lunes, 22 de abril de 2013

El concepto de la libertad en las ideas anarquistas

La libertad es, para la filosofía anarquista, su tema central; de ahí que se haya dado en llamar libertaria. Para el anarquismo, la libertad constituye una conquista vital y social; la cuestión no es tanto que el ser humano sea libre de forma innata, sino que precisamente encuentra los caminos para ejercer su libertad porque es la característica primordial de su existencia.

Al margen de lo que pudieran pensar los anarquistas decimonónicos, la evolución de las ideas libertarias muestra una filosofía más vitalista que idealista, su concepto de la libertad no es abstracto sino marcado por una serie de valores concretos situados en un mundo en constante devenir. En la línea del pensamiento de Albert Camus, es el ser humano, también en la vida social, el que se muestra capaz (o no) de otorgar sentido a su existencia; la vida queda marcada para el anarquismo, en suma, por un esfuerzo constante de liberación. Insistiremos en que ese esfuerzo se muestra condicionado por multitud de fuerzas externas, de ahí que la lucha por la libertad pasa por la instauración de una sociedad no represiva que permita su crecimiento. Hay quien ha definido, y no podemos estar más de acuerdo, el anarquismo como una práctica de liberación (Formas y tendencias del anarquismo, Rene Furth). No se cae en ingenuidad alguna, se es consciente de que el individuo puede caer, y lo hace demasiado a menudo, en una inercia contraria a todo compromiso liberador; un motivo más para insistir en un concepto positivo de la libertad, en la construcción de una sociedad con las condiciones adecuadas para ejercerla.

Como ya se ha insistido numerosas veces, la libertad anarquista nada tiene que ver con la preconizada por el liberalismo, más propia del individuo aislado y necesitado para ejercerla de la explotación de sus semejantes y del privilegio económico. Recordemos, una vez más, las palabras de Bakunin: "La libertad sin socialismo es el privilegio, la injusticia. El socialismo sin libertad es la esclavitud y la brutalidad". Antes de eso, el propio Proudhon ya dijo que la libertad aislada, sin vida social, produciría "aún menos sociedad que bajo cualquier otro sistema". La libertad del anarquismo va estrechamente unida a la solidaridad, al apoyo mutuo; la libertad personal, la autonomía individual, no se relega nunca, se elude toda coerción, pero se recuerda constantemente la necesidad de la vida comunitaria. Por otra parte, solo la práctica de la libertad genera una mayor libertad, por lo que cualquier sistema autoritario es incompatible con el anarquismo. Por lo tanto, se rechaza dentro de la filosofía anarquista, tanto el individuo aislado, como el totalitarismo y toda forma autoritaria. Recordemos de nuevo a Bakunin: "Nada es más peligroso para la moral privada de hombre que el hábito del mando. El mejor hombre, el más inteligente, el más desinteresado, el más generoso, el más puro, se echará a perder siempre ante el mando. Hay dos sentimientos inherentes al poder que no dejan de producir nunca esta desmoralización: el desprecio de las masas populares y la exageración del mérito propio. El poder y el hábito de mando se convierten para los hombres, aun para los más inteligentes y virtuosos, en fuente de maldad intelectual y moral".


La libertad para el anarquismo, en definitiva, se realiza en la vida social. Otros conceptos para ejercerla en su plenitud son la solidaridad, el apoyo mutuo y el contrato libre.
De nuevo Bakunin:
"Yo no soy verdaderamente libre más que cuanto todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres. La libertad es, al contrario, su condición necesaria y su confirmación. Yo no llego a ser verdaderamente libre más que a través de la libertad de los otros, de manera que cuanto más numerosos sean los hombres libres que me rodean y más profunda y amplia su libertad, más lo será la mía. Es, al contrario, la esclavitud de los hombres lo que pone una barrera a mi libertad; o, lo que es lo mismo, su animalidad es una negación de mi humanidad. La libertad, pues, es cosa complejísima, y antes que nada eminentemente social, ya que solamente en sociedad, y dentro de la más estrecha igualdad solidaria de cada uno para con todos, puede realizarse".
Adelantándose a lo estudiado tiempo después por la sicología social, Bakunin nos recuerda que
"cada hombre que conocéis y con el que os relacionáis, directa o indirectamente, determina vuestro ser más íntimo, contribuye a haceros lo que sois, a constituir vuestra propia personalidad".
La libertad implica, de forma obvia en el anarquismo, igualdad. Esa igualdad no es, por supuesto, uniformidad: es más, es la aceptación de la diversidad y de la complejidad lo que lleva a la negación de todo Estado. Frente a las propuestas liberales, formales y finalmente vacías, la libertad anarquista se realiza en función de los demás y de forma efectiva; nuestra autonomía implica a los otros, al igual que en un concierto en el que los músicos intentan sintonizar entre ellos sin que cada miembro pierda la libertad individual. La filosofía anarquista, como nos recordaba Herbert Read (Anarquía y orden), no es esencialista, no parte de ningún punto de partida; como se ha dicho anteriormente, la libertad en el ser humano es una condición posible de su existencia, sobre el individuo recae la responsabilidad de llevarla a cabo. Insistimos en lo pragmático de la filosofía anarquista. La elección de la libertad como parte fundamental de sus propuestas sitúan al anarquismo, con seguridad, como la más profunda y sólida de las teorías políticas modernas. Solo puede entenderse la idea de libertad en el anarquismo atendiendo a muchos otros conceptos: la igualdad, la pluralidad, la autonomía, la educación, la solidaridad como factor de cohesión social o el espacio público como diálogo y confrontación.

