lunes, 29 de junio de 2009

La "inevitable" ley de la jungla

Me sorprende, negativamente como es obvio, la opinión manifestada en la lista de correo de cierto grupo ateo cibernético (por suerte, empiezan a proliferar federaciones y grupos ateos, y librepensadores, por doquier). La cosa viene provocada por la hipocresía de la Iglesia Católica con la pena de muerte, lo que suscita un debate de mayor o menor interés (la mayoría de las opiniones, como es lógico, derivan en la usurpación que ha hecho la religión de la moralidad y de la ética y el considerar que éstas son anteriores a la religión y, por lo tanto, no la necesitan). Pero mi sorpresa se produce con la afirmación de cierto fulano, parece que un hombre de cierta edad, taxativamente a favor de la llamada pena capital y, para reforzar su argumento, suelta nada menos que el temor a ser ejecutado es para él un freno para asesinar a otro ser humano. Y, no solo eso, sino que se atreve a burlarse de los que somos contrarios a semejante barbaridad, "utópicos" y "memos" nos llama (?), al imaginar que nos encontramos con esa realidad (creo entender que se refiere a contemplar cómo un ser humano más o menos normal acaba matando a otro). Este tipo asegura estar a favor de la "moral del jungla" (o "ley de la selva", muy original), una suerte de social-darwinismo de base hobbesiana quiero entender yo (claro, que lo mismo caigo en eso tan común de etiquetar, y la cosa es mucho más básica). El caso es que después de algún que otro insulto, el hombre, que dice ser ateo convencido y manifestar sus puntos de vista desde esa posición, afirma no querer molestar a nadie y simplemente dar un punto de vista, que ya a priori considera diferente al de la mayoría (en este caso, afortunadamente "diferente", digo yo). Otro interviniente, felicita al susodicho amante de la moral selvática y sostiene que él también opina que exterminar a unas cuantas personas le haría mucho bien a la sociedad, pero que desgraciadamente la pena capital la suelen sufrir personas que no la merecen (la oposición no tendría aquí una base moral y sí iría dirigida al margen de error de las ejecuciones, algo que me he encontrado bastantes veces en estas discusiones). Es más, las opiniones del referido sustentador de la ley del más fuerte (o más "cojonudo", añado yo) pretende tener una base natural y biológica, y no sé que símil utliza de la lucha encarnizada que están teniendo los glóbulos blancos en su cuerpo contra los perniciosos microbios (naturalmente, no puede ser él neutral y pacifista ante semejante y justa batalla). Como es sabido por todos, en la vida y en las sociedades ocurre exactamente lo mismo (de quién es "glóbulo blanco" y de quién "microbio", no dice nada, aunque se intuye). Se empiezan a ver por dónde van los tiros, cuando acaba su argumentario recordando a Rousseau y a su "buen salvaje" ("era antropófago", es el irónico colofón). El caso es que mi sorpresa es tan mayúscula al encontrarme con semejante opinión en cierto foro (claro, que lo mismo son mis prejuicios), que intervengo, no exento de cierto pudor en mis palabras (que me producen siempre los temas morales, aunque no lo parezca e insista mucho en ello):
"La verdad es que resulta sorprendente escuchar según qué opiniones. Sí me gustaría reiterar mi oposición a la pena de muerte desde un punto de vista moral y compasivo (o no vengativo); no creo que ello me convierta en ninguna de esas etiquetas que aquí se han dicho (cristiano, comunista, utópico, etc.), afortunadamente la vida es más compleja que todo eso. Si solo quisiéramos ser pragmáticos o utilitaristas (aunque, también puede ser discutible esa posición), pues tal vez habría que pensar en "exterminar" a unos cuantos o en abrirle la cabeza a más de uno a diario, pero quiero pensar que es posible una moralización de la sociedad y una profundización en las cosas (sin idealismos ni utopías irrealizables).
En cuanto a esa moral de "todos contra todos" hobbesiana, no es que sea terrible, es que es una concepción del ser humano un poquito fatalista (lo cual, aseguro, no me lleva a Rousseau, tenemos una tendencia hacia el maniqueísmo bastante irritante). No tengo nada que demostrar al respecto más allá de mi praxis diaria, como nadie me va a demostrar a mí que esa especie de social-darwinismo sea inevitable. Soy ateo, entre otras muchas cosas, porque no creo en ningún determinismo por parte de nuestra naturaleza (sí es posible que al hombre le condicione enormemente el medio). Una mayor expansión de la moral y de la razón, confiar en el progreso (algo tan denostado), mirar al futuro para mejor, son cosas es que confío (no hablo de una creencia ciega de índole religiosa) y no acepto ese ateísmo meramente nihilista (y mira que me gusta leer a Stirner)".
Mi intervención es comedida, no me gustan los insultos ni las estridencias. Bienvenido sea el debate, aunque tantas veces resulte más bien baladí y solo refuerce posiciones antitéticas (lo cual no tiene porque ser malo, pero en cuestiones de moral resulta delicado). Solo matizar una cosa, mi posición algo ambigua hacia lo que se considera "utópico", una palabra que para mí solo es rechazable cuando se identifica con una ideal inalcanzable (lo cual ya resulta cuestionalbe de por sí, ya se sabe "la utopía de ayer es la realidad de mañana"), pero que es tan utilizada como argumento para anular el progreso, que a mí mismo no me gusta utilizar a la ligera (y acabo pareciendo casi opositor a la "utopía").

