Este libro, Anarquistas y marxistas en la Primera Internacional. Un debate entre Francisco Tomás y Pablo Iglesias,
editado por Juan Pablo Calero recoge las dos series de artículos, junto a
otros documentos de interés, que nos hacen comprender los orígenes del
movimiento obrero en España, dentro de una polémica para transformar la
sociedad, que llega hasta nuestros días.
Después de que Giuseppe Fanelli llegara a España, aquel otoño de 1868, la facción libertaria dentro del movimiento obrero iría cobrando importancia con la creación de la Federación Regional Española. Pocos años después, la ruptura entre los partidarios de Bakunin, antiautoritarios, y los de Marx, centralistas, será definitiva. Aquel debate entre Francisco Tomás y Pablo Iglesias, supondría la definitiva y abrupta ruptura entre unos y otros. Como es sabido, la Primera Internacional surge tras el triunfo de las revoluciones burguesas, que consolidaron en la segunda mitad del siglo XIX un régimen liberal y capitalista en Europa Central y Occidental. Por supuesto, el movimiento obrero vio que, tras ayudar a erradicar el Antiguo Régimen, su situación no había mejorado en el sistema burgués. Enseguida, los trabajadores comprendieron que sus intereses divergían con los de la clase burguesa, por lo que fueron tomando conciencia como demuestran los hechos de la Comuna de París (1871) o la propia creación de la Primera Internacional. En 1868, la crisis del sistema provocó el fin momentáneo de la monarquía y una revolución democrática, el llamado Sexenio, periodo en el que Juan Pablo Calero considera que todos los regímenes políticos fueron posibles, incluidos los sueños de emancipación de la clase trabajadora.
El debate que se produce en España dentro de la Internacional, en 1882, entre Francisco Tomás, representante de la facción libertaria, y Pablo Iglesias, partidario de una visión centralista y parlamentaria, tiene una continuidad en la historia que llega hasta nuestros días. Los socialistas pensaban que era posible realizar transformaciones sociales dentro del sistema burgués y liberal, mientras que los anarquistas consideraban que la verdadera revolución solo llegaría media la presión social e intervención del conjunto de los desfavorecidos. La ideología predominante en España, después de la revolución de 1868, sería el republicanismo federal, con algunos puntos en común con las ideas libertarias. Los obreros seguidores de Bakunin comprenderán que el Estado es igualmente un instrumento de clase, lo que les separa ya claramente de los marxistas. Por otro parte, a un nivel ideológico, los libertarios españoles se vieron influidos por autores socialistas como Cabet y, sobre todo, Proudhon; tan importante o más que las ideas, era un ambiente social intolerable, que ayudará a que el anarquismo eche definitivamente raíces. Como es lógico, los republicanos, a pesar de estar igualmente divididos entre centralistas y federalistas, no deseaban ocuparse la cuestión social, máxima preocupación de los libertarios. Esta situación sería el germen para lo que se convertirá unos años después en España en el movimiento anarquista más importante del mundo.
Aquella controversia entre Tomás e Iglesias, que evidencia las profundas divergencias ideológicas entre unos y otros, será el punto de partida para la definitiva ruptura en el seno de la Internacional. En su segunda edición, la Internacional se articulará ya a través de partidos políticos, en lugar de sindicatos. La Tercera Internacional, ya después de la Primera Guerra Mundial y con neto control comunista, supondrá una nueva ruptura, esta vez entre marxistas. Paralelamente, renacería una Internacional de rasgos libertarios con la Asociación Internacional de Trabajadores. En la actualidad, máxime con el fracaso de los regímenes que pretendían construir el socialismo a través del Estado, la intención de transformar la sociedad a través de la participación política enfrentada al trabajo libertario en los movimientos sociales es un debate de plena vigencia. Volviendo a la controversia entre Tomás e Iglesias, tal y como lo expresa Calero, sorprende el lenguaje duro y al mismo tiempo emotivo de los protagonistas, muy lejos del academicismo de los políticos de hoy en día. Por otro lado, asombrará igualmente la dimensión moral y apasionamiento, tanto en la conducta personal como en el pensamiento político; ambos, sin duda, estaban convencidos de que sus ideas acabarían transformando la sociedad.
