sábado, 27 de septiembre de 2008

La retórica vacía de la clase política

Los políticos nos toman por estúpidos una y otra vez, con su retórica vacía que alude a benévolos objetivos dentro del capitalismo para este milenio. Gordon Brown ha asegurado, en la Cumbre de la ONU sobre los Objetivos del Milenio, que la indiferencia ante la pobreza es "nuestro" mayor enemigo (el "nuestro" es porque todos debemos formar parte de un mismo equipo en el que las responsabilidades quedan diluidas), por delante de guerras, desigualdades e ideologías. Efectivamente, la indiferencia diaria ante la pobreza en nuestras sociedades supuestamente desarrolladas, donde rendimos culto a la nada más absoluta, es algo intolerable y más bien repugnante. Sin embargo, lo que un miembro de la oligarquía (y, por favor, llamemos a las cosas por su nombre, lo que hay en todos los sistemas políticos del planeta son oligarquías de diversa índole) no puede admitir es que es la guerra que provocan los Estados, la desigualdad generada por el sistema económico y el componente autoritario y fanático de tantas ideologías imperantes (donde incluyo a la religión) los que dan lugar a esa pobreza intolerable, una pobreza que jamás va a solventar el sistema.
No quiero ser dado a análisis simplistas ni a peroratas antisistema facilonas, pero he de decir que soy poco amigo de la cultura oenegera (lo que no incluye el hecho de que muchas organizaciones de este tipo hagan una buena labor o la indudable buena intención de sus miembros). Por otra parte, la innegable trabazón de las ONG con los Estados, a los que el tópico siempre ha dicho que vienen muy bien la existencia de aquéllas por su supuesta labor social (podemos decir que la labor, sea estatal o paraestatal, es muy insuficiente y nada transformadora), y con el sistema en general, su tendencia a la burocratización y a generar una élite hacen que sean claros obstáculos para la transformación social. El capitalismo, la economía sustentando en el lucro y en el vacío, está en crisis, tal vez sea definitiva o quizá, como ha ocurrido otras veces en la historia, demuestre su capacidad de regeneración de una manera que los pensadores socialistas del pasado no hubieran sospechado. Desde luego, es intolerable que sigamos permitiendo que las personas mueran de hambre y que se deprede el planeta para beneficio de una minoría. La tesis de Kropotkin en "La conquista del pan", al margen de lo que se piense sobre su concepción del comunismo libertario o sobre las posibilidades de un nuevo socialismo compatible con la libertad, sigue siendo hoy igual de válida: "El bienestar para todos no es un sueño. Es posible, realizable, después de lo que han hecho nuestros antepasados para hacer fecunda nuestra fuerza de trabajo. Mas para que el bienestar llegue a ser una realidad, es preciso que el inmenso capital deje de ser considerado como una propiedad privada, del que el acaparador disponga a su antojo. Es menester que el rico instrumento de la producción sea propiedad común, a fin de que el espíritu colectivo saque de él los mayores beneficios para todos". Mientras haya un ser humano al que le falte el pan ningún sentido tiene la retórica, tan brillante como vacía, de los políticos ni insistir en unas libertades políticas bajo las que subyace la injusticia social y ningún respeto a los derechos humanos en tantos lugares del mundo. El anarquismo no está acabado, no todas sus propuestas son fáciles para llevar a la práctica hasta las últimas consecuencias, pero sus tesis generales poseen una actualidad innegable en todos los ámbitos de la vida y una victoria moral inherente a todo discurso político mínimamente honesto.

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