Vivimos en una cultura de la violencia. No nos referimos solo a los numerosos problemas sociales, económicos y políticos, detrás de los cuales se encuentra siempre una u otra forma de violencia, evidente o no. Estamos refiriéndonos a la epidermis de la sociedad; la cultura es una resultante, tantas veces (la excepción es cuando actúa como elemento de transgresión, y no se produce muy a menudo), de aquellos elementos que originan y hacen funcionar la organización social. Los anarquistas siempre han insistido en que el origen del Estado, por muy democrático que se quiera presentar, está en la apropiación de lo ajeno; podemos extender fácilmente esa visión a cualquier forma de poder coercitivo, en su origen está la violencia más intolerable. No obstante, no nos vamos a ocupar en este texto de esa necesaria indagación en los problemas sociales, sino de la resultante a la que nos tenemos que enfrentar a diario: la violencia presente en las manifestaciones culturales, con el ejemplo más evidente del medio televisivo y con la exposición constante incluso a los niños.
Los expertos que se han ocupado de ello afirman que los grandes medios de comunicación, especialmente una televisión que forma parte de la vida cotidiana de la mayoría, actúan como cajas de resonancia; serían, no solo proveedores de imágenes del mundo, también constructores de realidades. La tendencia al espectáculo, incluso en programas (supuestamente) educativos e informativos, hace que se primen tantas veces imágenes cuestionables que ayudan a construir una determinada manera de entender la existencia. Muchos padres, de manera acomodaticia, restan importancia a la exposición más o menos constante de sus hijos a la violencia mediática; insistiremos, que la violencia va mucho más allá de una mera circunstancia concreta, por muy lamentable que sea (y la violencia siempre lo es), e implica también una determinada manera de ver el mundo. Como los medios de comunicación están en manos de personas que priman el ánimo de lucro, por encima de cualquier otro valor, no podemos esperar en este tipo de sociedad que los profesionales tomen conciencia de los posibles efectos perniciosos de los contenidos. Lo que sí podemos hacer es educar a los chavales para afrontar este tipo de contenidos; tan importante es profundizar en los problemas para generar conciencia, y ser capaces de cambiar la realidad, como transformar nuestra manera de recibir la información en una sociedad actual, que no es la que nos gustaría. Máxime, si hablamos de seres humanos que se encuentran todavía en fase de formación (aunque, diríamos, eso debería extenderse a cualquier edad).
Se dice que los chavales, a partír de los 6 años, comienzan a aprender a distinguir la ficción de la realidad; es por eso que se encuentran especialmente sensibles a aprehender de la visión del mundo que tengan los modelos a su alcance (especialmente, padres y maestros). La recomendación para todos los educadores, e incluimos por supuesto a los padres, no es ningún caso reprimir o prohibir, sino algo tan obvio como controlar el tiempo de exposición de los chavales al medio televisivo, conocer qué tipo de programas ven, qué es lo que hacen mientras contemplan la televisión e incluso controlar con quién la ven. Algo elemental es que los niños no pueden exponerse a la televisión sin sistematización alguna, por lo que los expertos concienciados con el problema proponen que sean los mismos chavales los que decidan qué programas ver, pero con la guía de los adultos; el objetivo es que los propios niños se vuelvan más selectivos en el tiempo asignado para ver televisión.
Con el objetivo de que el proceso de recepción sea más reflexivo, el niño puede acabar distinguiendo entre un tipo de actividad u otra y otorgarles así más valor; si se le asigna, por ejemplo, dos horas diarias de televisión, el chaval empieza a respetar el tiempo dedicado a otro tipo de actividades. Los expertos recomiendan que los padres dediquen algo de tiempo para ver televisión con sus hijos, y también para comentar lo que allí se muestra; es importante con quién ve la televisión el niño, ya que éste como receptor aprende de la llamada "comunidad de significación inmediata" (en este caso, con quien observa el medio televisivo). El objetivo es que el niño haga consciente la forma en que ve la televisión, dando respuesta a cosas como cuánto tiempo la ve, con quién, quién comenta con él los programas vistos, que se sienta partícipe del proceso de selección, cuáles son sus preferencias…; el chaval puede volverse más reflexivo si afronta de algún modo todas esas preguntas. Es todo un esfuerzo llevar a cabo un programa educativo así, y de paso autoeducarnos nosotros mismos, pero es la responsabilidad que hemos elegido al tener hijos.
