jueves, 16 de julio de 2009

El arte de vivir del anarquismo

El anarquismo no es para mí sinónimo de anomia, la única norma que rechaza es la externa a la sociedad, la que mana del Estado (la ley jurídica, siendo necesario añadirle el apelativo para saber que alude al gobierno de una minoría). El anarquismo no es ausencia de norma ni de orden, por supuesto, confía en que seres humanos libres, en proceso constante de liberación, constituyan una sociedad libre. Pero ese proceso de liberación parte del individuo, estar en proceso de liberación es devenir libre, no abandonarse a los impulsos momentáneos ni a las pasiones desordenadas ni oponerse sin más a todo orden y a toda regla. El hombre o la mujer verdaderamente libres tienden a un desarrollo personal que implica ética, hedonismo (que no supone abandono absoluto a los placeres carnales y sí "equilibrio", bella palabra), constancia, búsqueda del conocimiento, trabajo (sí, trabajo, en sentido lato, sin connotaciones peyorativas ni forzadas), energía vital, huida del determinismo, confianza en un proyecto de vida que tiene a ampliar el horizonte todo lo que es humanamente posible, en libre armonía con otros seres humanos y en asentamiento constante de la autonomía personal. Este proyecto, estoy seguro, pueden firmarlo la inmensa mayoría de las personas, lo que hay que dilucidar es en qué punto es traicionado. En qué punto entra en juego la dominación, el dogmatismo, los miedos, el conservadurismo...; el abandono, en suma, o la traición en aras de una falsa tranquilidad existencial. Se dice que los anarquistas han buscado la liberación en todos los planos de la vida, de ahí su investigación constante, antidoctrinarismo y amplitud de miras infinitamente superior a cualquier otra teoría social (si es que al anarquismo podemos reducirlo a la condición de mera teoría). Bellamente expresado, los anarquistas desean un "arte de vivir", hacer de la vida terrenal un proyecto creativo en el que el aprendizaje no acabe nunca, las convenciones y las sendas marcadas sean puestos en duda y la coherencia entre medios y fines sea una autoimposición ética (en el terreno de la moral, no se puede jugar con las palabras). El anarquismo recoge una herencia (que puede estar en Stirner de manera más evidente, pero en la que han creido todos los anarquistas, incluso aquellos de mayor confianza en el colectivismo o comunismo) y es que cada ser humano es "único", a pesar de los elementos comunes que nos vinculan con toda la humanidad, cada personalidad posee su singularidad. Si la vida debe hacerse en sociedad, vivir con los demás, el grupo no puede nunca asfixiar al individuo en un estrecho camino impuesto por lo social (una suerte de nuevo determinismo social); la sociedad no puede ser nunca lo suficientemente perfecta para que esta tensión entre el individuo y el grupo no permanezca. No sé si la sociedad ha sido antes del invididuo (Bakunin) o viceversa, dudo cada vez más de las vanas especulaciones sobre la naturaleza humana, pero a lo que sí me opongo es a una suerte de contrato social que justifique la dominación política, en mayor o menor medida, y a todo suerte de condicionamiento apriorístico. De lo que sí estoy seguro es que un bello legado libertario el considerar la libertad como una conquista personal y social al mismo tiempo; supone ir a por todas sin que ningún determinismo, más que el personalmente decidido, lo impida. No me parece que haya ningún dogma que contradiga la idea de que el hombre se construye a sí mismo en un proceso de liberación (y de transformación) constante; que la sociedad puedea cambiar (a mejor, si trabajamos en ello) y que cualquier sistema socipolítico será algún día historia me parecen obviedades. La tensión entre individuo y sociedad no excluye a ninguno de los dos polos, el medio es muy influyente y la necesidad de comunicarse y trabajar con los demás es una necesidad primordial también para el desarrollo personal. Por muy independiente y creativo que sea el individuo, su inclusión en una determinada sociedad y las relaciones consecuentes constituyen condicionamientos importantes. La empatía, la tendencia a la armonización (con la permanencia de la singularidad), el compromiso ético, me parecen valores invididuales que deben ser también sociales. El progresivo desarrollo de la conciencia, también en lo colectivo, no es un factor desdeñable (desprendido de teorías excesivamente rígidas y mecanicistas, que dan base al conservadurismo para anular todo auténticio progresismo en lo social). Este gran proyecto anarquista, este llamado "arte de vivir" (personal, pero realizado también en lo social), no olvida los límites de lo posible aunque establezca una conexión con la llamada utopía (lo que todavía no se ha realizado, y no lo imposible de realizar). Libertad y moral son valores primordiales para el anarquismo, pero para nada convencionales ni con características inmutables, su horizonte es el de la perpetua realización con una serie de premisas evidentes, entre la que sobresale la de la no dominación en lo social, la del deseo de que cada individuo (cada "unico") construya su vida, y entienda su desarrollo personal, como así lo desee.

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