martes, 26 de febrero de 2013

La fuerza moral del pensamiento de Bertrand Russell

Otro aspecto de la obra de Bertrand Russell muy importante, y estrechamente vinculado a la concepción libertaria como garante de una sociedad libre compuesta de individuos libres, es el de la educación. En este sentido, la educación estaría muy relacionada con la política, ya que ésta debe ocuparse verdaderamente del individuo y no quedar reducida a una mera técnica. Se ha dicho que tres son las cualidades principales que Russell afronta en su pensamiento educacional relativas al individuo: inteligencia, amor y valor. En un mundo cada vez más complejo, es necesario encontrar soluciones inteligentes, ya que sin ellas amor y el valor resultan estériles. Obviamente, sin amor la inteligencia y el valor resultan francamente peligrosos y potencialmente destructivos. Por último, es necesaria la valentía de caminar contracorriente y abrir nuevos senderos en un mundo donde las cualidades de la inteligencia y el amor no son suficientemente reconocidos. Russell consideró el siglo pasado que era necesaria la síntesis de estas tres cualidades para afrontar los graves problemas del mundo moderno, y hoy resulta tan o más reivindicable.



Como ya se dijo en la entrada anterior, uno de los rasgos más sobresalientes de Russell es su fuerte compromiso, el intento permanente de que su pensamiento sirviera en la práctica para mejorar la existencia humana. Sin ninguna duda, y acorde con el legado de su obra, se trata de una persona de enorme talla intelectual y también humana. Otro de los aspectos que quiero ver muy emparentado con la concepción libertaria es su inquebrantable visión internacionalista en un mundo que vivía más marcado por las fronteras y el poder de los Estados nacionales. La visión de la humanidad como un todo, una educación dirigida a vivir en sociedad, la fomentación de los aspectos más constructivos del ser humano y la preocupación por la dignidad y por la libertad de cada individuo es lo que caracteriza la obra de Russell.

Por otra parte, huía Russell de cualquier absolutismo, tenía siempre presentes los límites y lo necesario de buscar la combinación en el pensamiento. Es muy difícil reprochar nada a este autor, aceptando que él mismo no rechazaba caer en contradicciones, inherentes por otra parte a cualquiera, cuando observamos cómo combinaba todo lo bueno de la educación clásica con la moderna, el estudio de la historia con las ciencias aplicadas, la disciplina con la libertad, la razón con la emoción, la pasión con la inteligencia, el conocimiento con la responsabilidad, la realidad con la imaginación... Hablamos pues de un autor plenamente revindicable, también en el aspecto educacional, con un pensamiento rico y complejo en el que se dan diferentes dimensiones y se combinan distintos factores.

Frente a toda visión trascendente, Bertrand Russell dedicó su vida y su obra a demostrar que la solución únicamente está en nosotros mismos y una de las claves se encuentra en la educación política para formar individuos libres.
En la siguientes líneas, extractadas del final de su obra Los caminos de la libertad, podemos ver la belleza de un pensamiento que jamás renunció al compromiso y que resulta más necesario que nunca en el mundo actual, tan plagado de charlatanería y de corrupción moral:
No es imposible para la fuerza humana crear un mundo lleno de felicidad: los obstáculos impuestos por la naturaleza inanimada no son insuperables. Los obstáculos reales se hallan en el corazón del hombre, y el remedio para éstos es una esperanza constante, encauzada y fortalecida por el pensamiento.
 El mundo que tenemos que buscar es un mundo en el cual el espíritu creador esté vivo, en el cual la vida sea una aventura llena de alegría y esperanza, basada más en el impulso de construir que en el deseo de guardar lo que poseamos y de apoderarnos de lo que poseen los demás. Tiene que ser un mundo en el cual el cariño pueda obrar libremente, el amor esté purgado del instinto de la dominación, la crueldad y la envidia hayan sido disipadas por la alegría y el desarrollo ilimitado de todos los instintos constructivos de vida que la llenen de delicias espirituales. Un mundo así es posible; espera solamente que los hombres quieran crearlo.
Mientras tanto, el mundo en el cual nosotros vivimos tiene otras finalidades. Pero éste desaparecerá, consumido en el fuego de sus ardientes pasiones, y de sus cenizas surgirá un nuevo mundo más joven, preñado de una nueva esperanza y con la luz de la alborada bullendo en sus ojos.

domingo, 24 de febrero de 2013

Bertrand Russell y los juicios morales

En la obra de Bertrand Russell, aunque tal vez no se alude a ello con demasiada frecuencia, ocupa un lugar muy importante el estudios de los valores y tuvo al respecto diferentes posturas en su larga vida. Si entendemos que para Russell la ética está muy vinculada a la política, puede decirse que esta cuestión está presente en toda su obra. Como es sabido, este autor se preocupó no solo de teorizar, sino de buscar una solución práctica a los problemas de la vida, por lo que además de filósofo es posible calificarle de militante de sus ideas sociales, morales y políticas. Como hemos dicho, su opinión sobre la ética sufrió diversas modificaciones a medida que entraba en una edad más madura, ya que de muy joven simpatizaba de un modo elemental con el utilitarismo, ya que pensaba que el fin de las buenas acciones era el fin de la humanidad; si esa postura sufrirá, como es lógico, una evolución, de alguna manera continuará confiando en el utilitarismo como una ética laica ajena a lo trascendente y capaz de favorecer el desarrollo de la sociedad.

Es la lectura de la obra de G.E. Moore, especialmente de Principia Ethica (1903), la que le conducirá a Russell a transformar su postura inicial. La obra citada se considera la primera que realiza un planteamiento sobre la metaética, rama que se ocupa del análisis del lenguaje moral; según la misma, no es posible asimilar lo que es "bueno" a una cualidad natural (la llamada "falacia naturalista") y es posible que hablemos entonces de una cualidad simple y no natural. Así, no es posible percibir la cualidad de lo bueno a través de los sentidos y Moore concluye que se conoce a través de una intuición moral. Russell vivirá una etapa de defensa del intuicionismo (una forma de objetivismo) y llegará a afirmar que la ética es una ciencia, por lo que su fin es evidenciar proposiciones verdaderas sobre la conducta buena o mal. Más adelante, renegará de esta postura intuicionista, objetivista y cognitivista, ya que no es posible un acuerdo general sobre qué tipo de actos hay que llevar a cabo ni sobre quién tiene la razón en una polémica; aquella postura se convierte en la práctica en una suerte de dogmatismo en la que una parte impone su postura a la otra.

Es a partir de la publicación en 1935 de su ensayo "Ciencia y ética" (incluido en la obra Religión y ciencia, editada por Fondo de Cultura Económica en 2004), cuando Russell evoluciona hacia posturas no cognitivistas. A pesar de ello, en alguna otra obra posterior, e insistiendo entre la conexión de lo bueno y lo deseado, tratará de tender un puente hacia cierto "conocimiento ético". En cualquier caso, Russell deriva hacia lo que se conoce como emotivismo en el terreno de la metaética; al parecer, se suele trazar en la metaética una línea de separación entre los cognitivistas, que consideran que las proposiciones morales describen algún tipo de realidad, y los no cognitivistas, que sostienen que los juicios morales no describen nada y no son, por lo tanto, verdaderos o falsos. El emotivismo es la más importante teoría no cognitivista, y sostiene que los juicios de valor, además de no afirmar nada sobre algún objeto del mundo, tampoco lo hacen sobre el estado de ánimo personal (como sostiene el subjetivismo); se limitan a expresar ciertas emociones.

