El cineasta Basilio Martín Patino, fallecido hace escasos días, fue un autor libre, transgresor y original, tal vez no apto para todos los gustos, pero con una obra imprescindible, donde se suelen diluir la ficción y la realidad, para reflexionar y profundizar en el pasado y en su vínculo con la actualidad.
A pesar de pertenecer a una familia conservadora, muy pronto se revelaría como un espíritu libertario, que se reflejará en su obra. Fue uno de los promotores de las Conversaciones de Salamanca, en 1955, evento de gran importancia que reunió a los mejores directores del momento. Después de varios cortometrajes, y del largo Tarde de domingo como trabajo de fin de carrera, su gran éxito llegará con Nueve cartas a Berta (1966), que recibió la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián, lo cual posibilita su estreno teniendo una buena acogida por parte del público a pesar de los problemas con la censura. Este film, con un evidente transfondo social y político, es también un intento de experimentación, que puede que no sea del gusto de todos los paladares. Lo que sí hizo Martín Patino, desde el primer momento, es realizar películas transgresoras e innovadoras en busca de nuevas vía para la expresión artística. Nueva cartas a Berta, rodada en blanco y negro, nos cuenta la historia de Lorenzo, interpretado por el gran Emilio Gutiérrez Caba, que retorna a Salamanca después de pasar un verano en el extranjero y conocer allí a Berta, que le abre la puerta a otro mundo para vislumbrar la libertad. Se trata de un evidente retrato de la dictadura, con su opresión y mediocridad, narrado a través de las epístolas a Berta, que se pretenden salvadoras para escapar de ese mundo gris y frustrante. Será un film que dé punto de partida a una trilogía sobre el mismo tema, completada con Los paraísos perdidos (1985), que a través del retorno de una mujer al lugar de su infancia nos habla del exilio, el desarraigo y la esperanza, y Octavia (2002), obra que tuvo un posterior montaje al estrenado en cines, más del gusto del director, otro retorno para arreglar cuentas con el pasado y de nuevo un ejercicio cinematográfico innovador y arriesgado, que escapa a toda tentación académica.
Martín Patino tendrá una carrera muy alejada de la convención y de la comercialidad, lo cual se sigue reflejando en su obra posterior a Nueve cartas a Berta: Canciones para después de una guerra (1971). Se trata de una propuesta muy original, de nuevo un estilo alejado de toda convención narrativa y académica, para desmitificar a los vencedores de la guerra civil, y burlarse de ellos de modo inteligente y humorístico, a través de sus cantos de exaltación patriótica. De nuevo, nos hallamos ante una obra brillante con un virtuoso trabajo de montaje, que afortunadamente tuvo una buena acogida por parte de un público ajeno al deliro fascista y deseoso de saber cómo fue aquella triste posguerra. Queridísimos verdugos, realizada en 1973, plasma la triste y cruel realidad de la España franquista a través de tres ejecutores de la pena capital, cuya realidad sobrepasa cualquier ficción propia de Azcona y Berlanga. Constituye esta película documental, más allá de la mera denuncia del asesinato legalizado, un retrato retrato feroz de una determinada sociedad y una reflexión nítida y devastadora sobre el poder. Esta obra, junto a Caudillo (1974), se rodarán de forma clandestina y no podrán ser estrenadas hasta la muerte del dictador. El retrato de Franco es un inteligente análisis de una personalidad autoritaria, que siguió controlando y oprimiendo la sociedad española hasta el último momento. De nuevo un inmejorable testimonio sobre una época con tragedia y humor, y una patética epopeya por parte de unos patéticos y crueles fascistas. Madrid (1987) nos muestra a una realizador alemán de televisión, que recibe el encargo de hacer un documento sobre la capital y la guerra civil en el 50 aniversario de la misma, lo cual posibilita una nueva reflexión sobre el pasado y la actualidad, además de sobre el propio cine y los límites difusos entre la ficción y la realidad. No es casualidad, que el protagonista Hans acabe sustituido por los productores en la realización audiovisual, ya que su apuesta final es firmemente por la libertad.
Casas Viejas. El grito del sur (1996) es un documental, donde se confunden la realidad y la ficción, que de nuevo nos presenta un estilo cinematográfico original e innovador. No hay que equivocarse, la invención de personajes y situaciones le sirve al autor para profundizar en uno de los episodios más vergonzosos de la Segunda República. Tal vez, con su propuesta, Martín Patino trató de alejarse de la objetividad histórica, de una recreación fidedigna de lo sucedido, para presentarnos una reflexión crítica sobre unos hechos susceptibles de diversas lecturas e interpretaciones. En palabras del propio autor: “Si algún día hubiera de utilizarse el cine como gran testimonio del siglo XX no será por la credibilidad de lo que llamamos documentales cinematográficos. El conocimiento del siglo habrá que buscarlo en las películas de ficción que objetivan más fielmente las conductas y problemas del tiempo”. De lo que no cabe ninguna duda es que después de visionar Casas Viejas. El grito del sur el espectador conocerá algo mejor sobre la insurrección aquellos campesinos en la población gaditana y su posterior y cruel represión. Con su último film, Libre te quiero (2012), realiza un documento de estilo impresionista puro, que comienza con la confluencia de manifestantes del 15M en la Puerta del Sol, continúa con la posterior acampada, mostrada como una especie de ciudad paralela autogestionada y asamblearia, para luego recoger la extensión del movimiento por barrios y localidades de toda España. Como ya se ha dicho, la obra nace de un encuentro, ya que Martín Patino se encontraba en el lugar adecuado para dar el pistoletazo de salida a la narración y para comprobar la alegría y espontaneidad de la gente para tratar de cambiar las cosas. Libre te quiero, que toma prestado el título del poema de Agustín García Calvo, es un inmejorable testamento cinematográfico de una realizador original, libre y transgresor.
