miércoles, 18 de junio de 2008

Del deporte como sustancia opiácea

Que me llamen puritano o trasnochado, o cualquier otro epíteto facilón, pero yo es que me echo a temblar con esto del fútbol, con sus códigos nacionalistas, con el fervor alcoholizante y descerebrado que desata, con sus rituales gritones y tan a menudo racistas. Tal vez, ya digo, sea mi análisis simplista o ingenuo, pero en una sociedad (o, para que se me entienda, "en un mundo", yo lo siento, pero no entiendo de colores nacionales) con tantos problemas, que el personal sea capaz de permanecer embobado con la cita deportiva de rigor es para replantearse una y otra vez las muchas caras del "opio del pueblo". Porque yo, no sé otros, pero es que sigo viendo un mundo con demasiado problemas y sigo observando que si estamos entreteniditos y sin pensar demasiado resulta mucho mejor para los que manejan el cotarro. Si encima seguimos manteniendo de paso el mundo dividido en naciones (ese beligerante "¡a por ellos!" que se oye por doquier habla por sí solo), y sus inevitables ismos derivados, pues qué quieren que les diga, que yo me niego a alegrarme de los éxitos de una panda de multimillonarios que han nacido en una determinada geografía no muy distante de la mía. Y que conste que soy capaz de disfrutar de un buen partido de balompié (esa es otra, encontrar un buen espectáculo en este deporte no es fácil), y de muchos otros deportes, pero quitarme el cerebro o abrazarme a una bandera es algo que espero no conocer.
Ya digo, que me llamen cualquier cosa (es demasiado fácil, hoy en día, en un mundo "sin ideologías", ni apenas ideas, etiquetar a los que reclaman algo mejor), pero yo sí creo que hay numerosos mecanismos, explícitos o no, en el sistema (un sistema consumista, que no propicia precisamente el amor a la cultura o la transforma en mercancía), que conducen a anular la consciencia de las personas y a inhibir su deseo de rebeldía ante la injusticia social. Los socialismos del siglo XIX aludían a la taberna y a la religión como las principales responsables de la falta de conciencia. Hoy, tal vez vivamos un mundo más complejo, pero no creo que se pueda desdeñar esa visión, simplemente hay que aplicarla a la realidad actual. He hablado del fútbol, por haber tanta afición en este país, pero se puede extender a otros deportes y a muchos otros ámbitos. El furor desatado en los últimos años por los éxitos automovilísticos de un monótono tipo racialmente español también me causa estupor; el ridículo del asunto es más notorio cuando estos deportistas multimillonarios suelen buscar paraísos fiscales ajenos a su amada patria.
Recientemente, disfruté de un espectáculo humorístico-musical (de unos chavales cojonudos llamados Ron Lalá) en el que se parodiaba a un progre que protestaba, por el afán de protestar, coreando "¡No me gusta nada!". Me reí mucho y, por qué no, puede servir un poco como análisis autocrítico (dentro de lo esquemática que suele ser la parodia, claro está). Pero lo que sí pretendo es que mi "afán de protestar" tenga una base sólida. Creo que la consciencia y la conciencia no están reñidas con una buena diversión (por muy ligera que se presente) ni con las emociones.

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