martes, 3 de junio de 2008

El deseo de seguir haciéndose preguntas

¿Existe algo parecido a un Dios? Evidentemente, la respuesta de los que nos declaramos ateos requiere cierta matización, quizá lo más adecuado sería afirmar ante la cuestión: "lo más probable es que no". Si los ateos apostamos por la reflexión, habrá que se cuidadoso en afirmar la creencia en la no-creencia. Es por eso que tal vez, al igual que cuando hablamos de "anarquismo", no es tan importante cómo se declara una persona y sí cuáles son sus convicciones y su ética. He conocido a bastantes ateos que me han dado la impresión de estar aquejados de dogmatismo, muchas veces por un odio a la religión del que, en mi modesta opinión, habría que escapar. "Odio" me resulta una palabra demasiado cercana al fanatismo o al dogmatismo, tan propios ellos de la religión. Los ateos, al menos los libertarios, propugnamos una lucha contra el dogma y hemos de reconocer lo primero la no infalibilidad de cualquier doctrina o creencia (o, incluso, no-creencia). Nosotros, los ateos, no estamos obligados a demostrar la inexistencia de algo (de un Dios, o una legión de ellos, ya que las variantes son según el gusto de cada cual), por mucho que los creyentes se afanen en afirmar que sí, en que algo debe haber o en dejar la cuestión en manos de la revelación o de la fe. La religión, por mucho que se encubra de palabrería para su subsistencia, es la negación del pensamiento racional. Ahí es donde debemos hacer hincapié los ateos (máxime, los libertarios), sin dogmatismos (Razón o Ciencia no pueden ocupar el lugar de Dios). "Ateísmo" es un término con diversos avatares a lo largo de la historia (es sabido que los primero cristianos, en su negación del politeísmo, eran considerados ateos), pero creo que hoy en día deberíamos saber de qué hablamos cuándo mencionamos el ateísmo: la negación de Dios (que, en raros casos, resulta arbitaria y sí entrelazada con una crítica política y existencial). Quizá la palabra más adecuada etimológicamente, y la más radical, sería "anti-teo", es decir la negación de que cualquier noción de existencia pueda ser atribuible a lo divino, pero dicho vocablo no ha encontrado acomodo en el castellano. Volviendo al pensamiento racional, éste siempre quedará arrinconado por la religión, no es casualidad que el Logos griego (término que tenía muchas acepciones: palabra, razón...) acabará siendo apropiado (como tantas cosas) por el cristianismo conviertiéndole en el Verbo o Hijo de Dios. La razón del hombre nunca hubiera podido dar lugar al concepto de la divinidad, por lo que echó mano de la fe y de la revelación (siendo ésta última, claro está, una manifestación humana, por lo que cuando falla se apela enseguida a la fe). El ateo es alguien que desea seguir pensando, por lo que sus respuestas ante las provocaciones de la religión estarán encaminadas hacia la indiferencia filosófica y existencial.

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