Russell aporta su propia originalidad al emotivismo y en "Ciencia y ética" separará el conocimiento científico, del que fue un defensor a ultranza, de un conocimiento ético incapaz de regirse por los parámetros de la ciencia: "...los que sostienen la insuficiencia de la ciencia apelan al hecho de que la ciencia no tiene nada que decir sobre los 'valores'. Admito esto; pero cuando se infiere de aquí que la ética contiene verdades que no pueden ser probadas o refutadas por la ciencia, estoy en desacuerdo". Así, Russell mostrará en su obra que lo que se presenta como un conocimiento ético independiente de la ciencia no es tal, por lo que su posición pasará a ser no cognitivista. No es posible encontrar una definición del Bien con mayúsculas, algo que ya le condujo al intuicionismo moral, y ahora rebajará la elección de una postura u otra al nivel de las emociones:
Cuestiones como `los valores' -es decir, lo que es bueno o malo por sí mismo, independientemente de sus efectos- se encuentran fuera del dominio de la ciencia, como los defensores de la religión lo aseguran enfáticamente. Pienso que están en lo cierto, pero saco la siguiente conclusión que ellos no sacan, a saber: que cuestiones tales como `los valores' están enteramente fuera del dominio delconocimiento. Es decir, cuando afirmamos que esto o aquello tiene “valor”, estamos dando expresión a nuestras propias emociones, no a un hecho que seguiría siendo cierto, aunque nuestros sentimientos personales fueran diferentes.
Los valores no son algo que está en el mundo y que el hombre pueda descubrir, sino que están en el sujeto que valora, resultan particularmente analogables a ciertas emociones y los proyecta sobre la realidad. Russell escoge, entre otros componentes que pueden formar parte de la ética, hablar de deseos, con lo que parece destacar el carácter proyectivo de la moral. Las conclusiones subjetivistas de Russell son el resultado de un análisis lo más objetivo posible, lo que constata que parte de los problemas sociales son el resultado del enfrentamiento entre deseos muy dispares entre los diferentes seres humanos. Para Russell, cuando alguien afirma que algo es bueno no está realizando una proposición susceptible de ser buena o mala, sino expresando un deseo que le gustaría ver generalizado. Recordaremos que Russell no era ningún relativista, que las conclusiones a las que llegó fueron seguramente a pesar de sus propios deseos; a pesar de que no es posible que la ética nos presente un conjunto de proposiciones verdaderas sobre el Bien, ya que no existen, Russell se ocupó del contenido de los actos éticos y tuvo la intención de elevarlos al interés de toda la humanidad:
...la ética está fuertemente relacionada con la política: es un intento de imponer los deseos colectivos de un grupo a los individuos; o, inversamente, es un intento de un individuo para hacer que sus deseos se conviertan en los de su grupo. Naturalmente, esto último sólo es posible si sus deseos no son evidentemente opuestos al interés general: el ladrón apenas intentará persuadir a la gente que le está haciendo bien [...] Cuando nuestros deseos son de cosas que todos pueden gozar en común, no parece irrazonable esperar que otros estén de acuerdo; así, al filósofo que valora la Verdad, la Bondad y la Belleza le parece no estar expresando meramente sus propios deseos, sino señalando el camino para toda la humanidad. A diferencia del ladrón, puede creer que sus deseos son de algo que tiene valor en un sentido impersonal.
La ética queda vinculada a la política cuando trasciende el ámbito de lo personal y los valores logran ser considerados "buenos" por la sociedad. Russell valora especialmente a aquellas personas que van más alla de sus deseos personales, aunque no resulte posible restringir los deseos éticos a tal cosa. Lo que sí podría ser consustancial a la ética es el objetivo de convertir los deseos personales en universales, por lo que sería posible hablar de la creencia en la objetividad de los valores. A pesar de ello, Russell no niega que su teoría forma parte del subjetivismo de los valores, ya que considera que resulta imposible encontrar argumentos para probar que una cosa tiene un valor intrínseco; no existe manera imaginable de decidir una diferencia de valores, por lo que se concluye forzosamente que la distinción es una cuestión de gusto y no respecto a una verdad objetiva.

A pesar de estas conclusiones, aparentemente catastróficas para la base de la moralidad, Russell intentará demostrar lo contrario y fortalecerá la posibilidad de transformar la realidad desde un punto de vista ético:
Cuando se encuentra a un hombre con el que se tiene un desacuerdo ético fundamental, por ejemplo, si se piensa que todos los hombres son iguales mientras que otro considera que sólo una clase es importante, no seremos más capaces de lidiar con él si creemos en los valores objetivos que si no creemos. En ambos casos, sólo será posible influir su conducta influyendo en sus deseos: si lo logramos, su ética cambiará, y si no, no.
Es decir, la discusión es igualmente legítima desde un punto de vista práctico a pesar de que los valores sean objetivos o no, ya que el propósito es influir en los deseos del otro. Russell también se defendió de las acusaciones de irracionalismo, ya que un deseo no es en sí mismo racional o irracional; puede entrar en conflicto con otros deseos, puede conducir o no a la felicidad, pero no es posible calificarlo de irracional solo por no ser posible dar una razón para sentirlo. Así, Russell sostiene la idea de que la racionalidad o irracionalidad de algo solo puede establecerse respecto a la relación entre medios y fines:
“Razón” tiene un significado perfectamente claro y preciso. Significa la elección de los medios adecuados para lograr un fin que se desea alcanzar. No tiene nada que ver con la elección de los fines.
Puede decirse que la teoría emotivista de Russell no reduce la ética en absoluto a la irracionalidad y sí la emparenta con nuestros deseos para vivir en un mundo mejor.

Fuente principal de esta entrada:
"La teoría emotivista de los valores de Bertrand Russell", de Nicolás Zavadivker.

viernes, 22 de febrero de 2013

El aprendizaje de la racionalidad

Insistiremos, una vez más, en que existen mecanismos que explican que gente inteligente (y empleamos este apelativo de manera generalizada) crea en cosas absurdas y realice actos más bien necios. Cómo es posible que existan tantas estupideces en la sociedad, al alcance de cualquiera y que las personas las acaben consumiendo. Se dice que inteligencia y racionalidad son cosas diferentes; es decir, uno puede ser extremadamente racional y no ser especialmente inteligente, y vicecersa. Hay que recordar en la constante recurrencia a los atajos cognitivos; ya que pensar requiere tiempo, y hay que reconocer también que puede resultar contraproducente en algunos casos, el ser humano ha desarrollado una serie de reglas empíricas y prejuicios para limitar la capacidad mental empleado en un problema determinado. Está probado que, dependiendo de cómo se planteé un mismo problema, las personas pueden escoger una solución u otra dependiendo de, por ejemplo, el atractivo visual que observen y dejando a un lado la racionalidad.

La lista de reglas empíricas y de prejuicios cognitivos es bastante extensa: interpretamos no pocas veces a partir de la nada (de forma aleatoria), tendemos a buscar pruebas que confirmen lo que ya creemos, descartamos aquellas que no tienden a favorecernos, solemos evaluar las situaciones desde nuestro punto de vista (dejando a un lado a la otra parte), las anécdotas llamativas tienen más peso a veces que las estadísticas, sobrevaloramos nuestros conocimientos, nos creemos con menores prejuicios que los demás...

También existe otro enemigo de la racionalidad en la persona y es lo que se denomina "huecos en el equipamiento mental". Entendemos por ese equipamiento mental el conjunto de las reglas cognitivas, estrategias y sistemas de creencias aprendidas y se incluye en él nuestra comprensión de la probabilidad y la estadística, así como nuestra disposición a considerar hipótesis alternativas cuando tratamos de resolver un problema. Como resulta obvio, puede haber personas cultas e inteligentes que nunca desarrollen el equipamiento mental adecuado; también, ese equipamiento podría estar contaminado por supersticiones que conducen a decisiones abiertamente irracionales.

