¿Por qué el ser humano posee la tendencia a encontrar un propósito y un sentido en hechos cotidianos fácilmente explicables? ¿No son la ciencia y el arte disciplinas que pueden suplir de manera sólida esa inclinación a lo esotérico? Defendemos desde este texto, y tratamos de explicar en función de visiones religiosas y metafísicas, lo pernicioso de ese abandono pueril a lo "extraordinario", a buscar un sentido oculto en la existencia humana y en la creación del universo
A nivel cotidiano, podemos escuchar a algunas personas aludir, de una manera o de otra, a que las cosas que ocurren en nuestra vida tienen "algún sentido"; no serían, en cualquier caso y según esta interpretación, producto de la mera casualidad, pero revelando poco o ningún deseo de indagar y abandonándose con demasiada facilidad a interpretaciones más bien pueriles y simplistas. Quiere buscarse una asociación, en circunstancias muy concretas no demasiado difíciles de explicar si no nos evadimos con facilidad en busca de "algo extraordinario", para concluir en una especie de sentido o propósito en la existencia humana y en el conjunto del cosmos (me atrevo a expresarlo así, ya que hay una evidente conexión entre la interpretación de nuestra vida y algún tipo de cosmogonía).
¿Por qué esta tendencia del ser humano? Antes de nada, y como ya he insistido otras veces para que nadie se ponga a la defensiva, ya que el objetivo es hacer reflexionar, no es una simple cuestión de descalificar a las personas; el ser humano es, por lo general, racional e inteligente, pero también posee una peligrosa tendencia a entregarse a interpretaciones extraordinarias y (supuestamente) admirables. Una vez más, defenderemos aquí, frente a esa actitud, el deseo de hacerse preguntas y de profundizar en los asuntos humanos con miras a transformar la realidad; es tan sencillo como eso y, me temo, el abandono a una actitud sobrenatural en ciertos ámbitos de nuestra vida conlleva la mayor de las veces todo lo contrario. Nuestra propia condición de seres inteligentes y racionales nos conduce, a veces con demasiada facilidad, a proyectar en el universo algo similar; es decir, se quiere ver una inteligencia y un propósito superiores en la naturaleza y en el cosmos, algo a todas luces herencia del pasado.
Las visiones místicas o religiosas, al respecto, pueden reducirse a tres: la teísta, la panteísta y la llamada forma emergente. El teísmo es la forma más simple y ortodoxa, ya que considera que Dios creó el mundo y las leyes naturales previendo que en algún momento se desarrollaría algún bien; este propósito, obviamente, solo existiría en la mente de este supuesto Creador y es algo que permanece externo a la creación. Desde este punto de vista, se considerara que existe en el universo una racionalidad afín a la propia mente del ser humano; la conclusión sería que el proceso cósmico está dirigido por una mente superior. Así, la creación del hombre y de la civilización no es ninguna consecuencia incomprensible, ni improbable, sino el resultado de un propósito cósmico. Esta visión, propia de la religión tradicional, atribuye al ser humano unas capacidades morales y espirituales producto de la creencia en un propósito cósmico dirigido hacia fines inescrutables. Como es evidente, el teísmo y sus derivados introducen en no pocos problemas y objeciones; la más obvia es la existencia del mal en el mundo, que esta visión religiosa suele atribuir al hombre para exculpar a ese omnipotente ser supremo, cuando aquel lleva en la existencia muy escaso tiempo comparado con el conjunto del universo.
La concepción panteísta admite más complejidad y ha estado sujeta a muchas interpretaciones a lo largo de la historia. Según esta visión, Dios no es ya algo externo al universo, sino algo que forma parte de él; así, no hay ya acto de creación, sino que la fuerza creadora es el propio universo. Aunque esta forma panteísta conlleva menos objeciones que la teísta, hablamos de una supuesta conciencia divina presente en todo tipo de materia; en resumen, Dios está presente en el ser humano y, aunque éste desapareciera, la divinidad seguiría siendo eterna, por lo que la única realidad última es la espiritual o personal. La ciencia nos dice que no hay una gran separación entre lo que está vivo y lo que no lo está, ya que no existe ningún elemento vital especial ni sustancia química viva, ni "fuerza vital" misteriosa, en suma, que se distinga rígidamente de lo que está vivo. La biología dice, y hay que insistir en ello, que la materia viva es realmente un mecanismo físico-químico, no existe nada "espiritual" en juego. Otro asunto es la que la relación entre la fisiología y la sicología sea más compleja, aunque tampoco hay que establecer una rígida línea de separación entre ellas; lógicamente, tampoco hay que considerar al ser humano como un simple autómata totalmente determinado por leyes físico-químicas. En definitiva, hablamos de nuevo de una herencia mística del pasado, de la vieja y distorsionadora distinción entre cuerpo y alma. Tanto la física, como la sicología, deben evitar toda influencia metafísica; así, es posible que se dé lugar a una ciencia intermedia que se ocupe de las leyes casuales y de los efectos.
Si en el panteísmo, y sus divagaciones espirituales, la realidad del tiempo es difusa -se confunden no pocas veces el pasado, el presente y el futuro-, no así en nuestra tercera concepción: la doctrina emergente. Según esta visión, de la materia surge la vida y de ésta la sigue; no habría razón para pensar que el proceso se detenga y la cualidad final sería la divinidad. De esta manera, Dios no sería el creador, sino el creado; una supuesta fuerza misteriosa impulsa a la evolución hacia estadios cada vez mejores. Por supuesto, estamos de nuevo ante una visión esotérica, la cual toma prestados a su conveniencia elementos de la evolución y de la biología; la doctrina emergente, y sus derivados, no es más que una nueva forma de religiosidad que puede que rechace la idea de un Dios creador, pero sí se ilusiona rápidamente con la creación de la divinidad en el universo.
