martes, 31 de mayo de 2016

Existencia y esencia en equilibrio dialéctico

 Como continuación de la entrada anterior, seguimos reflexionando sobre el anarquismo y el existencialismo, concluyendo que no existen dos órdenes diferenciados en la vida, uno material y otro espiritual, sino un constante fluir de acontecimientos; un equilibrio dialéctico entre las condiciones materiales de la existencia humana y los más altos valores como la libertad y la solidaridad.

Sartre dijo que el hombre está condenado a ser libre y Herbert Read matiza que en realidad lo está al ir a la deriva, por lo que debe inventar los instrumentos por medio de los cuales pueda otorgarse un rumbo y, consecuentemente, proceder a partir en busca del descubrimiento (sin una meta preestablecida, pero con una dirección puesta por él mismo, la vida sería el mismo viaje). Naturalmente, este viaje está condicionado por la vida en sociedad y por una conciliación con los demás, no se produce de manera aislada en medio del océano. Volviendo al existencialismo, existen para Read diversas formas de reaccionar ante el abismo de la nada. El nihilismo será para él una estado de desesperanza que agobia al hombre al dirigir su mirada hacia ese abismo y comprender su propia insignificancia; el nihilista rehusará creer en otra cosa que los propios intereses egoístas (aunque el "egoísta" y nihilista Stirner no parece que parta de ninguna falta de esperanza, exactamente, y sí del desarrollo de su propia individualidad, sin que el alemán diera todas las respuestas en su impresionante El único y su propiedad).

domingo, 22 de mayo de 2016

Socialismo libertario e individualismo solidario

Resulta curioso que, si bien existe una manera de observar la historia del anarquismo en la que está claro que es una corriente socialista, los primeros anarquistas no dudaban en hacer suyos a autores que, tal vez, hoy consideraríamos más cerca del liberalismo (si bien, su crítica furibunda al Estado y a cualquier forma de dominación o, lo que es lo mismo, su naturaleza antiautoritaria se hace muy atractiva). Hay que considerar al anarquismo mucho más que un tipo de socialismo o colectivismo, una especie de filosofía vital que busca la emancipación en todos los ámbitos de la vida y el desarrollo de los valores más nobles del ser humano; por su propia idiosincrasia hace que tenga necesariamente que apostar por un modelo social y económico cooperativo y por dar predominancia a la solidaridad por enciman de cualquier otro valor.

Podríamos decir que el anarquismo, el moderno al menos, nace como una corriente socialista y, tras toda una rica tradición de heterodoxia doctrinal y una continua puesta al día de su premisas, vuelve una y otra vez a buscar sus raíces, ya que no puede renunciar a un pasado del que no tiene que avergonzarse. Autores como Rocker consideraban el anarquismo como la gran síntesis entre socialismo y liberalismo, otra atractiva definición que define las posibilidades para el futuro de las ideas libertarias. Síntesis, y no enfrentamiento, a pesar de dos concepciones que parecen antagónicas, es el mayor atractivo de esas dos, supuestas, vertientes históricas del anarquismo. A pesar de ello, resulta evidente en la lectura de algunos autores, esa diferenciación radical entre el individualismo y el anarquismo entendido principalmente como una ética comunitaria (definición, pese a todo, atractiva). Si atendemos al concepto de individualismo solidario, que no tiene que ser un oxímoron necesariamente, tal vez lleguemos a un acuerdo en el que queda aclarado de una vez que anarquismo no tiene nada que ver con el socialismo autoritario, ya que que se enfrenta de igual manera a cualquier forma totalitaria de la sociedad como a un individualismo basado en la explotación y en el "sálvese quien pueda" (léase, capitalismo).

Anarquía y anarquismo

Kropotkin, en su Palabras de un rebelde, aludía a los que se refieren a la palabra anarquía en términos despectivos. Incluso, aquellos que reconocen la belleza de las ideas libertarias, pero consideran que el término que las sintetiza infunde temor y había sido elegido torpemente. En lenguaje corriente, "anarquía" sería sinónimo de caos y desorden, y evocaría lo contrarío de lo que se propone: un estado entre los hombres en el cual la armonía no sería posible.

