sábado, 20 de junio de 2009

La moral anarquista, personal y comunitaria

El apoyo mutuo es algo que forma parte incuestionable de la moral anarquista, aunque el egoísmo stirneriano y su aparente nihilismo (que, en cualquier caso, no sé si lo podemos considerar simplemente como "ausencia de moral") permanece como un referente interesante para salvaguardar la libertad individual y el desarrollo personal. La moral es algo innato en el ser humano, e insistir en una tensión permanente entre la solidaridad del apoyo mutuo (para el bienestar de la sociedad y de sus miembros) y me parece fundamental el egoísmo bien entendido como desarrollo individual de nuestras facultades creativas y como enemigo de toda peligrosa abstracción, que acabe sacralizando una idea y ahogando al individuo (entendido cada ser humano como "único") en ella. Incluso en la época de mayor ausencia de valores, la moral asoma de una manera o de otra y encaminarla hacia las mejores formas de apoyo mutuo resulta esencial para una sociedad auténticamente libertaria. Pero no estoy de acuerdo en identificar egoísmo simplemente con inmoralidad, al menos no de la forma en que lo quiso ver Stirner (un autor siempre complejo al que no hay que hacer lecturas simplistas ni exijirle todas las respuestas en su clara ausencia de visión sociopolítica). El egoísmo puede ser insolidario, explotador, síntoma de una sociedad que tiende a aislar al individuo y a clamar constantemente "sálvese el que pueda", pero también puede ser una permanente tensión libertaria en lo personal, en una sociedad en la que debe asegurarse tanto la justicia (término que Stirner seguro que consideraba abstracto, pero que debe tener un sentido concreto en la actividad social y económica, tal vez con otros nombres que recojan los actos más nobles) como la pluralidad. El anarquismo es claramente una ética personal y comunitaria, su ley del apoyo mutuo (llámese solidaridad si se quiere, aunque puede ser también un desarrollo de nuestra capacidad de empatizar) reclama un entendimiento constante entre las personas en todos los planos de la vida, pero necesita también el mayor reconocimiento en el individuo de su desarrollo personal. Esta tensión parecía ya estar en Godwin, cuando reclama una libertad de expresión y de convivencia, no como simples derechos, sino como elementos esenciales para el logro de una moral comunitaria. En la tradición anarquista, no faltan los que han defendido la moralización que debe producirse tanto en las asociaciones libertarias como en la misma sociedad. Es una visión importante, pero insistiendo en la condición de "únicos" de cada personalidad, en la negación de toda abstracción totalizadora, incluso en las diferentes lecturas de la moralidad (sin que eso suponga un relativismo simplista y negador de valores sólidos inherentes al anarquismo). El ser humano es inequívocamente moral, la tarea de llevar a cabo una sociedad anarquista (o, al menos, en la que estén muy presentes los valores libertarios) pasa por buscar el horizonte más bello en ese aspecto. No cabe, resulta obvio por ser una visión conservadora, una concepción meramente inicua de la condición humana, pero tampoco necesariamente un optimismo situado en el extremo opuesto. El ser humano también es social, está condenado a entenderse con el otro (no necesariamente a dominarle), forma parte de una comunidad en la que se produce también su desarrollo, por lo que buscar un equilibrio entre lo individual y lo comunitario, sin ninguna instancia coercitiva ni explotadora que actúe inhibiendo alguno de los dos polos, no forma parte de ninguna utopía. Frente a las acusaciones de utopistas que se hacen frecuentemente a los anarquistas, habría que contestar que lo verdaderamente utópico es alcanzar el ideal humano más noble (la perfección), pero que su persecución no puede hacerse nunca por medios autoritarios (un desastre en la historia de la humanidad) y que la negación de tratar de acercarse a esas bellas ideas es simplemente mezquindad, supone condenar a gran parte de los seres humanos a la humillación y la necesidad. La utopía, palabra denostada que a mí no me gusta tampoco utlizar con demasiada facilidad, forma parte de la realidad para el anarquismo, al menos como un ideal moral perseguible constantemente. Ya Bakunin recordó, y no creo que nadie pueda quitarle la razón con facilidad, que solo al buscar lo imposible los hombres han reconocido y realizado lo posible. Limitarse a lo "posible", a la realidad que se pone delante de nuestros ojos a diario, es tal vez mantenerse en la servidumbre. Kropotkin también recordó que el anarquismo es cientítico, y que en ese sentido no es amigo de lo utópico entendido como irrealizable, y sí de un análisis histórico de los diferentes hábitos morales y sociales en busca de su propio ideal social (el anarquista ruso quería ver que dicho ideal se iba produciendo cada vez más en la sociedad moderna, lo cual puede ser motivo de una discusión compleja). Las cuestiones primordiales para el anarquismo siguen formando parte en mi opinión de los mejores valores humanos (el ideal social y moral referido, que merece un punto de partida más nítido), ajenos a toda solución autoritaria: el desarrollo personal en tensión permanente con la solidaridad del apoyo mutuo, la libertad individual mediatizada por una equidad social y económica.

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