A pesar de pertenecer a una familia conservadora, muy pronto se revelaría como un espíritu libertario, que se reflejará en su obra. Fue uno de los promotores de las Conversaciones de Salamanca, en 1955, evento de gran importancia que reunió a los mejores directores del momento. Después de varios cortometrajes, y del largo Tarde de domingo como trabajo de fin de carrera, su gran éxito llegará con Nueve cartas a Berta (1966), que recibió la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián, lo cual posibilita su estreno teniendo una buena acogida por parte del público a pesar de los problemas con la censura. Este film, con un evidente transfondo social y político, es también un intento de experimentación, que puede que no sea del gusto de todos los paladares. Lo que sí hizo Martín Patino, desde el primer momento, es realizar películas transgresoras e innovadoras en busca de nuevas vía para la expresión artística. Nueva cartas a Berta, rodada en blanco y negro, nos cuenta la historia de Lorenzo, interpretado por el gran Emilio Gutiérrez Caba, que retorna a Salamanca después de pasar un verano en el extranjero y conocer allí a Berta, que le abre la puerta a otro mundo para vislumbrar la libertad. Se trata de un evidente retrato de la dictadura, con su opresión y mediocridad, narrado a través de las epístolas a Berta, que se pretenden salvadoras para escapar de ese mundo gris y frustrante. Será un film que dé punto de partida a una trilogía sobre el mismo tema, completada con Los paraísos perdidos (1985), que a través del retorno de una mujer al lugar de su infancia nos habla del exilio, el desarraigo y la esperanza, y Octavia (2002), obra que tuvo un posterior montaje al estrenado en cines, más del gusto del director, otro retorno para arreglar cuentas con el pasado y de nuevo un ejercicio cinematográfico innovador y arriesgado, que escapa a toda tentación académica.
Martín Patino tendrá una carrera muy alejada de la convención y de la comercialidad, lo cual se sigue reflejando en su obra posterior a Nueve cartas a Berta: Canciones para después de una guerra (1971). Se trata de una propuesta muy original, de nuevo un estilo alejado de toda convención narrativa y académica, para desmitificar a los vencedores de la guerra civil, y burlarse de ellos de modo inteligente y humorístico, a través de sus cantos de exaltación patriótica. De nuevo, nos hallamos ante una obra brillante con un virtuoso trabajo de montaje, que afortunadamente tuvo una buena acogida por parte de un público ajeno al deliro fascista y deseoso de saber cómo fue aquella triste posguerra. Queridísimos verdugos, realizada en 1973, plasma la triste y cruel realidad de la España franquista a través de tres ejecutores de la pena capital, cuya realidad sobrepasa cualquier ficción propia de Azcona y Berlanga. Constituye esta película documental, más allá de la mera denuncia del asesinato legalizado, un retrato retrato feroz de una determinada sociedad y una reflexión nítida y devastadora sobre el poder. Esta obra, junto a Caudillo (1974), se rodarán de forma clandestina y no podrán ser estrenadas hasta la muerte del dictador. El retrato de Franco es un inteligente análisis de una personalidad autoritaria, que siguió controlando y oprimiendo la sociedad española hasta el último momento. De nuevo un inmejorable testimonio sobre una época con tragedia y humor, y una patética epopeya por parte de unos patéticos y crueles fascistas. Madrid (1987) nos muestra a una realizador alemán de televisión, que recibe el encargo de hacer un documento sobre la capital y la guerra civil en el 50 aniversario de la misma, lo cual posibilita una nueva reflexión sobre el pasado y la actualidad, además de sobre el propio cine y los límites difusos entre la ficción y la realidad. No es casualidad, que el protagonista Hans acabe sustituido por los productores en la realización audiovisual, ya que su apuesta final es firmemente por la libertad.
Casas Viejas. El grito del sur (1996) es un documental, donde se confunden la realidad y la ficción, que de nuevo nos presenta un estilo cinematográfico original e innovador. No hay que equivocarse, la invención de personajes y situaciones le sirve al autor para profundizar en uno de los episodios más vergonzosos de la Segunda República. Tal vez, con su propuesta, Martín Patino trató de alejarse de la objetividad histórica, de una recreación fidedigna de lo sucedido, para presentarnos una reflexión crítica sobre unos hechos susceptibles de diversas lecturas e interpretaciones. En palabras del propio autor: “Si algún día hubiera de utilizarse el cine como gran testimonio del siglo XX no será por la credibilidad de lo que llamamos documentales cinematográficos. El conocimiento del siglo habrá que buscarlo en las películas de ficción que objetivan más fielmente las conductas y problemas del tiempo”. De lo que no cabe ninguna duda es que después de visionar Casas Viejas. El grito del sur el espectador conocerá algo mejor sobre la insurrección aquellos campesinos en la población gaditana y su posterior y cruel represión. Con su último film, Libre te quiero (2012), realiza un documento de estilo impresionista puro, que comienza con la confluencia de manifestantes del 15M en la Puerta del Sol, continúa con la posterior acampada, mostrada como una especie de ciudad paralela autogestionada y asamblearia, para luego recoger la extensión del movimiento por barrios y localidades de toda España. Como ya se ha dicho, la obra nace de un encuentro, ya que Martín Patino se encontraba en el lugar adecuado para dar el pistoletazo de salida a la narración y para comprobar la alegría y espontaneidad de la gente para tratar de cambiar las cosas. Libre te quiero, que toma prestado el título del poema de Agustín García Calvo, es un inmejorable testamento cinematográfico de una realizador original, libre y transgresor.
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