Incluso, aquellos expertos que han profundizado en el tema, recomiendan que es importante que el chaval reconozca ciertas implicaciones de la producción televisiva, ya que esto le ayudará a entender mejor los mensajes y a distinguir entre ficción y realidad; se trata de explicar al educando sobre los códigos empleados en el medio televisivo. Por ejemplo, la estructura dramática que se emplea en ciertos programas viene determinada por las necesidades comerciales de su duración; en el caso de que ésta sea corta, la información será mucho más concisa y simplista que en el mundo real donde intervienen muchos más factores y complejidad. A corta edad, los niños no son capaces de distinguir los códigos narrativos de la televisión; la comprensión y contextualización de lo que sucede en la pantalla hará que los niños mejoren sus procesos de recepción. Es tan sencillo, por ejemplo, como entender que los personajes televisivos suelen ser unidimensionales, sin los matices que poseen las personas reales; desgraciadamente, los chavales suelen adoptar como modelos esos roles simplistas de los medios masivos. De esta manera, a corta edad el niño puede empezar a identificar una determinada historia de ficción, a contrastar los personajes de la misma con personas reales y a distinguir el conflicto que se le plantee buscando alternativas más sólidas.
Respecto a la violencia tan presente en el medio televisivo, incluidos los programas infantiles, la cuestión merece un tiempo de reflexión y, por supuesto, involucrar a los propios niños en ello. La manera de afrontar el problema es tratar de definir la violencia, cualquier acto que suponga el empleo de la fuerza física, y valorar sus consecuencias; así, los chavales pueden identificar las situaciones de violencia, valorarlas y comentarlas. El objetivo es desmitificar los roles presentes en la televisión, incluidos los de los policías, y que los chavales se den cuenta que el mundo no es tan violento como se le presenta en la ficción. Todo esto merece la pena que forme parte de un programa educativo amplio; desgraciadamente, no todo el mundo puede permitirse algo así, por lo que son aconsejables una serie de puntos a los padres: proveer a los hijos de un estilo de vida sano y un ambiente seguro, empezar a tomar el control de la relación de los chavales con los medios de comunicación, no usar la televisión como niñera, prestar atención a los programas que los hijos ven y ver algunos con ellos para comentarlos, ayudar a los hijos a elegir los programas que verán, establecer un tiempo límite para ver televisión, discutir con ellos sobre la violencia presente en el medio, insistir en que la violencia nunca es una solución, buscar la comunicación y cooperación con padres y maestros, encontrar alternativas que el niño puede disfrutar (creatividad artística, lectura, deporte…). No se trata de educar a nuestros hijos en una burbuja, ni de negarles el entretenimiento en absoluto, pero tampoco de que prime la despreocupación dejando la la educación de nuestros hijos en factores externos y arbitrarios; se trata en realidad de ser conscientes y responsables, y tomar así el control sobre manifestaciones culturales tan cuestionables (por ser suave, habría que ser tajantes y decir que perniciosas). Por supuesto, este esfuerzo es paralelo a luchar por cambiar las cosas de raíz, por buscar que los comunicadores y realizadores, del medio televisivo y de cualquier otro, sean también conscientes y responsables de la labor que realizan; tal vez entonces el esfuerzo no deba ser tan grande y logremos educarnos entre todos.
Los expertos que se han ocupado de ello afirman que los grandes medios de comunicación, especialmente una televisión que forma parte de la vida cotidiana de la mayoría, actúan como cajas de resonancia; serían, no solo proveedores de imágenes del mundo, también constructores de realidades. La tendencia al espectáculo, incluso en programas (supuestamente) educativos e informativos, hace que se primen tantas veces imágenes cuestionables que ayudan a construir una determinada manera de entender la existencia. Muchos padres, de manera acomodaticia, restan importancia a la exposición más o menos constante de sus hijos a la violencia mediática; insistiremos, que la violencia va mucho más allá de una mera circunstancia concreta, por muy lamentable que sea (y la violencia siempre lo es), e implica también una determinada manera de ver el mundo. Como los medios de comunicación están en manos de personas que priman el ánimo de lucro, por encima de cualquier otro valor, no podemos esperar en este tipo de sociedad que los profesionales tomen conciencia de los posibles efectos perniciosos de los contenidos. Lo que sí podemos hacer es educar a los chavales para afrontar este tipo de contenidos; tan importante es profundizar en los problemas para generar conciencia, y ser capaces de cambiar la realidad, como transformar nuestra manera de recibir la información en una sociedad actual, que no es la que nos gustaría. Máxime, si hablamos de seres humanos que se encuentran todavía en fase de formación (aunque, diríamos, eso debería extenderse a cualquier edad).
Se dice que los chavales, a partír de los 6 años, comienzan a aprender a distinguir la ficción de la realidad; es por eso que se encuentran especialmente sensibles a aprehender de la visión del mundo que tengan los modelos a su alcance (especialmente, padres y maestros). La recomendación para todos los educadores, e incluimos por supuesto a los padres, no es ningún caso reprimir o prohibir, sino algo tan obvio como controlar el tiempo de exposición de los chavales al medio televisivo, conocer qué tipo de programas ven, qué es lo que hacen mientras contemplan la televisión e incluso controlar con quién la ven. Algo elemental es que los niños no pueden exponerse a la televisión sin sistematización alguna, por lo que los expertos concienciados con el problema proponen que sean los mismos chavales los que decidan qué programas ver, pero con la guía de los adultos; el objetivo es que los propios niños se vuelvan más selectivos en el tiempo asignado para ver televisión.