En este repaso somero por el concepto de la libertad en el anarquismo, mencionamos a Stirner, pero recordando su difícil acomodación a la filosofía ácrata. Su individualismo extremo, su exaltación de la libertad como una fuerza vital absoluta, le hace caer seguramente en cierto irracionalismo y le opone a la gran mayoría de los pensadores anarquistas; no obstante, su reivindicación de la soberanía individual y su lucha con toda abstracción y trascendencia, plasmadas en su espectacular obra El único y su propiedad, merecen ser siempre recordadas. Para las ideas anarquistas, al menos para la mayoría, por ser cautos, el ser humano es eminentemente social y solo en sociedad puede ser libre o esclavo, lo mismo que feliz o infeliz. El siempre pragmático Malatesta asegura: "Por consiguiente, en lugar de aspirar a una autonomía nominal e imposible, debe buscar las condiciones de su libertad y de su felicidad en el acuerdo con los demás hombres, modificando de acuerdo con ellos aquellas instituciones que no les convengan". La sociedad libertaria, huelga decirlo, es contingente y no resultado de ley natural alguna, resulta posible o no según lo decidan los seres humanos; Malatesta, lejos también de cualquier idealismo y parafraseando a Bakunin, "la libertad de un individuo halla, no el límite, sino el complemento en la libertad de los demás", considera ese aserto como una bella aspiración; no obstante, se recuerda la complejidad y pluralidad de la vida social, por lo que los gustos y necesidades de los demás suponen tantas veces una cortapisa a nuestros propios deseos. Se trata, no obstante, de una reivindicación de la necesidad de acuerdos mutuos y de la comprensión de los posibles conflictos y desilusiones que, sin duda, también existirían en una sociedad libertaria.

viernes, 19 de abril de 2013

El componente social en el anarquismo


La cuestión social dentro del anarquismo es uno de los puntos clave para desentrañar sus propuestas políticas. Si liberalismo y anarquismo pudieron tener algunos puntos históricos en común, como puede ser la importancia del disentimiento frente a las opiniones establecidas o la crítica al poder instituido, con el tiempo no tardaran en divergir de forma severa; esto es, obviamente, por indentificarse el liberalismo como actitud moral y personal como una ideología de las clases burguesas modernas. Es más, el liberalismo ha abierto paso, con su ideal del laissez-faire en un contexto de libre mercado, la intervención mínima o nula del Estado en la economía, a mayores desigualdades en beneficio de ciertos grupos sociales (no del conjunto de la sociedad). Es importante recalcar esto, resulta muy diferenciable y en muchos aspectos irreconciliables la actitud política y social liberal de lo que debemos entender como libertaria, propia del anarquismo. Con Godwin, y aunque nos situamos en una época previa a la industrialización, nos encontramos ya una critica demoladora a la propiedad privada y a las enormes desigualdades que conlleva; no obstante, la visión de este autor no es nada simplista, y realiza una distinción entre la propiedad y las posesiones, que será luego retomada por Proudhon. La propiedad sería el resultado de un sistema injusto de la distribución de la riqueza, mientras que la posesión resulta inherente al progreso del hombre, ya que éste tiene unas necesidades básicas que satisfacer y debe recibir los frutos de su trabajo.

Además de Godwin, hay que reseñar a otros autores dentro de la tradición libertaria, que no son específicamente anarquistas. Así, John Stuart Mill posee rasgos libertarios, además de liberales, especialmente en su concepción de la sociedad y en su preocupación por las desigualdades (no solo entre seres humanos, también entre hombres y mujeres). Stuart Mill siguió en muchos aspectos a Jeremy Bentham, otro autor no estrictamente ácrata, pero al que podemos considerar libertario en algunos aspectos éticos y políticos. En los llamados socialistas utópicos, también encontramos rasgos libertarios; Saint-Simon es considerado el primer autor en considerar que la política debería dejar paso a la administración de los asuntos económicos, aunque no es posible considerarle anarquista al preconizar la necesidad de un gobierno jerarquizado (eso sí, más directivo que autoritario), pero sí otorga un sentido primordial a la solidaridad como factor de cohesión social; Owen, más reacio al desarrollo de la sociedad industrial, fue más favorable a la existencia de pequeñas comunas en las que fuera posible una vida integral, donde influirá notablemente en el socialismo y anarquismo posterior será en los aspectos educativos; la preocupación de Fourier por la libertad y por la erradicación social del autoritarismo le sitúa muy cerca del anarquismo, son muy originales sus preocupaciones sicológicas sobre el individuo al desear liberar en sentido emancipador todas las pasiones humanas. Tal vez muchas de las propuestas de los socialistas utópicos se hayan visto posteriormente como ingenuas, pero los anarquistas fueron mucho más flexibles que otras corrientes y reconocieron su legado, especialmente en su deseo común de una revolución social integral y no solo económica.

