendo en obsoleta la visión religiosa, ya que ésta planteaba más problemas de los que podía resolver. Si el "gran autor" daba una explicación del universo tan pobre, él mismo iba a ir resultando poco fiable. Los científicos, aunque fuera sin pretenderlo, iban erosionando la idea de la divinidad y generando dudas en las mentes más abiertas. Al menos en la función de explicar el mundo, la ciencia ha substituido a la religión; en otras cuestiones, en la actualidad algunas religiones al menos reconocen que ellas se ocupan de lo "esotérico" (como el alma humana). No obstante, el peligro del fundamentalismo se conserva en cualquier creencia religiosa, el doctrinarismo y/o la revelación no aceptan perder terreno en aras del conocimiento científico. Es esta gran diferencia marcada por los dogmas inmutables de la religión la que hace ver también que la ciencia no pude ocupar la función social de la creencia religiosa.

La religión puede considerarse un proceso casi natural en el pensar de los seres humanos, un consuelo frente a un mundo lleno de miserias, lo que Marx expresó como "el opio del pueblo". Esa función social de "consuelo" se diferencia del deseo de conocer el mundo, propio del saber científico. La falta de certeza es inherente a la existencia humana, fuente de angustia y de miedos, por lo que se buscan elementos de tranquilidad, entre los que está la tutela y protección de un ser poderoso y benéfico. Hay que agarrarse a algo en forma de creencia religiosa, la cual debe ser inmutable, segura y permanente, no debe generar preguntas en el creyente, ya que le haría caer en el abismo de la incertidumbre. "Fuera de la iglesia, no hay certeza ni salvación posible". El fundamentalismo, basado en una certeza y una verdad con mayúsculas, se presenta en las religiones de diferentes formas: el islamismo es perfecto en este asunto, ya que posee un libro revelado que es copia perfecta de otro que existe en el cielo, y de ahí que sus seguidores sean a veces tan peligrosos al considerarse portadores de la Auténtica Verdad Revelada; el judaísmo, con larga historia, ha pasado por diferentes etapas, con modificaciones y alteraciones de los textos sagrados; de igual manera, el cristianismo es una especie de secta judía, con cambios igualmente lentos.

La ciencia no puede ocupar, en ese sentido de tranquilidad, el lugar de la religión. El saber científico no pude basarse en certezas y dogmas, debe ser una forma extrema del pensamiento crítico, dudar constantemente incluso de lo que parece más evidente. López Campillo y Figueras concluyen su libro con las premisas que, a su juicio, debe tener un científico: existe un mundo externo diferente de nuestra percepción; el mundo es comprensible racionalmente; hay regularidades en la naturaleza; que el mundo puede estudiarse por partes, a nivel local, sin ocuparse de lo que ocurre en otros lugares; el mundo puede describirse gracias a las matemáticas, y que todos estos supuestos son universales.

Se trata de una reivindicación de la ciencia, a pesar de las especulaciones religiosas (y, todo hay que decirlo, algunas filosóficas nada deístas a las que también hay que escuchar a mi juicio). Es producto de una larga y dura experiencia que ha llevado a una comprensión del mundo muy aceptable, acerca de la situación de los humanos en la naturaleza y como parte de ella.

martes, 12 de octubre de 2010

Curso acelerado de ateísmo (2/3)

Cuarta lección. Las religiones proclaman su moral a los hombres, la cual es siempre exclusivista y totalizante. Junto a una serie de normas que pueden considerarse benefactoras, hay otras que son todo lo contrario, aquellas que piden exclusividad, obediencia, conductas de favor hacia la clase mediadora, prohibición de otras creencias... De mejor o peor manera, la humanidad es capaz de comprender, sin necesidad de creer en reglas divinas, normas que mejoran las vida y facilitan el desarrollo. Desde las reglas más sencillas, como pueden ser las de la circulación, hasta el respeto y la solidaridad que implica una moral universal, nada de ello tiene su origen en una verdad revelada ni necesita de la religión. Muy al contrario, son las creencias religiosas (morales incluidas) las que han producido a lo largo de la historia tiranías, guerras, persecuciones y exterminios. En nombre de una verdad con mayúsculas, de la moral religiosa, se persigue y mata tantas veces a otros seres humanos; la moral laica o atea no posee razones para matar. La pena de muerte ha estado a la orden del día en la teocracias y en países de gran influencia religiosa como es Estados Unidos de América. El ateo considerará que una moral religiosa es siempre sospechosa, ya que detrás está la imposición y las peores aberraciones hacia los no creyentes. Los creyentes piensan suelen pensar que no puede existir moral sin dios o que sin él todo está permitido. Contradiciendo esto, lo lógico es considerar que la humanidad, en los albores de su existencia, acabaría otorgando contenido a la moral y potenciaron los instintos constructivos, o de lo contrario no estaríamos aquí. La moral pertenece a un plano humano, son los hombres los que la dan contenido y, por lo tanto, es posible convertir en realidad las más altas aspiraciones humanas. En cuanto a la famosa frase de la novela de Dostoievski, Los hermanos Karamazov, es tan sencillo para un ateo como reflexionar que lo inexistente no puede fenecer, por lo que una moral sustentada artificiosamente en lo divino puede sobrevivir sin su apoyo, validando su adecuación al bienestar de la humanidad y facilitando la evolución y el desarrollo. La búsqueda de una ética con mayúsculas es un despropósito, un continuo cambio de un dios por otro, cuando la realidad es que la moral está fundamentada por los hombres. Lo paradójico e inaceptable para un ateo es que un ser de su misma especie se erija en mediador con una supuesta instancia sobrenatural y le diga lo que tiene que hacer o no hacer. El origen de la moral religiosa podría tener, en parte, buenas intenciones, pero pronto se convierte en instrumento de poder. Cuando una religión defiende su moral, está asegurando sus privilegios y su autoridad, su parcela de poder sobre sus fieles.