La ausencia de racionalidad, como es evidente, afecta a decisiones vitales en el día a día y a no poder edificar la vida que nos gustaría. Personas con tendencias impulsivas suelen tener un bajo pensamiento racional y una mala comprensión de la estadística y de la probabilidad, son incapaces de considerar las consecuencias de sus acciones y acaban confiando en supersticiones absurdas. A pesar de que muchas personas realizan acciones que les perjudican a ellos y a los que los rodean, continúan en ese empeño por esa notable falta de racionalidad, sin que tengamos que pensar necesariamente que es falta de inteligencia y es en cambio explicable por razones sicológicas y sociales.

Es posible indagar en la falta de racionalidad de las personas cuando, según la teoría de Keith Stanovich (Universidad de Toronto), se observa a la mente constituida por tres partes: mente autónoma, la cual usa habitualmente los atajos cognitivos problemáticos y funciona de modo rápido, inconsciente y automático; mente algorítmica, que se embarca en el pensamiento lento, trabajoso y lógico, y la mente reflexiva, la cual decide cuando es suficiente con la mente autónoma y cuándo necesita el trabajo pesado de la algorítmica. Por lo tanto, es la mente reflexiva la que determina la capacidad racional que tenemos; está relacionada con determinados rasgos de la personalidad, según seamos dogmáticos, flexibles, concienzudos o más o menos abiertos de mente (aunque es éste un concepto muy matizable, ya que es empleado habitualmente por "lo alternativo" místico y/o seudocientífico para atacar al método probadamente científico).

Comprender todos estos prejuicios que tenemos es el primer paso para saber que la racionalidad puede ser aprendida gracias a la práctica del pensamiento crítico y racional. Las trampas de los prejuicios cognitivos pueden ser evitadas, y es posible aprender a desarrollar hipótesis alternativas, si esa práctica acaba conviertiéndose en hábito. A pesar de que las intuiciones pueden ser a veces valiosas, especialmente en el terreno afectivo y social, hay que aprender que en el caso de las matemáticas y de las relaciones causales resultan francamente ineficaces. Los métodos de la ciencia y de la estadística hacen posible cuestionar nuestras carencias cognitivas, debilitar el razonamiento intuitivo y abren la posibilidad de la acción sensata y reflexionada.

martes, 19 de febrero de 2013

El gobierno de la anarquía

A propósito de este libro del historiador Juan Pablo Calero, editado en 2011 por la editorial Síntesis, resulta ya reiterativo decir que la Guerra Civil Española es uno de los hechos históricos sobre los que existe una mayor bibliografía, la cual además no ha parado de incrementarse en las últimas décadas. La manipulación, al respecto, en lugar de un riguroso estudio historiográfico, ha sido un hecho, incluso desde la muerte del dictador Franco; de manera más burda y evidente en esos autores que solo pueden recibir el calificativo de neofranquistas y que aparecen todavía protegidos por instituciones oficiales como demuestra el reciente Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia. Afortunadamente, los intereses doctrinarios, tal y como afirma Juan Pablo Calero, van siendo sustituidos, no solo por el rigor histórico, sino también por nuevos puntos de vista, perspectivas y matices, que han ido oxigenado las viejas cuestiones. La memoria histórica ha sido víctima en España del interés político y de un olvido deliberado durante la llamada Transición democrática, y solo puede ser revitalizada por un profundo análisis político de un conflicto que debe ser calificado fundamentalmente de ideológico. La demonización de toda ideología ha sido propia de esa nueva fase del capitalismo llamada "fin de la historia" y que (supuestamente) se concretó con la caída del Muro de Berlín y la desaparición de los regímenes comunistas.
No es casualidad que, entre los pocos hechos políticos investigados recientemente con hondura, se encuentre la actuación de los comunistas durante la Guerra Civil, gracias al libre acceso a los archivos de la extinta URSS, que en líneas generales confirman lo que ya dijeron testigos socialistas y anarquistas durante el propio conflicto. En el caso de los anarquistas y la revolución española, el libro de Calero viene a concretar un nuevo análisis riguroso que ya se estaba produciendo en las últimas tres décadas gracias a autores como Manuel Vicent Balaguer, José Luis Gutiérrez Molina o Marciano Cárdaba, entre otros. No es un hecho que pueda reducirse solo al ámbito académico, existe también la constante edición de valiosas memorias personales y puntos de vista locales que añaden un valor impagable a los grandes estudios. Sea como fuere, España es una región especial en la historia del anarquismo, y de ello tiene gran culpa el proceso revolucionario, de carácter fundamentalmente libertario, que se produjo de forma paralela a la Guerra Civil. El conflicto español es, con seguridad, un importante símbolo, sin lugar a dudas de resistencia de un pueblo ante el fascismo, pero también por su carácter revolucionario alejado (y enfrentado) al totalitarismo de la Unión Soviética. Es algo con lo que no cuentan los que manejan la historia de forma simplista e inicuamente pragmática, sacrificando a las grandes masas de trabajadores de una forma u otra. El caldo de cultivo político, económico, y también psicológico, para el totalitarismo de uno u otro pelaje debe ser visto como una excepción en el caso español, en el que el proletariado poseía la preparación y energías suficientes para construir un socialismo compatible, y confirmado, con la libertad.

Calero nos presenta con El gobierno de la anarquía un profundo y documentado análisis del papel de los anarquistas en un periodo crucial de la historia de España, dedicando un primer capítulo a la dictadura de Primo de Rivera y a la esperanzadora II República, extendiéndose en el estudio de la rebelión militar ante el gobierno del Frente Popular de 1936, en el inicio del conflicto y de la revolución, para terminar analizando la intervención en el gobierno obrero de Largo Caballero con cuatro carteras ministeriales (sin olvidar el epílogo en 1938 de Segundo Blanco, ministro de Instrucción Pública en el gobierno de Negrín, cuando ya el proceso revolucionario se encontraba en franco declive). En este trayecto, Calero desmontará algunos mitos, como es la supuesta actitud beligerante de los anarquistas ante el advenimiento de la República, la cual por otra parte no tardaría en defraudar especialmente en la cuestión social, o la inexistente dominación faísta sobre la CNT.
 Al margen de lo que se piense sobre la participación del movimiento libertario en el gobierno durante el conflicto civil, transgrediendo así sus más elementales premisas ideológicas, resulta imprescindible leer la obra de Calero para evitar los pobres lugares comunes. La entrada de los anarquistas en el gobierno obrero de Largo Caballero no se realizó para conquistar cotas de poder, obvio es decirlo, se hizo para defender la revolución social, para reforzar institucionalmente lo que ya se había conquistado en la calle. Y ello en un contexto bélico, y de presunta unidad contra el fascismo con "terribles" compañeros de viaje, por lo que las opiniones precipitadas deben ser apartadas. Además, hay que recordar que la ocupación de las carteras ministeriales fue solo la punta del iceberg de la participación libertaria en las instituciones republicanas, miles de afiliados cenetistas participaron en los diferentes escalafones del poder político. Las críticas a la participación gubernamental se produjeron, como fue el caso de Emma Goldman o de Camillo Berneri, y desde una perspectiva lúcidamente anarquista. Sin embargo, incluso la Federación Anarquista Ibérica pidió a los anarquistas de fuera comprensión y confianza, ya que jamás el anarquismo podrá ser llevado a la práctica en sentido totalitario.