En definitiva, no hay razón alguna para pensar que existe un propósito en la existencia cósmica; desde este texto, defendemos lo pernicioso y pueril de seguir abundando en ello. El planeta Tierra y la especie humana son solo partes muy pequeñas del universo; si la creencia es que un espíritu ha de desarrollarse, resulta muy pobre comprobar lo poco que han conseguido en tanto tiempo. No tenemos todas las respuestas sobre la creación del universo y de la vida, pero ello no nos empuja necesariamente a esperanzas vanas ni a especulaciones absurdas; pensar que existe un propósito benévolo en el universo es, por decirlo suavemente, sumamente peculiar. Lo que no podemos negar es que nosotros somos producto de ese universo, pero es como para preguntarse, al menos, si somos verdaderamente tan especiales como para pensar que hay un propósito en nuestra existencia. Por supuesto, todo esto no está enfrentado con la perfección de los valores, todo lo contrario, pero siempre admitiendo que solo tienen sentido en una existencia real y humana, no trasladándolos a mundo imaginarios. Como alguien dijo, con envidiable buen humor, no existe soberbia en negar a un ser trascendente; existe soberbia en pensar que un ser omnipotente, omnisciente y totalmente bondadoso nos ha creado a nosotros (ya sea el Dios personal de las religiones tradicionales o sus derivados espirituales o metafísicos). Aceptar lo absurdo de esa visión es comenzar a mejorar el mundo terrenal.
A nivel cotidiano, podemos escuchar a algunas personas aludir, de una manera o de otra, a que las cosas que ocurren en nuestra vida tienen "algún sentido"; no serían, en cualquier caso y según esta interpretación, producto de la mera casualidad, pero revelando poco o ningún deseo de indagar y abandonándose con demasiada facilidad a interpretaciones más bien pueriles y simplistas. Quiere buscarse una asociación, en circunstancias muy concretas no demasiado difíciles de explicar si no nos evadimos con facilidad en busca de "algo extraordinario", para concluir en una especie de sentido o propósito en la existencia humana y en el conjunto del cosmos (me atrevo a expresarlo así, ya que hay una evidente conexión entre la interpretación de nuestra vida y algún tipo de cosmogonía).
¿Por qué esta tendencia del ser humano? Antes de nada, y como ya he insistido otras veces para que nadie se ponga a la defensiva, ya que el objetivo es hacer reflexionar, no es una simple cuestión de descalificar a las personas; el ser humano es, por lo general, racional e inteligente, pero también posee una peligrosa tendencia a entregarse a interpretaciones extraordinarias y (supuestamente) admirables. Una vez más, defenderemos aquí, frente a esa actitud, el deseo de hacerse preguntas y de profundizar en los asuntos humanos con miras a transformar la realidad; es tan sencillo como eso y, me temo, el abandono a una actitud sobrenatural en ciertos ámbitos de nuestra vida conlleva la mayor de las veces todo lo contrario. Nuestra propia condición de seres inteligentes y racionales nos conduce, a veces con demasiada facilidad, a proyectar en el universo algo similar; es decir, se quiere ver una inteligencia y un propósito superiores en la naturaleza y en el cosmos, algo a todas luces herencia del pasado.
Las visiones místicas o religiosas, al respecto, pueden reducirse a tres: la teísta, la panteísta y la llamada forma emergente. El teísmo es la forma más simple y ortodoxa, ya que considera que Dios creó el mundo y las leyes naturales previendo que en algún momento se desarrollaría algún bien; este propósito, obviamente, solo existiría en la mente de este supuesto Creador y es algo que permanece externo a la creación. Desde este punto de vista, se considerara que existe en el universo una racionalidad afín a la propia mente del ser humano; la conclusión sería que el proceso cósmico está dirigido por una mente superior. Así, la creación del hombre y de la civilización no es ninguna consecuencia incomprensible, ni improbable, sino el resultado de un propósito cósmico. Esta visión, propia de la religión tradicional, atribuye al ser humano unas capacidades morales y espirituales producto de la creencia en un propósito cósmico dirigido hacia fines inescrutables. Como es evidente, el teísmo y sus derivados introducen en no pocos problemas y objeciones; la más obvia es la existencia del mal en el mundo, que esta visión religiosa suele atribuir al hombre para exculpar a ese omnipotente ser supremo, cuando aquel lleva en la existencia muy escaso tiempo comparado con el conjunto del universo.
La concepción panteísta admite más complejidad y ha estado sujeta a muchas interpretaciones a lo largo de la historia. Según esta visión, Dios no es ya algo externo al universo, sino algo que forma parte de él; así, no hay ya acto de creación, sino que la fuerza creadora es el propio universo. Aunque esta forma panteísta conlleva menos objeciones que la teísta, hablamos de una supuesta conciencia divina presente en todo tipo de materia; en resumen, Dios está presente en el ser humano y, aunque éste desapareciera, la divinidad seguiría siendo eterna, por lo que la única realidad última es la espiritual o personal. La ciencia nos dice que no hay una gran separación entre lo que está vivo y lo que no lo está, ya que no existe ningún elemento vital especial ni sustancia química viva, ni "fuerza vital" misteriosa, en suma, que se distinga rígidamente de lo que está vivo. La biología dice, y hay que insistir en ello, que la materia viva es realmente un mecanismo físico-químico, no existe nada "espiritual" en juego. Otro asunto es la que la relación entre la fisiología y la sicología sea más compleja, aunque tampoco hay que establecer una rígida línea de separación entre ellas; lógicamente, tampoco hay que considerar al ser humano como un simple autómata totalmente determinado por leyes físico-químicas. En definitiva, hablamos de nuevo de una herencia mística del pasado, de la vieja y distorsionadora distinción entre cuerpo y alma. Tanto la física, como la sicología, deben evitar toda influencia metafísica; así, es posible que se dé lugar a una ciencia intermedia que se ocupe de las leyes casuales y de los efectos.
