sábado, 30 de agosto de 2008

Héroes y villanos

En la última, y muy espectacular, película de Christopher Nolan sobre el hombre murciélago, más de uno se habrá indignado ante la afirmación constante de que el villano del film (ese Joker genialmente interpretado por Heath Ledger y tan deudor del que retrató el genial escritor y anarquista Alan Moore en La broma asesina) es una especie de profeta de la anarquía que quiere traer el caos al mundo. El mismo Moore hizo una lectura de los llamados superhéroes (género que, por otro lado, forma parte de su bagaje cultural y al que homenajea constantemente) como individuos sicóticos con tendencias fascistas (nada fue lo mismo a partir de la monumental Watchmen, que tendrá una respetuosas adaptación cinematográfica el año que viene). La publicidad de El caballero oscuro insiste en esa dicotomía entre el mundo sin reglas de el Joker y la obsesión por el orden (y su forma de entender la justicia) de Batman. Las dos películas que ha dirigido Nolan sobre el personaje, sin pretender buscar lecturas definitivamente críticas donde no tal vez no las hay (aunque yo me permito, por otra parte, hacer las lecturas que me da la gana), me resultan fascinantes; como fascinantes, y terriblemente ambiguas me parecieron las lecturas de Miller y Moore sobre un personaje que ha sufrido versiones contrapuestas: adultas e infantiloides, góticas o coloristas, heroicas y desmitificadoras. El Joker que interpreta Ledger no es, obviamente, un anarquista (tal vez podríamos calificarlos de nihilista moral, aunque es un término filosófico que también merece un estudio más alla de su constante caricaturización) y Batman no es ningún antisistema que busque justicia social (aunque la lectura definitiva de Miller llevará a que el personaje comprendiera que los verdaderos criminales están en el poder, no estaba tan lejos del protagonista de V de Vendetta). En El caballero oscuro (título que aporta también ambigüedad, desconociendo en realidad quién es el más oscuro de los personajes protagonistas, ya sean héroes o villanos) el guión parece, en principio, absolutamente alabatorio de un sistema estatal y judicial bastante detestable, sin embargo apuntes interesantes en los diálogos, que luego tendrán sentido en el desarrollo de la trama, añaden complejidad y pluralidad al asunto: el supuesto político virtuoso del film, un Harvey Dent destinado a convertirse en villano, es capaz de alabar la concentración de poder en pocas manos (al modo de la Antigua Roma) y, ante las protestas de los que oyen semejante afirmación, deja claro, de modo premonitorio, que un héroe no debe vivir lo suficiente para convertirse en villano (vamos, que el poder corrompe). La ficticia ciudad de Gotham es un nido de corrupción, tal y como aparecía en la primera entrega (donde ya existían diferentes visiones de la justicia, y el apunte de que el crimen se alimenta de la injusticia social), una polis donde las personas que desean cambiar las cosas no pueden hacerlo desde el sistema (de ahí, la existencia de un sicótico disfrazado de murciélago y la legión de imitadores que suscita) y donde el crimen organizado no es más que otra cara de el Estado (recordemos también que un mafioso, ante la aparición de un "perro rabioso" como el Joker, se lamenta de que los criminales antes tenían su código del honor y creían en algo). La fina línea que separa al héroe y el villano, visión presente de manera memorable en la novela gráfica La broma asesina, queda insinuada en las palabras de el Joker (personaje y actor que le roba la función a cualquiera en el film) al afirmar que su locura criminal es producto de un mundo cruel e injusto y que cualquiera puede cruzar la línea ante los atropellos de la vida ("deberíamos compartir celda", llega a decir el criminal al "superhéroe"). Por otra parte, es muy interesante también la presencia del hecho de que la violencia genere violencia y de que actidudes extremas se alimenten mutualmente: el rol de el Joker parece un resultante de los excesos justicieros del sicótico vestido de "rata voladora". La apuesta definitiva por la visión moral de la naturaleza humana, aún en situaciones extremas, con la lección que da un criminal a un polícía y a un "ciudadano ejemplar", es otro dato a recordar en la película.
Es una quimera que Hollywood permita una libertad artística completa, y será imposible ver en la pantalla la transgresión que aportaron en el cómic Alan Moore y Frank Miller (el primero ha dejado claro su pacifismo e ideología anarquista; el segundo, tachado habitualmente de violento y reaccionario -ante obras como 300-, cosa que no tengo yo tan clara).
Y yo pretendía, en un principio, hablar en esta entrada de anarquismo y nihilismo. En fin, lo dejaremos para otra ocasión.

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