El amplio capítulo dedicado a los ministros anarquistas tiene una conclusión que para muchos resultará obvia, el trabajo es lo que caracteriza su gestión y, en algunos casos, unas medidas notablemente adelantadas a su tiempo. Además, gracias a que Juan García Oliver ocupara el cargo de ministro de Justicia, el gobierno de Largo Caballero tomó por fin serias disposiciones para acabar con la violencia en la retaguardia y con las requisas injustificadas. En la línea de las establecidas por otro anarquista, Melchor Rodríguez, que asumió la responsabilidad como director general de Prisiones, las medidas de García Oliver tenían el firme propósito de acabar con las muertes extrajudiciales producidas dramáticamente en un contexto bélico y revolucionario. Al respecto, Calero recuerda las palabras de Errico Malatesta como ejemplo de la acción revolucionaria anarquista: "Si, para vencer, hay que levantar horcas en las plazas públicas, preferiría perder". Uno de los decretos más significativos en la gestión de García Oliver, entre los muchos que trataron de acometer serias correcciones en el sistema jurídico español, es el que reconocía la total igualdad de hombres y mujeres ante la ley, algo inédito en el país.
Igualmente notable fue la administración de Federica Montseny, que trató de llevar a cabo una reforma profunda del sistema sanitario y de la estructura interna de su Ministerio. Para ello, hay que tener en cuenta la perspectiva integral que adoptaban los libertarios respecto a la sanidad, previniendo las enfermedades y buscando un desarrollo pleno y satisfactorio del ser humano. Entre las medidas concretas llevadas a cabo por el equipo de Montseny, estuvo la formación del Instituto de Higiene de la Alimentación, también de indudable talante anarquista. Además del sistema sanitario, Montseny se encargó de la dura y muy necesaria tarea de Asistencia Social, teniendo en cuenta que las condiciones de los más necesitados se endurecieron durante la guerra, llevando a cabo un ambicioso plan de reformas. Numerosas y encomiables medidas las llevadas a cabo por García Oliver y Montseny en sus respectivos ministerios, a las que se unen las de Juan Peiró, al frente de Industria, y Juan López, como ministro de Comercio, algo más discretas por circunstancias muy determinadas que merecen ser leídas en el libro de Calero.

Como en la mayor parte de los sucesos históricos, no puede haber lecturas simplistas en la revolución española iniciada en julio de 1936 y en las circunstancias que produjo la colaboración anarquista en las estructuras republicanas, que se realizó precisamente para salvar a la República, en conclusión de Calero. El gobierno de la anarquía es una obra de gran rigurosidad historiográfica, que debe alzarse sobre tanta bibliografía cuestionable sobre la historia contemporánea de España. Si se desea realizar también otro tipo de análisis, crítico, humanista y militante, es momento de recordar obras como Enseñanzas de la revolución española, de Vernon Richards.

domingo, 17 de febrero de 2013

A vueltas con la televisión y los factores manipuladores

Que los medios, y muy especialmente la televisión, son en gran medida una maquina de desinformación y, consecuentemente, de manipulación de la opinión de las personas, es una cosa (que, en alguna ocasión, se ha tratado en este blog). Otra muy distinta, en la que podríamos caer los que tenemos posiciones ferozmente críticas sobre la alienación que produce la tecnología y los medios en manos del interés económico y político, es atribuirle todos los males del mundo. Hay quien ha dicho que esta visión es producto de un viejo esquema de pensamiento sobre lo que representa la transmisión del saber: un emisor (persona o institución), como fuente del saber y utilizando una canal de información, y un receptor, que recibe y registra la información de forma transparente y sin obstáculo alguno. Así, para que este sistema funcione solo es necesario que la fuente sea fiable, sinceridad en lo que se transmite y verificación sólida de la información. Si nos adentramos en el terreno de la moral, es decir, obligación del que porta el saber de transmitirlo a los otros, la cuestión se convierte en un deber solidario.

Por supuesto, la cosa no es tan simple, incluso aceptando que en una sociedad jerarquizada y plagada de intereses económicos, la transmisión de la información suele estar, de manera más o menos evidente, al servicio de los beneficios de una minoría que regenta el poder. En cualquier caso, y aunque no seamos dados a observar las cosas con excesiva paranoia, nadie puede dudar demasiado que, en la práctica social, informar es tratar de influir en la opinión del otro. Por otro lado, las cosas no son tan simples, ni la fuente suele ser transparente y unívoca, ni el medio por el que se transmite la información un simple cauce. El mecanismo de información es complejo, en la fuente el saber es múltiple (no algo simple y natural) y el canal de información es un lugar de puesta en escena que influye de manera obvia en su significado y también en el efecto que produce en el receptor; por último, el receptor tampoco es un ser único, ya que que está constituido por diversos grupos con distintos parámetros de identidad. De esta manera, observando los mecanismos sociales y mediáticos en su complejidad, se concluye que resulta muy importante intentar comprender cómo funcionan los medios de información, evidenciar sus limitaciones, descubrir su potencial y sería finalmente posible ir abriendo campo a nuevas prácticas más imaginativas (y libertarias).

La televisión, muy diferente como medio de la prensa o la radio, no es un monstruo maligno que hay simplemente que destruir (extenderemos esta apreciación a cualquier avance tecnológico, combatiendo así cualquier corriente ludita que parece seguir existiende de alguna manera en los movmientos sociales transformadores). El medio televisivo es, tanto un instrumento del sistema que vivimos, como un escaparate del mundo tal y como es. En las sociedades modernas existe una apariencia de libertad y de democracia, y la televisión es en última instancia, y al margen de la mucha estupidez en forma de espectáculo presente en ella, un reflejo de ese mundo en el que las personas poseen la ilusión de opinar. Tantas veces, se presenta a los medios simplemente como una herramienta de los poderosos para manipular a una masa inconsciente; bien, a pesar del factor de la enajenación tan propio de las sociedades modernas, las personas no son simplemente "masas" manipulables, ya que están compuestaa con opiniones diversas, múltiples y fragmentadas, por lo que siempre necesario necesario algo más de complejidad para captarlas. Lo que sí parece cierto es que la imagen audiovisual, deseosa de producir alguna emoción en el espectador, imposibilita al mismo tiempo el entendimiento; la televisión ha supuesto que observemos imágenes que de otro modo sería imposible, de acuerdo, pero con su buena dosis de deformación de la realidad. Ello no implica necesariamente que haya una mano detrás que produzca esa desinformación y consecuente manipulación (aunque exista en no pocas ocasiones, ya que seguimos viviendo en un mundo jerarquizado, con poderosos y subordinados). Lo que quiero decir es que es necesario que comprendamos los complejos mecanismos que rigen la transmisión de la información, con el objetivo de reducir al máximo las posibilidades de manipulación en un mundo que deseamos regido por la horizontalidad, la transparencia y la solidaridad.

En cualquier caso, y seguimos hablando de la televisión, la misma se ha convertido de manera consciente o inconsciente en una máquina de producir meras impresiones (a costa del auténtico conocimiento). Por supuesto, somos seres humanos y no podemos desprendernos tampoco de nuestras emociones al recibir la información, pero las mismas pueden y deben conducirnos al conocimiento. De lo primero que hay que partir es que las ciencias sociales nos dicen actualmente que no existe saber en estado puro, ya que resulta siempre de una mezcla entre los sistemas de valores racionales y los de valores emocionales; por lo tanto, no existe conocimiento absoluto sobre ningún fenómeno y toda información al respecto se verá determinada por el sistema de creencias en el que nos vemos insertados. No quiero extenderme sobre los medios que utiliza la televisión para transmitir la información, sino dejar constancia de que las cosas son más complejas que una mera instrumentalización consciente por parte del poder (aunque los medios acaben formando parte de esas relaciones de poder). De esa manera, cuando insistimos con demasiada gratuidad en la manipulación y presentamos a las personas como simples masas sin voluntad propia, estamos abriendo camino, en mi opinión, para nuevas formas "benévolas" de dominación. Es algo obvio la imposibilidad de que exista una entidad única, estatal o privada, con la capacidad de manipular al gran público; es más, ese concepto de "opinión pública" ya resulta muy cuestionable, algo burdo que sí parece haberse fabricado mediáticamente. A pesar de los múltiples factores de enajenación que puedan existir en una sociedad neciamente consumista, por un lado, y sin que las personas estén en contacto con una realidad concreta que favorezca su lado más humano y autónomo, por otro, las personas siguen teniendo una identidad y no es posibles reducirlas a una burda caricatura.