Si en el panteísmo, y sus divagaciones espirituales, la realidad del tiempo es difusa -se confunden no pocas veces el pasado, el presente y el futuro-, no así en nuestra tercera concepción: la doctrina emergente. Según esta visión, de la materia surge la vida y de ésta la sigue; no habría razón para pensar que el proceso se detenga y la cualidad final sería la divinidad. De esta manera, Dios no sería el creador, sino el creado; una supuesta fuerza misteriosa impulsa a la evolución hacia estadios cada vez mejores. Por supuesto, estamos de nuevo ante una visión esotérica, la cual toma prestados a su conveniencia elementos de la evolución y de la biología; la doctrina emergente, y sus derivados, no es más que una nueva forma de religiosidad que puede que rechace la idea de un Dios creador, pero sí se ilusiona rápidamente con la creación de la divinidad en el universo.
En definitiva, no hay razón alguna para pensar que existe un propósito en la existencia cósmica; desde este texto, defendemos lo pernicioso y pueril de seguir abundando en ello. El planeta Tierra y la especie humana son solo partes muy pequeñas del universo; si la creencia es que un espíritu ha de desarrollarse, resulta muy pobre comprobar lo poco que han conseguido en tanto tiempo. No tenemos todas las respuestas sobre la creación del universo y de la vida, pero ello no nos empuja necesariamente a esperanzas vanas ni a especulaciones absurdas; pensar que existe un propósito benévolo en el universo es, por decirlo suavemente, sumamente peculiar. Lo que no podemos negar es que nosotros somos producto de ese universo, pero es como para preguntarse, al menos, si somos verdaderamente tan especiales como para pensar que hay un propósito en nuestra existencia. Por supuesto, todo esto no está enfrentado con la perfección de los valores, todo lo contrario, pero siempre admitiendo que solo tienen sentido en una existencia real y humana, no trasladándolos a mundo imaginarios. Como alguien dijo, con envidiable buen humor, no existe soberbia en negar a un ser trascendente; existe soberbia en pensar que un ser omnipotente, omnisciente y totalmente bondadoso nos ha creado a nosotros (ya sea el Dios personal de las religiones tradicionales o sus derivados espirituales o metafísicos). Aceptar lo absurdo de esa visión es comenzar a mejorar el mundo terrenal.
20 comentarios:
La necesidad suele ser, casi siempre, una referencia segura a la hora de posicionarse ante la existencia.
Parece ser que el ser humano tiene la necesidad de interrogarse sobre ciertas cuestiones. En unas, de carácter, por decirlo así, estrictamente filosófico, lo relevante no es la respuesta sino la pregunta. En otras, como por ejemplo la alimentación y la salud, la pregunta es el valioso instrumento de una respuesta no sólo necesaria sino, a menudo, urgente. Sabemos de la existencia de algo que no vemos porque constatamos sus efectos. Sucede así con las enfermedades, cuyas causas descubrimos "remontando" la enfermedad hasta su origen y dándole cumplida respuesta. He aquí una situación de la existencia en la que la respuesta es el fin y la interrogación el medio de llegar a ella.
Sin embargo, no sucede lo mismo en el terreno estrictamente filosófico, en dicho terreno la necesidad no reside tanto en la respuesta como en la pregunta.
En definitiva: para el largo y sinuoso camino de la especie: la pregunta. Para sus pasos inmediatos: la respuesta. Pero eso sí, sin que ni en el camino, ni en los pasos adaptemos la pregunta a una necesidad ficticia.
Te recomiendo una lectura de "Del sentimiento trágico de la vida" de Miguel de Unamuno. Dejará de parcerte tan sorprendente -o perjudicial- esa tendencia del ser humano a buscar un sentido de la existencia que la ciencia no es capaz de dar.
Hola, Janusz.
No me parece sorprendente ni perjudicial buscar un sentido a la existencia, todo lo contrario; lo que sí me lo parece es hacerlo de modo "trascendente" (es decir, de modo ilusorio, sobrenatural y externo al mundo humano).
Es eso, expresado de manera clara y sencilla; está claro que tú y yo, en esta cuestión, estamos en las Antípodas :-)
No conozco en profundidad la obra filosófica de Unamuno, pero conociendo el cacao político que tuvo, no sé si es el mejor ejemplo; por supuesto, defendemos que lo político es inseparable de cualquier otra cuestión humana.
Un abrazo.
Capi
Este problema de la existencia de Dios, problema racionalmente insoluble, no es en el fondo sino el problema de la conciencia de la EX-SISTENCIA y no de la IN-SISTENCIA de la conciencia, el problema mismo de la existencia sustancial del alma, el problema mismo de la perpetuidad del alma humana, el problema mismo de la finalidad humana del Universo. Creer en un Dios vivo y personal, en una conciencia eterna y universal que nos conoce y nos quiere, es creer que el Universo existe PARA el hombre. Para el hombre o para una conciencia en el orden de la humana, de su misma naturaleza, aunque sublimada, de una conciencia que nos conozca, y en cuyo seno viva nuestro recuerdo para siempre.
[...] ¿Qué sería un Universo sin conciencia alguna que lo reflejase y lo conociese? ¿Qué sería la razón objetivada, sin voluntad ni sentimiento? Para nosotros lo mismo que la nada; mil veces más pavoroso que ella.
Si tal supuesto llega a ser realidad, nuestra vida carece de valor y de sentido.