Con el objetivo de que el proceso de recepción sea más reflexivo, el niño puede acabar distinguiendo entre un tipo de actividad u otra y otorgarles así más valor; si se le asigna, por ejemplo, dos horas diarias de televisión, el chaval empieza a respetar el tiempo dedicado a otro tipo de actividades. Los expertos recomiendan que los padres dediquen algo de tiempo para ver televisión con sus hijos, y también para comentar lo que allí se muestra; es importante con quién ve la televisión el niño, ya que éste como receptor aprende de la llamada "comunidad de significación inmediata" (en este caso, con quien observa el medio televisivo). El objetivo es que el niño haga consciente la forma en que ve la televisión, dando respuesta a cosas como cuánto tiempo la ve, con quién, quién comenta con él los programas vistos, que se sienta partícipe del proceso de selección, cuáles son sus preferencias…; el chaval puede volverse más reflexivo si afronta de algún modo todas esas preguntas. Es todo un esfuerzo llevar a cabo un programa educativo así, y de paso autoeducarnos nosotros mismos, pero es la responsabilidad que hemos elegido al tener hijos.
Incluso, aquellos expertos que han profundizado en el tema, recomiendan que es importante que el chaval reconozca ciertas implicaciones de la producción televisiva, ya que esto le ayudará a entender mejor los mensajes y a distinguir entre ficción y realidad; se trata de explicar al educando sobre los códigos empleados en el medio televisivo. Por ejemplo, la estructura dramática que se emplea en ciertos programas viene determinada por las necesidades comerciales de su duración; en el caso de que ésta sea corta, la información será mucho más concisa y simplista que en el mundo real donde intervienen muchos más factores y complejidad. A corta edad, los niños no son capaces de distinguir los códigos narrativos de la televisión; la comprensión y contextualización de lo que sucede en la pantalla hará que los niños mejoren sus procesos de recepción. Es tan sencillo, por ejemplo, como entender que los personajes televisivos suelen ser unidimensionales, sin los matices que poseen las personas reales; desgraciadamente, los chavales suelen adoptar como modelos esos roles simplistas de los medios masivos. De esta manera, a corta edad el niño puede empezar a identificar una determinada historia de ficción, a contrastar los personajes de la misma con personas reales y a distinguir el conflicto que se le plantee buscando alternativas más sólidas.
Respecto a la violencia tan presente en el medio televisivo, incluidos los programas infantiles, la cuestión merece un tiempo de reflexión y, por supuesto, involucrar a los propios niños en ello. La manera de afrontar el problema es tratar de definir la violencia, cualquier acto que suponga el empleo de la fuerza física, y valorar sus consecuencias; así, los chavales pueden identificar las situaciones de violencia, valorarlas y comentarlas. El objetivo es desmitificar los roles presentes en la televisión, incluidos los de los policías, y que los chavales se den cuenta que el mundo no es tan violento como se le presenta en la ficción. Todo esto merece la pena que forme parte de un programa educativo amplio; desgraciadamente, no todo el mundo puede permitirse algo así, por lo que son aconsejables una serie de puntos a los padres: proveer a los hijos de un estilo de vida sano y un ambiente seguro, empezar a tomar el control de la relación de los chavales con los medios de comunicación, no usar la televisión como niñera, prestar atención a los programas que los hijos ven y ver algunos con ellos para comentarlos, ayudar a los hijos a elegir los programas que verán, establecer un tiempo límite para ver televisión, discutir con ellos sobre la violencia presente en el medio, insistir en que la violencia nunca es una solución, buscar la comunicación y cooperación con padres y maestros, encontrar alternativas que el niño puede disfrutar (creatividad artística, lectura, deporte…). No se trata de educar a nuestros hijos en una burbuja, ni de negarles el entretenimiento en absoluto, pero tampoco de que prime la despreocupación dejando la la educación de nuestros hijos en factores externos y arbitrarios; se trata en realidad de ser conscientes y responsables, y tomar así el control sobre manifestaciones culturales tan cuestionables (por ser suave, habría que ser tajantes y decir que perniciosas). Por supuesto, este esfuerzo es paralelo a luchar por cambiar las cosas de raíz, por buscar que los comunicadores y realizadores, del medio televisivo y de cualquier otro, sean también conscientes y responsables de la labor que realizan; tal vez entonces el esfuerzo no deba ser tan grande y logremos educarnos entre todos.
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