A menudo, se quiere observar a los anarquistas como fanáticos, opuestos a todo lo establecido; paradójicamente, se sigue señalando como radicales a aquellos que deciden entrar en la participación política del sistema representativo, tal vez sinceros en su deseo de emancipación social. Desde estas líneas, y no en nombre de dogmatismo alguno, rechazamos entrar en ese juego electoral y parlamentario, que abunda en la perversión, el engaño y la división social, y lo hace además con la máscara de una posible transformación social.
A colación de lo apuntado en el texto de entradilla, merece la pena que reflexionemos sobre la condición libertaria. Hay muchas maneras de pensar y vivir el anarquismo, incluso algunas de ellas parecen oponerse entre sí. De esa manera, solo podemos insistir en que el anarquismo, o si se quiere las ideas libertarias, constituyen diversidad y pluralidad. Del mismo modo, y es por ello que insistimos también en la estrecha vinculación entre teoría y acción, hay que rechazar el anarquismo contemplado como una mera especulación intelectual, ya que se trata de un pensamiento vivo en la práctica. De ahí también las dificultades, afortunadas dificultades seguramente, para elaborar una 'identidad' vinculada a lo libertario, ya que existen muchos modos de ser anarquista. Para el caso que nos ocupa, consideraremos sinónimos los términos anarquista (o ácrata) y libertario, aunque resulte muy interesante la matización que se ha hecho en algunas ocasiones; el primero, tendría más connotaciones doctrinarias, mientras que el segundo alude de modo general a la autogestión social. En cualquier caso, el anarquismo no puede considerarse una mera ideología, ya que por tal cosa suele entenderse un sistema de ideas, valores y creencias cerrado, dado de antemano, muy a menudo justificador de la dominación y la jerarquía social. Aunque podemos coincidir con Marx en considerar la ideología como una especie de representación, plagada de ilusiones y falsedades, que enmascara el sistema establecido, no realizamos ese análisis para justificar nuestra propia doctrina "científica" (como hizo el marxismo, que acabo convirtiéndose una vez conquistado el poder, con ayuda de Lenin, igualmente en una ideología).
Frente a los intentos de unificación de las ideologías, el anarquismo se esfuerza en armonizar la diversidad, manteniendo visiones diferentes, pero sin que predomine ninguna. El anarquismo es, por decirlo de una manera muy general, un conjunto de ideas vivas, las cuales pretender desarrollar todas las potencialidades del ser humano concretadas en un movimiento constante, individual y colectivo. No hablamos de un mero pensamiento, sino también de deseos, aspiraciones, comportamientos éticos, sentimientos…; frente al acomodo y el conservadurismo, reflexión sobre lo que somos y lo que podemos llegar a ser. Si el anarquismo nace en la modernidad, vinculado a sus valores, su permanente crítica al dogma y su vitalismo le obliga a enriquecerse constantemente, a adaptarse a los nuevos escenarios sin renunciar a sus principios éticos, que nada tienen que ver con una doctrina rígida e inamovible que pretenda adaptar la realidad a sus apriorismos. Se nos dirá que todo esta está muy bien, pero que es necesario concretar propuestas libertarias. Bien, siempre y cuando no se nos exija un pragmatismo que nos empuje a adoptar la ideología del sistema, que al fin y al cabo supone cambiar una dominación por otra, manteniendo la división social y la jerarquización política. El anarquismo se niega a entrar en ese juego de división (entre gobernantes y gobernados, pero también muchos otros), de ahí que no entre (o no debería entrar), en los juegos de conquista del poder. La apuesta libertaria de autogestión social es, precisamente, acabar con todas las divisiones sociales y políticas, buscando una cierta cohesión social que respete, de verdad, la diferencia y a las minorías. De ahí que consideremos que se equivocan aquellos libertarios que deciden finalmente en participar en la política parlamentaria, la ideología establecida, no solo porque la consideremos otra forma de engaño e ilusión que perpetúa la división, también por adoptar la máscara emancipatoria.
Por lo tanto, frente a todo intento de homogeneización (de los sistemas totalitarios, pero también de los liberales con su profunda desigualdad en apariencia de libertad), el anarquismo busca cohesionar y armonizar la diversidad. Hay quien lo ha identificado con el individualismo, pero incluso en las vertientes más propensas a ello se buscó la socialización de la vida personal; visto hoy, solo podemos ver al anarquismo como una apuesta por la libertad individual fuertemente vinculada a la vida social, sin coerción alguna y con el principio de la solidaridad frente a cualquier otro. Con todas estas reflexiones, entramos en el juego de conceptos como poder, autoridad o justicia, entre otros, en los que ya hemos insistido en otras ocasiones requiriendo para ello de un espacio mayor. Diremos, de momento, para nuestros críticos, que todos ellos están contaminados por la ideología dominante, que justifica abierta o sutilmente la división entre dominadores y dominados. Por ejemplo, recordemos que la autoridad tiene diversas lecturas, y los anarquistas solo se oponen a la que se tilda de coercitiva vinculada al poder y la violencia (concretada a nivel político en el Estado, pero con muchas otras formas de dominación). Del mismo modo, la justicia pierde su razón de ser ética si se convierte un mero arbitrio de la división social, que por supuesto debe aceptar en origen. Es una necesaria reflexión y profundización en conceptos y hechos, que simplemente nos vemos obligados a aceptar en nuestra vida cotidiana. El anarquismo, el movimiento anarquista, aunque a nivel personal nos veamos obligados a formar parte del sistema establecido, no debería participara ni claudicar en todo ese juego de fraudes y engaños que imposibilitan la emancipación social. Rechazar el parlamento y la representación, y hacerlo en nombre de una profundización de la libertad y la justicia social, no es dogmatismo, sino simple sensatez en nombre de la transformación social.
