El siglo XX queda muy atrás, con sus fallidas promesas emancipatorias y paralela consolidación de un sistema alienante; inmersos ya en un siglo XXI, que ofrece motivos para la desesperanza, ya que una mayoría parece seducida por un sistema que convierte a las personas en meros consumidores, pero también para mostrarse optimistas, ya que proliferan movimientos críticos que adoptan medios libertarios en búsqueda de esa necesaria liberación.
El sistema capitalista ofrece, de manera obvia, una ilusión de progreso. Así, una mayoría de seres humanos, convertidos en meros consumidores, se resignan ante un estado de las cosas que parece inamovible, ya que se muestra determinista en esa visión de un supuesto progreso basado en la acumulación. Ello, a pesar de hablar de un sistema basado en la explotación de los más y en la esquilmación de recursos planetarios, con la grave consecuencia de la indigencia de gran parte de la población y la devastación del medio ambiente. Si verdaderamente creemos en la supervivencia de la humanidad, en un cambio de rumbo de la civilización, hay que cuestionarse qué es lo que nos convierte en simples actores pasivos dentro de este estado de las cosas y de esa visión de la historia. Hay quien sostiene que esa colonización de las conciencias, por parte del capitalismo, se basa fundamentalmente en el deseo de esa obsesión por el consumo, basada en una supuesta mejora de nuestro nivel de vida, que el sistema asigna y determina. Se trata de una colonización evidentemente profunda, pero no por ello deja de ser susceptible a una liberación y a un cambio de lo que deseamos: el deseo de tener, que nos encadena a un sistema de dominación y explotación, debe ser sustituido por un deseo de libertad, de ser libres, basado en el apoyo mutuo y en el reconocimiento del otro.
Muchos autores han insistido en la alienación dentro del capitalismo, exacerbada por las propias mutaciones del sistema producto de las revoluciones tecnológicas generadas por él y puestas a su servicio. El primer paso debería ser la consciencia sobre esa situación y la consecuente búsqueda del modo de liberarse. Es decir, la transformación de un deseo alienado en otro liberador. Ello implica, como paso posterior, una radical renovación del pensamiento, ya que el siglo XX nos ha ofrecido más de lo mismo, ese supuesto e ilimitado progreso material, en sus distintas concepciones ideológicas, totalitarias o democráticas, unas fallidas y alegremente desaparecidas casi en su totalidad, otras tristemente vigentes y sometidas a meros cambios en su superficie. Este nuevo pensamiento, que puede nutrirse en gran medida del anarquismo (sometido como es lógico a una permanente renovación y autocrítica), debe tener en cuenta los intereses de todos y cada uno de los seres humanos, enfrentados a una realidad concreta (no alienada). Es el gran reto que tenemos por delante, tarea colosal dentro de un sistema en el que el deseo mayoritario moldeado por todo un aparato tecnológico y mediático nos contradice, pero no por ello imposible. A pesar de ello, no hay que mostrar desesperanza, ya que cada vez son más los movimientos y voces que se muestran críticos con el sistema, muchos veces adoptando medios libertarios, a pesar de no adoptar la etiqueta del anarquismo. Ahí se encuentra la esperanza para esa renovación del pensamiento y de la praxis, basados en la reflexión crítica, en la profundización de las cosas y en la búsqueda de esa realidad concreta que anule toda forma alienada.
Como insistió Foucault, todo sistema de dominación genera sus propios focos de resistencia y deseos de libertad. Es por eso que haya donde exista poder coercitivo existe también la libertad y hay que mostrarse siempre esperanzador sobre la superación libertaria del estado de las cosas. Así, proliferan los movimientos contrarios al sistema integrados por personas fundamentalmente jóvenes, que muestran su deseo de decidir su presente y su futuro por ellos mismos. Son nuevas generaciones que, tal vez, son conscientes del fracaso de toda ideología, incluso aquellas que prometen un futuro liberador, basada en la tutela, si no abiertamente en el autoritarismo. Es, por tanto, ese pensamiento crítico que tanto ha interesado al anarquismo la esperanza para cuestionar todo vía autoritaria y que, consecuentemente, propugne formas horizontales y autogestionarias. A pesar de estos movimientos esperanzadores, no olvidemos que una gran parte de la sociedad sigue colonizada por ese deseo de consumo y esa ilusión de progreso que propugna el capitalismo. Si es una minoría la que toma las decisiones en este rumbo catastrófico de la civilización, se ve legitimada por esa mayoría seducida por el progreso mercantilista y consumista.