No soy tan partidario de obviar los medios, televisión incluida, algo por otra parte francamente difícil, como de ser conscientes de todos esos mecanismos que sí nos manipulan parcialmente y juegan con nuestras emociones. Es más, incluso buscando un origen diverso a la información, algo para lo que se requiere tiempo y energía, también es necesario captar en cualquiera de los casos todos esos condicionantes entre emisor, medio y receptor. Si la televisión se convierten en un instrumento con el que las personas creen estar informadas, y al mismo tiempo también creen participar incluso en un mundo globalizado y "democrático", entonces el daño en sí esta hecho. Sería importante exigir a los actores que participan en la transmisión de la información una sinceridad y consciencia en lo que hacen; es algo francamente difícil, incluso aceptando que no existe manipulación política, en un mundo gobernado por el interés económico. Como espectadores, es esencial una mirada y juicio crítico sobre esos mecanismos deformantes, pero también ser conscientes de que esa simple ventana a los problemas del mundo no es más que la punta del iceberg. Resulta, por lo tanto, muy necesario indagar y profundizar, eludiendo todos esos efectos del sistema mediático en que vivimos (potenciados por internet y las nuevas tecnologías), y así un poderoso antídoto contra la enajenación y una nueva conciencia pueden irse generando.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Factores de aceptación de terapias cuestionables

Como continuación a la entrada anterior, sigo exponiendo algunas probables razones para la aceptación de ciertas prácticas medicinales. Otro factor con fuerte peso es la presión psicológica para encontrar cierto valor a un tratamiento alternativo después de haber invertido tiempo considerable y elevadas sumas de dinero. La teoría de la disonancia cognitiva considera que si una información innovadora entra en conflicto con nuestras actitudes, creencias y conocimientos derivará en una angustia mental que solo se aliviará reinterpretando la nueva entrada perturbadora. Es imposible que cualquier persona admita su creencia en cosas absurdas, más bien tenderá a una seguridad firme y esencial en su propia virtud e inteligencia, con frecuencia distorsionando la realidad y, tal vez, malinterpretando los datos de su memoria. Sin un archivo riguroso y estadísticas fiables, se dará cierta memoria selectiva que magnificará los éxitos aparentes y marginará los fracasos.

Es cierto, seguramente, que la mayor parte de los terapeutas creen sinceramente en sus teorías y en estar ayudando a sus pacientes, por lo que no es desdeñable cierta "norma de reciprocidad" que puede darse en un escenario terapéutico. Los clientes desearán, tal vez de manera involuntaria, complacer a su vez a la persona que les está ayudando y sobredimensionarán los beneficios recibidos. De nuevo, sería necesario paliar este tipo de relaciones con ensayos clínicos rigurosos.
Estudiosos del tema distinguen entre los términos de "enfermedad" y "dolencia", para nada intercambiables. "Enfermedad" sería un estado patológico de un organismo, debido a una infección, degeneración de un tejido, contusión, exposición a algún tóxico o carcinogénesis, entre otros. "Dolencia" se refiere a sentimientos subjetivos de malestar, dolor, desorientación o disfuncionalidad que acompañan un estado patológico. Los sintomas y la percepción subjetiva de estar enfermo quedan determinados por construcciones cognitivas complejas (creencias, prejuicios, sugestiones...) y por ciertos factores sociales y económicos, por lo que los simples testimonios personales son una base insuficiente para verificar si una terapia ha curado o no. La apuesta sólida de verificación pasa por los ensayos clínicos doble ciego (donde ni el paciente ni el médico saben si están recibiendo el tratamiento o un placebo).

Es cierto que la medicina convencional utiliza frecuentemente tratamientos eficaces más dirigidos a eliminar los síntomas y reforzar los mecanismos de recuperación del propio cuerpo que a atacar el proceso de la enfermedad en sí mismo. Las medicinas alternativas no presentan una base sólida para asegurar que son eficaces en este sentido, pero sí han provocado una considerable controversia y estimulado la investigación dentro de la biomedicina convencional para buscar métodos más eficaces en los procesos naturales de recuperación. En cualquier caso, son necesarios unos medios de investigación a los que se cierran habitualmente los "alternativos".
Muchas enfermedades son cíclicas, tienen fases agudas o leves, y otras pueden estar sujetas a ciertas remisiones (inhabituales, pero posibles), por lo que un falso tratamiento (que se buscará en el momento crítico) tiene muchas posibilidades de coincidir en la fase de mejoría y será confundido con una eficacia, asumida de modo acrítico ante la ausencia de estudios clínicos y de grupos de control.

Por otra parte, tampoco resulta desdeñable el análisis que indica la notable cantidad de hipocondría y de factores psicosomáticos presentes en nuestra sociedad. Ello es un caldo de cultivo adecuado para que los "sanadores alternativos" sean el recurso de cantidad de personas convencidas erróneamente de que padecen de enfermedades orgánicas o con temor a perder su buena salud. Procurar un diagnóstico médico a dolencias psicológicas da pábulo a la pseudociencia y potencia los éxitos de falsos médicos. Desgraciadamente, la aceptación de un malestar psicológico puede ser todavía un estigma social, por lo que la actitud, consciente o no, del paciente influye muy mucho al no aceptar que no posee ninguna patología física y estar dispuesto a aceptar la incapacidad del médico convencional para sanarle.
Resulta muy común también, por parte de los practicantes de las terapias alternativas, repetir que la medicina convencional alivia síntomas específicos sin tratar la causa real de la enfermedad. En caso de haber un tratamiento conjunto, de la medicina científica y la complementaria, los practicantes de esta última consiguen magnificar su eficacia en caso de que exista alguna mejoría. La medicina ortodoxa diagnostica en ocasiones que no existen indicios de ninguna enfermedad, por lo que los pacientes acaban derivando a practicantes alternativos que encontrarán algún desequilibrio "energético" o nutricional; si se da alguna mejoría sobre una enfermedad física inexistente, se produce un nuevo converso. La personalidad fuerte y carismática que pueda tener el terapeuta marginal acaba destapando un aspecto mesiánico de la medicina alternativa y deslumbrando al paciente, que puede tener alguna mejora psicológica derivada en alivios sintomáticos a corto o largo plazo.