Quinta lección. El ateo, como se ha dicho, debe admitir la historia de todos los dioses e, igualmente, debe creer en su acción civilizadora a lo largo de la historia. La religión ha sido importante históricamente, e incluso el llamado paso del mito al logos, de la creencia mítica a la razón, no se produjo de la noche a la mañana, de tal manera que los seres humanos eran pobres crédulos y se despertaron un bueno día convertidos en lúcidos ateos. Cuando se creó una divinidad, en determinado momento histórico, fue con intenciones de crear una síntesis, de explicar una realidad desconocida. También puede considerarse un primer grado de racionalización, ya que el hombre no se detiene ante lo desconocido e intenta captarlo y reconocerlo. Un siguiente paso es comunicarse con la síntesis creada, y de ahí la aparición de la institución religiosa que actúa como mediadora. La concepción del universo que tiene el hombre se muestra siempre dividida entre lo conocido y lo desconocido, por lo que la síntesis divina permite, solo en un primer momento y de manera efímera, unir lo que se entiende con lo que resulta incognoscible. Es por eso que no ha habido dios ni religión sin su correspondiente cosmogonía, sin una primera explicación sobre el origen del universo y del hombre. A medida que avanza la historia, y el conocimiento, esa necesidad ha ido desapareciendo gracias al conocimiento real de las cosas, aunque las limitaciones del hombre conlleve tantas veces el peligro de generar nuevas creencias (o viejas enmascaradas). En un determinado momento histórico, el hombre pudo prescindir de la razón religiosa, aunque hasta ese momento las sociedades se organizaron y avanzaron, de mejor o peor modo, apoyados en esa generación de dioses y religiones. Aquí López Campillo y Ferreras manifiestan esta opinión sobre la moral atea como una evolución de las creencias anteriores, que parece estar en desacuerdo con otras opiniones ateas que consideran la razón religiosa como una distorsión histórica. En cualquier caso, estaríamos de acuerdo en que la historia de la humanidad es una tensión permanente entre la fe y la razón, de tal manera que algunas personas tuvieron la personalidad y valentía suficientes para hacer valer sus convicciones personales, morales y/o científicas, frente a lo religioso instituido. Continuando con lo que se afirma en Curso acelerado de ateísmo, el mito, la leyenda, gran parte de la literatura y el arte, en general, fueron engendrados por esa necesidad primera de representar la síntesis divina. Del mismo modo, la creación de templos y estatuas nace también de ese deseo de manifestación religiosa y, consecuentemente, la ciencia va avanzando dentro de ese contexto cultural. Aunque no haya sido así siempre, ni por supuesto tenga que ser así, las civilizaciones del pasado fueron desarrollándose apoyadas en las ideas religiosas. No se dieron instituciones meramente económicas, porque el hombre respondía de una manera religiosa ante la necesidad material. El origen religiosa de algunas artes y ciencias demuestra la necesidad del hombre de materializar, explicar y racionalizar lo sublime, lo incognoscible imposible de ser reducido a términos racionales. Se considera que las primeras religiones pudieron cumplir la función de motor histórico, pero el devenir histórico las fue poniendo fuera de juego, por lo que la posterior desacralización es igualmente necesaria para continuar el progreso. Esa desacralización es la modernidad, en la que el pensamiento para seguir avanzando ha se secularizarse (desprenderse de lo sagrado). Hay una reivindicación aquí de los postulados de la modernidad, basados en la razón crítica, iniciada con los griegos, aparecida de nuevo con el Renacimiento y la Ilustración, y que necesita continuar su avance con un mayor horizonte. Se produce aquí una confianza en los nuevas conquistas y conocimientos de la ciencia, aunque debamos mostrarnos igualmente críticos con esa ciencia sucumbida ante los poderes políticos y económicos. Hablamos de ateísmo, por lo que la lucha en ese campo supone, como es lógico, recoger el legado de la razón crítica, pero comprendiendo que esa batalla es indisociable de cualquier dominación en cualquier ámbito humano. Las religiones instituidas solo pudieron replegarse en el fundamentalismo ante el avance de la modernidad, pero con la peculiaridad de una Iglesia Católica con diversas reformas, e incluso nuevas interpretaciones de los textos divinos, adaptadas a los tiempos para preservar sus privilegios. Las religiones debieran forma parte del pasado, en aras de potenciar la sociedad civil.

lunes, 11 de octubre de 2010

Curso acelerado de ateísmo (1/3)


Con permiso de Antonio López Campillo y Juan Ignacio Ferreras, autores del libro con el mismo título.