No es, pues, necesidad racional, sino angustia vital, lo que nos lleva a creer en Dios. Y creer en Dios es ante todo y sobre todo [...] sentir hambre de Dios, hambre de divinidad, sentir su ausencia y vacío, querer que Dios exista. Y es querer salvar la finalidad humana del Universo. Porque hasta podría llegar uno a resignarse a ser absorbido por Dios si en una Conciencia se funda nuestra conciencia, si es la conciencia el fin del Universo.
«Dijo el malvado en su corazón: no hay Dios.» Y así es en verdad. Porque un justo puede decirse en su cabeza: ¡Dios no existe! Pero en el corazón sólo puede decírselo el malvado. No querer que haya Dios o creer que no lo haya, es una cosa; resignarse a que no lo haya, es otra, aunque inhumana y horrible; pero no querer que lo haya, excede a toda otra monstruosidad moral.
MIGUEL DE UNAMUNO. Del sentimiento trágico de la vida, 1913.
¡¡Madre mía!! Si alguien viene a estas alturas diciendo que alguien es bueno o malvado, por creer o no creer, eso me confirma aún más en mi postura. Uf, y luego el cacao de la confusión entre un Dios personal y una especie de panteísmo cósmico.
Cada uno es muy libre de ser víctima de sus necesidades místicas, pero... ¡madre mía!
La clave del pensamiento unamuniano reside en la contradicción entre el anhelo vital de que exista Dios y la razón que lo niega. De ahí cuando dice que "no es necesidad racional, sino angustia vital, lo que nos lleva a creer en Dios." Unamuno se refiere en su obra al sentimiento trascendente al margen de cualquier concepción panteísta o deísta, tal y como tú expones. ¿Cómo puede explicar la ciencia el desconsuelo humano ante la inexistencia de Dios?
La debilidad de tu texto está en la incapacidad de demostrar ese supuesto perjuicio que se manifestaría en el creyente.
Yo me siento más feliz creyendo que existe Dios, y no por ello dudo que hayan ateos rebosantes de felicidad. Pues entiendo perfectamente que se trata de las distintas disposiciones del ser humano ante lo que nadie puede comprender.
Sin querer ofenderte pienso que tu punto de vista es algo arrogante.
No me ofendes, Janusz, aunque no está mal cuidar un poco las formas. Se nota demasiado que mis opiniones te irritan e intervienes a veces algo bruscamente (cosa que no recomiendo para debatir sobre cualquier cuestión y te aseguro que a mí también me indigna mucho de lo que leo y escucho).
Tal vez no lo consiga, pero procuro no afirmar con demasiada facilidad, cosa que tú haces ahora. ¿Qué es eso del "desconsuelo humano ante la inexistencia de Dios"?; habla por ti, amigo mío. Mira, muchos querréis otorgar complejidad a vuestras creencias, y seguro que es así, pero gran parte de la humanidad simplemente "cree" por costumbre o por causas simples (y no lo digo yo, todo lo contrario, es algo que se argumenta contra mí cuando defiendo el ateísmo de manera pretendidamente profunda y compleja).
Respecto a la arrogancia, creo que ya he mencionado ese chiste en el que un ateo responde a un creyente algo así como... "me llamas arrogante tú, que piensas que un ser superior y omnipotente te ha creado". Un poco de humor ayuda siempre.
Mira, yo tampoco quiero que te ofendas, pero parece inevitable que alguien lo haga con cualquier opinión radical; la mía lo es, pero no pretende ser categórica, y aunque te parezca una paradoja, por eso soy ateo (que, para mi, simplemente es hacerse preguntas e indagar, no puedo aceptar algo que me parece absurdo e, ideológica y moralmente, tampoco admito una especie de déspota sobrenatural).
Creo que acabamos teniendo discusiones que vuelven a lo mismo (y meto en el saco también a Unamuno y a todos los filósofos que pretenden dar coherencia a cosas de lo más peculiares).
Que cada uno "crea" lo que quiera, que busque consuelo donde pueda, pero yo voy a seguir dando un poquito la tabarra; por supuesto, con el afán de ir un poco más allá (valga la expresión).
Un fuerte abrazo.
Capi
Tu opinión no es nada radical como aseguras en tu comentario, pero ni siquiera mínimamente original. El mismo Unamuno en su mencionada obra de 1913 ya refutaba una por una y de manera mucho más extensa y rigurosa la distintas concepciones filosóficas que afirman la existencia de Dios.
Los seres humanos no creen "por costumbre" como dices, más bien se trata, insisto, de una íntima necesidad espiritual. Tu afirmación a este respecto podría considerarse tan categórica como tú presupones que es la mía. Y cuando digo que tu punto de vista es arrogante, se entiende perfectamente leyéndote expresiones que pretenden comparar toda concepción divina con "una especie de déspota sobrenatural". Esto es un reduccionismo aberrante.
Por otro lado, cuando hablo del "desconsuelo humano ante la inexistencia de Dios", por supuesto que no me estoy refiriendo a todo el mundo. Creo que la diferencia esencial entre tu punto de vista y el mío es que mientras que yo comprendo tu razonamiento, tú no llegas a comprender mis sentimientos y los de determinados creyentes. No puedes disimular cierto desdén hacia quien no siente las cosas de la misma manera que tú.
Aunque valoro positivamente la mayor parte de tus ideas políticas presentadas en otros textos, niego que exista ninguna incoherencia entre la defensa del anarquismo y la fe en Dios.
Bueno, pues habrá que relativizar tambié el "radicalismo" de nuestras posturas; cuando entra en juego el pensamiento místico, la verdad es que lo de la profundidad hay que ponerlo en cuestión.
