domingo, 21 de septiembre de 2008

Lo que somos no está escrito

En los medios, y en general en todas las manifestaciones literarias, se insiste una y otra vez, incluso por aquellos que pretenden ser "críticos" con el sistema, en la imperfección del capitalismo ("darwinismo social" lo califican a menudo para resaltar su injusticia), pero dejando claro de alguna manera que no hay alternativa. Se recuerda el desastre del comunismo, reduciendo las posibilidades (o "socialismo" estatal o un libre mercado caracterizado por la desigualdad de sus actores), incluso se lleva la discusión a aspectos filosóficos en los que ha sido la terrible la condición humana la que ha convertido bellas ideas, como el marxismo, en un horror totalitario. Por otra parte, algunos defensores de esa bella idea del marxismo todavía "creen" que es posible el "paraíso" socialista y que ha sido el inicuo capitalismo el que no ha permitido llegar a él a los numerosos regímenes socialistas que ha habido en el siglo XX; la realidad de Cuba no les permite abandonar esa creencia e, incluso, no solo defienden los supuestos logros del régimen castrista sino que confían en que avanzan hacía el auténtico socialismo (donde hubieran llegado ya, parece ser, si no fuero por los bloqueos del capital). Sin embargo, la creencia general parece ser que las más bellas ideas terminan en desastre en manos del ser humano. Quizás es demasiado fácil en el siglo XXI juzgar de dogmático y mesiánico al marxismo (aunque los anarquistas ya lo vieron venir desde el principio: Bakunin habló de que aquello iba a acabar en un indeseable "comunismo cuartelario"), pero es un análisis esencial en mi opinión, no para confirmar el sistema en que vivimos ni para insistir en lo terrible de la naturaleza humana (idea bastante reaccionaria que impide avanzar lo más mínimo; creo que cada vez sabemos menos sobre la condición del hombre, por lo que el determinismo se reduce considerablemente), sino para comprender que la pluralidad, la libertad y una buena dosis de realismo deben ser indisociables de cualquier propuesta socialista. No existe ninguna necesidad de ningún tipo, ni histórica ni científica, no hay por supuesto ninguna suerte de milenarismo, ni ideológico ni religioso, pero tampoco hemos llegado a ningún límite, ni "fin de la historia", y resulta indignante aceptar acríticamente un mundo tan injusto como el que padecemos (algo que queda encubierto en las sociedades desarrolladas tras ese "usted puede salvarse" que gritan a diario los voceros del sistema). Hoy, parece que considerarse "progresista" (con todo lo que tiene de amplio ese término, donde cabe mucho) parece que empieza a ser algo peyorativo en el peor de los casos y algo ingenuo en el mejor. Sin embargo, siendo todo lo crítico posible con el totalitarismo (algo que ya hicieron muchos progresistas en el pasado, a pesar de que tantos otros siguieran y siguen "confiando"), esa definición ideológica de un progresista como alguien de ideas avanzadas continúa siendo la realidad. No puede considerarse lo "progre" como algo añejo, sus propuestas de avance social siguen siendo lícitas y es la reacción (entremezclada con esa especie de neoliberalismo) la que obstaculiza el progreso con su insistencia en la necesidad de una tutela (política o metáfisica) para ese "niño descarriado" que es el ser humano. Considerar que nuestra naturaleza no está a la altura de los ideales que la humanidad ha ido desarrollando es algo de lo que podemos partir a priori, incluso yo diría que muchos teóricos "utópicos" ya lo hicieron; no sé si lo emocional en lo humano sigue estando en el mismo punto que hace siglos, incluso que hace décadas, me atrevo a decir que es algo que va variando con los numerosos cambios de paradigmas que ha habido en los diversos ámbitos humanos. La cuestión sigue siendo el punto de la partida, es decir ese "cambio de paradigma", en otras palabras podemos hablar de "revolución social" (claro que la gente se echa a temblar con esto, considerándolo algo del pasado, también resulta terriblemente "humano" ese miedo al cambio), en vistas a un mejor proyecto social, moral y racional, que tenga en cuenta también las "debilidades" humanas. Pero no pueden ser esas supuestas debilidades, el afán competitivo y destructor del hombre sobre todo, el que caracterice a una sociedad edificada sobre una base de injusticia y tutela constante (injusticia capitalista, donde los actores nunca parten del mismo punto ni logran la misma porción del pastel; tutela estatal o paraestatal, es decir autoritarismo de diversa índole).

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