En conclusión, los clientes potenciales de ciertas terapias deberían averiguar si éstas tienen el apoyo de investigaciones médicas sólidas. Los testimonios personales de apoyo carecen de valor para decidirse por determinada terapia, cuyos defensores tendrían que proporcionar pruebas empíricas definitivas. El escepticismo debería producirse ante terapeutas que manifiestan ignorancia u hostilidad hacia la medicina científica (sin refutar las críticas que ésta haga a su práctica), que no son capaces de explicar razonablemente sus métodos, aludan a "fuerzas espirituales" o "energías vitales" (o similar jerga mística), mantengan poseer ingredientes o procesos secretos, apelen a conocimientos ancestrales u otras formas de conocimiento, hablen de la persona como un "todo" (en lugar de tratar enfermedades) y estén formados en instituciones de dudoso origen.
Como ya comenté en la entrada anterior, la medicina, concretada en ciertas terapias, se aprovecha de la debilidad de las personas, y una falsa esperanza de curación suplanta con relativa facilidad al sentido común y la disposición a exigir pruebas.

lunes, 11 de febrero de 2013

Los discursos alternativos en la sanación

Debido a cierta experiencia con una nueva medicina "alternativa", me gustaría recuperar unas viejas reflexiones sobre el tema y los factores que llevan a su aceptación. Primero, me gustaría partir de lo que sería una conclusión, y es que la conversión de la sanidad en un negocio, y jerarquizaremos la responsabilidad poniendo en primer lugar a las grandes compañías farmacéuticas, ha conducido a lo que es sin duda uno de las grandes distorsiones en la civilización: pensar que existen remedios milagrosos para todas las enfermedades, desde los más leves trastornos sicológicos hasta lesiones auténticamente graves. Vivimos en una auténtica cultura de la pastilla, de tal manera que, es cierto que existe una gran manipulación para que consumamos de todo, incluidos supuestos remedios para nuestras dolencias. Esto, producto de una sociedad de consumo y de una economía de mercado que obviamente no se ocupa de los graves problemas sociales ni de los trastornos personales, no supone, como sostienen ciertos discursos alternativos, que las personas estén manipuladas al cien por cien, ni que existan verdades sencillas sobre el conocimiento que las grandes empresas se esfuerzan en ocultar; el sentido común nos dice que ambas cosas serían imposibles por muy totalitario que fuera el sistema donde vivimos. Digo esto porque estas simplezas es lo que ciertos discursos alternativos repiten una y otra vez hasta la saciedad tratando de buscar legitimidad para vender lo suyo; especialmente, las terapias (mal) llamadas alternativas. Otra afirmación recurrente es que la medicina convencional te cura una cosa para trastornarte otra, según las llamadas contraindicaciones, que también suele basarse en medias verdades (más producto de lo que antes denominé como cultura de la pastilla que de una mano negra que se esfuerce en que sea así). Lo cierto es que muchas personas, de manera comprensible, acuden desesperadas a curanderos, homeópatas, quiroprácticos, osteópatas y otros terapeutas, por no hablar de las mucho más irrisorias terapias relacionadas con la energía, de índole cuántica, cósmica, orgónica o vaya usted a saber qué.

Como ya he sostenido en otras ocasiones, que la religión y la medicina se aprovechan de las debilidades de las personas es algo con lo que podemos estar de acuerdo personas de diverso bagaje cultural o de ideologías bien distintas. Del mismo modo, también he dicho que la presencia de las creencias más disparatadas en la sociedad moderna (incluyendo creencias religiosas solo sostenidas por su antigüedad) no puede ser atribuible simplemente a la ignorancia o a la mera credulidad, aunque el factor mimético no resulte del todo desdeñable. Existe gente culta y racionalista, por supuesto creyente, pero que también guardan precauciones sobre las más variopintas disciplinas seudocientíficas; los especialistas mejor cualificados pueden perfectamente equivocarse si confían unicamente en sus experiencias personales y en razonamientos informales, especialmente si las conclusiones a las que llegan afectan a creencias con las que mantienen vínculos de algún tipo (ideológicos, sentimentales o económicos). El pensamiento crítico, tan necesario y tan ausente en nuestra sociedad, tiene que mantenerse bien protegido de los límites de la paranoia o de la constante conspiración del "sistema". Parte de este sistema sería para mucha gente la medicina convencional, pero resulta algo increíble pensar que toda la comunidad médica occidental (ojo, no hablo aquí de la gran empresa capitalista) forme parte de una especie de confabulación interesada en no aceptar la "verdad" de terapias complementarias o alternativas. No resulta descabellado aceptar que si los defensores de esas terapias pueden aceptar pruebas concluyentes sobre la veracidad de sus métodos dejarían de ser alternativas y pasarían a ser incorporadas a la llamada medicina convencional (y me anticipo a las críticas que se me harán a esta afirmación, hablando de intereses económicos, pero no quiero centrar en ello este texto sino en la veracidad de información cuestionable). No soy un defensor a ultranza de la medicina establecida, ya que su instrumentalización por el interés económico y político tiene que hacernos desconfiar, y sí del eclecticismo más razonable, pero las fisuras o carencias del conocimiento científico no pueden llevarnos a la credulidad o a la regresión a etapas más oscurantistas. Aquellos que venden terapias alternativas tienen la obligación de demostrar que sus productos son eficaces y seguros. La supuesta validez de un tratamiento alternativo depende muchas veces de razonamientos subjetivos y de las experiencias de otros usuarios, sin base científica alguna, contradiciendo incluso principios establecidos de la biología, la química o la física.

Ya se ha insistido en los factores sociales, psicológicos y cognoscitivos que pueden llevar a gente honesta, culta e inteligente a creer en tratamientos no acreditados científicamente.
Puede haber dos grupos de personas que abracen confiados terapias no científicas. Aquellos que han sido aconsejados por alguien digno de confianza, por el testimonio de un amigo, un anuncio publicitario o por haber magnificado el hecho de que alguna terapia alternativa haya sido validada científicamente e incorporada a la medicina convencional. Los del segundo grupo pueden tener un compromiso filosófico más amplio, escogiendo "lo alternativo" sobre bases ideológicas subsumidas en determinadas creencias sociales y metafísicas (no estamos lejos de la conexión con la religión y, por lo tanto, con el dogma) alejadas de la visión científica y de sus reglas empíricas. Habría con este grupo un fuerte desacuerdo en su visión cosmológica y epistemológica. Naturalmente, es lógico que los temas que atañen a la salud se integraran en uno de esos dos modelos cosmogónicos: uno objetivo, materialista y mecanicista; el otro, subjetivo, animista y guiado por la moral. Nuestras creencias sobre la naturaleza y sentido de la vida, además de nuestra moral y la percepción de la realidad que podamos tener, influyen notablemente en lo que podamos pensar sobre la salud y la enfermedad, por lo que si criticamos a una persona por creer en curaciones no convencionales es lógico que seamos rechazados vehementemente al considerar que estamos atacando las bases mismas del pensamiento individual. Si la subjetividad conduce a filtrar y distorsionar la información recibida para construir una determinada cosmogonía, no hay que olvidar la carencia formativa, y notable ignorancia científica, que caracteriza a la sociedad. Es por eso que muchas personas pueden carecer del conocimiento y pensamiento crítico necesario para rechazar un producto comercial relacionado con la salud. Así, el consumidor se encuentra desprotegido y se crea una industria, más o menos alternativa, con sus propias y nada verificables campañas de marketing y su búsqueda de beneficios; lo mismo que ocurre con las grandes compañías farmacéuticas, pero a otro nivel de manipulación y con un mensaje diferente. La bonita y simplona creencia, apoyada en religiones de última generación, del "tú creas tu propia realidad", que apuesta por criterios emocionales, por encima de los empíricos y lógicos, para decidir cómo percibe la realidad cada cual, ha llevado a considerar que la objetividad es una ilusión y a una especie de "todo vale" en la percepción individual. La verificación empírica ha quedado devaluada y se intensifica el número de seguidores de productos sanitarios muy cuestionables.

