Aunque el anarquismo tiene diversas corrientes, y apuesta en cualquier caso por la pluralidad de visiones, puede reducirse a dos: la individual y la colectiva (que, también, podemos denominar "socialista", a pesar la perversión del término debida a sus versiones estatistas). El anarquismo no ha sido nunca, dejémoslo claro, solo una corriente dentro del socialismo, y lo podemos considerar una filosofía vital esforzada en la emancipación en todo los ámbitos de la vida, así como en desarrollar las mejores potencialidades del ser humano.
No hace falta aclarar que el individualismo anarquista nada tiene que ver con el promovido por la sociedad liberal burguesa, y ya Max Stirner dio buena cuenta de este. No olvidemos tampoco a un Godwin, con el que si bien tampoco es posible hablar todavía de anarquismo, sí fue de los primeros en negar la subordinación política, junto a todo tipo de coerción, en nombre de un individualismo racional y de insistir al mismo tiempo en la transformación de la vida social. Resulta curioso cómo, posteriormente, los anarquistas clásicos reivindicaban igualmente, si bien con espíritu inequívocamente antiautoritario, el pensamiento de muchos autores que hay que considerar más cerca del liberalismo. La satisfacción, meramente material e inmediata, del individualismo de la sociedad capitalista en nada se asemeja a un anarquismo que, incluso en sus vertientes más individualistas, apuesta por la solidaridad, la cooperación y la unión libre. Esto implica, e incluso así hay que realizar la lectura de Stirner, a pesar de que nunca se denominara anarquista, una visión igualitaria, una libertad entendida como estrechamente vinculada a lo social; todos somos "únicos", con el derecho de desarrollar nuestras potencialidades, y debemos reconocer eso mismo en los otros. El anarquismo, en una definición tan sencilla como fundamental, lo podemos considerar también como una forma de individualismo solidario. No hay que dejar de lado, en cualquier caso, esa visión del anarquismo como una preocupación fundamental por el individuo, que a pesar de nacer y desarrollarse en sociedad, no debe subordinarse a ningún absoluto: Dios, Nación, Patria, Estado, Empresa, Revolución, Poder…
Esa visión absolutista está necesariamente unida a la jerarquización, a la génesis de una clase elitista que se encarga de dirigirnos, clasificarnos y ordenarnos a 'los de abajo', y crear para ello las instituciones pertinentes. Así, dejamos de ser "únicos", individuos conscientes capaces de decidir sobre sus asuntos, para convertirnos (y reducirnos) a un rebaño, clase social, pueblo, masa o como se quiera denominar. No hay, quizá, mayor riqueza de espíritu -entendiendo tal como fortalecimiento de la voluntad, del ánimo, de esa reafirmación de cada personalidad específica- que la de ese amor a la vida preconizado por los anarquistas individualistas, la de esa obligación de vivir intensamente una vida breve, exenta de principios superiores o trascendentes; el eclecticismo, el antidogmatismo, las tradiciones de radicalismo liberal -palabra que empleamos conocedores de sus notables diferencias con el anarquismo visto de modo amplio-, de expansión del pensamiento sin límites y de la razón, de culto a la sabiduría, de liberación sexual, de una moral acorde con los valores antiautoritarios, fraternales y solidarios, conductora del pensamiento y de las acciones -por supuesto, sería rechazable un nihilismo corto de miras en que puede desembocar la rigidez del pensamiento estirneriano-. Son conceptos que encuentran demasiados obstáculos culturales o institucionales en nuestras diferentes sociedades humanas y que los anarquistas recogen ya en sus orígenes, no de una manera doctrinaria o cerrada sino asumiendo un verdadero progreso, una liberación constante en el individuo.
