La Comisión de Política de la Asamblea de Carabanchel ha subido nuevos títulos a la estupenda biblioteca virtual que están creando:
En ellos, se encuentra Dios y el Estado, de Mijaíl Bakunin. Todo escrito, para el anarquista ruso, debía tener siempre un valor instrumental, servir de auxiliar a la práctica. Coherente con lo que fue su vida, Bakunin dejó inacabados y deslabazados diversos proyectos teóricos debido a que siempre aparecía alguna acción más atractiva en la realidad práctica. Dios y el Estado fue publicada por primera vez por Cafiero y Reclus en 1882. Se trata de una obra en la que Bakunin trata de exponer al público el conjunto de sus ideas y, como tantas otras veces, lo realiza mediante un escrito ocasional que acaba convirtiéndose en una obra larga. Aunque por circunstancias no pudo acabar el manuscrito, sí hizo lo que pudo para presentar un conjunto de ideas elaborado.
Tal y como dicen Cafiero y Reclus, en el prefacio de la edición de 1882, Dios y el Estado está escrito con el estilo habitual de Bakunin: incuria literaria, falta de proporción e interrupciones bruscas. No obstante, las cuestiones que trata están tratadas con decisión y gran vigor lógico, se esfuerza en demostrar a los que creen en la autoridad divina el vacío de su propuesta y señala el origen puramente humano de todo gobierno. La idea Dios, auténtico origen de la sacralización del Estado, mantiene esclavizada a la humanidad desde tiempos inmemoriales. Mientras el hombre considere que hay una fuerza superior a él, la cual adopta la forma de una u otra abstracción, se mantendrá en ese estado de subordinación. Bakunin no dejaba de ser un ilustrado radical, que confiaba en el conocimiento como alumbramiento para que el ser humano fuera capaz de autoconstruirse socialmente. No obstante, el anarquista advierte sobre la concesión de autoridad a un cuerpo ilustrado e, implicitamente, sobre el peligro de sacralizar a la propia ciencia, la cual no deja de ser un instrumento progresivamente mejorable.
Estamos ante una de las obras fundamentales del anarquismo en la que se pone en cuestión cualquier forma de gobierno, incluso el de los más sabios (si es que fuera posible valorar tal cosa). Si fuera un cuerpo científico el encargado del gobierno de la sociedad, su labor no se centraría en el progreso en el conocimiento, sino en su propia perpetuación (para Bakunin, todo poder instituido actúa de ese modo); además, el pueblo gobernado abundaría en su ignorancia e incapacidad, por lo que necesitaría cada vez más la dirección y el gobierno de personas supuestamente capaces. Bakunin confiaba en que los hombres progresaran hacia una critica feroz a cualquier poder, incapaces por más tiempo de sentirse gobernados y con la capacidad de aprender a gobernarse a sí mismos. Tal y como se refleja en Dios y el Estado, el anarquismo niega la legislación basada en el privilegio y la autoridad, incluso la surgida del sufragio universal, ya que se considera que se acaba desembocando en una oligarquía enfrentada a los intereses de la mayoría. Por lo tanto, se rechaza cualquier legislación externa a la propia sociedad y se confía en la capacidad de autogobierno de la misma.
- Reflexiones sobre la violencia – Georges Sorel
- Democracia y relativismo – Cornelius Castoriadis
- Lenguaje, poder e identidad – Judith Butler
- Discursos interrumpidos I – Walter Benjamin
- Para leer El Capital – Louis Althusser y Étienne Balibar
- La revolución teórica de Marx – Louis Althusser
- Manifiesto contrasexual – Beatriz Preciado
- El corto verano de la Anarquía, Hans Magnus Enzensberger
- Conversaciones en el impasse: dilemas políticos del presente – Colectivo Situaciones
- Vacas, cerdos, guerras y brujas, Marvin Harris
- Pedagogía del oprimido, Paulo Freire
- La Indignata, Comisión de Comunicación Carabanchel
- La verdadera historia del Club Bilderberg, Daniel Estulin
- Los secretos del club Bilderberg, Daniel Estulin
- Patas Arriba, Eduardo Galeano
- Socialismo sin Estado: Anarquismo, Mijail Bakunin
- El socialismo del Siglo XXI, Heinz Dieterich Steffan
Tal y como dicen Cafiero y Reclus, en el prefacio de la edición de 1882, Dios y el Estado está escrito con el estilo habitual de Bakunin: incuria literaria, falta de proporción e interrupciones bruscas. No obstante, las cuestiones que trata están tratadas con decisión y gran vigor lógico, se esfuerza en demostrar a los que creen en la autoridad divina el vacío de su propuesta y señala el origen puramente humano de todo gobierno. La idea Dios, auténtico origen de la sacralización del Estado, mantiene esclavizada a la humanidad desde tiempos inmemoriales. Mientras el hombre considere que hay una fuerza superior a él, la cual adopta la forma de una u otra abstracción, se mantendrá en ese estado de subordinación. Bakunin no dejaba de ser un ilustrado radical, que confiaba en el conocimiento como alumbramiento para que el ser humano fuera capaz de autoconstruirse socialmente. No obstante, el anarquista advierte sobre la concesión de autoridad a un cuerpo ilustrado e, implicitamente, sobre el peligro de sacralizar a la propia ciencia, la cual no deja de ser un instrumento progresivamente mejorable.
Estamos ante una de las obras fundamentales del anarquismo en la que se pone en cuestión cualquier forma de gobierno, incluso el de los más sabios (si es que fuera posible valorar tal cosa). Si fuera un cuerpo científico el encargado del gobierno de la sociedad, su labor no se centraría en el progreso en el conocimiento, sino en su propia perpetuación (para Bakunin, todo poder instituido actúa de ese modo); además, el pueblo gobernado abundaría en su ignorancia e incapacidad, por lo que necesitaría cada vez más la dirección y el gobierno de personas supuestamente capaces. Bakunin confiaba en que los hombres progresaran hacia una critica feroz a cualquier poder, incapaces por más tiempo de sentirse gobernados y con la capacidad de aprender a gobernarse a sí mismos. Tal y como se refleja en Dios y el Estado, el anarquismo niega la legislación basada en el privilegio y la autoridad, incluso la surgida del sufragio universal, ya que se considera que se acaba desembocando en una oligarquía enfrentada a los intereses de la mayoría. Por lo tanto, se rechaza cualquier legislación externa a la propia sociedad y se confía en la capacidad de autogobierno de la misma.
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