Como continuación a la entrada anterior, sigo exponiendo algunas probables razones para la aceptación de ciertas prácticas medicinales. Otro factor con fuerte peso es la presión psicológica para encontrar cierto valor a un tratamiento alternativo después de haber invertido tiempo considerable y elevadas sumas de dinero. La teoría de la disonancia cognitiva considera que si una información innovadora entra en conflicto con nuestras actitudes, creencias y conocimientos derivará en una angustia mental que solo se aliviará reinterpretando la nueva entrada perturbadora. Es imposible que cualquier persona admita su creencia en cosas absurdas, más bien tenderá a una seguridad firme y esencial en su propia virtud e inteligencia, con frecuencia distorsionando la realidad y, tal vez, malinterpretando los datos de su memoria. Sin un archivo riguroso y estadísticas fiables, se dará cierta memoria selectiva que magnificará los éxitos aparentes y marginará los fracasos.
Es cierto, seguramente, que la mayor parte de los terapeutas creen sinceramente en sus teorías y en estar ayudando a sus pacientes, por lo que no es desdeñable cierta "norma de reciprocidad" que puede darse en un escenario terapéutico. Los clientes desearán, tal vez de manera involuntaria, complacer a su vez a la persona que les está ayudando y sobredimensionarán los beneficios recibidos. De nuevo, sería necesario paliar este tipo de relaciones con ensayos clínicos rigurosos.
Estudiosos del tema distinguen entre los términos de "enfermedad" y "dolencia", para nada intercambiables. "Enfermedad" sería un estado patológico de un organismo, debido a una infección, degeneración de un tejido, contusión, exposición a algún tóxico o carcinogénesis, entre otros. "Dolencia" se refiere a sentimientos subjetivos de malestar, dolor, desorientación o disfuncionalidad que acompañan un estado patológico. Los sintomas y la percepción subjetiva de estar enfermo quedan determinados por construcciones cognitivas complejas (creencias, prejuicios, sugestiones...) y por ciertos factores sociales y económicos, por lo que los simples testimonios personales son una base insuficiente para verificar si una terapia ha curado o no. La apuesta sólida de verificación pasa por los ensayos clínicos doble ciego (donde ni el paciente ni el médico saben si están recibiendo el tratamiento o un placebo).
Es cierto que la medicina convencional utiliza frecuentemente tratamientos eficaces más dirigidos a eliminar los síntomas y reforzar los mecanismos de recuperación del propio cuerpo que a atacar el proceso de la enfermedad en sí mismo. Las medicinas alternativas no presentan una base sólida para asegurar que son eficaces en este sentido, pero sí han provocado una considerable controversia y estimulado la investigación dentro de la biomedicina convencional para buscar métodos más eficaces en los procesos naturales de recuperación. En cualquier caso, son necesarios unos medios de investigación a los que se cierran habitualmente los "alternativos".
Muchas enfermedades son cíclicas, tienen fases agudas o leves, y otras pueden estar sujetas a ciertas remisiones (inhabituales, pero posibles), por lo que un falso tratamiento (que se buscará en el momento crítico) tiene muchas posibilidades de coincidir en la fase de mejoría y será confundido con una eficacia, asumida de modo acrítico ante la ausencia de estudios clínicos y de grupos de control.
Por otra parte, tampoco resulta desdeñable el análisis que indica la notable cantidad de hipocondría y de factores psicosomáticos presentes en nuestra sociedad. Ello es un caldo de cultivo adecuado para que los "sanadores alternativos" sean el recurso de cantidad de personas convencidas erróneamente de que padecen de enfermedades orgánicas o con temor a perder su buena salud. Procurar un diagnóstico médico a dolencias psicológicas da pábulo a la pseudociencia y potencia los éxitos de falsos médicos. Desgraciadamente, la aceptación de un malestar psicológico puede ser todavía un estigma social, por lo que la actitud, consciente o no, del paciente influye muy mucho al no aceptar que no posee ninguna patología física y estar dispuesto a aceptar la incapacidad del médico convencional para sanarle.
Resulta muy común también, por parte de los practicantes de las terapias alternativas, repetir que la medicina convencional alivia síntomas específicos sin tratar la causa real de la enfermedad. En caso de haber un tratamiento conjunto, de la medicina científica y la complementaria, los practicantes de esta última consiguen magnificar su eficacia en caso de que exista alguna mejoría. La medicina ortodoxa diagnostica en ocasiones que no existen indicios de ninguna enfermedad, por lo que los pacientes acaban derivando a practicantes alternativos que encontrarán algún desequilibrio "energético" o nutricional; si se da alguna mejoría sobre una enfermedad física inexistente, se produce un nuevo converso. La personalidad fuerte y carismática que pueda tener el terapeuta marginal acaba destapando un aspecto mesiánico de la medicina alternativa y deslumbrando al paciente, que puede tener alguna mejora psicológica derivada en alivios sintomáticos a corto o largo plazo.