Date cuenta que yo no he generalizado; la mayor parte de los creyentes que conozco creen por costumbre (educación, influencina del ambiente, etc.) y por causas más bien simples (lo siento, pero los casos que conozco se reducen a eso, no pretendo ser reduccionista ni etiquetar). Por supuesto, nadie pretende arrebatar sus creencias ni sentimientos a nadie, solo hacer reflexionar y tratar de revisar qué es mejor para las personas (sí de verdad tienes esa "espiritualidad" tan fuerte, no debería afectarte mi "frivolidad atea"); me cuesta ya un poco aclarar esto una y otra vez.
Lo de "déspota sobrenatural", creo que lo dije así, es solo una causa (ideológica y, por qué no, moral) para ser ateo (o, mejor, contrario a eso que llaman Dios); tengo muchas otras.
Lo de que yo no entiendo tus sentimientos, vamos a dejarlo, es algo tan personal que seguro que es así; obviamente, a lo que tú llamas "necesidad espiritual" yo le doy otra denominación, otro contenido y otros condicionantes.
Respecto al desdén, si de verdad lo tuviera hacia los creyentes, no reflexionaría sobre el asunto y punto; me he indignado con ateos (supuestamente combativos) que toman a los creyentes por simples mentes infantiles y necias, eso sí que es una reduccionismo aberrante.
Te mando esta vez un fraternal saludo (por cierto, muy interesante eso que aseguran algunos filósofos religiosos sobre que la fraternidad tiene un origen religioso -hijos del mismo Dios- ;-)
Al margen de la caricatura que haces del creyente, quizás influido por los casos (muchos o pocos) que has tenido la oportunidad de conocer tal y como como dices, creo que este tema requiere otra orientación, una nueva dimensión que responda otras cuestiones más importantes, por ejemplo las que se refieren a la distinción entre el tipo de creyente de un Dios nominal (de una religión) y el creyente de un Dios personal. Me parece que la diferencia no es nada baladí, y creo que se ganaría en rigurosidad si ésta fuera tenida siempre en cuenta a la hora de abordar esta sensible cuestión. Además habría que considerar ya desfasado el recurso de invocar a la ciencia para tratar cuestiones de índole metafísica.
Por otro lado, dentro del campo de la transformación social, pienso que la conclusión que se pudiera derivar de una probada necesidad espiritual en el ser humano carece de toda relevancia. Los verdaderos opresores no están en el cielo, están entre nosotros y son de carne y hueso. Y ojo, porque no siempre son los únicos opresores los jefes de un gobierno o nuestros jefes de trabajo. Hay que tener mucho cuidado porque también nosotros, por ejemplo el comunicador que no es capaz de expresar atinadamente sus ideas, puede convertirse en cierto sentido en un opresor con su irrespetuosa opinión hacia sus iguales.
Un fraternal saludo para ti también.
Insistes en valorar mis comentarios sobre los creyentes como "una caricatura"… ¡uf! Yo te diría en que insistes en dar complejidad a algo más que cuestionable.
Desde luego que los opresores están aquí en la Tierra, pero muchos apuntan hacia el cielo. El idealismo metafísico, permíteme que lo "crea", es muy perjudicial.
No voy a tener en cuenta tu último comentario, y lamento que me consideres algo así como un "opresor", pero me parece que está suscitado precisamente por tu sobrevaloración de las ideas. Existen mutltitud de factores que nos llevan a creer en tantas estupideces; y hablo en general, todo tipo de creencias, el ser humano es así (hasta que no se demuestre lo contrario, yo también lo soy;-).
El ejemplo más evidente de lo que trato de explicar está en el pensamiento de Stirner. Hay cosas tan fascinantes en este autor, tal vez el único que combatió radicalmente la idea de Dios y sus derivados, como rechazables (el solipsismo, el nihilismo absoluto...). Sin embargo, cuando alguien me viene, desde el lado libertario, y me dice que "cómo es posible que publiquemos a Stirner", me dan ganas de reivindicarlo con fuerza; es un miedo a las ideas que me resulta incomprensible. Insisto, me parece que lo que podemos llamar idealismo metafísico es el que debería pertenecer a un pasado muy lejano, el que no lo esté no supone ninguna certeza; y no pretendo, huelga decirlo, que la ciencia tenga la respuesta para todos los asuntos humanos.
No voy a entrar demasiado en etiquetas, las palabras "idealismo" y "materialismo" tienen muchas lecturas. Sin embargo, yo me veo obligado a partir del materialismo, a mí me parece lo más inteligente. Por cierto, por mucho que cuestionemos muchas cosas de Bakunin, no nos lo podemos saltar alegremente desde un punto de vista anarquista; yo reivindico siempre la crítica y la revisión de las ideas, pero hay una continuidad histórica, al menos, a tener en cuenta. El concepto de la autoridad en el anarquismo, iniciado en este autor, debería invitar por lo menos a la reflexión en el que se considere antiautoritario.
Saludos.
No entiendo por qué llegas a la conclusión de que atribuyo complejidad a la sentimentalidad de los creyentes. Al contrario, lo considero un instinto razonable, una inclinación perfectamente natural en el ser humano.
Si "crees" que manifestar un sentimiento trascendente es perjudicial, no pasa nada; pero si lo "afirmas", debes demostrarlo.
Si un insulto puede ejercer algún tipo de opresión en quien lo recibe, también una opinión desconsiderada puede tener ese mismo efecto en algún grado. Pero no te preocupes que de momento no es grave.
Me gustaría citarte un fragmento de mi desempolvado libro de Unamuno que me has obligado a revisar. Quizás concuerdes con alguna parte de su razonamiento de igual manera que hiciste con el controvertido Stirner.