Con Proudhon, hay que hablar directamente de anarquismo situando el origen de la división, irreconciliable en la práctica, entre socialistas autoritarios y socialistas libertarios. Como es sabido, Proudhon fue un hombre de grandes contradicciones, con diversos cambios en su visión sobre la propiedad y el salario, pero al que hay que considerar como un importante filósofo anarquista en el que encontramos ya unos rasgos primordiales para las ideas libertarias como es la cuestión federalista. Sin embargo, será después con Bakunin y con Kropotkin con los que encontramos ya la formulación del anarquismo con su componente social, llámese colectivismo o comunismo. Con Malatesta, tenemos una exposición clara del socialismo y de la anarquía, hasta el punto de considerar ambos términos estrechamente ligados; la explotación económica y la dominación política vendrían a ser dos aspectos de un mismo hecho. En Malatesta, observamos ya una crítica severa a ciertas corrientes que quieren llamarse anarquistas sin analizar ni combatir la dominación de un modo amplio:
El socialismo sin la anarquía, esto es, el socialismo gubernamental, lo creemos imposible, puesto que sería destruido por el mismo órgano destinado a mantenerlo.
La anarquía sin el socialismo nos parece igualmente imposible, puesto que, en tal caso, esa no podría ser más que el dominio de los más fuertes y, por tanto, pronto comenzaría la organización y la consolidación de este dominio; esto es, la constitución del gobierno.
Se trata del componente social, organizativo e incluso moral del anarquismo, que tanto ha reivindicado recientemente Murray Bookchin. Rudolf Rocker, en su libro sobre una de las tendencias organizativas del anarquismo, Anarcosindicalismo. Teoría y práctica, considera que el ideal ácrata tiene en común con otras corrientes socialistas el deseo de abolir todo monopolio económico, mientras que lo que lo diferencia es considerar que la guerra contra el capitalismo debe ser también un combate contra todas las instituciones de poder político: de nuevo observamos la insistencia ácrata en la unión entre la explotación económica y la dominación política y social. El muy exhaustivo Rocker analiza la cuestión de forma extensa, especialmente en Nacionalismo y cultura.

Las palabras socialismo y, especialmente, comunismo han sido muy pervertidas por la praxis estatista; esto es así, hasta el punto que hoy se identifica con esos regímenes totalitarios, por lo que se suelen rechazar de forma inmediata. Sin embargo, el anarquismo nace y se desarrolla como una corriente socialista, algo que resulta tremendamente reivindicable si se insiste en que nada tiene que ver con la dominación y sí con la emancipación social. La manera de entender el individualismo ácrata es que el mayor número de hombres y mujeres a nuestro alrededor sean libres, parafraseando a Bakunin. Libertad e igualdad van unidas, por lo que entramos en la participación de cada persona en la producción económica y en el disfrute de la riqueza social; hablamos, por lo tanto, de socialismo como explotación colectiva de los medios de producción y de respeto a la libertad individual y a la iniciativa privada. Esta conciliación, que resume la definición del anarquismo de Rocker como síntesis entre socialismo y liberalismo no es fácil, pero ninguna concepción utópica lo es en el momento de su formulación.

Colin Ward, por mencionar otro autor anarquista reciente, entendía el socialismo libertario como un movimiento cooperativo que supusiera una multiplicidad de formas de propiedad colectiva de los medios de producción, de distribución y de intercambio. No obstante, existe una gran variedad de ideas y corrientes anarquistas, pero ninguna debería verse como absoluta ni exenta de ese componente social y auténticamente progresista. La organización ácrata, que sigue poseyendo diversas expresiones en la actualidad, y es bueno que así sea, debería seguir confiando en sus raíces ilustradas, socialistas y autogestionarias, así como en la moral del apoyo mutuo y en la solidaridad como factor de cohesión social, al mismo tiempo que encuentra nuevas e importantes formulaciones que, en ningún caso, deberían romper con lo anterior.

viernes, 12 de abril de 2013

El delito y el castigo en la visión libertaria

Uno de los argumentos habituales de los defensores del Estado, opuestos obviamente a las ideas anarquistas, es que la comunidad debe defenderse de aquellos que actúan violentamente en su seno y atentan contra la convivencia pacífica. Al igual que los ejércitos quieren justificarse por la existencia de enemigos exteriores, ficticios o reales, los jueces, policías y carceleros quieren legitimar su actuación en la existencia de delincuentes, que vendrían a ser los enemigos internos. Una de las grandes justificaciones del Estado, por lo tanto, se encuentra en que es necesario reprimir el delito. De un modo muy general, los anarquistas han respondido que los males que genera la represión policial y jurídica es mayor que la causada por los delincuentes, ya que produce injusticia, provoca dolor, denigra la dignidad humana, combate la solidaridad  y, en la mayor parte de los casos, actúa en nombre de los poderosos y acomodados y en detrimento de los débiles y humildes. No obstante, y aunque es un argumento a tener en cuenta el poner en una balanza los males del Estado y sus fuerzas protectoras frente a los beneficios que causan, es importante un análisis más profundo y un enfoque más constructivo.

Se mencionan, sobre todo, a William Morris y a Kropotkin como los autores en los que encontramos ya las líneas fundamentales para una visión libertaria sobre el delito. En cuanto a los delitos contra la propiedad (robos, hurtos, estafas…), ya se ha insistido en que la eliminación de la propiedad privada debería provocar que no exista ocasión para dichas acciones. Los delitos más graves, como son los homicidios y todo tipo de agresiones físicas, también están originados en gran medida en la existencia del dinero y de las desigualdades; de nuevo hay que cuestionar la propiedad privada si queremos reducir el número de actos violentos. Sin embargo, no será posible con seguridad eliminar la totalidad de los delitos, ya que existen múltiples factores emocionales y pasionales que conducen a todo tipo de agresiones; entramos aquí en el terreno de lo patológico, aunque los anarquistas insisten en la naturaleza y estructura de las sociedades estatales y capitalistas como graves condicionantes para que el ser humano actúe de esa manera. La rapiña de la burguesía y la prepotencia de los gobiernos, sea cual se su pelaje, que no tienen fin, como se está confirmando una y otra vez en la actualidad, incitan de manera permanente y constitutiva a la agresión y la violencia.


