Carne Ross era, digámoslo así, "un hombre del sistema", ya que fue un diplomático del Reino Unido desde 1989, un miembro de un mundo de élite, un creyente firme en las estructuras jerarquizadas y en la economía capitatalista.¿Cómo se produje su viraje hacia el anarquismo?
Trabajando para el Ministerio de Relaciones Exteriores británico, fue uno de los dirigentes del proceso de paz en Oriente Medio, escribiendo discursos, negociando en la ONU, trabajando en Iraq y en Afganistán. Sería poco después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, después de ser enviado a Nueva York junto a la delegación británica del Consejo de Seguridad de la ONU, cuando Ross decidió no volver a su trabajo en Londres para tomarse un año sabático de excedencia y reflexionar sobre una vida que no le llenaba. Finalmente, se tomó una comisión de servicio para unirse a la ONU en Kosovo, lugar que a la postre supondrá un punto de inflexión en la vida de Ross. Como responsable de inteligencia en Irak, tuvo que declarar sobre las famosas armas de destrucción masiva reconociendo que el gobierno había exagerado el peligro que suponían y, lo que es más grave, había obviado todas las alternativas a la guerra. Ross declaró en contra de los políticos con los que había trabajado, que habían fabricado una guerra basándose en hechos ficticios, por lo que el mundo al que pertenecía empezaba a tambalearse.
Ese mundo, finalmente, se quebró, por lo que Ross acabó renunciando al Servicio de Relaciones Exteriores británicas. Tal y como el propio protagonista lo ha expresado en alguna ocasión, fue como si diera un salto sobre un abismo para acabar cayendo sin parar, algo que todavía se sigue produciendo al día de hoy. Es de suponer que es la forma que adopta a veces el camino de la conciencia, el de un riesgo que ya no tiene marcha atrás, ya que resulta infínitamente más lúcido que permanecer parado al borde del precipicio. Algo más ocurrió en Kosovo, que determinó la vida de Ross. En marzo de 2004, se produjeron unas protestas terribles por toda la región, fueron unos hechos dramáticos por parte de una población a la que se le había negado decidir sobre su futuro. La profesión de Ross siempre había sido la de diplomático, por lo que decidió convertirse en asesor independiente del pueblo de Kosovo. Acabó creando Independent Diplomat (Diplomático Independiente) para asesorar a los dirigentes de Kosovo, que acabó independizándose, y posteriormente a otros países y grupos políticos. En todo ese proceso, Ross comprendió que en el mundo de la diplomacia no existe innovación, manda la realpolitik, todo se realiza de la misma manera que siempre se ha hecho. Otra lección aprendida, sobre el mundo del siglo XXI, es que se está transformando a marchas forzadas; los Estados ya no tienen tanta fuerza, en beneficio de otras instituciones, la realidad es ahora más compleja y fragmentada.
Vivimos en un mundo globalizado, todos estamos conectados a los grandes problemas con pocos grados de separación. Ross comprendió que son los propios protagonistas, al margen del proceso determinado por las grandes instituciones, los que tienen que dar solución a los problemas que les afectan. Desgraciadamente, las personas sienten que no deciden sobre las cosas que les importan, ni a nivel local ni nacional. De la creencia en una estructura política jerarquizada, estatista, y en una economía capitalista, comenzó el viaje de Ross hacia el anarquismo. Esto se explica por la desilusión de las personas hacia la democracia representativa, al impedir que la gente normal gestione sus asuntos, que no deja de ser una forma más de oligarquía. Por otra parte, el capitalismo, por mucho que se transforme y a pesar de que la propaganda cotidiana nos diga que es el único sistema posible, supone un abismo de desigualdad en el que la mayoría va a peor; las nuevas generaciones, muy probablemente, van a vivir peor que sus padres. El progreso material, además de producirse en la práctica solo para una minoría, tampoco es suficiente, para Ross las personas anhelan algo más, la cultura contemporánea supone un gran vacío, una profunda crisis de valores.
La solidaridad y el apoyo mutuo, valores que ha defendido siempre el anarquismo, por encima de la competencia y el enfrentamiento, tienen que ser la respuesta a una sociedad plagada de sentimientos de ira y recelo. La cooperación y fraternidad debe ser lo que otorgue sentido a la vida de las personas, por lo que hay que trabajar para que sean paradigmas que predominen frente a la profunda atomización y desesperanza, que se producen en la sociedad moderna actual. Las personas tienen que tomar el control de sus vidas, y decidir sobre los asuntos que les afectan, lo que significa democracia directa. Ya existen numerosos ejemplos a nivel local, donde el debate y la argumentación entre posturas diferentes fomentan el entendimiento y la aceptación de la diversidad. El enfrentamiento a una realidad concreta, en el que las personas como iguales y con las mismas necesidades se vean las caras, puede generar una cultura nueva, una alternativa a las estructuras jerarquizadas que producen subordinación y hostilidad. Por supuesto, Ross comprendió gracias al anarquismo que no existe la verdadera libertad ni una democracia real sin una economía justa, por lo que ni el libre mercado ni la gestión gubernamental han demostrado ser eficientes al respecto. Si se logra que las personas se muestren activas, en lugar de votar cada cierto tiempo para que otros decidan, es la construcción aquí y ahora mediante nuevas formas de participación en todos los ámbitos de la vida de un nuevo mundo: requiere, por supusto, mucho trabajo, aprendizaje y paciencia. Es lo que Carne Ross comprendió que era el anarquismo, serias y firmes respuestas para un cambio radical en la concepción del mundo.
