martes, 4 de enero de 2011

La condición humana en la sociedad moderna

El carácter del ser humano es determinado por el mundo creado por él. Fromm afirma que, si en los siglos XVIII y XIX el carácter social de la clase media mostraba fuertes tendencias a la explotación y la acumulación, determinado por la utilización del trabajo de otros y por el ánimo de lucro, en la sociedad contemporánea el carácter tiende más a una considerable pasividad y a una identificación con los valores de mercado. El hombre se ha convertido en un consumidor permanente con afán de engullirlo todo, un "lactante" continuamente expectante y frustrado.

El sistema económico actual se basa en la función del mercado como determinante del valor de todo bien de consumo y como regulador de la participación de cada uno en el producto social. El ser humano ha acabado convertido él mismo en un bien de consumo, siente su vida como un capital que tiene que ser invertido de manera provechosa para "triunfar" y dar "sentido" a su existencia. El "valor" reside en la cuantificación obtenida por los servicios, y no en virtudes humanas como la capacidad de amar o la creatividad artística. Es por eso que el sentido de ese valor depende de fuerzas externas, del juicio de otros, y de ahí que se esté pendiente de la aprobación de esos otros y que la seguridad resida en la conformidad y en seguir al rebaño. No es solo el mércado el regulador del carácter del hombre moderno, otra factor es el modo de producción industrial, también vinculado a la función mercantil. El empleado forma parte de grandes compañías, cuya propiedad está separada de la dirección y donde la burocracia profesional está más interesada en el buen funcionamiento y expansión de su empresa que en beneficios personales.

Por lo tanto, el hombre requerido para esta situación debe ser dócil, cooperador dentro de grupos numerosos, un consumidor constante de gustos estereotipados y fácilmente influible. Paradójicamente, Fromm afirma que se trata de un hombre que se siente libre e independiente, no se siente sometido a priori a ninguna autoridad, conciencia o principio moral, pero está dispuesto a ser mandado, a hacer lo previsto y a ocupar su lugar en la maquinaria social; son hombres que pueden ser guiados sin fuerza y sin líderes e impulsados sin meta, excepto la de permanecer en movimiento, funcionando y "avanzando". La sociedad industrial moderna ha tenido un pleno éxito en fabricar ese tipo de hombre: se trata del hombre enajenado, el autómata. Está enajenado porque sus acciones y su fuerza personal ya no le pertenecen, están dominadas por fuerzas externas, se levantan por encima de su persona y le gobiernan, en lugar de ser al contrario. Tal y como lo expresa Fromm, las fuerzas vitales del hombre moderno se ha convertido en cosas e instituciones a las cuales idolatra, no son vividas como la consecuencia del esfuerzo y sí como algo separado de su persona: el hombre enajenado se subordina al mundo que él ha creado.

Políticamente, el hombre proyecta sus sentimientos sociales, de poder, sabiduría y valor en el Estado y en sus líderes. En la producción económica, el obrero se ha convertido en un átomo que baila al compás de la dirección automatizada, no planifica su trabajo, ni toma parte en sus frutos y rara vez está en contacto con el producto completo. Sin embargo, no está menos enajenado el dirigente; aunque sí esté en contacto con el producto resultante del trabajo, no lo considera algo útil y concreto. Su objetivo es emplear de manera provechosa el capital invertido por otros, y el producto obtenido es la encarnación de ese capital y no una entidad concreta. El empresario es un burócrata que emplea cosas, números y seres humanos como simples objetos de su actividad. Desde el punto de vista del consumidor, la enajenación es igualmente poderosa, una actividad determinada por frases publicitarias y no gobernada por auténticas necesidades.
Esta situación da lugar a una notable falta de significado y a una enajenación del trabajo, lo que supone el deseo de algo que Fromm denomina de manera inmejorable: la holganza completa. El hombre moderno detesta su trabajo, al sentirse cautivo y poseer sentimientos de frustración, por lo que anhela la holgazanería absoluta en la que no necesite realizar movimiento alguno y todo se le entregue sin esfuerzo. El llamado autómata no necesita tener conciencia de sí mismo, ya que le absorve la labor de consumir permanentemente para satisfacer unos deseos estimulados por la vasta maquinaria económica. La reflexión de Fromm hace décadas acerca de esta situación, con el peligro de la guerra mundial en ciernes, no era muy esperanzadora. Hoy, no existe una tensión permanente entre dos grandes potencias, pero se han sofisticado esta patología social en la que el ser humano ha creado un sistema que fábrica máquinas que actúan como hombres y produce hombres que funcionan como máquinas. La razón se ha deteriorado en beneficio de una inteligencia meramente funcional, con el resultado de una peligrosa situación en la que se proporciona al hombre la más poderosa fuerza material sin tener la sabiduría para emplearla. La falta de sentido en la existencia de un hombre convertido en robot, deshumanizado y sin objetivos, no hace prever lo mejor a corto plazo.

Sin embargo, la esperanza reposa en la capacidad para superar la enajenación, para recuperar las riendas y ser capaces de gobernar nuestras vidas, abandonando todos los ídolos ante los que nos subordinamos. Desde el punto de vista sicológico e individual, habría que recuperar un sentimiento de uno mismo, renunciar a la pasividad, emprender un camino maduro y productivo en el que el trabajo suponga una actividad concreta y con significado. La labor emancipatoria se realiza en todos los ámbitos de la vida a nivel individual, aunque es necesaria también la transformación económica y política para derrotar a la enajenación. Fromm no mencionaba una sociedad anarquista como la ideal, tal vez por desconocimiento de unas ideas, pero su análisis crítico y su apuesta por un socialismo descentralizador, por pequeños grupos en los que haya un contacto real con plena información y permanente debate, por un renacimiento cultural y por una labor educativa en todos los ciclos vitales del individuo se encuentran muy cerca de las ideas libertarias. Una sociedad enferma produce individuos patológicos, y la liberación solo puede estar en una sociedad sana, cohesionada por poderosos valores humanos de fraternidad y solidaridad, y sin posibilidades de deformar la realidad y de fabricar ídolos de diversa índole. De todos nosotros depende, al menos, iniciar esta nueva fase de la historia humana.

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