No obstante, no podemos ser ingenuos, a pesar de todos estos factores con lo que es posible acabar y crear una sociedad con una base más justa y con menos factores sociales y sicológicos para el delito, lo más probable es que siga existiendo un número de personas antisociales que constituyen un peligro para los demás. Cualquier sociedad, no el Estado, se reserva el derecho a actuar contra los que son incapaces de adaptarse a la vida social; en el anarquismo, repugna el castigo y, todavía más, el ojo por ojo, pero sigue siendo un interrogante la manera de actuar frente a este tipo de personas y la respuesta tal vez pase por una solución lo más humana posible. En algunas ocasiones, se ha mencionado la expulsión de la comunidad y, en otras, algún tipo de sistema de rehabilitación que no suponga una represión autoritaria ni la privación total de la libertad. Un anarquista tan lúcido, humano y pragmático como Malatesta, consideraba que la vida cotidiana se desarrolla casi al margen del código penal, mientras que la suma de usos y costumbres tienen un mayor peso; es la opinión pública y la única sanción del desprecio las que deberían actuar con más fuerza en una sociedad libertaria. En cualquier caso, no es posible prever las actividades de la humanidad en el futuro ni dar soluciones definitivas, pero sí combatir la miseria y la opresión, y las ideas libertarias ofrecen todas sus propuestas al respecto.

Desde el anarquismo, creemos posible expresarlo así, no hay una visión ingenua y bondadosa sobre la naturaleza humana. Se critica ferozmente el mito del pecado original, y la existencia del libre albedrío, precisamente porque esa influyente creencia reduce al ser humano a todo lo contrario, una condición malévola, e impide un análisis de las causas que llevan a determinados comportamientos. Los anarquistas clásicos, como Bakunin o Kropotkin, consideraban que la base de delito estaba en la sociedad, es el medio social el que más condiciona por mucha que exista una tendencia agresiva en el individuo; el tiempo parece haberles dado, por lo menos, más razón que a aquellos criminólogos que consideraban la idea del delincuente nato, por lo que hay poner en cuestión siempre la sociedad. El ser humano es, sobre todo, maleable por el ambiente en el que nace y se desarrolla, y de ahí que se critique la mera represión y se insista desde el anarquismo en atajar las causas del delito. Tal y como señala Foucault, en Vigilar y castigar, es en la sociedad moderna donde los criminales surgen casi todos del último orden social y de las clases más desfavorecidas; de nuevo hay que recordar las intolerables desigualdad y pobreza como causas del delito. Como es sabido, Foucault dedica su obra a demostrar y denunciar cómo las instituciones carcelarias se transforman en los siglo XVIII y XIX en términos de humanización del sistema punitivo; así, la prisión se convierte una parte central en el derecho penal moderno y se presenta como la gran solución para el delito, cuando la realidad es que los castigos no están destinados a suprimir las infracciones, sino a administrarlas de alguna manera en provecho del sistema clasista. Desde el punto de vista ácrata, se desprecia esa condición para las cárceles, ya Kropotkin las rechazó como instancia superadora del delito, y se las denuncia como una institución deshumanizadora que causa más daños al restar sociabilidad al individuo. Por otra parte, se considera que, cuando desaparezca la jerarquización social, el despotismo, la explotación y la ignorancia, los actos violentos serán mucho más raros. Es posible que sigan existiendo numerosos actos agresivos, pero se aboga por la educación, no por el encarcelamiento o la ejecución.

Uno de las mayores apuestas de la filosofía social anarquista es por la solidaridad como factor de cohesión y paradigma imperante; es el liberalismo y su subordinación al sistema capitalista el que ha empujado a la atomización, hostilidad y desconfianza hacia el semejante en la sociedad moderna. Como conclusión sobre la visión libertaria del delito, hay que insistir en el desmantelamiento de la sociedad estatal y capitalista como una de las bases más fuertes para la existencia, además de otros males intolerables, de actos violentos. En una sociedad de iguales, la visión liberadora del trabajo generará mayores lazos fraternales que conflictos agresivos; como ya se ha dicho, la eliminación de la propiedad privada en ese tipo de comunidad, debería conllevar la eliminación de los innumerables delitos que supone. En cuanto a aquellos individuos que continúen mostrando inclinaciones perversas, los anarquistas consideran que el trato fraternal y libertario debe agotarse antes de tomar medidas más drásticas. Los anarquistas apuestan por un sistema penal basado en la libertad y muestran su visión teórica y práctica para ello; a los que se oponen a dicho modelo, o lo consideran una utopía irrealizable, hay que señalarles que la existencia de los derechos humanos sigue siendo una simple proclama en el mundo moderno, mientras que las sociedades rara vez se han construido sobre una base justa e igualitaria y, cuando se ha intentado, las fuerzas autoritarias han impuesto su ley.

martes, 9 de abril de 2013

Autonomía y autogestión

Para el anarquismo, la autogestión sería un proyecto o movimiento social que tiene como medio y finalidad que la empresa y el conjunto de la economía sean administradas por aquellos que se encuentran directamente vinculados a la producción, distribución y uso de bienes y servicios; este concepto, de nivel colectivo, tiene también como ideal la autonomía del individuo. Aunque se ha apuntado lo económico como objetivo de la autogestión, puede extenderse a toda la práctica social propugnando la democracia directa como el tipo de funcionamiento en las instituciones. La autogestión tiene como contrapartida la heterogestión, según la cual se dirige la economía, la política, o cualquier otra práctica social, desde el exterior del conjunto de los directamente afectados, normalmente por un grupo minoritario que es el que toma las decisiones (así ocurre en el sistema capitalista y estatal); así, de modo similar, la autonomía se opone a la heteronomía, donde las normas se dictarían desde fuera de la comunidad sin que el conjunto de sus miembros puedan decidir sobre ellas. El anarquismo, lejos de ser un sistema social y político acabado, apostaría por la autogestión como un proyecto y un método elegido por los miembros del grupo afectado (a pequeña escala, puede ser una factoría o una escuela, hasta el conjunto de la sociedad).