Primera lección. La pregunta sobre si existe Dios, en el correr de la historia, supone la aparición del pensamiento crítico, la potenciación de la filosofía y de todas las ciencias. La respuestas del ateo no será un no tajante, ya que creer en no-creer invita a la reflexión, será un "no lo sé, pero creo que no". Las reflexión consiste en considerar la imposibilidad de demostrar la inexistencia de algo; por el contrario, si algo puede ser demostrado que existe, la no existencia caería por su base. El gran problema para los creyentes es ese, la imposibilidad de demostrar la inexistencia, por lo que se han dedicado durante siglos a tratar de demostrar la existencia de dios. La propia existencia de tantas "pruebas" sobre la existencia de una divinidad supone, en verdad, que ninguna de las mismas ha sido definitiva. Esa falta de pruebas razonables dio lugar a que la cuestión perteneciera, para los deístas, al terreno de la fe y de la revelación. La revelación consiste, partiendo de ciertos textos (que no pueden ser discutidos), que dios se manifestó o reveló al hombre su propio existencia; se considera que el hombre, por su propia razón, sería incapaz de acceder a las "verdades reveladas". Aquí se produce ya una ruptura entre el hombre y su razón, su capacidad para el pensamiento crítico; en lugar de pensar, se le pide que crea, y la supuesta revelación cumple su función. Como existen tantas revelaciones como religiones, puede decirse que se dan tantas prohibiciones de pensar como religiones existen. Alguna suerte de clase mediadora (profetas, iluminados...) escriben los libros al dictado del dios de turno, mostrando así a la humanidad su existencia, y lo hombres deberán creer su existencia sin poder cuestionar los textos de la revelación. La existencia de la revelación demuestra que al hombre no le basta la fe, algo que comprendieron prontamente las religiones. Por lo tanto, la creencia en la existencia de un ser supremo no es que no se sustente en la razón, y ni siquiera puede basarse en la fe, necesita de más factores. A lo largo del tiempo, la razón demostró que las revelaciones eran obra humana, por lo que las religiones volvieron a recurrir a la fe, con la cual no se puede demostrar nada. La labor intelectual del ateo será la creencia en la no creencia, aunque siempre blinda contra el dogmatismo y contra los falsos razonamientos ese "no lo sé, pero creo que no"; entrar en el irracional juego de demostrar la inexistencia de algo es un error. Aunque la respuesta del ateo parece neutra y poco combativa, si se piensa es muy digna y racional; el ateo no es un impío ni un blasfemo, ya que no puede renegar de lo inexistente, es un hombre que desea pensar y hacerse preguntas.

Segunda lección. El ateo creerá en la existencia de todos los dioses. Nos referimos a la existencia histórica, temporal y cultural, a indagar en la necesidad del hombre para dotarse de divinidades. Ésta es la base para una "Historia de las religiones". Las civilizaciones históricas necesitaron cosmogonías, explicaciones mitológicas, y crearon a los dioses según elementos importantes dentro de su cultura. Todas esas divinidades obedecían a alguna necesidad, desde los sumerios y egipcios, pasando por el cruel Jehová de los hebreos, por las grandes aspiraciones greco-romanas reflejadas en sus dioses inventados, o por el Dios capaz de sacrificar a su hijo para predicar el amor universal, hasta el Alá creado por Mahoma para unificar a todo un pueblo y también con aspiraciones político-universales. En Oriente, Buda creó un nirvana, al que supuestamente se accede por la meditación y la iluminación, para huir del inevitable dolor que produce la vida; los hindúes elaboraron todo un panteón de dioses, reflejo de las obligadas castas sociales, con objeto de clasificar las fuerzas humanas y universales; Lao Tsé inventó una sustancia eterna e inaprehensible, que engendró el universo y a los hombres, con numerososas virtudes como la de superar todas las contradicciones de la vida. En conclusión, allá donde "exista" un dios, habrá en su base (humana) una necesidad humana. Entender y admitir a todos esos dioses, es decir creer en su existencia histórica y social, es comprender la necesidades del hombre. No es solo el miedo el generador de los dioses, también existen intenciones nobles en esas necesidades, como es la explicación del universo y de su racionalización (la creación de una cosmogonía). A medida que aumentan los conocimientos del hombre, los dioses se vuelven más complejos, aunque su existencia va siempre asociada a la creación del universo y del hombre. La conclusión a que todos los dioses obedecen a una necesidad del hombre no es que sean necesarios, lo pudieron ser mientras se dio un conformismo con esa explicación, pero el conocimiento y desarrollo del hombre los hace innecesarios desde hace bastante tiempo. Esas necesidades históricas, detrás de las creencia en dioses, cosmogónicas, tranquilizadoras y explicadoras de los fenómenos naturales, son indisociables de las necesidades sociales y políticas, de ahí las guerras entre religiones que llegan hasta nuestros días (inherente, en mayor o en menor medida, a toda creencia es arrogarse la verdad y combatir otras creencias). En resumen, esa creencia en los dioses del ateo, supone comprender todas las necesidades del hombre a lo largo de la historia.

