Ricardo Mella (1861-1925) realizaba una distinción entre "educar", que sería un modo determinado de conducirse, de ser y de pensar, y la enseñanza, la cual debería tener como finalidad la independencia intelectual y física de la juventud. Si en el momento en que vivió Mella, existía ya una fuerte oposición a la educación religiosa, las escuelas laicas no tardarían en imponer un civismo que sustituyó a Dios por el Estado. Por lo tanto, para el anarquista Mella la cuestión no radica en denominar a la escuela laica, neutra o, incluso, racionalista, ya que ello constituye un mero juego de palabras que traslada las preocupaciones políticas del adulto a las opiniones pedagógicas. Este autor ácrata realiza una feroz crítica a todos aquellos, sean cuales fueren sus ideas, que pretenden modelar a los infantes a su imagen y semejanza; no existe el derecho para inculcar un dogma religioso a un niño, pero tampoco para aleccionarlos en una opinión política ni en un ideal social, económico o filosófico. En otras palabras, la escuela no tiene que ser para Mella ni republicana, ni masónica, ni socialista, ni anarquista, lo mismo que no debe ser religiosa. La escuela no debe ser nada más que un lugar de enseñanza para que el individuo tenga un pleno desarrollo y un completo desenvolvimiento; cualquier intento de transmitir una idea ya preestablecida es una mutilación y una distorsión de aquellas facultades que se pretenden estimular. Mella aquí nos lega una visión netamente anarquista; aunque caigamos una y otra vez en la confusión entre los términos educar y enseñar, lo más importante es el fondo de la cuestión: hay que erradicar todo doctrinarismo de la pedagogía, aunque tengo intenciones revolucionarias. Los individuos serán intelectualmente libres si en la escuela adquieren las verdades comprobadas, producto del conocimiento y universalmente reconocidas; Mella considera, por supuesto, que hay que poner al alcance de los individuos, previamente instruidos en esas verdades mencionadas, todos los sistemas metafísicos, teológicos y filosóficos para que elijan libremente, pero ello no será ya labor de la escuela. Es muy necesario que los profesores expliquen todo, ideas religiosas o políticas, pero es muy distinto a enseñar un dogma del tipo que fuere, democrático, socialista o anarquista. Para Mella, el anarquismo, al colocar la libertad de pensamiento y de acción por encima de todo, no puede preconizar imposición alguna en los jóvenes ni ningún método doctrinario. La mejor escuela deseada por los anarquistas, por lo tanto, es aquella que más y mejor estimule en los jóvenes el deseo de saber por ellos mismos, de formarse sus propias ideas. Estas ideas de Mella sobre la pedagogía quedaron expuestas en diversos números de la publicación Acción libertaria.
Mella insiste en esta postura sobre la enseñanza. Incluso, denuncia a aquellos supuestos librepensadores, radicales y anarquistas que no actúan en cuestiones pedagógicas de modo muy diferente al de los sectarios religiosos. Los postulados de Mella son de una actualidad innegable cuando denuncia el amparo que muchos coetáneos suyos hacen en la palabra racionalismo y pretenden imponer en su nombre una nueva doctrina a la juventud; del mismo modo, denuncia también toda pretensión de verdad absoluta en nombre de la ciencia. Ricardo Mella critica que el racionalismo, al proclamar la soberanía de la razón, genera errores y absurdos; la razón es meramente individual, por lo que no puede proclamarse soberana, ya que hacerlo sería dar a todo el mundo el criterio exacto y la certeza de la verdad. El racionalismo, como sistema, ha supuesto un fracaso, aunque se haya sido útil contra el dogmatismo y los absurdos de las creencias. La ciencia, basada en la experiencia y en los hechos comprobados, sí puede tener esa pretensión como sistema; por el contrario, las creaciones del pensamiento, las razones en cada uno, son diferentes en cada individuo, y tienes un carácter frágil como para tener pretensiones objetivistas, ya que aquel es dado a lo extraordinario y maravilloso. Si hay quien identifica ciencia, racionalismo y anarquismo, para Mella ello equivale a insertar una propaganda en la educación, es decir, a una nueva forma de proselitismo. Los anarquistas no tienen más derecho que cualquier otro a formar a los demás de un modo u otro, más bien el deber de no estorbar que cada uno se haga a sí mismo como quiera. Lo que los adultos entendemos