Por supuesto, aunque se insiste en la autonomía individual, el anarquismo observa al ser humano como un ente social, codependiente del resto de miembros de la sociedad; la manera de entender la libertad individual tendría una condición fundamental en la participación de la autogestión colectiva, sin coacción exterior alguna, por lo que aquella no se compromete. La práctica habitual en la historia de la humanidad han sido la heterogestión y heteronomía, lo cual no supone que para el futuro no exista un cambio de paradigma y se vayan consolidando prácticas de autogestión. El ideal ácrata aspira a una autogestión del conjunto de la sociedad, por lo que implica la desaparición de todos los centros de poder donde ahora se gestiona por parte de una minoría (partidos políticos, burocracias sindicales, el conjunto del Estado…) y la participación de todos los miembros de la comunidad gracias a la descentralización y sin que existan intermediarios ni dirigentes. Por lo tanto, la autogestión anarquista supone una transformación radical de la sociedad.


Recordaremos el decálogo de autogestión, citado en el texto "Utopía colectiva y autonomía individual", de Nelson Méndez y Alfredo Vallota, publicado en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm.2:
1. Autogestión: No delegar el poder popular.
2. Armonía de las iniciativas. Unir el todo y las partes en un socialismo federativo.
3. Federación de los organismos autogestionarios. El socialismo no debe ser caótico, sino unidad coherente del todo y sus partes, de la región y la nación.
4. Acción directa: Anti-capitalismo, anti-burocratismo, para que el pueblo sea el sujeto activo de la historia, mediante la democracia directa.
5. Autodefensa coordinada: Frente a la burocracia totalitaria y a la burguesía imperialista, defensa de la libertad y el socialismo autogestionario, difundido mediante la propaganda por los hechos, no con actitudes retóricas.
6. Cooperación en el campo y autogestión en la ciudad: La agricultura se presta a una empresa autogestionaria, cuyo modelo puede ser el complejo agro-industrial cooperativo. En la ciudad, las industrias y los servicios deben ser autogestionados; pero sus consejos de administración han de estar constituidos por productores directos, sin ninguna mediación de clases dirigentes.
7. Sindicalización de la producción: El trabajo sindicado debe convertirse en trabajo asociado con sus medios de producción, sin burocracia ni burguesía dirigiendo patronalmente las empresas.
8. Todo el poder a las asambleas: Nadie debe dirigir en lugar del pueblo ni usurpar sus funciones con el profesionalismo de la política; la delegación de poderes no deberá ser permanente, sino en personas delegadas, no burocratizadas, elegibles y revocables por las asambleas.
9. No delegar la política: Nada de partidos, vanguardias, élites dirigentes, conductores, pues el burocratismo ha matado la espontaneidad de las masas, su capacidad creativa, su acción revolucionaria, hasta convertirlo en un pueblo pasivo, dócil instrumento de las élites del Poder.
10. Socialización y no racionalización de las riquezas: Pasar el papel protagónico de la historia a los sindicatos, las cooperativas, las sociedades locales autogestoras, los organismos populares, las mutualistas, las asociaciones de todo tipo, las auto-administraciones o autogobiernos, locales, comarcales, regionales y al co-gobierno federal, nacional, continental o mundial.
Por lo tanto, tal y como señala Cappeletti en La ideología anarquista, la autogestión es uno de los conceptos que sintetizan la filosofía social que propone el ideal ácrata. La palabra anarquismo, utilizado por primera vez por Proudhon con un sentido negativo, muy pronto será sustituida de una manera constructiva; así, autogestión es prácticamente un sinónimo positivo de anarquismo. Fueron los anarquistas en el seno de la Primera Internacional los que dieron auténtico sentido a este concepto, aunque con el paso del tiempo otras corrientes e ideologías se han apropiado del término restándole intensidad. Insistiremos, por tanto, que los anarquistas pretenden la autogestión integral, la cual supone por supuesto la toma de posesión de la tierra y del conjunto de los medios de producción, así como la dirección y administración de la empresa por parte de la asamblea de trabajadores; pero también la coordinación a través de la federación de empresas de todo tipo (desde lo local, pasando por lo regional y nacional, llegando incluso al nivel mundial). Por lo tanto, la autogestión integral que propugnan los anarquistas es un concepto estrechamente vinculado a otras propuestas políticas como son la descentralización y federación.

Si hablamos de economía autogestionaria solo podemos estar hablando de socialismo, por concretar más los conceptos políticos y huir de corrientes (supuestamente) anarquistas muy rechazables desde un punto de vista verdaderamente social y emancipador. Puede decirse más, y es que los anarquistas no conciben otra forma de socialismo que no pase por la autogestión, por lo que llegamos a una idea de la libertad estrechamente vinculada a la igualdad social; la economía libertaria es autogestionaria, los medios de producción están en manos de los propios trabajadores, y socialista, el objetivo es cubrir las necesidad de la comunidad. La autogestión, tal como la propone el anarquismo, y por muy radical que se presente, resulta una propuesta sociopolítica muy sólida; un método efectivo de combatir la miseria y alienación inherentes a la dominación política y a la explotación económica.