El sistema capitalista ofrece, de manera obvia, una ilusión de progreso. Así, una mayoría de seres humanos, convertidos en meros consumidores, se resignan ante un estado de las cosas que parece inamovible, ya que se muestra determinista en esa visión de un supuesto progreso basado en la acumulación. Ello, a pesar de hablar de un sistema basado en la explotación de los más y en la esquilmación de recursos planetarios, con la grave consecuencia de la indigencia de gran parte de la población y la devastación del medio ambiente. Si verdaderamente creemos en la supervivencia de la humanidad, en un cambio de rumbo de la civilización, hay que cuestionarse qué es lo que nos convierte en simples actores pasivos dentro de este estado de las cosas y de esa visión de la historia. Hay quien sostiene que esa colonización de las conciencias, por parte del capitalismo, se basa fundamentalmente en el deseo de esa obsesión por el consumo, basada en una supuesta mejora de nuestro nivel de vida, que el sistema asigna y determina. Se trata de una colonización evidentemente profunda, pero no por ello deja de ser susceptible a una liberación y a un cambio de lo que deseamos: el deseo de tener, que nos encadena a un sistema de dominación y explotación, debe ser sustituido por un deseo de libertad, de ser libres, basado en el apoyo mutuo y en el reconocimiento del otro.
Muchos autores han insistido en la alienación dentro del capitalismo, exacerbada por las propias mutaciones del sistema producto de las revoluciones tecnológicas generadas por él y puestas a su servicio. El primer paso debería ser la consciencia sobre esa situación y la consecuente búsqueda del modo de liberarse. Es decir, la transformación de un deseo alienado en otro liberador. Ello implica, como paso posterior, una radical renovación del pensamiento, ya que el siglo XX nos ha ofrecido más de lo mismo, ese supuesto e ilimitado progreso material, en sus distintas concepciones ideológicas, totalitarias o democráticas, unas fallidas y alegremente desaparecidas casi en su totalidad, otras tristemente vigentes y sometidas a meros cambios en su superficie. Este nuevo pensamiento, que puede nutrirse en gran medida del anarquismo (sometido como es lógico a una permanente renovación y autocrítica), debe tener en cuenta los intereses de todos y cada uno de los seres humanos, enfrentados a una realidad concreta (no alienada). Es el gran reto que tenemos por delante, tarea colosal dentro de un sistema en el que el deseo mayoritario moldeado por todo un aparato tecnológico y mediático nos contradice, pero no por ello imposible. A pesar de ello, no hay que mostrar desesperanza, ya que cada vez son más los movimientos y voces que se muestran críticos con el sistema, muchos veces adoptando medios libertarios, a pesar de no adoptar la etiqueta del anarquismo. Ahí se encuentra la esperanza para esa renovación del pensamiento y de la praxis, basados en la reflexión crítica, en la profundización de las cosas y en la búsqueda de esa realidad concreta que anule toda forma alienada.
Como insistió Foucault, todo sistema de dominación genera sus propios focos de resistencia y deseos de libertad. Es por eso que haya donde exista poder coercitivo existe también la libertad y hay que mostrarse siempre esperanzador sobre la superación libertaria del estado de las cosas. Así, proliferan los movimientos contrarios al sistema integrados por personas fundamentalmente jóvenes, que muestran su deseo de decidir su presente y su futuro por ellos mismos. Son nuevas generaciones que, tal vez, son conscientes del fracaso de toda ideología, incluso aquellas que prometen un futuro liberador, basada en la tutela, si no abiertamente en el autoritarismo. Es, por tanto, ese pensamiento crítico que tanto ha interesado al anarquismo la esperanza para cuestionar todo vía autoritaria y que, consecuentemente, propugne formas horizontales y autogestionarias. A pesar de estos movimientos esperanzadores, no olvidemos que una gran parte de la sociedad sigue colonizada por ese deseo de consumo y esa ilusión de progreso que propugna el capitalismo. Si es una minoría la que toma las decisiones en este rumbo catastrófico de la civilización, se ve legitimada por esa mayoría seducida por el progreso mercantilista y consumista.
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