Tercera lección. Después de la creencia en un dios, y con alguna excepción, sigue la creación de una organización que podemos llamar "religión". Un dios no es nada si un soporte organizativo, a través de templos, cultos y liturgias varias. Si a la creación de un dios por parte del hombre, sigue la creación de una religión es porque el "dios creado" se ocupa también de sus "criaturas". Frente a desprecios, como el de Voltaire y su "la religión existe desde que el primer hipócrita encontró al primer imbecil", un ateísmo humano y fortalecido cree en el hombre y en sus necesidades históricas. La Historia de las religiones forma parte de la Historia de la humanidad, con sus sublimaciones, esperanzas, aspiraciones o justificaciones; cada religión tiene su momento histórico, insertada en una determinada sociedad. Otra creación humana, son los Estados, surgiendo inmediatamente la pugna entre las instituciones políticas y religiosa. La historia está plagada de las guerras entre estos dos poderes, así como entre las religiones entre sí; en la historia, ha habido situaciones en que la institución religiosa no existe, como es el caso de la Antigua Grecia en la que el gobernante era también el sacerdote intermediario, o situaciones en que se han fusionado los dos poderes dando lugar a los Estados teocráticos. Naturalmente, la comparación entre esos modelos sociopolíticos no admite comparación, entre la cerrazón y exclusivismo de una sociedad teocrática y la pluralidad y amplitud de miras de una sociedad civil. Después de la creación de un dios y de una religión, nace necesariamente, y de forma instituida, el autoritarismo y el dogmatismo. Una clase mediadora, llámese cuerpo sacerdotal o como fuere, pone en contacto al dios creado con la realidad y el devenir histórico. La sociedad, necesariamente, cambia y evoluciona, pero la religión no puede al estar creada en un momento histórico y estar basada en "verdades inmutables". A pesar de los subterfugios e hipocresías que pueda emplear una institución religiosa para continuar sus privilegios, la realidad es que el devenir histórico destemporaliza la religión, creada en uno de esos momentos del devenir. La alienación es inherente a toda religión, ya que ninguna puede sobrevivir a lo largo de la historia (aunque, en algunos casos, se hayan mantenido durante miles de años). Los representantes de las religiones pueden ser conscientes de esa alienación, de esa existencia contingente y perdurabilidad histórica, y por eso se desarrollan los fundamentalismos (defensa irracional de una religión incapacidad de sobrevivir ante el empuje de la historia). La consecuencia lógica de la religión son la institución, el dogma y el autoritarismo, creando también su propia historia (teología), y cuanto más perfecta pretenda ser más susceptible es a su desaparición. Dejando a un lado el poder que puedan tener todavía las religiones en la sociedad, su destino es necesariamente luchar por su supervivencia, aunque continúen produciéndose conflictos entre los diferentes modelos de Estado y la guerra entre religiones siga produciendo coletazos (con las formas que fuere, y con los aspectos sociales y políticos indisociables del conflicto).

viernes, 8 de octubre de 2010

La antiburguesía como estilo cinematográfico

Claude Chabrol, el cineasta al que se llegó a denominar "azote de la burguesía", falleció el pasado 12 de septiembre en París a la edad de 80 años. Fue, antes de convertirse en director, crítico de cine entre 1953 y 1957, en la que dicen que ha sido la mejor etapa de la famosa revista Cahiers du Cinema. En esa redacción, demostró su pasión por el cine americano, por directores como Howard Hawks, Jacques Tourner, Robert Wise, Robert Aldrich o, su maestro, Alfred Hitchcock. El ensayo "Evolución del thriller", publicado en la revista en 1955, cristalizaría su pasión por ese género y anticiparía los temas presentes en su carrera cinematográfica. A la edad de 23 años, y después de iniciar carreras sin nada que ver con el mundo del cine, empiezar a frecuentar el Cineclub del barrio latino presentado por Eric Rohmer, otro cineasta fundamental en el cine francés contemporáneo, lo que a la postre le haría formar parte de la redacción de la prestigiosa revista. Después de publicar una importante obra sobre Alfred Hitchcock junto a Rohmer, se convierte en el productor de sus primeras películas, y de algunas de las de sus amigos.