Sociedad, Estado y gobierno


Un anarquista, lúcido y pragmático, y con deseos de expresarse de forma clara para ser entendido por cualquier persona, como era Malatesta, recordaba en primer lugar que la palabra Estado significaba para los anarquistas prácticamente lo mismo que gobierno: es lo que quiera expresarse cuando se habla de "…la abolición de toda organización política fundada en la autoridad y de la constitución de una sociedad de hombres libres e iguales, fundada sobre la armonía de los intereses y el concurso voluntario de todos, a fin de satisfacer las necesidades sociales". No obstante, Malatesta también señalaba, huyendo de todo tecnicismo filosófico y político, que tantas veces quería equipararse los términos de Estado y sociedad, cuando se aludía a una colectividad humana reunida en un territorio determinado; es por esto que los adversarios del anarquismo, confundiendo a propósito Estado y sociedad, consideran que los ácratas desean la ruptura con todo vínculo social. A estas alturas, no debería ser necesario aclarar esto, pero no está mal expresarlo de ese modo.

Otra confusión estriba en cuando se entiende el Estado como la administración suprema de un país, es decir, un poder central distinto del provincial o del municipal, y se aboga por la descentralización territorial; en este caso, el principio gubernamental puede quedar intacto, por lo que no hablamos obviamente de una sociedad anarquista. De un modo mucho más genérico, como "estado", también es sinónimo de régimen social", Malatesta consideraba que era bueno era referirse mejor en el anarquismo a una sociedad sin gobierno, entendido éste como una élite de gobernantes; ésta, está constituida por  aquellos que poseen la facultad, en mayor o en menor medida, de servirse de la fuerza colectiva de la sociedad (física, intelectual o económica) para obligar a todo el mundo a hacer lo que favorece sus designios particulares. Así, expresado de un modo muy sencillo por Malatesta lo que se rechaza en el anarquismo es el principio de gobierno, que es lo mismo que el principio de autoridad.

Dicho esto, parece importante indagar en el concepto de Estado, desde el punto de vista ácrata y también lo que la filosofía política entiende por ello. Los pensadores anarquistas han opuesto el orden del Estado, trascendente, externo e impuesto por la fuerza, al de la sociedad, que sería inmanente y surgido en su propio seno producto de la actividad de los seres humanos y del trabajo. Así, el orden social sería sólido y duradero, y acabaría suprimiendo al Estado, que representaría una mistificación inestable de la organización social. El anarquismo no niega la organización social, aunque puede existir mucho debate sobre cómo sería la misma, lo mismo que tampoco rechaza todo tipo de autoridad o incluso de poder; el objeto de su crítica se encuentra en la autoridad instituida, coercitiva, y en el poder permanente: el Estado. Dicho de modo resumido, tal y como lo expresa Cappelletti en La ideología anarquista: "…los anarquistas aspiran a una sociedad no dividida entre gobernantes y gobernados, a una sociedad sin autoridad fija y predeterminada, a una sociedad donde el poder no sea trascendente al saber y a la capacidad moral e intelectual en cada individuo". En definitiva, y como expresión sintética de toda una filosofía social, se desea disolver el poder trascendente del Estado en el poder inmanente de la sociedad.

Como ya hemos visto en otras ocasiones, la sociedad para los anarquistas no es algo artificial producto de un contrato, sino una realidad natural, tanto como lo puede ser el lenguaje. El Estado vendría a ser una degradación de esa realidad natural; a diferencia del marxismo, que considera el poder político una consecuencia del poder económico en una relación lineal y unidireccional, los anarquistas consideran más bien una relación circular entre ambos poderes. Es por eso que los seguidores de Marx se afanaron en la conquista del poder político, del Estado, y acabaron sustituyendo el capitalismo liberal por un capitalismo de Estado y la clase burguesa por una nueva clase tecnocrática y burocrática; aquellas experiencias, lejos de solucionar los problemas de la democracia representativa los empeoraron hasta la exacerbación, sin que se tardara demasiado en acabar con el espíritu autogestionario original de los soviets y se acabara concentrando todo el poder en el Estado.

Esta concentración de poder es la que critican con fuerza los anarquistas, consideran que la sociedad se encuentra dividida por su culpa y los seres humanos acaban siendo víctimas de la alienación.  El poder presente en la sociedad, con unas características físicas e intelectuales diferentes según las características del individuo o del grupo, termina siendo cedido a una minoría; podemos llamarlo delegación de todo tipo, de la fuerza, del pensamiento o de cualquier otra actividad humana, con la condición de que la mayor parte de los miembros de la sociedad sean relevados del derecho y la obligación de gestionar sus propios asuntos en cualquier ámbito. De esa manera, nace el Estado, junto con las clases sociales y la propiedad privada, que viene a ser la síntesis y garante de todo poder coercitivo y de todo privilegio.