A colación de lo apuntado en el texto de entradilla, merece la pena que reflexionemos sobre la condición libertaria. Hay muchas maneras de pensar y vivir el anarquismo, incluso algunas de ellas parecen oponerse entre sí. De esa manera, solo podemos insistir en que el anarquismo, o si se quiere las ideas libertarias, constituyen diversidad y pluralidad. Del mismo modo, y es por ello que insistimos también en la estrecha vinculación entre teoría y acción, hay que rechazar el anarquismo contemplado como una mera especulación intelectual, ya que se trata de un pensamiento vivo en la práctica. De ahí también las dificultades, afortunadas dificultades seguramente, para elaborar una 'identidad' vinculada a lo libertario, ya que existen muchos modos de ser anarquista. Para el caso que nos ocupa, consideraremos sinónimos los términos anarquista (o ácrata) y libertario, aunque resulte muy interesante la matización que se ha hecho en algunas ocasiones; el primero, tendría más connotaciones doctrinarias, mientras que el segundo alude de modo general a la autogestión social. En cualquier caso, el anarquismo no puede considerarse una mera ideología, ya que por tal cosa suele entenderse un sistema de ideas, valores y creencias cerrado, dado de antemano, muy a menudo justificador de la dominación y la jerarquía social. Aunque podemos coincidir con Marx en considerar la ideología como una especie de representación, plagada de ilusiones y falsedades, que enmascara el sistema establecido, no realizamos ese análisis para justificar nuestra propia doctrina "científica" (como hizo el marxismo, que acabo convirtiéndose una vez conquistado el poder, con ayuda de Lenin, igualmente en una ideología).
Frente a los intentos de unificación de las ideologías, el anarquismo se esfuerza en armonizar la diversidad, manteniendo visiones diferentes, pero sin que predomine ninguna. El anarquismo es, por decirlo de una manera muy general, un conjunto de ideas vivas, las cuales pretender desarrollar todas las potencialidades del ser humano concretadas en un movimiento constante, individual y colectivo. No hablamos de un mero pensamiento, sino también de deseos, aspiraciones, comportamientos éticos, sentimientos…; frente al acomodo y el conservadurismo, reflexión sobre lo que somos y lo que podemos llegar a ser. Si el anarquismo nace en la modernidad, vinculado a sus valores, su permanente crítica al dogma y su vitalismo le obliga a enriquecerse constantemente, a adaptarse a los nuevos escenarios sin renunciar a sus principios éticos, que nada tienen que ver con una doctrina rígida e inamovible que pretenda adaptar la realidad a sus apriorismos. Se nos dirá que todo esta está muy bien, pero que es necesario concretar propuestas libertarias. Bien, siempre y cuando no se nos exija un pragmatismo que nos empuje a adoptar la ideología del sistema, que al fin y al cabo supone cambiar una dominación por otra, manteniendo la división social y la jerarquización política. El anarquismo se niega a entrar en ese juego de división (entre gobernantes y gobernados, pero también muchos otros), de ahí que no entre (o no debería entrar), en los juegos de conquista del poder. La apuesta libertaria de autogestión social es, precisamente, acabar con todas las divisiones sociales y políticas, buscando una cierta cohesión social que respete, de verdad, la diferencia y a las minorías. De ahí que consideremos que se equivocan aquellos libertarios que deciden finalmente en participar en la política parlamentaria, la ideología establecida, no solo porque la consideremos otra forma de engaño e ilusión que perpetúa la división, también por adoptar la máscara emancipatoria.
Por lo tanto, frente a todo intento de homogeneización (de los sistemas totalitarios, pero también de los liberales con su profunda desigualdad en apariencia de libertad), el anarquismo busca cohesionar y armonizar la diversidad. Hay quien lo ha identificado con el individualismo, pero incluso en las vertientes más propensas a ello se buscó la socialización de la vida personal; visto hoy, solo podemos ver al anarquismo como una apuesta por la libertad individual fuertemente vinculada a la vida social, sin coerción alguna y con el principio de la solidaridad frente a cualquier otro. Con todas estas reflexiones, entramos en el juego de conceptos como poder, autoridad o justicia, entre otros, en los que ya hemos insistido en otras ocasiones requiriendo para ello de un espacio mayor. Diremos, de momento, para nuestros críticos, que todos ellos están contaminados por la ideología dominante, que justifica abierta o sutilmente la división entre dominadores y dominados. Por ejemplo, recordemos que la autoridad tiene diversas lecturas, y los anarquistas solo se oponen a la que se tilda de coercitiva vinculada al poder y la violencia (concretada a nivel político en el Estado, pero con muchas otras formas de dominación). Del mismo modo, la justicia pierde su razón de ser ética si se convierte un mero arbitrio de la división social, que por supuesto debe aceptar en origen. Es una necesaria reflexión y profundización en conceptos y hechos, que simplemente nos vemos obligados a aceptar en nuestra vida cotidiana. El anarquismo, el movimiento anarquista, aunque a nivel personal nos veamos obligados a formar parte del sistema establecido, no debería participara ni claudicar en todo ese juego de fraudes y engaños que imposibilitan la emancipación social. Rechazar el parlamento y la representación, y hacerlo en nombre de una profundización de la libertad y la justicia social, no es dogmatismo, sino simple sensatez en nombre de la transformación social.
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