"El triunfo supremo de la razón, facultad analítica, esto es, destructiva y disolvente, es poner en duda su propia validez. Cuando hay una úlcera en el estómago acaba este por digerirse a sí mismo. Y la razón acaba por destruir la validez inmediata y absoluta del concepto de verdad y del concepto de necesidad. Ambos conceptos son relativos; ni hay verdad ni hay necesidad absoluta. Llamamos verdadero a un concepto que concuerda con el sistema general de nuestros conceptos todos; verdadera a una percepción que no contradice al sistema de nuestras percepciones; verdad es coherencia. Y en cuanto al sistema todo, al conjunto, como no hay fuera de él nada para nosotros conocido, no cabe decir que sea o no verdadero. El universo es imaginable que sea en sí, fuera de nosotros, muy de otro modo que como a nosotros se nos aparece, aunque esta sea una suposición que carezca de todo sentido racional. Y en cuanto a la necesidad, ¿la hay absoluta? Necesario no es sino lo que es y en cuanto es, pues en otro sentido más trascendental, ¿qué necesidad absoluta, lógica, independiente del hecho de que el universo existe, hay de que haya universo ni cosa alguna?
El absoluto relativismo, que no es ni más ni menos que el escepticismo, en el sentido más moderno de esta denominación, es el triunfo supremo de la razón raciocinante.
Ni el sentimiento logra hacer del consuelo verdad, ni la razón logra hacer de la verdad consuelo; pero esta segunda, la razón, procediendo sobre la verdad misma, sobre el concepto mismo de realidad, logra hundirse en un profundo escepticismo. Y en este abismo se encuentra el escepticismo racional con la desesperación sentimental, y de este encuentro es de donde sale una base - ¡terrible base!- de consuelo."
Tal vez me equivoqué al calificar tu defensa de la creencia religiosa como compleja. Es tal vez peor, ya que lo calificas de "inclinación natural"; ¿en que posición nos coloca eso a los que no tenemos esa inclinación?, otro motivo más para oponerme al absolutismo presente en el pensamiento religioso. Mira, es muy sencillo, la cuestión no es ya qué religión es verdadera o si la creencia religiosa es algo natural, sino si el asunto es pernicioso o no. Tan sencillo como eso.
Yo lanzo la cuestión, mientras que tú te indignas simplemente por que se haga. Yo no afirmo categóricamente que es algo pernicioso, defiendo que lo es. Si no has entendido a estas alturas desde qué posición lo hago, me debo explicar fatal.
Defiendo la razón crítica, proceso iniciado en la Ilustración e interrumpido en la Modernidad; no lo hago de manera ingenua o simplista, sino que asumo toda la tradición escéptica y librepensadora desde los inicios de la filsofía. Por supuesto, defiendo que el pensamiento está íntimamente relacionado con lo social y político, no puedo abstraerme de la crítica a la religión por miedo a que alguien se ofenda.
He escrito en ese blog sobre Feuerbach y Bakunin, lo cual no quiere decir que esté totalmente de acuerdo con ellos (como, por otra parte, es lógico), incluso sobre Marx (pese a todo, el autor más influyente en la Mdernidad). He escrito sobre infinidad de autores actuales que reflexionan sobre el ateísmo y creo que he mostrado algunas veces mis discrepancias con ellos y concluido algún asomo de opinión sobre el asunto (estará claro a estas alturas que no hablo meramente de la existencia o no de Dios, sea cual sea la forma que quieres ver en él). Hay que ser crítico con la Modernidad y con todo autoritarismo, pero los desvarios posmodernos me sublevan; sí creo y defiendo, frente a algún que otro charlatán de lenguaje etereo incluso desde posiciones supuestamente libertarias (no hablo de ti, ojo), que hay que buscar una conexión con la línea de la razón crítica en el movimiento anarquista
Puedes leer, como compendio al batiburrillo presente en este blog, el artículo que escribí para Germinal 10: "El ateísmo contra el pensamiento religioso: la desacralización como libertad de indagación"; hay un epígrafe dedicado al ateísmo en el pensamiento antiautoritario. Si te interesa, puedo mandarte gustosamente un ejemplar o un PDF por e-mail.
Seguro que no estás de acuerdo con lo que digo, pero no puedes acusarme de afirmar sin argumentos ni reflexiones; yo creo que simplemente los argumentos y las reflexiones no te dicen nada, ya que tú también hablas otro lenguaje.
Saludos.
No te preocupes, no me siento en absoluto indignado ni menospreciado por tus argumentos expuestos sobre esta cuestión. Mi interés no es tanto convencerte, sino mas bien que pueda establecerse una disensión sana que nos enriquezca mutuamente.
Te señalé en mi primer comentario que la debilidad de tu texto radicaba "en la incapacidad de demostrar ese supuesto perjuicio que se manifestaría en el creyente. " Aseguras ahora que no "afirmas categóricamente que es pernicioso", sino que "defiendes que lo es". No obstante, insisto que en tu presente texto no hay argumento alguno que defienda ese punto de vista que mencionas. Porque en realidad solo te limitas a presentar las tres concepciones deístas existentes y a tratar de hacer una refutación somera invocando a la biología y a la psicología.
De todos modos, conozco perfectamente el argumento que se utiliza usualmente para explicar el perjuicio que ocasiona el sentimiento de fe en el creyente. Este se refiere al condicionamiento psicológico que supone creer en un Dios preceptivo. De ahí que yo aluda a la necesaria distinción entre dos tipos de creyentes. De un lado tendríamos al clásico adepto de una religión, víctima de un pensamiento o sentimiento dirigido de forma externa. Y por otro lado tendríamos a la persona espiritual, libre creador de su propia concepción de la existencia, que no sufre ningún condicionamiento o influencia externa.
Se sabe que existen muchos casos de personas religiosas, es decir, seres que tienden a experimentar una sentimentalidad trascendente, pero que no por ello sienten anulada en grado alguno su pensamiento crítico. Tomemos por ejemplo el caso conocido de esa extraordinaria mujer que fue Simone Weil. Como sabrás, esta extraordinaria filósofa francesa, que combatió de forma valerosa en la guerra civil en el bando anarquista, siempre enfocó su pensamiento antiautoritario desde una perspectiva religiosa. Y creo que pocos se atreverían hoy a discutir su gran independencia intelectual.