Es sabido que los conceptos de libertad e igualdad están estrechamente vinculados en el anarquismo; sin embargo, esa relación se rompe cuando el poder político se autonomiza y se organiza en el Estado, nace así la heteronomía (la ley impuesta desde una instancia ajena a la sociedad). Así se explica las críticas desde el origen del anarquismo moderno, con autores como Godwin, Proudhon y Bakunin, a la idea de un contrato social originario que da lugar a la formación del Estado. La filosofía política moderna, con la única excepción del anarquismo, se ocupa del llamado principio del Estado con todo lo que ello conlleva: la dominación y la organización jerárquica del poder. La autogestión y la democracia directa, única fórmula que posibilita la autonomía moral del individuo con los intereses legítimos de la comunidad, pasa entonces por la disolución del Estado. El Estado, como principio de autoridad, y la autonomía que propicia una sociedad libertaria son incompatibles, por lo que se compromete la legitimidad de cualquier forma de gobierno de una minoría sobre el resto.

sábado, 6 de abril de 2013

El internacionalismo como aspiración moral y política

Desde sus orígenes, el anarquismo es internacionalista, al igual que lo fue la corriente socialista marxista, aunque ésta traicionaría pronto esa condición en praxis política. Desde el punto de vista ácrata, es tan sencillo como considerar que las fronteras políticas, las naciones, son una evidente consecuencia de la existencia de Estados; por lo tanto, las naciones y las identidades colectivas son también fruto de una degeneración autoritaria y violenta de la sociedad. El internacionalismo hunde sus raíces en la Antigua Grecia, con los filósofos cínicos y estoicos y su visión de la humanidad como un todo natural y moral; el anarquismo observa esta tradición filtrada por la herencia ilustrada y crea una de los componentes esenciales de su filosofía social. En el anarquismo, a diferencia del marxismo y su visión histórica, se considera el internacionalismo o cosmopolitismo como un hecho natural y, sobre todo, como una exigencia ética. Estado, nación y patriotismo se observan estrechamente vinculados a un gobierno y al enfrentamiento entre los pueblos a través de los ejércitos, fuerzas armadas que se encargan de la defensa de la identidad nacional. El nacionalismo se observa desde el anarquismo como un mistificación política, un valor supremo creado artificialmente por lo Estados, que acaba anulando al individuo; se identifica, al menos en los orígenes decimonónicos, con la clase burguesa, mientras que el internacionalismo debería ser inherente a la clase trabajadora.

Carlos Malato, en La filosofía del anarquismo, considera que la humanidad en su desenvolvimiento ensanchó el círculo en que se encontraba encerrada primitivamente: la necesidad fisiológica impuso la agrupación familiar y la reproductiva dio lugar a la tribu, entre los nómadas, y la ciudad entre los sedentarios. Existirían a partir de ahí dos tradiciones en la historia de la humanidad: la federación de pueblos libres, en una, y el Estado en la otra. La visión histórica de este autor, tal vez demasiado lineal, observa el nacionalismo como un progreso frente al provincialismo medieval; sin embargo, el patriotismo en la modernidad sería sinónimo de conservadurismo y son los partidarios de la federación de pueblos libres, del internacionalismo o de la patria única, los movidos por un impulso progresista, noble y generoso. Esta intención no supone quebrar de forma bárbara las costumbres y las lenguas de los diferentes pueblos, sino buscar afinidades naturales y aspiraciones comunes. Los anarquistas no desean acabar con la cohesión y solidaridad entre los integrantes de una misma región, sino superar los obstáculos y extender esos valores al conjunto de la humanidad.


Así, la visión anarquista sobre el nacionalismo es obviamente negativa, con el afán de superar la estrecheces del patriotismo y de las identidades colectivas, y con el objetivo de buscar los lazos de colaboración entre los pueblos expandiendo la libertad y la cultura; no obstante, al igual que ocurre con la religión, el concepto de nacionalismo no resulta unidimensional, pero sí parece una evidente antítesis de la aspiración ácrata al encontrarse asociado a la creación de un Estado para administrar los intereses de una región. Ya Proudhon observaba la nación disociada del Estado, como parte constitutiva de su federalismo político y un elemento clave en la construcción del internacionalismo en la sociedad futura; su visión era flexible y descentralizadora, ya que lo que entendemos como nación debía estar sustentada en otras entidades autónomas como la región, el municipio o el barrio. En Bakunin, no existía otra "liberación nacional" posible que la que se encuentra unida a la revolución social antiestatista y federalista, situando la voluntad consciente del pueblo por encima de cualquier derecho político o histórico; la nación sería para los pueblos, lo mismo que la individualidad para cada ser humano: un hecho natural y social y un derecho a pensar, a hablar, a sentir y a comportarse de una manera propia enfrentado a unos Estados capaces de anular esa libertad, tanto en naciones como en individuos.

La visión de Kropotkin, no muy lejos de la de Bakunin, insistía en que los anarquistas debían hacer todo el énfasis posible en la cuestión social y económica en los llamados movimientos de liberación nacional antiimperialistas. Con Rudolf Rocker, testigo ya de los totalitarismo del siglo XX, sí asistimos a una nítida aversión al nacionalismo al ver detrás de él una clara voluntad de poder y al considerar que el aparato estatal y la idea abstracta de la nación parten del mismo tronco; la separación entre pueblos tiene su origen y su fortalecimiento en la expresión política estatal. Es sabida la divergencia que realizaba Rocker entre nacionalismo y cultura, en su obra de idéntico título, ya que consideraba que era mucho más influyente en el individuo su entorno intelectual que el llamado "espíritu nacional"; éste, unido a su vertiente política, posee las mismas aspiraciones de dominio. En Rocker y en el anarquismo, la separación entre pueblo y nación es tan clara como entre sociedad y Estado; incluso, hay que considerar según el alemán que la nación es una consecuencia del Estado, y no a la inversa. La conciencia nacional, al igual que la religiosa, es una imposición artificial del entorno ambiental y educativo, un claro obstáculo para la emancipación universal. El nacionalismo es, desde este punto de vista, claramente reaccionario, una creación cultural apriorística que subsume al individuo en la categoría de sujeto colectivo y lo relega a una condición histórico-cultura estrecha y parcelada. El propio Rocker consideraba el nacionalismo como la religión del Estado.