como propaganda, un niño lo verá como imposición; insiste Mella en que una cosa es instruir en las ciencias y otra muy diferente enseñar una doctrina. Aunque racionalismo y anarquismo tengan mucho en común, no tenemos derecho a grabar nada de ello en las mentes infantiles; ninguna creencia debe impedir su libre desarrollo. No puede existir un acto pedagógicamente menos libertario que imponer un modelo al niño, aunque sea el más bello ideal, ya que con ello está cercenando la facultad de pensar desde temprana edad. Incluso la libertad absoluta, si es que ese concepto no fuera un imposible para el entendimiento humano, no debe ser impuesta, sino libremente aceptada y buscada; es el niño el que debe acceder a las más bellas ideas, deducidas de los conocimientos generales, y no opiniones, que hay que poner a su alcance. Para llegar a este razonamiento, hay que entender que Mella ve el anarquismo como un cuerpo de doctrina; por muy sólido, razonable y científica que sea en su base, no deja de pertenecer al terreno especulativo y, por lo tanto, es tan cuestionable como cualquier otro. De nuevo Mella insiste en su renuncia a una verdad permanente, ya que el devenir convierte en obsoletas las certezas del pasado; ya que el ser humano, incluso el más sabio, está lleno de prejuicios, de sofismas y de anacronismos, ningún derecho tiene a imponer ideas a las siguientes generaciones.
Mella insiste en esta postura sobre la enseñanza. Incluso, denuncia a aquellos supuestos librepensadores, radicales y anarquistas que no actúan en cuestiones pedagógicas de modo muy diferente al de los sectarios religiosos. Los postulados de Mella son de una actualidad innegable cuando denuncia el amparo que muchos coetáneos suyos hacen en la palabra racionalismo y pretenden imponer en su nombre una nueva doctrina a la juventud; del mismo modo, denuncia también toda pretensión de verdad absoluta en nombre de la ciencia. Ricardo Mella critica que el racionalismo, al proclamar la soberanía de la razón, genera errores y absurdos; la razón es meramente individual, por lo que no puede proclamarse soberana, ya que hacerlo sería dar a todo el mundo el criterio exacto y la certeza de la verdad. El racionalismo, como sistema, ha supuesto un fracaso, aunque se haya sido útil contra el dogmatismo y los absurdos de las creencias. La ciencia, basada en la experiencia y en los hechos comprobados, sí puede tener esa pretensión como sistema; por el contrario, las creaciones del pensamiento, las razones en cada uno, son diferentes en cada individuo, y tienes un carácter frágil como para tener pretensiones objetivistas, ya que aquel es dado a lo extraordinario y maravilloso. Si hay quien identifica ciencia, racionalismo y anarquismo, para Mella ello equivale a insertar una propaganda en la educación, es decir, a una nueva forma de proselitismo. Los anarquistas no tienen más derecho que cualquier otro a formar a los demás de un modo u otro, más bien el deber de no estorbar que cada uno se haga a sí mismo como quiera. Lo que los adultos entendemos como propaganda, un niño lo verá como imposición; insiste Mella en que una cosa es instruir en las ciencias y otra muy diferente enseñar una doctrina. Aunque racionalismo y anarquismo tengan mucho en común, no tenemos derecho a grabar nada de ello en las mentes infantiles; ninguna creencia debe impedir su libre desarrollo. No puede existir un acto pedagógicamente menos libertario que imponer un modelo al niño, aunque sea el más bello ideal, ya que con ello está cercenando la facultad de pensar desde temprana edad. Incluso la libertad absoluta, si es que ese concepto no fuera un imposible para el entendimiento humano, no debe ser impuesta, sino libremente aceptada y buscada; es el niño el que debe acceder a las más bellas ideas, deducidas de los conocimientos generales, y no opiniones, que hay que poner a su alcance. Para llegar a este razonamiento, hay que entender que Mella ve el anarquismo como un cuerpo de doctrina; por muy sólido, razonable y científica que sea en su base, no deja de pertenecer al terreno especulativo y, por lo tanto, es tan cuestionable como cualquier otro. De nuevo Mella insiste en su renuncia a una verdad permanente, ya que el devenir convierte en obsoletas las certezas del pasado; ya que el ser humano, incluso el más sabio, está lleno de prejuicios, de sofismas y de anacronismos, ningún derecho tiene a imponer ideas a las siguientes generaciones.
