jueves, 30 de diciembre de 2010

El carácter revolucionario

Si atendemos ahora a otra obra de Erich Fromm, La condición humana actual, en ella se refiere al denominado "carácter revolucionario" como un concepto político-sicológico. Sería algo similar al "carácter autoritario", introducido en la sicología en los años 30 del siglo XX, según el cual una categoría política, la estructura autoritaria del Estado o de la familia, se combina con una categoría sicológica, la estructura del carácter (base para la estructura política y social). La estructura del carácter decidiría qué tipo de ideas elegirá el ser humano y, del mismo modo, es también determinante de la fuerza de la idea elegida. El carácter autoritario consistiría en la estructura caracterológica de una persona, en la que el sentido de fuerza e identidad está basado en una subordinación simbiótica a las autoridades, y al mismo tiempo en una dominación simbiótica de los sometidos a esa autoridad. Por lo tanto, la persona autoritaria se siente fuerte cuando puede someterse y ser parte de una autoridad, la cual es magnificada (con el respaldo, hasta cierto punto, de la realidad); lo mismo que la persona se "engrandece" incorporando a los sometidos a su autoridad. Una amenaza a la autoridad se la toma la persona autoritaria como un peligro a su propia persona, a su vida o estabilidad mental.

Refiriéndonos ahora al carácter revolucionario, hay que aclarar que no es propio necesariamente de una persona que participa en revoluciones. Hay que distinguir, en este caso, entre conducta y carácter, existiendo muchos motivos para que una persona participe en una revolución al margen de lo que siente en su interior. Fromm aclara que no considera un carácter revolucionario al rebelde, e introduce aquí una definición que sería opuesta a la considerada por Camus en El hombre rebelde (sin que demos demasiada importancia a la diferencia, al ser una cuestión de forma de una palabra con un significado amplio). Para el sicoanalista, el rebelde es una persona resentida con la autoridad al no ser querida y aceptada, por lo que detrás de la intención de derribar la autoridad está el deseo de ocupar su lugar o de fundirse con ella. Pueden ponerse muchos ejemplos históricos de personas que comenzaron como supuestos revolucionarios y quedó clara al final su faceta de rebeldes oportunistas.

El carácter revolucionario no es tampoco un fanático, algo propio también de la conducta política. El fanático no es una persona con una convicción, por mucho que se asocie tantas veces a ese término despectivo, llamando "realista" a la persona que carece de convicción alguna. Para Fromm, el fanático es una persona narcisista en exceso, alguien casi desconectado del mundo exterior que vive solo para endiosar una causa del tipo que fuere. El sometimiento del fanático a su causa, convertida en ídolo y en "Absoluto", le produce una razón para vivir y le otorga un sentido vehemente a su existencia. Hay que observar la diferencia, a pesar de poses similares, entre un fánatico y un revolucionario.

Después de aclarar lo que no considera un revolucionario, Fromm afirma la importancia de este concepto caracterológico. Tal vez el término "revolución" ha perdido importancia en las décadas que nos separan de Fromm, pero los presupuestos son por ello más necesarios que nunca. Si en sentido político, la noción de revolución apelando a la libertad e independencia ha encubierto intenciones autoritarias, en términos sicológicos podemos definirla como un movimiento integrado por caracteres auténticamente revolucionarios. La característica fundamental del revolucionario es ser independiente, ser libre, estar exento del vínculo simbiótico con los poderosos o con los sometidos. Al margen de la liberación de las ataduras tradicionales en la historia, Fromm se esfueza en dar un sentido más profundo al concepto de independencia, fundamental en el desarrollo humano a todos los niveles.

Solo existirá plena libertad e independencia cuando el individuo piense, sienta y decida por sí mismo, y solo se producirá cuando alcance una relación productiva con el mundo que lo rodea y que le permite responder de manera auténtica. Puede decirse que la independencia y la libertad son la realización de la individualidad, no únicamente la erradicación de la coerción o la mera libertad económica. El carácter revolucionario, que posee estos rasgos de libertad e independencia, se identifica con la humanidad trascendiendo los estrechos límites de su propia sociedad, y así es capaz del pensamiento crítico adoptando el punto de vista de la razón y la humanidad. Se trata de un hombre consciente capaz de adoptar un criterio sobre lo meramente accidental en función de aquello que no lo es (la razón). El carácter revolucionario se identifica con la humanidad, posee un verdadero amor por la vida frente a las tendencias destructivas de otro tipo de caracteres.

Frente a la tendencia a creer en el juicio de la mayoría, identificado tantas veces con los dueños del poder, el carácter revolucionario tendrá espíritu crítico frente a toda reacción estereotipada o apelación al "sentido común". La relación con el poder que tiene el carácter revolucionario es muy particular, nunca llega a santificarlo ni le otorga el papel de la verdad, tendrá la capacidad de desobedecer y de apelar a nociones más elevadas de la moral y de la justicia. La desobediencia es un concepto dialéctico, ya que en realidad se trata también de un acto de obediencia; a no ser que estemos hablando de un acto banal, toda desobediencia supone obediencia a otro principio. Fromm afirmaba lo difícil que resultaba para el hombre en la época industrial y burocrática desarrollar el carácter revolucionario, a diferencia del siglo XIX. Los seres humanos se han convertido en números, al igual que los objetos, en una era en la que la voluntad humana parece sometida a unas monstruosas condiciones objetivas.

Recordaremos que el carácter revolucionario no es alguien que repite proclamas, sino aquel que verdaderamente se ha emancipado de todos los vínculos de sangre y de tierra, de fidelidad a un Estado, clase, raza, partido o religión. Se trata de un humanista que siente en sí mismo a toda la humanidad, nada humano le es ajeno. Fromm habla de escepticismo y de fe en el carácter revolucionario: escepticismo, al desconfiar de todo ideología que encubre una realidad indeseable; fe, no en sentido místico, sino porque cree en aquello que existe potencialmente aunque puede considerarse todavía irreal.

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