Como parte de la rica herencia del pasado libertario, hay que considerar esa visión de cada ser humano como una personalidad única e insustituible, digna de verse desarrollado sin coacción externa alguna. Cualquier forma doctrinaria, religiosa, política o económica, aunque se presente como una realidad última magnánima, termina convirtiendo al individuo en una pieza más de su maquinaria. No obstante, la interesantísima visión filosófica de Stirner, y de cualquier forma de individualismo anarquista, no puede dejar a un lado la cuestión social. El individuo no precede a la sociedad, sino que nace y se desarrolla en ella, de ahí que algunos autores hayan hablado de cierto determinismo social. Es por eso que el anarquismo se haya esforzado en desarrollar un concepto de la libertad amplio, estrechamente vinculado a las nociones de igualdad y solidaridad. De igual modo, volviendo a la cuestión social, resulta imprescindible un socialismo libertario para establecer las mejores formas de la socialización de la riqueza, su producción y distribución dirigida a satisfacer al conjunto de la sociedad. Como hemos dicho, es en sociedad donde el individuo tiene obligatoriamente que desenvolverse, por lo que es también necesaria una conciencia y comprensión de los problemas sociales de forma solidaria.
El desarrollo del individuo, según la visión libertaria, se realiza a salvo de toda forma de coerción por parte del poder, y esto no se realiza de forma aislada sino en la vida social. Solo una sociedad libre, tal y como entiende el anarquismo la libertad estrechamente vinculada a lo social (a la igualdad), puede generar individuos verdaderamente libres y solidarios. El anarquismo, en definitiva, se esfuerza, tanto en defender al individuo y su libertad como en la construcción de una sociedad justa y racional. No hay que negar, como bien se empeñan en mostrar los detractores del anarquismo, las dificultades para esta tensión entre individualismo y colectivismo. Sin embargo, si observamos las ideas libertarias de esa manera amplia, no de forma absoluta y abstracto, ni tampoco capaz de dar solución a todos los problemas en cualquier circunstancia, alejada por supuesto de la visión burguesa insolidaria, podemos tal vez asumir esa tensión como parte de nuestra vida social. El individualismo radical libertario, con su desconfianza permanente hacia toda forma de organización, por el peligro constante de desviación hacia formas estáticas y burocráticas, es una actitud más que loable en forma de advertencia y tensión. En cualquier caso, las dificultades para una sociedad sin poder, sin autoridad coercitiva, no deben abandonarse a la desesperanza ni hacernos participar en los engranajes de una vida social y política que poco o nada tiene que ver con el anarquismo. Tal vez, ni el individuo ni la sociedad, serán nunca realidades plenamente realizadas en su potencialidades. Por ello, tal vez esa tensión libertaria entre ambas realidades, individual y comunitaria, sea las que nos siga empujando hacia la consecución de nuevas metas.
No hace falta aclarar que el individualismo anarquista nada tiene que ver con el promovido por la sociedad liberal burguesa, y ya Max Stirner dio buena cuenta de este. No olvidemos tampoco a un Godwin, con el que si bien tampoco es posible hablar todavía de anarquismo, sí fue de los primeros en negar la subordinación política, junto a todo tipo de coerción, en nombre de un individualismo racional y de insistir al mismo tiempo en la transformación de la vida social. Resulta curioso cómo, posteriormente, los anarquistas clásicos reivindicaban igualmente, si bien con espíritu inequívocamente antiautoritario, el pensamiento de muchos autores que hay que considerar más cerca del liberalismo. La satisfacción, meramente material e inmediata, del individualismo de la sociedad capitalista en nada se asemeja a un anarquismo que, incluso en sus vertientes más individualistas, apuesta por la solidaridad, la cooperación y la unión libre. Esto implica, e incluso así hay que realizar la lectura de Stirner, a pesar de que nunca se denominara anarquista, una visión igualitaria, una libertad entendida como estrechamente vinculada a lo social; todos somos "únicos", con el derecho de desarrollar nuestras potencialidades, y debemos reconocer eso mismo en los otros. El anarquismo, en una definición tan sencilla como fundamental, lo podemos considerar también como una forma de individualismo solidario. No hay que dejar de lado, en cualquier caso, esa visión del anarquismo como una preocupación fundamental por el individuo, que a pesar de nacer y desarrollarse en sociedad, no debe subordinarse a ningún absoluto: Dios, Nación, Patria, Estado, Empresa, Revolución, Poder…