Como anarquistas, precisamente como anarquistas, queremos la enseñanza libre de toda clase de ismos, para que los hombres del porvenir puedan hacerse libres y dichos por sí y no a medio de pretendidos modeladores, que es como quien dice redentores. (Acción libertaria, núm.11, enero de 1911)El anarquista trabaja por el libre examen, y éste no se aplica únicamente por oposición a la teología, también a las posibles imposiciones de partido, escuela o doctrina. La instrucción de la infancia, y recordemos que Mella la opone a la idea de "educar", debe ser neutral, estar exenta de cualquier atisbo de propaganda: "Descartada toda materia de fe, la instrucción de la juventud quedaría reducida a la enseñanza de las cosas probadas y a la explicación de los problemas cuya solución no tiene más que probabilidades de certidumbre" (Acción libertaria núm.22, abril de 1911). Los infantes son proclives a preguntas metafísicas, pueden preguntarse perfectamente cuál es el origen del universo, ¿qué puede hacer el profesor? La pregunta acerca de Dios no se producirá, casi con probabilidad, pero si surgiera es obligado demostrar que en todo el conocimiento humano no hay prueba alguna de su existencia. Sobre las cuestiones acerca de la causa y la finalidad de la existencia, inevitables en algún momento del desarrollo del individuo, no hay certeza alguna y de nada vale invocar a la ciencia; los que se refieran al materialismo, al racionalismo o al evolucionismo seguirán hablando en nombre de una opinión o creencia. Para Mella, la honestidad intelectual del maestro debe producirse a través de una exposición clara de los datos del problema y de las diferentes hipótesis que tratan de aclararlo; cualquier otra vía, es caer en la imposición de una doctrina. El pequeño individuo deberá formar su juicio por sí mismo al poner a su alcance todos aquellos conocimientos que puedan ilustrar la cuestión; se trata de un "método de libertad" respetuoso con la independencia intelectual del niño que, para Mella, deben proclamar los anarquistas. Es en la realidad donde se encuentra toda experiencia, base del conocimiento, y la enseñanza debe reducirse a lecciones de cosas (no de palabras); con esa primera adquisición, puede establecerse el camino para adquirir los mejores métodos para que la propia realidad, y no el maestro, genere en la conciencia del individuo, que será el integrante de una nueva sociedad, los más bellos ejemplos de bondad, amor y justicia. Pretende Mella erradicar todo discurso impuesto en la enseñanza, basarse en los hechos, para que los infantes se cuestionen sobre el mundo que les rodea y se acaben desenvolviendo de manera intelectualmente adecuada. De nuevo observamos que en la visión anarquista, también en cuestiones pedagógicas, la libertad es un factor central, Mella arremete contra la imposición y el verbalismo:
Y si en la humanidad persiste la esclavitud moral y material, es porque precisamente se ha empleado en la enseñanza el facto imposición. El instrumento de estas imposición ha sido y es el verbalismo, el verbalismo teológico, metafísico o filosófico.
¿Queremos una enseñanza nueva? Pues nada de verbalismo ni de imposición. Experiencia, observación, análisis, completa libertad de juicio, y los hombres del porvenir no tendrán que reprocharnos la continuación de la cadena que queremos romper. (El libertario, núm.7, septiembre de 1912).
1 comentario:
En mi opinión, han sido los anarquistas quienes más y mejor han contribuido, con herramientas teóricas y prácticas (cuando se ha podido), a afrontar los problemas que en todos los tiempos ha planteado la enseñanza. Este de Ricardo Mella es un magnífico ejemplo de ello.
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