No "aseguro" ahora nada, repasa mi texto, lo dejo bien clarito: "Defendemos desde este texto y tratamos de explicar...". Obviamente, es imposible dar respuesta a cuestiones que no están fácilmente sujetas a verificación.
Puedes ponerme todos los ejemplos de personas creyentes que quieras, no vas a convencerme que la razón crítica no pone en mejor disposición a las personas para buscar la autonomía personal y la emancipación social (con todas las lecturas que tiene también eso). Las personas están compuestas de tantos factores, que poner ejemplos sobre creyentes o no creyentes, de forma positiva o negativa, para justificar algo me resulta baladí.
No he querido entrar en tu admirado Unamuno y en su defensa de lo injustificable; y eso sí lo hizo por sus creencias religiosas, seguramente por su cacao mental (trasladado a lo político).
Creo que las mayores barbaridades en la historia se han hecho en defensa de alguna forma de absoluto. En el terreno metafísico, todas sabemos con qué identificar al absoluto; no es el único campo pernicioso, pero considero que también ahí debo dirigir mis dardos.
Sinceramente, creo que nuestra disensión más bien fortalece nuestras posturas antagónicas :-)
Saludos fraternales.
En primer lugar decir que no profeso ninguna admiración especial por Unamuno. Sólo he leído su obra de filosofía mencionada, de la cual he extraido con muchos reparos su idea general, dejando al margen su cuestionable posición política.
No creo que nuestras posturas sean tan antagónicas o tiendan a serlo por nuestra discusión. Estoy de acuerdo contigo en tu planteamiento crítico hacia las religiones teístas, y en la necesidad de cuestionar en lo posible todos los aspectos de la realidad sobre la base del método científico y fomentar un pensamiento crítico. Mi divergencia contigo se limita al aspecto de la necesidad vital de espiritualidad o de trascendencia que sienten algunos seres humanos. Un estudio científico sobre los practicantes de religiones no teístas, como en el caso del budismo, podría constituir una buena base para demostrar sus beneficios psicológicos.
En un programa de REDES, titulado "Creer para Ver" se abordó precisamente esta cuestión. En el siguiente fragmento del programa que te enlazo, el neurocientífico Sam Harris establece cierta diferenciación entre el misticismo oriental y las religiones teístas.
https://www.youtube.com/watch?v=uU7TXqrRKXU&list=PLtd-uxn8LyIL19SIxQpkJIHiz5QhVapQ_&index=4
He encontrado una obra reciente que intenta relacionar el misticismo islámico con el anarquismo. De lo poco que he leído te extraigo este interesante fragmento de las primeras hojas del libro.
"El místico se aleja del teólogo y del hombre religioso. La mística choca indefectiblemente con la religión instituida. Antepone la experiencia a la creencia, lo único que le atañe es el saboreo del vino de Al-lâh, el saboreo de la Realidad, de una conexión interior con todo lo creado. La embriaguez mística genera espacios de liberación y abre nuevos territorios que hacen posible expandir dicha experiencia hasta límites insospechados...
[...]
Se comprende que para muchos no sea nada claro que pueda existir ya no un anarquismo islámico, sino algo así como una mística anarquista, o un anarquismo místico, desde el momento en el cual el anarquismo rechaza de entrada la religión, considerándola como un instrumento de opresión del ser humano. No hace falta decir que el anarquista es radicalmente anticlerical, y en la mayoría de las ocasiones antirreligioso. Está en contra de toda institución que pretenda ejercer un control o gobernar la vida de las gentes. Pero la mística contiene en sí misma la noción de una espiritualidad liberada de las formas, de la tiranía de las instituciones, de los dogmas y de las doctrinas. No una espiritualidad individualista o egocéntrica, que no sería sino una contradicción en términos, mera proyección de nuestro ego, sino una espiritualidad centrada en la experiencia. Es por tanto corporal, material. Una espiritualidad telúrica. Además, existe una conexión histórica entre revolución igualitaria y mística. En la historia europea, componentes anarquistas son visibles en movimientos anabaptistas, adamitas, ranters, cuáqueros... Movimientos milenaristas o revolucionarios que cambiaron el curso de la historia de Europa, con la predicación del milenio igualitario, la abolición de las jerarquías y de la propiedad privada. Los anarquistas pueden reivindicar el ateísmo, incluso el materialismo histórico. Pero no pueden negar que muchos de los valores, ideas e incluso prácticas por ellos propuestas se han dado anteriormente con un lenguaje religioso. Tampoco pueden olvidar las figuras de Lev Tolstoi y Gustav Landauer, entre otros, quienes ya reivindicaron hace más de un siglo la conexión entre mística y anarquismo."
ABDENNUR PRADO. El Islam como anarquismo místico, 2010.
http://www.viruseditorial.net/pdf/islam_como_anarquismo_mistico2.pdf
[1/2]
No me considero en las condiciones necesarias para abordar la cuestión con la hondura que desearía. No obstante, intentaré esbozar suficientemente mi visión al respecto.
Creo que los anarquistas -tomados en puñado- deberían aflojar sus fajas mentales -y digo deberían porque me permito no incluirme y atreverme a enunciar el "deber" de otros-, entre otros respectos en el de la religiosidad. Decir algo así como que un anarquista puede adolecer de fajas mentales tal vez suene escandaloso, pero hasta donde yo veo, ser un decidido abogado de la libertad no le hace a uno más libre, ya que la libertad por la que abogue será primeramente una idea que comportará luego en su revés unos efectos trascendentes a la idea que los hizo nacer y en la que la potencia de ésta nunca se actualizará totalmente ni como se creyó que lo haría, porque hay un natural desbarajuste entre las ideas que nos formamos(lo cual tampoco las hace falsas, es precisamente este natural desbarajuste el que posibilita la contemplación y la captación de algo todavía más certero)y el mundo en que se forman. De la misma manera que uno no es menos ignorante por promocionarse como un enemigo feroz de la ignorancia. Antes bien, con mayor facilidad se tendrá a sí mismo como una excepción de su odiada ignorancia -y no como su primer perjudicado-, tornándose más ignorante todavía que sus enemistades.