Los seguidores de medicinas alternativas abrazan cierto dualismo mente-cuerpo y recurren más tarde o más temprano al artificio de supuestos mediadores espirituales en los temas de salud. De ahí el retorno a la creencia tradicional, con sus diversas variantes, de que la verdadera causa y solución para cualquier patología radica en la mente. Pueden haberse demostrado efectos sicológicos beneficiosos en la salud, pero ello ha quedado magnificado fuera de toda proporción razonable por los defensores de la medicina alternativa. Un extremo de esta posición es la afirmación precientífica de que la salud y la enfermedad están conectadas con la capacidad personal (con la capacidad moral), por lo que a menudo se conduce a la culpabilidad de la persona y a creer que algo inadecuado habrá realizado para merecer la aflicción que padezca. Estudios en psicología concluyen que las personas tienden a ajustar sus actitudes, creencias y comportamientos de acuerdo con un "todo" armonioso. Si existe información perturbadora que no puede ser ignorada con facilidad, la distorsionaremos con cierta habilidad para aminorar la desavenencia. En otras palabras, es necesario ser consciente, para luchar contra ello, de que el ser humano tiende a adoptar creencias tranquilizantes y placenteras y a aceptar, acríticamente, aquello que refuerza nuestras actitudes y nuestra autoestima. Nos referimos aquí a las medicinas alternativas, pero puede aplicarse a cualquier ámbito sociopolítico. Los pioneros de la revolución científica fueron conscientes del peligro del razonamiento informal unido a esa tendencia de la persona a asumir conclusiones compatibles con su visión del mundo, y trataron de prevenirlo con el análisis y el estudio sistematizado, así como con la eliminación de variables perturbatorias. Desgraciadamente, estas precauciones se encuentran con el problema de la toma de decisiones en función de las cuestionables anécdotas personales de clientes satisfechos; desgraciadamente, la lógica humana se muestra débil en situaciones complejas, con numerosas variables en juego y con la existencia de presión social. Con frecuencia, para distinguir causas verdaderas de las falaces es preciso la observación controlada y la abstracción sistematizada de grandes volúmenes de datos, labor que escapa a la capacidad cognoscitiva del ser humano. Partir del entorno propio para establecer correlaciones con cierto valor puede ser razonable para una análisis de mayor envergadura en la búsqueda causal, pero nunca debería ser el punto final para su aplicación en un uso terapéutico. Los defensores de la medicina alternativa ignorarán estas precauciones y explotan esa otra tendencia humana a depositar más fe en la experiencia e intuición personales que en estudios estadísticos controlados.

martes, 5 de febrero de 2013

El humanista Paul Kurtz

Recientemente, en octubre del pasado año, falleció el filósofo Paul Kurtz, escéptico, humanista y librepensador, conocido enemigo intelectual de las religiones y de las jerarquías que las representan. Kurt había nacido en 1925 en Newark (Nueva Jersey, Estados Unidos de América), y era hijo de unas padres judíos a los que él mismo definió como librepensadores. Su postura escéptica y atea le acabo convirtiendo en un activista combativo a favor del pensamiento racional y de un humanismo enemigo de todo teísmo; este compromiso le acompañará hasta el fin de sus días. Respecto a la proliferación de la seudociencia y la sinrazón en las sociedades modernas, otro objeto del estudio y de la crítica de Kurz, junto a factores sociológicos y culturales, recordaba este autor la tendencia sicológica del ser humano a cierta credulidad, en forma de ingenuidad acrítica, junto a la fascinación por el misterio y el drama, sin tener muchas personas la capacidad aparente para distinguir realidad de ficción, producto tal vez de una existencia anodina. El caso de la fe religiosa puede también, en parte, ser explicada por esa tendencia a la credulidad y por la seducción del misterio, junto a la evidente necesidad por buscar un sentido en la existencia. El progreso social e intelectual debería tener en cuenta estas necesidades del ser humano y mostrar una alternativa en la que no se vea sacrificada la perspectiva crítica y escéptica.

Topamos aquí de nuevo con el enfrentamiento filosófico entre objetivismo y subjetivismo, ante lo que Kurt afirmaba: "Una creencia es verdadera si, y sólo sí, ha sido confirmada, directa o indirectamente, por referencia evidencia observable. Una creencia también es validada al ofrecerse razones que la apoyen. Aquí hay consideraciones lógicas que son relevantes". Se aboga por una actitud científica en los asuntos humanos, que queda determinada por una inteligencia crítica que evalúe permanentemente las creencias; huyendo de toda conclusión absoluta y final, se renuncia a la voluntad de creer y, en la línea de Bertrand Russell, se apuesta por la voluntad de dudar. El adiestramiento en el escepticismo y en la inteligencia crítica lo pedía Kurt como principio educativo primordial: "La meta de la educación deberá ser desarrollar personas reflexivas -escépticas, aunque receptivas a nuevas ideas-, siempre deseando examinar nuevas desviaciones del pensamiento, aunque insistiendo que sean probadas antes de ser aceptadas". Por supuesto, no se limita solo a la escuela, sino que es necesario extenderla a otras instituciones sociales, como es el caso de los medios de comunicación; las más modernas tecnologías priman lo visual e inmediato frente a un análisis sólidamente sustentado. Así se explica en parte el dominio de las fuerzas de la sinrazón en sociedades tecnológicamente avanzadas, aunque es necesario tener en cuenta ciertos anhelos humanos en torno al drama, el misterio y el sentido en la vida; de esa manera, un programa de instituciones alternativas puede tener en cuenta un sistema de creencias que no caiga en lo falso y en lo irracional, apelando a otras dimensiones de la experiencia humana y otorgando un papel importante al arte, la filosofía y la ética en el objetivo de dar respuesta a las necesidades de cada persona.

Kurt era un profundo humanista, heredero de la ilustración y enemigo de los postulados de la posmodernidad. En ese sentido, defendía la ciencia como el sistema que probablemente mejor describe eso que llamamos realidad, proveyendo de explicaciones acerca de cómo y por qué se produce algo. Frente a todo relativismo intelectual y cultural, que pretende situar la ciencia al mismo nivel que cualquier otro discurso, como puede ser el teológico, se apela entonces por la investigación experimental y la confirmación teorética. Por supuesto, esa defensa de la ciencia tiene una visión amplia, crítica con la instrumentalización por parte del poder y con la especialización financiada por las grandes corporaciones transnacionales en busca del beneficio económico. La ciencia y la filosofía deben encontrarse, en aras de un horizonte humanista lo más extenso posible; del mismo modo, el empleo de la razón, más sensible al subjetivismo, debe huir de toda abstracción y de todo absolutismo y estar abierto a continuos cambios y revisiones. Aunque el conocimiento se ve influido por el contexto sociocultural, donde Kurtz se aleja de la visión posmoderna es en pensar que los métodos de investigación deben ser confirmados por su comprobada efectividad en comparación con otros sistemas.

El humanismo de Kurtz, como resulta obvio, no le hace caer en un cientifismo extremo ajeno a los valores humanos. Abogó siempre, además de por la libre investigación, por la libertad de pensamiento, teniendo en cuenta los factores sociales y políticos que la limitan. El individuo tiene pleno derecho a tomar sus propias decisiones, a su autonomía moral en todos los ámbitos, como son el amor, la familia, la amistad, el trabajo, la medicina o, en última instancia, su visión sobre la vida o la muerte. Kurtz consideraba que en su visión humanista sí hay estándares éticos objetivos, por mucho que se reconozca la diversidad de valores, ya que hay normas éticas aplicables al conjunto de la humanidad; Kurtz se ve influenciado por Kant, por un lado, pero también por cierto utilitarismo modificado, ya que no es posibles separar fines de medios (realiza aquí una crítica a la izquierda marxista y le acerca a la visión libertaria). En aspectos sociales, el humanismo por el que apuesta Kurz ofrece una teoría social significativa, estrechamente vinculada a los derechos humanos y a una filosofía democrática, abierta y respetuosa con la diferencia. La visión humanista no renuncia al ideal social e individual, trata de mejorar permanentemente la condición humana, y de transformar la realidad a mejor, sin subordinarse a supuestas leyes de la historia ni a falsos determinismos, gracias a la valentía humana y a sus posibilidades cognitivas. Es una apuesta, tan optimista como humanamente enérgica, por una nueva Ilustración.