Esa visión absolutista está necesariamente unida a la jerarquización, a la génesis de una clase elitista que se encarga de dirigirnos, clasificarnos y ordenarnos a 'los de abajo', y crear para ello las instituciones pertinentes. Así, dejamos de ser "únicos", individuos conscientes capaces de decidir sobre sus asuntos, para convertirnos (y reducirnos) a un rebaño, clase social, pueblo, masa o como se quiera denominar. No hay, quizá, mayor riqueza de espíritu -entendiendo tal como fortalecimiento de la voluntad, del ánimo, de esa reafirmación de cada personalidad específica- que la de ese amor a la vida preconizado por los anarquistas individualistas, la de esa obligación de vivir intensamente una vida breve, exenta de principios superiores o trascendentes; el eclecticismo, el antidogmatismo, las tradiciones de radicalismo liberal -palabra que empleamos conocedores de sus notables diferencias con el anarquismo visto de modo amplio-, de expansión del pensamiento sin límites y de la razón, de culto a la sabiduría, de liberación sexual, de una moral acorde con los valores antiautoritarios, fraternales y solidarios, conductora del pensamiento y de las acciones -por supuesto, sería rechazable un nihilismo corto de miras en que puede desembocar la rigidez del pensamiento estirneriano-. Son conceptos que encuentran demasiados obstáculos culturales o institucionales en nuestras diferentes sociedades humanas y que los anarquistas recogen ya en sus orígenes, no de una manera doctrinaria o cerrada sino asumiendo un verdadero progreso, una liberación constante en el individuo.
Como parte de la rica herencia del pasado libertario, hay que considerar esa visión de cada ser humano como una personalidad única e insustituible, digna de verse desarrollado sin coacción externa alguna. Cualquier forma doctrinaria, religiosa, política o económica, aunque se presente como una realidad última magnánima, termina convirtiendo al individuo en una pieza más de su maquinaria. No obstante, la interesantísima visión filosófica de Stirner, y de cualquier forma de individualismo anarquista, no puede dejar a un lado la cuestión social. El individuo no precede a la sociedad, sino que nace y se desarrolla en ella, de ahí que algunos autores hayan hablado de cierto determinismo social. Es por eso que el anarquismo se haya esforzado en desarrollar un concepto de la libertad amplio, estrechamente vinculado a las nociones de igualdad y solidaridad. De igual modo, volviendo a la cuestión social, resulta imprescindible un socialismo libertario para establecer las mejores formas de la socialización de la riqueza, su producción y distribución dirigida a satisfacer al conjunto de la sociedad. Como hemos dicho, es en sociedad donde el individuo tiene obligatoriamente que desenvolverse, por lo que es también necesaria una conciencia y comprensión de los problemas sociales de forma solidaria.
El desarrollo del individuo, según la visión libertaria, se realiza a salvo de toda forma de coerción por parte del poder, y esto no se realiza de forma aislada sino en la vida social. Solo una sociedad libre, tal y como entiende el anarquismo la libertad estrechamente vinculada a lo social (a la igualdad), puede generar individuos verdaderamente libres y solidarios. El anarquismo, en definitiva, se esfuerza, tanto en defender al individuo y su libertad como en la construcción de una sociedad justa y racional. No hay que negar, como bien se empeñan en mostrar los detractores del anarquismo, las dificultades para esta tensión entre individualismo y colectivismo. Sin embargo, si observamos las ideas libertarias de esa manera amplia, no de forma absoluta y abstracto, ni tampoco capaz de dar solución a todos los problemas en cualquier circunstancia, alejada por supuesto de la visión burguesa insolidaria, podemos tal vez asumir esa tensión como parte de nuestra vida social. El individualismo radical libertario, con su desconfianza permanente hacia toda forma de organización, por el peligro constante de desviación hacia formas estáticas y burocráticas, es una actitud más que loable en forma de advertencia y tensión. En cualquier caso, las dificultades para una sociedad sin poder, sin autoridad coercitiva, no deben abandonarse a la desesperanza ni hacernos participar en los engranajes de una vida social y política que poco o nada tiene que ver con el anarquismo. Tal vez, ni el individuo ni la sociedad, serán nunca realidades plenamente realizadas en su potencialidades. Por ello, tal vez esa tensión libertaria entre ambas realidades, individual y comunitaria, sea las que nos siga empujando hacia la consecución de nuevas metas.
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