Sus operas primas como director fueron El bello Sergio (Le beau Serge, 1958), obra de escaso presupuesto rodada en la pequeña ciudad de Creuse en la que una mujer regresa al hogar para reencontrarse con su héroe de la infancia convertido ahora en un empedernido bebedor, y Los primos (Les cousins, 1958), con la que llegó a obtener el Oso de Oro en el Festival de Berlín, ambas películas con evidente contenido autobiográfico y con un fuerte moralismo. Chabrol, con estos primeros films, es considerado fundador del importante movimiento conocido como nouvelle vague (nueva ola), junto a otros autores como Godard, Malle, Rivette a Truffaut, entre otros, que imprimieron una nueva vitalidad en la manera de hacer cine, aunque sea imposible englobar a estos cineastas en una misma escuela al no existir unas premisas ni características comunes. Paradójicamente, esa rebelión contra el cine clásico francés, concretada en las mordaces críticas realizadas en Cahiers du Cinema, desembocó no pocas veces en que los propios cineastas de la nouvelle vague acabaran realizando cine de corte clásico, como fue el caso de Chabrol. A las personas que nos apasiona el cine, y que deseamos otorgarle un horizonte creativo lo más amplio posible, nos parece una actividad lógica y plausible la de los integrantes de aquel movimiento: ruptura con el academicismo para innovar, y volver a él si fuera preciso; tal vez la excepción a ello fuera Jean-Luc Godard, cineasta tan "rompedor" como irritante para el que subscribe. En cualquier caso, no es Chabrol un cineasta fácilmente etiquetable; en su posterior carrera (compuesta por unas 80 películas, incluyendo una veintena para televisión), en la que no puede acusársele precisamente de falta de actividad, se encuentran tanto rasgos de autor y de profundidad artística como la más descarada comercialidad y exhibicionismo. No obstante, Chabrol fue un hombre de notable talento que imprimió pasión en su oficio, incluso en sus películas más irregulares y cuestionables. Aunque el marco de gran parte de sus films fue el de la burguesía, y sobre ella caía la más implacable disección, en la que se observaba la maldad detrás de una vida "respetable", acabó sintiéndose a gusto en un género negro de estilo propio, interesándose más por el desarrollo de la trama y la construcción de personajes que por el mero suspense de saber quién era el asesino. Chabrol confesaría que, casi con seguridad, los dos directores que más habían influido en su obra fueron Fritz Lang, del que admiraba la construcción del espacio fílmico (la puesta en escena), y Hitchcock, por la ironía y la culpa como motivaciones de los actos criminales.

El siguiente film de Chabrol, después de los dos premiados films del inicio de su carrera, será el policiaco Una doble vida (À double tour, 1959), adaptación de la novela del especialista en el género Stanley Ellin, con el que se inicia una etapa junto al guionista Paul Gégauff (con el que ya había colaborado en Los primos); se trata de una obra formalmente muy bella sobre una familia provenzal, aunque tal vez algo falta de contenido, con la que Chabrol tampoco generó un gran entusiasmo. Se inicia a partir de aquí una etapa en la que empieza a realizar comedias costumbristas sobres la alta burguesía parisiense. Les bonnes femmes (1960), es una historia de humor malicioso, considerada por muchos como una obra importante en la nouvelle vague, con la que los autores parecen querer mostrarnos que unos pocos momentos de felicidad pueden tener más peso que el resto de horas grises del día. A ella le seguirían Les godeureaux (1960), variación sesgada de las ideas expuestas en Los primos (en la que Gégauff también trabajó), y la más brillante L'oeil du malin (1961), de nuevo realizando un retrato ferozmente crítico de la alta burguesía. Se considera que una primera etapa de la carrera del cineasta concluye en 1962 con Ophélia, personal adaptación de la obra de Shakespeare, y Landrú, sobre el conocido asesino de mujeres. Ophélia tiene como escenarios el hogar de un exitoso escritor y la finca de una familia de terratenientes, en la cual aparecen unos soñadores jóvenes, en los que se insertan diversos elementos desestabilizadores, internos y externos. Una de las obsesiones de Chabrol será la naturaleza del mal, y también la mirada sobre sus efectos, lo que le conduce a profundizar en la sicología humana.

Es el fracaso de algunas obras de esa primera época, lo que le conduce a un sorprendente cambio de registro con desvergonzadas parodias del recién nacido James Bond cinematográfico, y con evidente influencia del mundo del cómic, como El Tigre (Le Tigre aime la chair fraîche, 1964), El Tigre se perfuma con dinamita (Le Tigre se parfume à la dynamite, 1965) y María Chantal contra el doctor Kha (Marie-Chantal contre le docteur Kha, 1965). Pero es la que puede denominarse tercera etapa de Chabrol, junto al productor André Génovès y de nuevo con el guionista Paul Gégauff, que se desarrolla desde finales de los años 60 hasta comienzos de los 70, la más coherente e interesante. Chabrol insiste en el género policiaco, pero de forma más personal, con Las ciervas (Les biches, 1968), La mujer infiel (La femme infidèle, 1968), Accidente sin huella (Que la bête meure, 1969), El carnicero (Le boucher, 1969), La ruptura (La rupture, 1970), Al anochecer (Juste avant la nuit, 1971), Relaciones sangrientas (Les noces rouges, 1973) e Inocentes con manos sucias (Les innocents aux mains sales, 1975). Todos altamente inspirados, son feroces retratos del esplendor y la miseria de la burguesía francesa. Es una época en que Chabrol interviene ya directamente en los guiones logrando excelentes descripciones de delincuencia en el seno de la clase acomodada, si bien fieles en algún sentido a los códigos del género policiaco, con rasgos originales y una perspectiva diferente a la de otros cineastas como Godard y Truffaut. Partiendo en numerosas ocasiones de los sensacionalistas titulares de la prensa francesa, los cauces habituales del thiller eran solo apariencia en Chabrol, interesado tanto en la naturaleza del delito como en la ambigüedad de las motivaciones, poniendo el foco en el aparente culpable y en las personas de su entorno. Al igual que los mejores directores del género, Chabrol manipulaba una y otra vez al público haciendo uso de un objeto en apariencia inofensivo con el objeto de crear tensión. La fiesta del placer (Una partie de plaisir, 1975) constituye de nuevo un devastador ataque a la burguesía en la carrera del cineasta francés; la confesión al inicio del film de la infidelidad por parte de un hombre a su mujer, otorgándola el derecho a hacer lo mismo, es el inicio del fin de la falacia del matrimonio, con un retrato inmisericorde de un tipo desagradable y manipulador. La historia adquiere una nueva y terrible dimensión cuando se conoce que el relato está inspirado en la propia ruptura del guionista Paul Gégauff, el cual es convencido por Chabrol para que se interprete a sí mismo (junto a su ex mujer y a su hija, las cuales también fusionan sus personajes con la vida real).