Enlace a sindioses.org con varios artículos de Kurtz traducidos al castellano.

domingo, 3 de febrero de 2013

Bitácora de la utopía

Bitácora de la utopía: Anarquismo para el siglo XXI es una obra de gran popularidad, cuyo primer borrador empezó a circular en internet en el año 2000, escrita por Nelson Méndez y Alfredo Vallota, pero con posteriores revisiones fruto también de la colaboración de los lectores, y editada en varios países latinoamericanos. La primera reflexión presente en el libro, de forma obligada, es sobre el convulso siglo XX; una centuria en la que, junto a los más increíbles adelantos técnicos y científicos, se producen los hechos más aberrantes en la historia de la humanidad. La respuesta pasa, necesariamente, por el análisis de la organización social y política; la institución jerárquica y centralizada, el Estado en cualquiera de sus formas, incluso la revolucionaria, no ha dado respuesta a las necesidades y aspiraciones del ser humano y ha conducido a dos grandes guerras, a interminables conflictos y al empobrecimiento de grandes capas de la sociedad. Hoy, cuando el sistema capitalista se encuentra en una nueva crisis, gran parte de las personas parecen seguir confiando en la estructura estatal y, de manera consecuente, en nuevos partidos políticos (que reproducen siempre la organización jerárquica y se adecúan a los estrechos márgenes de lo establecido) que conduzcan las cosas a buen puerto; la solución solo pasa por la crítica radical al Estado y a su modo de organización extendido a otras instancias, como la empresa, la institución religiosa, la familia o la propiaa educación. La jerarquización social y política ha coartado siempre el desarrollo pleno de la humanidad, cuyo máximo ideal solo puede alcanzarse en un contexto de libertad e igualdad con el paradigma de la solidaridad por encima de cualquier otro. Con la perspectiva de siglo y medio, desde el momento en que fueron impulsadas las ideas anarquistas en Europa, Méndez y Vallota reflexionan sobre su historia y su actualidad; si el Estado ha conocido diversas formas desde hace siglos, el anarquismo también necesita su tiempo para conformarse, ninguna organización ni pensamiento nacen de una manera estática para siempre.

Si entendemos que la utopía es una necesaria compañera de la razón y de las aspiraciones humanas, Bitácora... es una buena oportunidad para emprender nuevos caminos en pos de la mejor organización social. Tal y como los mismos autores manifiestan, "el anarquismo exige de sus expositores afrontar el reto de reconstruirlo continuamente y estar prestos a adecuarlo a las cambiantes circunstancias humanas"; sin embargo, y como es lógico, existe siempre una conexión con el pasado, por lo que resulta necesaria la mirada al mismo a modo de aprendizaje. Es tal vez un lugar común decir simplemente que el anarquismo es la corriente política sobre la que más desinformación e injurias se han producido, por lo que nos esforzamos además en repasar la riqueza de pensamiento y de praxis en las ideas libertarias. Es por eso que Méndez y Vallota realizan ese análisis del pasado y constatan sin ningún ánimo de idealización: "La historia muestra como en los últimos 150 años el anarquismo ha sido el movimiento que con mayor pasión y solidez argumentativa se ha opuesto a los privilegios de los poderosos y a la degradación de la condición humana de millones de personas derivada de esos privilegios, sin hacer la menor concesión amparada en alguna circunstancia particular ni justificando de ninguna manera la más mínima debilidad a favor de cualquier estructura de autoridad jerárquica". Acabar con las innumerables falacias, interesadamente atribuidas, parece un deber para todo anarquista con el objetivo de que cualquier persona se acerque con la mente abierta y sin prejuicios al pensamiento libertario y a sus planteamientos radicales; es más, es precisamente "esa actitud de tender a la autonomía, de abandonar todo supuesto, prejuicio, opinión preconcebida, autoridad, revelación o reconocimiento a la primacía de vanguardias iluminadoras" lo que confirma en primer lugar, al menos en el aspecto intelectual, al anarquismo. Volvemos de nuevo a un planteamiento anterior, y es la cuestión de cómo es posible que haya personas que, después de innumerables normativas, intromisiones y abusos de poder (la corrupción existe siempre, de forma evidente o no), se siga confiando de nuevo en el aparato estatal y en la labor mesiánica de un (¿nuevo?) partido político; recordaremos también el fracaso de un planteamiento socialista a través del Estado en cualquiera de sus formas, democrática o totalitaria, y la subordinación del liberalismo a una organización económica igualmente jerarquizada y tremendamente desigualitaria.
¿Qué es el Anarquismo (también llamado Socialismo Libertario o Acracia)? Es una filosofía social, centrada en un enfoque que concibe a la libertad e igualdad plenas - ejercidas en un contexto de solidaridad - como condiciones indispensables para el progreso humano en lo individual y lo colectivo. Esta filosofía ha sido expresión ideológica y política asumida por diversos grupos sociales e individualidades en distintas coyunturas socio-históricas de todo el planeta, particularmente desde mediados del S. XIX a la actualidad.
Es una definición, corta y adecuada, con la que podemos estar muy de acuerdo. La expresión "socialismo libertario" produce alguna que otra objeción, pero solo es una cuestión de matices, ya que el término socialismo parece demasiado pervertido por lo actividad política del pasado siglo. Por otra parte, muchas personas en la actualidad, provenientes de otros corrientes y aparentemente desencantadas de ciertas prácticas, gustan de adoptar esa etiqueta de "socialista libertario", tal vez para eludir cualquier referencia ácrata; nada que objetar, siempre que adopten un horizonte antiautoritario amplio y no terminen por caer en los mismos errores estatales del pasado. En Bitácora de la utopía se hace un repaso a nivel social, histórico y antropológico de la posibilidad de una sociedad libertaria descartándose la crítica, tan habitual como poco consistente, de observar el anarquismo simplemente como un bello ideal o una quimera intelectual. Precisamente, el movimiento anarquista nace y se desarrolla de modo práctica, por las necesidades de la gente oprimida, y es en sus propuestas donde se confirma ese pragmatismo activo basado en la discusión y en el consenso. Esta obra es, por un lado, una perfecta introducción al anarquismo para aquellos profanos que deseen liberarse de ideas preconcebidas y, por otro, una reflexión libertaria sobre su vigencia que deberíamos adoptar como permanente.
DEFINICIONES FUNDAMENTALES DEL ANARQUISMO
- Justificación de la utopía racional y posible de un orden social autogestionario, con democracia directa, sin burocracia autoritaria ni jerarquías permanentes.
- Cuestionamiento radical al Estado, por ser la expresión máxima de concentración autoritaria del poder; crítica a la delegación de poder en instituciones fijas y sobre-impuestas a la sociedad.
- Llamada a un cambio revolucionario -producto de la acción directa consciente y organizada de las mayorías- que conduzca a la desaparición inmediata del Estado, reemplazado por una organización social federal de base local.
- Defensa del internacionalismo e impugnación al concepto de “patria”, en tanto se ligue a la justificación del Estado-nación. 
Bitácora de la utopía: Anarquismo para el siglo XX: obra online y PDF para descargar

 Otros enlaces relacionados:
Entrevista a Alfredo Vallota en El libertario.
Entrevista a Nelson Méndez en Portal Libertario Oaca.
"Utopía colectiva y autonomía individual: la perspectiva anarquista de la autogestión", de Nelson Méndez y Alfredo Vallota; artículo publicado en el número 2 de Germinal. Revista de Estudios Libertarios.
"Reflexiones anarquistas", de Alfredo D. Vallota; artículo publicado en el número 3 de Germinal. Revista de Estudios Libertarios.
"El trabajo: una idea-fuerza debilitada", de Alfredo D. Vallota; artículo publicado en el número 7 de Germinal. Revista de Estudios Libertarios.