Después de que Giuseppe Fanelli llegara a España, aquel otoño de 1868, la facción libertaria dentro del movimiento obrero iría cobrando importancia con la creación de la Federación Regional Española. Pocos años después, la ruptura entre los partidarios de Bakunin, antiautoritarios, y los de Marx, centralistas, será definitiva. Aquel debate entre Francisco Tomás y Pablo Iglesias, supondría la definitiva y abrupta ruptura entre unos y otros. Como es sabido, la Primera Internacional surge tras el triunfo de las revoluciones burguesas, que consolidaron en la segunda mitad del siglo XIX un régimen liberal y capitalista en Europa Central y Occidental. Por supuesto, el movimiento obrero vio que, tras ayudar a erradicar el Antiguo Régimen, su situación no había mejorado en el sistema burgués. Enseguida, los trabajadores comprendieron que sus intereses divergían con los de la clase burguesa, por lo que fueron tomando conciencia como demuestran los hechos de la Comuna de París (1871) o la propia creación de la Primera Internacional. En 1868, la crisis del sistema provocó el fin momentáneo de la monarquía y una revolución democrática, el llamado Sexenio, periodo en el que Juan Pablo Calero considera que todos los regímenes políticos fueron posibles, incluidos los sueños de emancipación de la clase trabajadora.
El debate que se produce en España dentro de la Internacional, en 1882, entre Francisco Tomás, representante de la facción libertaria, y Pablo Iglesias, partidario de una visión centralista y parlamentaria, tiene una continuidad en la historia que llega hasta nuestros días. Los socialistas pensaban que era posible realizar transformaciones sociales dentro del sistema burgués y liberal, mientras que los anarquistas consideraban que la verdadera revolución solo llegaría media la presión social e intervención del conjunto de los desfavorecidos. La ideología predominante en España, después de la revolución de 1868, sería el republicanismo federal, con algunos puntos en común con las ideas libertarias. Los obreros seguidores de Bakunin comprenderán que el Estado es igualmente un instrumento de clase, lo que les separa ya claramente de los marxistas. Por otro parte, a un nivel ideológico, los libertarios españoles se vieron influidos por autores socialistas como Cabet y, sobre todo, Proudhon; tan importante o más que las ideas, era un ambiente social intolerable, que ayudará a que el anarquismo eche definitivamente raíces. Como es lógico, los republicanos, a pesar de estar igualmente divididos entre centralistas y federalistas, no deseaban ocuparse la cuestión social, máxima preocupación de los libertarios. Esta situación sería el germen para lo que se convertirá unos años después en España en el movimiento anarquista más importante del mundo.
Aquella controversia entre Tomás e Iglesias, que evidencia las profundas divergencias ideológicas entre unos y otros, será el punto de partida para la definitiva ruptura en el seno de la Internacional. En su segunda edición, la Internacional se articulará ya a través de partidos políticos, en lugar de sindicatos. La Tercera Internacional, ya después de la Primera Guerra Mundial y con neto control comunista, supondrá una nueva ruptura, esta vez entre marxistas. Paralelamente, renacería una Internacional de rasgos libertarios con la Asociación Internacional de Trabajadores. En la actualidad, máxime con el fracaso de los regímenes que pretendían construir el socialismo a través del Estado, la intención de transformar la sociedad a través de la participación política enfrentada al trabajo libertario en los movimientos sociales es un debate de plena vigencia. Volviendo a la controversia entre Tomás e Iglesias, tal y como lo expresa Calero, sorprende el lenguaje duro y al mismo tiempo emotivo de los protagonistas, muy lejos del academicismo de los políticos de hoy en día. Por otro lado, asombrará igualmente la dimensión moral y apasionamiento, tanto en la conducta personal como en el pensamiento político; ambos, sin duda, estaban convencidos de que sus ideas acabarían transformando la sociedad.
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