Incluso Proudhon, el primero que parece que le dio un carácter positivo a la palabra, a veces la empleaba todavía en su sentido negativo. Kropotkin continúa recordando que hubo incluso controversia con el término en el seno de la Primera Internacional, en su vertiente obviamente antiautoritaria, ya que los enemigos pretendían insistir en la búsqueda de desorden y de caos que según ellos buscaba el anarquismo. Hubo recelos para adoptar el nombre debido a esa concepción negativa, y se buscaron alternativas como "libertarios" o "antiautoritarios". Yo considero un bello nombre el de "anarquismo" y "anarquista" (sin acepción peyorativa, a diferencia de "anarquía", y lo considero equiparable políticamente a "antiautoritario" y "libertario", aunque éste último hay personas que no lo emplean como sinónimo, debido tal vez al equivalente sajón, que aquí se emplea ahora como "libertariano", y que vienen a defender un capitalismo con un Estado mínimo).

domingo, 15 de mayo de 2016

Sobre el término "revolución"

Hay que aclarar siempre que la palabra 'revolución' no implica necesariamente violencia y sí una transformación en alguna de las estructuras fundamentales de la vida social: la económica, la política, la cultural o la familiar. No obstante, la propia palabra "violencia" posee múltiples acepciones, pudiendo recuperarse para la transformación social, o revolución, aquella que alude a "actuar con ímpetu y fuerza" o "con intensidad".

En cualquier caso, el concepto de cambio político (o cambio de régimen político: oligarquía, tiranía, democracia...) se ha tratado frecuentemente en la historia del pensamiento. Se puede distinguir entre la idea de cambio y la de revolución, tal y como ha sido desarrollada a partir de los siglos XVI y XVII. Una fuente es meramente científica, con influencia sobre lo político, y la otra sí considera los cambios políticos mismos, juzgados lo suficientemente importantes para merecer el nombre de "revolución", en tanto que cambio súbito que pretende establecer un nuevo orden o, atención, reestablecer por medios violentos un orden anterior. Esta última es una intención revolucionaria que no implica progreso ni innovación, que insiste en modelos anteriores considerados más justos o adecuados. No es el caso, por supuesto, de la concepción revolucionaria del anarquismo, que confía plenamente en la reducción de la opresión, en la expansión de la libertad y del beneficio y en la constante innovación con miras hacia la perfección.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Premisas del anarquismo

Unos de los valores fundamentales del anarquismo es su apertura, que deberá ser constante de cara al futuro, a ideas y autores -que no han estado, ni tienen que estar, claramente dentro de la órbita anarquista- de las más diversas procedencias. Claro está, como bien señala Anibal D'Auria en el importante estudio colectivo El anarquismo frente al derecho, existe el peligro de caer en la confusión y de que las premisas esenciales de las ideas libertarias queden diluidas en ese crisol de influencias y aportes. A pesar de las críticas, su falta de rigidez teórica (que no escasez) es para mí una de las principales bazas del anarquismo; sin embargo, es necesario establecer unos límites a nivel histórico (de ahí, el hilo conductor con el pasado, sin permitir que actúe como lastre), al menos en los aspectos social y político.

domingo, 8 de mayo de 2016

Carlos Giménez: talento, memoria y compromiso en la viñeta


Carlos Giménez nació en el madrileño barrio de Lavapiés, cuando solo hacía dos años del final de la Guerra Civil. Creció en un colegio de Auxilio Social, tal y como quedará reflejado en la serie de Paracuellos, una de sus grandes obras, y allí empezó a dibujar tebeos emulando a los que serían sus primeros maestros, como es el caso de Juan G. Iranzo artífice de las peripecias del personaje de El Cachorro.