Trabajando para el Ministerio de Relaciones Exteriores británico, fue uno de los dirigentes del proceso de paz en Oriente Medio, escribiendo discursos, negociando en la ONU, trabajando en Iraq y en Afganistán. Sería poco después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, después de ser enviado a Nueva York junto a la delegación británica del Consejo de Seguridad de la ONU, cuando Ross decidió no volver a su trabajo en Londres para tomarse un año sabático de excedencia y reflexionar sobre una vida que no le llenaba. Finalmente, se tomó una comisión de servicio para unirse a la ONU en Kosovo, lugar que a la postre supondrá un punto de inflexión en la vida de Ross. Como responsable de inteligencia en Irak, tuvo que declarar sobre las famosas armas de destrucción masiva reconociendo que el gobierno había exagerado el peligro que suponían y, lo que es más grave, había obviado todas las alternativas a la guerra. Ross declaró en contra de los políticos con los que había trabajado, que habían fabricado una guerra basándose en hechos ficticios, por lo que el mundo al que pertenecía empezaba a tambalearse.
Ese mundo, finalmente, se quebró, por lo que Ross acabó renunciando al Servicio de Relaciones Exteriores británicas. Tal y como el propio protagonista lo ha expresado en alguna ocasión, fue como si diera un salto sobre un abismo para acabar cayendo sin parar, algo que todavía se sigue produciendo al día de hoy. Es de suponer que es la forma que adopta a veces el camino de la conciencia, el de un riesgo que ya no tiene marcha atrás, ya que resulta infínitamente más lúcido que permanecer parado al borde del precipicio. Algo más ocurrió en Kosovo, que determinó la vida de Ross. En marzo de 2004, se produjeron unas protestas terribles por toda la región, fueron unos hechos dramáticos por parte de una población a la que se le había negado decidir sobre su futuro. La profesión de Ross siempre había sido la de diplomático, por lo que decidió convertirse en asesor independiente del pueblo de Kosovo. Acabó creando Independent Diplomat (Diplomático Independiente) para asesorar a los dirigentes de Kosovo, que acabó independizándose, y posteriormente a otros países y grupos políticos. En todo ese proceso, Ross comprendió que en el mundo de la diplomacia no existe innovación, manda la realpolitik, todo se realiza de la misma manera que siempre se ha hecho. Otra lección aprendida, sobre el mundo del siglo XXI, es que se está transformando a marchas forzadas; los Estados ya no tienen tanta fuerza, en beneficio de otras instituciones, la realidad es ahora más compleja y fragmentada.
Vivimos en un mundo globalizado, todos estamos conectados a los grandes problemas con pocos grados de separación. Ross comprendió que son los propios protagonistas, al margen del proceso determinado por las grandes instituciones, los que tienen que dar solución a los problemas que les afectan. Desgraciadamente, las personas sienten que no deciden sobre las cosas que les importan, ni a nivel local ni nacional. De la creencia en una estructura política jerarquizada, estatista, y en una economía capitalista, comenzó el viaje de Ross hacia el anarquismo. Esto se explica por la desilusión de las personas hacia la democracia representativa, al impedir que la gente normal gestione sus asuntos, que no deja de ser una forma más de oligarquía. Por otra parte, el capitalismo, por mucho que se transforme y a pesar de que la propaganda cotidiana nos diga que es el único sistema posible, supone un abismo de desigualdad en el que la mayoría va a peor; las nuevas generaciones, muy probablemente, van a vivir peor que sus padres. El progreso material, además de producirse en la práctica solo para una minoría, tampoco es suficiente, para Ross las personas anhelan algo más, la cultura contemporánea supone un gran vacío, una profunda crisis de valores.
La solidaridad y el apoyo mutuo, valores que ha defendido siempre el anarquismo, por encima de la competencia y el enfrentamiento, tienen que ser la respuesta a una sociedad plagada de sentimientos de ira y recelo. La cooperación y fraternidad debe ser lo que otorgue sentido a la vida de las personas, por lo que hay que trabajar para que sean paradigmas que predominen frente a la profunda atomización y desesperanza, que se producen en la sociedad moderna actual. Las personas tienen que tomar el control de sus vidas, y decidir sobre los asuntos que les afectan, lo que significa democracia directa. Ya existen numerosos ejemplos a nivel local, donde el debate y la argumentación entre posturas diferentes fomentan el entendimiento y la aceptación de la diversidad. El enfrentamiento a una realidad concreta, en el que las personas como iguales y con las mismas necesidades se vean las caras, puede generar una cultura nueva, una alternativa a las estructuras jerarquizadas que producen subordinación y hostilidad. Por supuesto, Ross comprendió gracias al anarquismo que no existe la verdadera libertad ni una democracia real sin una economía justa, por lo que ni el libre mercado ni la gestión gubernamental han demostrado ser eficientes al respecto. Si se logra que las personas se muestren activas, en lugar de votar cada cierto tiempo para que otros decidan, es la construcción aquí y ahora mediante nuevas formas de participación en todos los ámbitos de la vida de un nuevo mundo: requiere, por supusto, mucho trabajo, aprendizaje y paciencia. Es lo que Carne Ross comprendió que era el anarquismo, serias y firmes respuestas para un cambio radical en la concepción del mundo.
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