Una desafortunada excepción en el cine de Chabrol, plagado de adulterios y crímenes en la clase acomodada, supone el film Nada (ídem, 1974). Se trata de una historia con diversas interpretaciones, si bien Chabrol se apresuró a declarar que no era cine político, en la que un peculiar grupo de anarquistas pretende secuestrar al embajador de Estados Unidos teniendo como antagonista a un capitán de policía, fascista y ridículo. Richard Porton, en su imprescindible libro Cine y anarquismo. La utopía anarquista en imágenes (Ed. Gedisa, 2001), dedica un amplio espacio a Nada, comenzando por el estudio de unas figuras (supuestamente) anarquistas, propias de la opera bufa y más cercanas en sus acciones a grupos terroristas reales, de ideología leninista, como las Brigadas Rojas o la Baader-Meinhof. El "cabecilla" español de la banda, llamado lamentable y significativamente Buenaventura Díaz, y su apariencia con barba hirsuta, vestido de negro y sombrero de ala ancha, no son más que los estereotipos habituales de cierto imaginario sobre el anarquismo iniciado en la literatura decimonónica. La caracterización como fanáticos de los miembros ácratas del grupo es un ataque frontal a una tradición libertaria real que contradice esa visión, solo parcialmente justificado por la inconcebible torpeza, tal vez presente ya en la novela de Jean-Patric Manchette, de no poseer la mínima cultura política para distinguir a marxistas de anarquistas. No obstante, resulta impactante cómo la fuerza policial acaba aniquilando al grupo y, en un manifiesto final leído por Díaz, parece hacerse una crítica de este terrorismo de opereta, objetivo fácil para infiltrados gubernamentales y, finalmente, fortalecedor de la agenda ideológica del Estado.

El prolífico Chabrol no dejará de trabajar en los siguientes años, también en series de televisión, por lo que su obra en ese tiempo puede considerarse más dispersa e irregular. Destacan Alicia o la última fuga (Alice ou la dernière fugue, 1977), obra insólita, a la que siguen los personales policiacos Los fantasmas del sombrerero (Les fantômes du chapelier, 1982), adaptación de un relato de Georges Simenon en otro brillante retrato costumbrista, Pollo al vinagre (Poulet au vinaigre, 1984), esta vez un guión original en el que la comida cobra una inédita importancia en la obra de Chabrol, y El grito de la lechuza (Le cri du hibou, 1987), sobre la novela homónima de la estupenda escritora del género Patricia Highsmith. Una serie de obras protagonizadas por Isabelle Huppert, con desgarradores retratos de mujeres, como Prostituta de día, señorita de noche (Violette Nozière, 1978), con la que comenzaría la colaboración entre el director y la que se convertiría en su actriz fetiche, ganadora del Premio a la Mejor Actriz en Cannes por este film, en el que se retrata a una conocida asesina de los años 30 que había envenenado a sus padres. Otras películas con Huppert fueron Un asunto de Mujeres (Una affaire de femmes, 1988) o Madame Bovary (ídem, 1991), excepcional versión cinematográfica de la obra clásica de Gustave Flaubert. Otra película notable en la filmografía de Chabrol es La ceremonia (La cérémonie, 1995), cruel historia adaptada de una novela de Ruth Rendell, en la que se mezcla de forma hábil la política y el género negro aderezada de gastronomía y actos criminales. Una idea original de Henri-George Cluzot, el cual trató de llevar a la pantalla en los años 60 protagonizada por Romy Schneider sin que el proyecto pudiera salir adelante, acabó en manos de Chabrol, que acabó rodando en 1994, El infierno (L'enfer); se trata de una eficaz historia sobre un celoso, casado con una bella mujer que interpreta la magnética Emmanuelle Beart, cuya neurosis progresiva arrastra a ambos al averno referido en el título.