A los 18 años, Carlos Giménez entró ya a trabajar en el estudio del dibujante López Blanco y, después de pasar por un penoso servicio militar, en algún que otro estudio donde empezó sus primeros pasos como historietista en series alimenticias.
Poco después, se va a Barcelona donde se convertirá en todo un profesional en la agencia Selecciones-Creaciones Ilustradas, en la que realiza multitud de trabajos que serán reconocidos internacionalmente. De nuevo esta parte de su vida quedó magistral e hilarantemente inmortalizada en otra de sus grandes obras: la serie de Los Profesionales. Obras que le consagrarán, y que alegrarán la vida de multitud de españoles en la Dictadura franquista, son Delta 99, con guión de Jesús Flores, y Dany Futuro, escrita por Víctor Mora -autor de los populares personajes de El Capitán Trueno y sus posteriores calcos El Jabato y El Corsario de Hierro-.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Fernando Fernán-Gómez, escritor, cineasta y anarquista

Este artículo fue publicado en el periódico Tierra y libertad, de enero de 2008, al poco de que falleciera Fernando Fernán-Gómez, un personaje primordial de la cultura contemporánea en este país.

Su madre era también cómica, Fernando nació en Lima en agosto de 1921 durante una gira por Latinoamérica, aunque fue inscrito en Buenos Aires conservando la nacionalidad argentina durante mucho tiempo. Su padre nunca lo reconoció y solo años más tarde tuvieron cierto contacto, siendo en cualquier caso una figura para la que tuvo más bien desdén, muy al contrario que la de su madre y sobre todo la de su abuela. La condición de pertenecer a una estirpe de grandes actores se completa hoy en día con sorpresa cuando se puede ya afirmar con seguridad que Fernán-Gómez fue hijo de Fernando Díaz de Mendoza, hijo de la gran actriz María Guerrero, de la cual se dice que no veía con buenos ojos que su hijo saliera con una actriz, Carola Fernán-Gómez, por lo que la consiguió un contrato en un espectáculo por América estando ya embarazada del que sería, poco lo podía imaginar la severa e intransigente María Guerrero, genial cómico.

domingo, 1 de mayo de 2016

La ciencia y la ética

En Religión y ciencia, Bertrand Russell daba a priori la razón a los que consideran que la ciencia no tiene nada que decir sobre los valores. Sin embargo, aclaraba que no estaba de acuerdo con deducir de ello que la ética contiene verdades que no pueden ser probadas o refutadas por la ciencia.

Tradicionalmente, el estudio de la ética consta de dos partes: la que concierne a las reglas morales y la que se ocupa de lo que es bueno por sí mismo. La historia de la humanidad puede observarse, desde el punto de vista de la ética, como una evolución de una situación en la que las reglas de conducta son importantes hasta otra en la que se da más importancia a la reflexión y a los estados del "espíritu". Para los místicos y religiosos, suponemos que para los sinceros, las reglas externas les parecerán solo adaptables a las circunstancias y valoran más una buena conducta que mane del interior del individuo. Una de las formas de evitar las reglas externas fue la creencia en la "conciencia"; según la visión religiosa, Dios habría puesto en cada corazón humano lo que es recto y solo hay que escuchar la voz interior. Russell recuerda que hay, al menos, dos dificultades para esta teoría: primero, que la llamada conciencia parece decir cosas diversas a cada hombre, después, la sicología ha ido dando respuestas a los distintos sentimientos de cada individuo. Como buen científico, Russell apela a las leyes causales para comprender por qué existe tanta diversidad en lo que motiva la conciencia. Mediante la intronspección, hay veces que los sentimientos parecen misteriosos, al haber olvidado como se originaron, y no resulta raro que tantas personas a lo largo de la historia hayan considerado que eran un producto divino. Russell considera que la conciencia es un producto de la educación, algo con lo que estamos de acuerdo en gran medida, y puede ser dirigida a un lugar o hacia otro a conveniencia del educador. Para liberar a la ética de unas reglas externas, hay que poner en duda la visión religiosa sobre la conciencia.