lunes, 22 de junio de 2009

La base autogestionadora del federalismo ácrata

El hombre es sociable, no cabe duda, necesita relacionarse con los demás y necesita al menos el aprecio de un parte de la sociedad. Pero, siendo esto así, por qué no ha bastado hasta el día de hoy esta tendencia para moralizar y para humanizar a cada individuo (o, al menos, para que el conjunto influya positivamente sobre cada miembro). Creo que a eso se refería Bakunin cuando venía a decir que el problema era que la misma sociedad no había sufrido esa moralización, incluso los hombres más fuertes e inteligentes reciben su influencia. El anarquismo apuesta por la asociación, por la buena asociación, en la que la moral del apoyo mutuo sea un hecho y ello impregne al conjunto de los miembros. La asociación del anarquismo es el federalismo, alternativa a todo centralización estatal, la cual asegura la libertad de los grupos y de los individuos como última célula asociada. La administración de los asuntos socioeconómicos bien podrían llevarla a cabo grupos reducidos y funcionales, evitándose así el centralismo burocrático y anulándose todo autoritarismo (de grupos o de individuos). Los secretariados, como bien se ha demostrado de manera práctica en el movimiento libertario español, se instaurarían de forma coordinada. En la base del federalismo está la autogestión, palabra clave para el anarquismo. Una alternativa al nacionalismo político la tiene el anarquismo en la confederación geográfica de regiones. Proudhon quiso ver el siglo XX como la llegada definitiva de la era de las federaciones, sin que la cuestión se haya resuelto claramente a comienzos del siglo XXI (el federalismo tiene tantas connotaciones diversas, que difícil es decidir lo más exitoso en él, en lo que sí habría que insistir es en la base autogestionadora, que es lo que le da sentido a la sociedad libertaria). Para Proudhon el federalismo es sinónimo de pacto, según el cual los grupos tienen obligaciones recíprocas respecto a determinados asuntos, cuya gestión la llevarían a cabo los delegados de la federación. Pero las atribuciones de estos delegados (de la federación) jamás superarían en número a las de los grupos municipales o provinciales, y la de éstas a su vez tampoco excederan a las de los individuos. Si no fuera así, la federación se convertiría en centralización. Los contratantes se reservarían siempre una parte mayor de soberanía de la que ceden. Pero no todos los federalismos son iguales dentro de la tradición ácrata. El optimismo comunista de Kropotkin le llevó a considerar que toda suerte de retribución moriría con la sociedad capitalista, la posesión común de los medios de producción llevaría necesariamente al goce en común de la labor común. Kropotkin consideró que Proudhon había mantenido la propiedad individual como garantía del individuo frente al Estado, pero la propiedad común y la abundancia productiva haría innecesaria tanto aquella como alguna forma de salario (propia de toda organización estatal resultante del comunismo centralista). Kropotkin consideraba que no puede hacerse ninguna distinción entre las obras de cada persona, fraccionarlas y medirlas lleva al absurdo. Su propuesta es poner las necesidades por encima de las obras y reconocer el derecho a la vida en primer término. La primacía de lo humanista sobre lo legal llevaría a una sociedad y a un hombre nuevos. La visión federalista de Bakunin parece tener su punto de partida en el voluntarismo. La organización se haría de abajo arriba, de la comuna en su base, absolutamente autónoma, a la unidad central del país gracias a la federación. El requisito indispensable es que existan entre ellas un intermediario autónomo (departamente, región, provincia...). Las provincias estarían formadas por una federación de comunas autónomas (con libertad absoluta de organizarse y de elegir a sus representantes). Jean Grave dijo: "la federación busca reducir el tiempo necesario para la producción de objetos indispensables a la satisfacción de nuestras necesidades materiales; aumentar el consagrado al estudio, la observación o al goce, hacer que el trabajo necesario no sea más que una necesidad higiénica y no una dolorosa fatalidad". El federalismo y la descentralización son parte incuestionable de las propuestas ácratas, lo cual no significa necesariamente que se enfrente a las grandes aglomeraciones urbanas (en las que incluso la producción puede estar perfectamente descentralizada). No creo que puede afirmarse tajantemene que, ya no apelando a una cuestión ética y humana (primordial en el anarquismo), sino al mero utilitarismo técnico, la centralización estatal o capitalista sean más eficaces en lo productivo. La producción anarquista, y tenemos el mejor ejemplo en la revolución iniciada al comienzo de la Guerra Civil Española, puede tener un perfecto control y rigor. El federalismo autogestionador, enemigo de todo aparato de poder y de toda centralización, lo que sí supone es un transformación radical de nuestra concepción vital. Llámese "revolución" si se quiere, pero no es una visión en absoluto anacrónica (palabra tan utilizada por una falsa concepción de progreso).

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