La amistad de Chabrol con el Festival de San Sebastián se mantuvo firme desde la presentación de El carnicero en el Zinemaldia en 1970. En 1986, presentó El inspector Lavardin (L'inspecteur Lavardin); sobre esta película Diego Galán, el que fuera colaborador y director del Festival, cuenta una peculiar anécdota en la que la banda terrorista ETA acabó "secuestrando" el último rollo del film saboteando la primera proyección en el certamente donostiarra, ya que nadie se enteró de quién era el asesino. Estamos hablando de un convulso momento en el que ETA acababa de asesinar a su ex militante Yoyes, el GAL mataba refugiados en el País Vasco Francés y el país galo continuaba con su política de expulsiones, por lo que las Gestoras Pro Amnistía iniciaron una campaña de boicot a los productos franceses (¡siendo víctima la obra de Chabrol!). No todas las presentaciones de Chabrol en San Sebastián fueron tan problemáticas y la Concha de Oro recayó en 1997 sobre su notable película No va más (Rien ne va plus), historia en la que Michel Serrault e Isabelle Huppert se dedican a desvalijar ricos profesionales en diversos eventos; en 2001, Chabrol llegaría incluso a formar parte del jurado del festival donostiarra. Dos años después, presentó también un nuevo film, Las flores del mal (La fleur du mal), y entregó en esa misma edición él mismo el premio Donosti a su actriz fetiche Huppert. En la edición de 2004, tuve la oportunidad de ver a Chabrol en persona, presentando su película La dama de honor (Le demoiselle d’honneur), de nuevo una adaptación de la escritora Ruth Rendell; pude observar un hombre entusiasta, jovial, bromista y ácido, que deseaba trasladar al público la pasión que ponía en su quehacer cinematográfico.

En 2006, Borrachera de poder (Lìvresse du pouvoir), Chabrol aborda una trama, inspirada en el escándalo financiero real llamado el caso Elf, en el que a la juez interpretada por Huppert se le encarga desentrañar e instruir un complejo asunto de movimiento y malversación de fondos en el que está implicado un presidente de un importante grupo industrial. La película se esfuerza en retratar las repercusiones del poder, sea cual sea su naturaleza, sobre el espíritu humano y hasta dónde puede arrastrar a los individuos. La película no gustó nada a la poderosa jueza Eva Joly, la cual inspira el personaje de Huppert, y acusó a Chabrol. llevándole incluso a los tribunales, de haber convertido un complicado caso judicial en un cuadro de costumbres e inmiscuirse en asuntos muy personales. Resulta muy interesante la caracterización ambivalente del personaje de la jueza, en el que un aparente deseo de justicia esconde ambiciones personales; Huppert, una actriz menuda de apariencia frágil, pero de gran personalidad interpretativa, era la actriz idónea para el papel. La chica cortada en dos (La fille coupée en deux, 2007) es la siguiente película de un prolífico Chabrol, en la que una atractiva chica es seducida por un maduro escritor erotómano, pero ella decide casarse con un joven y desequilibrado joven, el cual le garantizará cierto estatus social. De nuevo Chabrol quiere abordar en este film la violencia entre clases o, para ser más exactos, entre dos clases con diferente poder, la de los antiguos propietarios y la que representa los medios de comunicación (la protagonista trabaja en una cadena de televisión), mostrando las ambiciones y perversiones de unas personajes bien construidos.

Chabrol siguió trabajando prácticamente hasta el momento de su muerte, con las mismas energías de siempre, y ya había anunciado su presencia en la Seminci de Valladolid, que se celebra en este mes de octubre, en la que se le hará un merecido homenaje. En este mismo certamen, se estrenará su película póstuma, Bellamy, que ya participó en el Festival de Berlín, única colaboración con el conocido actor francés Gérard Depardieu, el cual manifestó así su opinión sobre el cineasta: "Claude era la alegría de vivir, tenía ese amor por la comida, por compartir, lo tenía todo: la historia del cine y la pasión, pero también la infancia, el placer y la risa". Isabelle Huppert diría también estas bellas palabras: "Claude no me filmaba como una mujer objeto del deseo, sino como si fuera su hija, siempre de una manera simple, íntima, muy dulce". No obstante, puede que sea más ilustrativa de su peculiar carácter y de sus intenciones cinematográficas la siguiente frase del propio Chabrol: "La estupidez es mucho más fascinante que la inteligencia. La inteligencia tiene sus límites, mientras que la estupidez no".

Este artículo ha sido publicado en el periodico anarquista Tierra y libertad 267 (octubre de 2010)

miércoles, 6 de octubre de 2010

Diseño de portada para el periódico anarquista Tierra y libertad, de este mes de octubre, obviamente influido por el pensamiento de Erich Fromm (del cual, seguiré hablando en este blog).

viernes, 1 de octubre de 2010

Las fuerzas que escapan al control humano

El proceso de enajenación, afirma Erich Fromm, es tan firme en el consumo como en la producción. Aceptamos como algo natural adquirir objetos por dinero, cuando la realidad es que resulta una manera sumamente peculiar de obtener cosas. Que el dinero sea una forma abstracta que representa trabajo y esfuerzo es una gran falacia, ya que se puede adquirir de múltiples formas. Dejando, de momento, la cuestión de la explotación del trabajo ajeno, clave para conseguir dinero en la sociedad capitalista, veamos lo que supone transformar (supuestamente) el trabajo y el esfuerzo en una abstracción llamada dinero. Después de haber obtenido dinero gracias a un esfuerzo, la forma de gastarlo es independiente de ese esfuerzo empleado en el trabajo. Fromm considera que el modo auténticamente humano de adquirir seria realizar un esfuerzo cualitativamente proporcionado con lo que se adquiere. Obtener alimento y ropa dependería únicamente de la premisa de estar vivo; adquirir libros y arte, de la capacidad para comprenderlos y usarlos. La manera de adquirir cosas, en la sociedad de consuma, resulta independiente del modo como se usen (ostentación, estupidez, destrucción...).