En conclusión, los clientes potenciales de ciertas terapias deberían averiguar si éstas tienen el apoyo de investigaciones médicas sólidas. Los testimonios personales de apoyo carecen de valor para decidirse por determinada terapia, cuyos defensores tendrían que proporcionar pruebas empíricas definitivas. El escepticismo debería producirse ante terapeutas que manifiestan ignorancia u hostilidad hacia la medicina científica (sin refutar las críticas que ésta haga a su práctica), que no son capaces de explicar razonablemente sus métodos, aludan a "fuerzas espirituales" o "energías vitales" (o similar jerga mística), mantengan poseer ingredientes o procesos secretos, apelen a conocimientos ancestrales u otras formas de conocimiento, hablen de la persona como un "todo" (en lugar de tratar enfermedades) y estén formados en instituciones de dudoso origen.
Como ya comenté en la entrada anterior, la medicina, concretada en ciertas terapias, se aprovecha de la debilidad de las personas, y una falsa esperanza de curación suplanta con relativa facilidad al sentido común y la disposición a exigir pruebas.
Es cierto, seguramente, que la mayor parte de los terapeutas creen sinceramente en sus teorías y en estar ayudando a sus pacientes, por lo que no es desdeñable cierta "norma de reciprocidad" que puede darse en un escenario terapéutico. Los clientes desearán, tal vez de manera involuntaria, complacer a su vez a la persona que les está ayudando y sobredimensionarán los beneficios recibidos. De nuevo, sería necesario paliar este tipo de relaciones con ensayos clínicos rigurosos.
Estudiosos del tema distinguen entre los términos de "enfermedad" y "dolencia", para nada intercambiables. "Enfermedad" sería un estado patológico de un organismo, debido a una infección, degeneración de un tejido, contusión, exposición a algún tóxico o carcinogénesis, entre otros. "Dolencia" se refiere a sentimientos subjetivos de malestar, dolor, desorientación o disfuncionalidad que acompañan un estado patológico. Los sintomas y la percepción subjetiva de estar enfermo quedan determinados por construcciones cognitivas complejas (creencias, prejuicios, sugestiones...) y por ciertos factores sociales y económicos, por lo que los simples testimonios personales son una base insuficiente para verificar si una terapia ha curado o no. La apuesta sólida de verificación pasa por los ensayos clínicos doble ciego (donde ni el paciente ni el médico saben si están recibiendo el tratamiento o un placebo).
Es cierto que la medicina convencional utiliza frecuentemente tratamientos eficaces más dirigidos a eliminar los síntomas y reforzar los mecanismos de recuperación del propio cuerpo que a atacar el proceso de la enfermedad en sí mismo. Las medicinas alternativas no presentan una base sólida para asegurar que son eficaces en este sentido, pero sí han provocado una considerable controversia y estimulado la investigación dentro de la biomedicina convencional para buscar métodos más eficaces en los procesos naturales de recuperación. En cualquier caso, son necesarios unos medios de investigación a los que se cierran habitualmente los "alternativos".
Muchas enfermedades son cíclicas, tienen fases agudas o leves, y otras pueden estar sujetas a ciertas remisiones (inhabituales, pero posibles), por lo que un falso tratamiento (que se buscará en el momento crítico) tiene muchas posibilidades de coincidir en la fase de mejoría y será confundido con una eficacia, asumida de modo acrítico ante la ausencia de estudios clínicos y de grupos de control.
Por otra parte, tampoco resulta desdeñable el análisis que indica la notable cantidad de hipocondría y de factores psicosomáticos presentes en nuestra sociedad. Ello es un caldo de cultivo adecuado para que los "sanadores alternativos" sean el recurso de cantidad de personas convencidas erróneamente de que padecen de enfermedades orgánicas o con temor a perder su buena salud. Procurar un diagnóstico médico a dolencias psicológicas da pábulo a la pseudociencia y potencia los éxitos de falsos médicos. Desgraciadamente, la aceptación de un malestar psicológico puede ser todavía un estigma social, por lo que la actitud, consciente o no, del paciente influye muy mucho al no aceptar que no posee ninguna patología física y estar dispuesto a aceptar la incapacidad del médico convencional para sanarle.