Erich Fromm, que observaba al ser humano de una manera admirablemente amplia y analizaba sus males desde puntos de vista tanto sociales como sicológicos, insistía en la necesidad del internacionalismo y de la fraternidad universal (esa solidaridad que desean primar los anarquistas en el desenvolvimiento social y político). Ésta, es sobre todo una aspiración ética, que pasa por la comprensión de la realidad material, social y sicológica de las personas, y que se ve obstaculizada por naciones y Estados, entre otros problemas. La superación de las fronteras es un objetivo físico y política, pero también intelectual y moral.

jueves, 4 de abril de 2013

El contrato libre en el anarquismo

En la tradición anarquista, y así podemos sitúar a William Godwin tempranamente, existe toda una crítica al contractualismo que pretende legitimar el ejercicio del poder. Si la sociedad tradicional se legimitaba en el derecho divino, la modernidad se cimentará en la justificación del poder político. El origen del gobierno tiene tres teorías principales: la fuerza, el derecho divino y el contrato social. Las dos primeras no son objeto de una crítica tan severa por parte de Godwin, ya que ni siquiera se fundan en la razón y no pueden ser, por lo tanto, base para sociedad del futuro. Por otra parte, el contractualismo no puede ser aceptado, ya que supone una amenaza a la autonomía individual con la excusa de las opiniones de una mayoría. Rousseau, para Godwin y para el posterior anarquismo, utiliza la palabra "pueblo" con demasiado vaguedad, no parece haber respeto para la individualidad. La legitimidad del Estado que existe en el contrato social no puede ser aceptada bajo ningún concepto, ya que Godwin considera que la influencia del gobierno es siempre perniciosa para el desarrollo de la sociedad hacia el progreso. En este pensador, un decidido partidario de la democracia, se encuentra también ya una crítica a la representación política, por ser en última instancia otra limitación para la libertad del individuo.

Ahora bien, el anarquismo nace explícitamente a mediados del siglo XX, por lo que hay que considerarlo, en gran medida, hijo de la modernidad: tendría así una gran confianza en el progreso científico, en la educación y en la desacralización del mundo y de las relaciones humanas. Sin embargo, otros rasgos a los que no renuncia el anarquismo, como es cierta condición romántica, le hacen criticar las instituciones que la época moderna acabaría institucionalizando: el Estado, el capital y la propiedad privada. Proudhon, abiertamente, denuncia el contrato social como una ficción que pretende legitimar el poder político. En lugar de justificar la dominación, como harían Hobbes o Rousseau, Proudhon y el anarquismo se esfuerzan por averiguar cómo podemos ser más libres. Así, la libertad no sería ninguna condición previa, ni una esencia ni algo innato, sino un objetivo a conquistar.

En su afán por renunciar a la heteronomía, por anular cualquier autoridad externa, Proudhon crea el contrato libre, la libertad se logrará gracias a la mutua garantía de los unos con los otros. Los seres humanos se encuentran, organizan y adquieren compromisos recíprocos entre ellos, de manera equitativa, sin que exista una obligación permanente y de forma parcial (lo que quiere decir que no existen obligaciones generales no específicas; cada contratante conserva más de lo que cede). Este contrato libre, base del pensamiento anarquista de Proudhon, se concreta en el federalismo, a nivel político (que conlleva la pluralidad y la armonía), y en el mutualismo a nivel económico (que asegura la igualdad en las condiciones y en la obtención de beneficios). La enajenación total de derechos que supone el contrato social de Rousseau no se produce en el contrato proudhoniano, ya que se trata de "un pacto positivo, efectivo, que ha sido realmente propuesto, discutido, votado, adoptado, y que se modifica regularmente a voluntad de los contratantes" (en La capacidad política de la clase obrera).

En Bakunin encontramos también una severa crítica a la teoría del Contrato Social de Rousseau, no existe por supuesto ese pacto primigenio en la historia de la humanidad y solo la imposición de una minoría privilegiada está en el origen de dicho contrato para legitimar el poder. El Estado, para el anarquista ruso, no se origina en contrato alguno, sino que es producto de la guerra, la violencia y la conquista (Escritos de filosofía política). En definitiva, se realiza desde el anarquismo una crítica devastadora al origen del Estado situado en la fantasía de una voluntad libre y consciente del ser humano en lo que sería su versión liberal. La sociedad no es producto de la firma de contrato alguno, entre individuos libres y conscientes, sino que precede a todo pensamiento, conciencia y voluntad de cada uno de sus integrantes.

Tal y como se empezó este texto, la modernidad está marcada por un esfuerzo considerable por justificar la dominación política. Es por eso que gran parte de las personas no cuestionan el Estado ni se preguntan acerca de dónde se encuentra la obligación por obedecer la ley. La democracia representativa ha querido presentarse como la única respuesta al conflicto entre la autoridad política y la autonomía individual. Si denunciamos la mistificación que supone la teorái liberal del contrato social, la representación política, así como la imposición de una (supuesta) voluntad mayoritaria que aplasta a las minorías, solo podemos apostar por una acción política conducida por la razón y que exprese el empeño del conjunto de la colectividad. Desde este punto de vista, el contrato libre anarquista, concretado en el federalismo y en la autonomía de grupos e individuos, pasa por una propuesta política de plena actualidad si nuestras preocupaciones morales se fijan en todos y cada uno de los miembros de la comunidad. El anarquismo jamás ha concebido al hombre de una manera abstracta, algo previo a todo contexto social, ya que su libertad solo es posible en el seno de una sociedad libre sin atomización alguna ni alienación política.