Los objetos se adquieren para "tenerlos", nos contentamos solamente con una posesión inútil, no buscamos el placer del uso. Incluso, cuando sí se da un placer en el uso de cosas, no deja de ser un factor importante el deseo de notoriedad. La publicidad nos ha hecho perder el contacto con la cosa real y consumimos una fantasía de riqueza y distinción, en muchos casos incluso hay una ausencia completa de realidad y solo la ficción creada por la propaganda. De nuevo se apela a la concreción, esta vez al acto de consumir como un acto verdaderamente humano en el que intervengan los sentidos, las necesidades orgánicas y el gusto estético; en suma, en el que intervengamos los seres humanos con nuestra sensibilidad, sentimiento e inteligencia, y no se sacrifique la experiencia significativa ni el acto productor. Desgraciadamente, en la sociedad capitalista consumir supone una satisfacción de fantasías artificialmente estimuladas y creadas por factores externos a nuestro propio ser. Otro aspecto de la enajenación a destacar, dentro del acto de consumir, es la cuestión de estar rodeados de objetos cuya naturaleza y origen se nos escapan. Empleamos unos vagos términos adquiridos, sabemos cómo hacer funcionar las máquinas, pero desconocemos los principios. Esto es válido para cosas cuya base es técnica y científicamente compleja, pero también para otros objetos más mundanos (como puede ser elaborar el pan o fabricar una mesa). Se consume como se produce, sin una relación concreta con el objeto que manejamos.

La consecuencia de esta manera de consumir es que la satisfacción nunca se completa, ya que no es la persona real y concreta la que consume algo real y concreto. Se produce la necesidad de acumular más cosas, de consumir más. Naturalmente, si el nivel de vida de las personas está por debajo de unas necesidades básicas, resulta legítima la necesidad de consumo. Del mismo modo, Fromm también considera que cuanto mayor nivel cultural existe, también es legítimo un mayor refinamiento en su consumo (calidad de los alimentos, arte, libros...). Sin embargo, el ansia de consumo referido en nuestro sociedad contemporánea ya no tiene como meta una necesidad real del hombre, resulta un fin en sí mismo. El constante aumento de las necesidades nos obliga a un esfuerzo progresivamente mayor y nos hace depender, tanto de esas necesidades, como de las personas e instituciones que las crean. Puede decirse que con el incremento de los objetos de consumo crece el campo de factores externos que esclavizan al ser humano. En definitiva, la acción de comprar y consumir es compulsiva e irracional al resultar un fin en sí mismo, con escasa relación con el uso o el placer de las cosas adquiridas.

La enajenación en el consumo no se limita al modo de adquirir y consumir mercancías, también determina el tiempo libre del ser humano y es complicado que lo emplee de un modo activo y con sentido. El consumo de películas, deporte, medios de comunicación o libros, se hace igualmente de un modo abstractificado y enajenado. La cultura, y lo que no es cultura (tal vez, la mayor parte de los casos, visto el panorama actual), está determinada por la industria, al igual que los objetos de consumo. El valor de ocio no se mide en términos humanos, está determinado por su valor en el mercado. Si una actividad creativa y espontánea transforma al usuario (el acto de leer, de observar un escenario o de conversar con amigos), en el proceso enajenado del placer no se produce nada a nivel interior, únicamente queda el recuerdo de haber realizado algo. Fromm usaba ejemplo la cámara fotográfica durante las vacaciones, la placentera experiencia de viajar es substituida por una serie de instantáneas durante un viaje. Pensemos en cómo la tecnología nos ha hecho poder capturar la "realidad" a comienzos del siglo XXI, de la forma más inane posible, y tal vez nos dará motivos de reflexión lo que Erich Fromm afirmaba ya hace décadas.

Si hablamos de enajenación en el campo productivo y en el de consumo, no podemos desvincular a las fuerzas que determinan la sociedad y las vidas de cuantos viven en ella. En el capitalismo, no hay leyes sociales explícitas, únicamente el principio de que cada individuo tiene que competir por sí mismo en el mercado, del cual surgirá el orden ("y no la anarquía", ironiza Fromm). Las supuestas leyes económicas del mercado, que existirán, son incognoscibles para el ciudadano medio. Las leyes del mercado, al igual que la providencia o la "voluntad divina", pertenecen a un ámbito fuera del alcance de la voluntad y la influencia humanas. Una de las manifestaciones más notables de enajenación es el estar gobernados por leyes que no se controlan (y que, supuestamente no necesitan control). Aunque resulte cuestionable que el poder político y el económico sean monstruos sin control (hay quien dice que el laissez faire es una falacia, ya que el Estado y el capitalismo se alimentan mutuamente), el análisis del Fromm para el hombre de la calle, y su actitud enajenada, sí parece indiscutible.