Resulta muy común también, por parte de los practicantes de las terapias alternativas, repetir que la medicina convencional alivia síntomas específicos sin tratar la causa real de la enfermedad. En caso de haber un tratamiento conjunto, de la medicina científica y la complementaria, los practicantes de esta última consiguen magnificar su eficacia en caso de que exista alguna mejoría. La medicina ortodoxa diagnostica en ocasiones que no existen indicios de ninguna enfermedad, por lo que los pacientes acaban derivando a practicantes alternativos que encontrarán algún desequilibrio "energético" o nutricional; si se da alguna mejoría sobre una enfermedad física inexistente, se produce un nuevo converso. La personalidad fuerte y carismática que pueda tener el terapeuta marginal acaba destapando un aspecto mesiánico de la medicina alternativa y deslumbrando al paciente, que puede tener alguna mejora psicológica derivada en alivios sintomáticos a corto o largo plazo.
En conclusión, los clientes potenciales de ciertas terapias deberían averiguar si éstas tienen el apoyo de investigaciones médicas sólidas. Los testimonios personales de apoyo carecen de valor para decidirse por determinada terapia, cuyos defensores tendrían que proporcionar pruebas empíricas definitivas. El escepticismo debería producirse ante terapeutas que manifiestan ignorancia u hostilidad hacia la medicina científica (sin refutar las críticas que ésta haga a su práctica), que no son capaces de explicar razonablemente sus métodos, aludan a "fuerzas espirituales" o "energías vitales" (o similar jerga mística), mantengan poseer ingredientes o procesos secretos, apelen a conocimientos ancestrales u otras formas de conocimiento, hablen de la persona como un "todo" (en lugar de tratar enfermedades) y estén formados en instituciones de dudoso origen.
Como ya comenté en la entrada anterior, la medicina, concretada en ciertas terapias, se aprovecha de la debilidad de las personas, y una falsa esperanza de curación suplanta con relativa facilidad al sentido común y la disposición a exigir pruebas.
1 comentario:
Siempre he procurado mantener una sana y prudente distancia de curas y nigromantes. Pero sí que he llegado a levitar y hasta a alcanzar auténticos estados de trance, si bien es cierto que no lo habría conseguido sin la placentera complicidad de un cuerpo hermoso regalándose al mío.
Pero, ironías aparte. Todos estos vendedores/as de mágicos humos tienen, esto hay que reconocerlo, un agudo olfato para detectar "carencias" que hábilmente transforman en trastorno o dolencia para así poder aplicar y sobre todo vender sus pócimas. Un análisis exhaustivo del medio en el que vivimos, un análisis que realmente buscara las causas de muchos de los males y enfermedades que nos aquejan, tendría inevitablemente como resultado un juicio sumarísimo al capitalismo. Si la medicina quiere ser plenamente científica, no le queda más remedio que ir directamente a la raíz de los desafíos que a su cometido se le presentan. Tiene, pues, que politizarse y para poder hacerlo cabalmente tiene que refundar su mirada filosófica hacia la sociedad de la que forma parte, tiene, en síntesis, que aspirar a convertirse en un arte, es decir, tiene que establecer un horizonte utópico como referente en el que coincidir con todas las demás ramas de la ciencia. El embaucador "ya está en el faro" y, astutamente, llama al resto para que acudan a él. Para el auténtico científico el faro, la utopía que aspira alcanzar, es la referencia común y consensuada por todos/as. Hay que derribar los prejuiciosos muros erigidos por un secular adoctrinamiento.
¿Por qué se erigen los hospitales como si de factorías se tratara? Porque existe una clara coherencia urbanística y funcional entre nuestros lugares de trabajo, nuestras miserables viviendas, nuestros lugares de ocio y nuestros desplazamientos. Hemos expulsado el tiempo de nuestras vidas, pero le hemos dado un látigo. La medicina, la sanidad tiene que plantarle cara al sistema, tiene que exigirle, como una medicina más en sus presupuestos, tiempo. En la antigua China, la gente pagaba un pequeño diezmo al médico para que éste cuidara de la salud de todos. Quien caía enfermo dejaba de pagar hasta que sanaba, de modo que, fuera por ético altruismo o por mero egoísmo, el medico procuraba que nadie cayera enfermo. Como principio filosófico me parece extraordinariamente sabio; cuidando la salud alejamos la enfermedad. El "negocio" tiene que ser la salud, no la enfermedad, pero para ello hay que cambiar muchas cosas. Julio Anguita popularizó su "Proyecto, proyecto, proyecto", yo, sin pretender entrar en competencia con nadie, digo que "Conocimiento, conocimiento, conocimiento".
Hasta pronto.
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