He conocido a pocos anarquistas y sin embargo esa escasez numérica daría buena cuenta de la disparidad en que es capaz de devenir una identificación anarquista. He visto entre ellos personas verdaderamente admirables y auténticos zoquetes. Menciono justamente esto para hablar de esos zoquetes que se llenan tanto la boca con la palabra libertad que nada más que balbucean lemas simplistas con los que guían todo su pensamiento y que salen malparados si realizamos ese juzgar por los efectos al que recurres. No me cabe duda de que sus mentes dañadas por una moralina preceptiva (con esto no defiendo la inmoralidad) y por preocupantes obsesiones se vería bien oxigenada por una religiosidad como la de Simone Weil o tantos otros.
[2/2]
La paranoia de ver dominación por todas partes se salda en el anarquista zoquete con estar dominado él mismo a todas horas y antes que por las dominaciones reales, por las de su propia sensibilidad. Tanto es así, que varias veces me salta a la mente con una evidencia nítida la comparación que hacía Nietzsche en 'El crepúsculo de los ídolos' de tal anarquista con su imagen del cristiano.
Quiero puntualizar que cuando reprocho esa estrechez mental no estoy pensando en el autor de este blog, que leo con asiduidad y me queda más que demostrada su autonomía. Sería un agravio gratuito. Mi crítica es en abstracto, sin receptores presentes ni concretos.
A mi juicio, no merece la pena generalizar de cabo a rabo al respecto de ciertos temas sin conocerlos en profundidad, como es de la religiosidad, pues se habla entonces siempre desde el otro lado, desde fuera, como un extranjero frente a un idioma incomprendido. El fruto de esta ignorancia sumada a la paranoia antes dicha resulta en no poder concebir otra espiritualidad que una regida por un Dios despótico, a lo Jehová. Jacques Ellul, una imprescindible recalada en la reflexión sobre la sociedad tecnificada, era inseparablemente anarquista y cristiano.
Tienta también la exposición de cada actitud detestada como un producto condicionado, siendo por último quien expone el único libre de condicionantes. Somos muy pobres en el conocimiento de las heterodoxias religiosas y místicas y precisamente Nietzsche denostaba al burgués de su tiempo que con sus cortas miras, su periódico mañanero, su pequeño placer para el día y la noche, se consideraba superior a los antiguos hombres religiosos a causa de su propia nulidad emocional y mental. Coincido con Bakunin en aquello de que basta un amo en el cielo para que haya mil en la tierra, pero paralelamente al uso político de la religiosidad como control espiritual de las masas, no han sido pocos los casos de heterodoxias que ponían en serio peligro el orden instituido y el modo de vida que le era propio, que no se nutrían en las raíces del desprecio a la existencia, del rencor y la debilidad, sino que apelaban a una transformación libertaria.
Lo paradójico de todo esto es que sigo declarándome como ateo, porque creo que hay que ser ateo hasta las trancas, embeberse de la experiencia del absurdo y caminar sobre ella, para eliminar de antemano todo subterfugio y sus inherentes sensibilidades evasivas.
Aún con esas, considero necesario abrir los ojos, volver la mirada a los recovecos extraños que guarda la historia (¡como esos cristianos hedonistas!) y recogerlos sin cribas, aunque ello exija que hayamos de modificarnos nosotros en vez de conservar nuestros solemnes esquemas tergiversando los objetos de conocimiento.
Recomiendo para un punto de vista diferente de este tema la lectura de una breve conferencia de Rüdiger Safranski titulada 'Teoría sobre el amor y teoría por amor' que se encuentra publicado en 'Heidegger y el comenzar', editado por el Círculo de Bellas Artes, y el librito 'Manifiesto contra el progreso' de Agustín Lopez Tobajas, que no dejará indiferente.
Bueno, tendrías que aclararme qué es eso de "mentes dañadas por una moralina preceptiva". Creo intuir lo que quieres decir, pero las cosas hay que concretarlas; por otra parte, si te refieres a mí, mi perplejidad aumenta.
Mira, es muy sencillo, aquí lo que se considera es que la religiosidad posee unos rasgos eminentemente negativos para el ser humano (creencias, dogmas, veneración...), si alguien me dice que no es eso, pues ya la cosa entra en un terreno ambiguo, que creo que es eso lo que ocurre en estas discusiones); lo que se pretende es invitar a la reflexiòn. Nada más, no hay intención de generalizar ni de estigmatizar a creyentes y religiosos ni nada parecido; se quiere promover el pensamiento crítico, y no creo que las religiones sean el mejor instrumento para ello.
Se me podrán poner todos los ejemplos de gente ejemplar, religiosa o no, pero es que no considero que sea una condición absolutamente determinante para el comportamiento humano; por supuesto, defiendo que la crítica y el conocimiento ayudan al progreso en todos los ámbitos.
Las personas religiosas y los anarquistas forman parte de la pluralidad humana, y creo firmemente en la diversidad; si la religiosidad no es determinante para otorgar carácter, supongo que el anarquismo tampoco (al menos, no ese anarquismo de baratillo que describes). Insisto en que si de algo huyo, es de las generalizaciones.
He visto que has escrito algo más, esto era contestación a tu primer mensaje.
Publicar un comentario