sábado, 27 de junio de 2009

Las aspiraciones educativas del anarquismo

Es conocida la gran confianza que el anarquismo otorga a la educación, al pensamiento crítico permanente en la persona (una especie de educación inacabable) y al combate constante contra el principio de autoridad. No puede negarse la gran baza que siguen poseyendo las ideas antiautoritarias en el comienzo del siglo XXI, si echamos un vistazo a este texto de Jean Grave escrito hace más de un siglo: "El sistema cuyo resultado era modelar la conciencia según el deseo de los educadores, matar la iniciativa del educado y llenarle la cabeza de ideas hechas, para lo que solamente se necesita memoria y nada de espíritu crítico, ha hecho muy bien el negocio de cuantos han tomado como misión dirigir a la humanidad, y por esa razón, para ellos poderosa, no han intentado modificar el sistema, sino perfeccionarlo en ese sentido. La tarea de los educadores de la juventud fue siempre la de inculcar el espíritu de obediencia y de sumisión a los amos: curas, graduados de todas las especies, civiles o militares, juez, policía, diputado, rey o portero con galones". Tampoco pienso que haya que quitarle demasiada razón a Bakunin en el siguiente texto: "El principio de autoridad en la educación de los niños constituye el punto de partida natural; es legítimo y necesario cuando se aplica a las criaturas de corta edad, cuando su inteligencia no se encuentra aún en modo alguno desarrollada; mas como el desarrollo de todo e igualmente de la educación implica una superación sucesiva del punto de partida, este principio debe ser gradualmente disminuído a medida en que la educación y la instrucción de los niños avanza para dar lugar a su libertad ascendente". Más delicado es el siguiente párrafo del gigante ruso, pero no exento de belleza y con una tendencia que deberíamos tener en cuenta en nuestras vidas: "Toda educación racional no es en el fondo más que esa inmolación progresiva de la autoridad, en beneficio de la libertad, el formar hombres libres y llenos de respeto y amor hacia la libertad ajena". Hablar de "formación" y de "educación racional" implica llenar de contenido a algo que, por otra parte, resulta incuestionable: otorgar valores, combatir la estupidez, la ignorancia la mezquindad, tender en definitiva hacia el desarrollo pleno, hacia el "ideal". Una educación racionalista (o, para no ser acusados de anacrónicos, en la que la razón encuentre un gran horizonte alejado del dogmatismo) y antiautoritaria es esencial para transformar la sociedad y para que el ser humano encuentre un camino de perfección y de solidaridad (apoyo mutuo). Desgraciadamente, todos hemos sido impregnados de una educación autoritaria, tremendamente limitada, a lo que se une los diferentes y complejos temperamentos que poseen los seres humanos, por lo que el proceso de aprendizaje hemos tratado de alcanzarlo (si es que lo hemos, al menos, intentado) de un modo o de otro. El amor por la cultura y por la moral son para mí, parte indiscutible del amor por la vida (llámese "hedonismo" si se quiere, palabra que no me disgusta, siempre y cuando encuentre un equilibrio con los valores y con la pasión creativa). Hay que despertar en los seres humanos, empezando por nosotros mismos, la pasión por la libertad. Tal vez exista cierta tendencia en el ser humano hacia el autoritarismo y la violencia, pero no cabe ninguna duda que junto a la tendencia hacia la emancipación y la solidaridad, por lo que estos valores pueden contrarrestar aquellos. Ya Proudhon, a pesar de ser tan conservador para según qué cosas, afirmó tres condiciones pedagógicas: "Primero, que el sujeto tenga conciencia de sí mismo, de su dignidad y valor social, de las funciones a que tiene derecho a aspirar, de los intereses que representa o personifica. Segundo, que como resultado de esta autoconciencia afirme la idea en toda su extensión y con todas sus fuerzas. Tercero, que de esta idea pueda deducir siempre conclusiones prácticas". La gran confianza que ciertos anarquistas otorgaron a la naturaleza y a la capacidad racional del ser humano, les llevó a considerar que sería la vida la gran escuela, la única gran autoridad a respetar. Planteamiento excesivo, matizable en muchos aspectos, y contrarrestable con nuestra incuestionable capacidad también de controlar el medio (que no de destruirlo) y a aquella parte de la naturaleza no tan beneficiosa (algo obvio). La educación es algo complejo, no cabe duda, pero el anarquismo lo ha tenido claro al considerar "integral" el proceso, con unos valores amplios, humanistas y racionales, muy acaparados, pervertidos o reducidos, por otras escuelas. En cualquier caso, la praxis siempre ha sido la gran prueba, sin ella no hay teoría posible. También Proudhon afirmó: "un solo libro meditado, vivido y escrito puede destruir en un abrir y cerrar de ojos el trabajo de veinte siglos de despotismo y la conjuración de las castas". Pero el amor por la cultura y por la praxis la quieren los libertarios para el conjunto de la sociedad, no constituye ninguna práctica erudita y elitista que se practique en un círculo cerrado. El anarquismo va a por todas en la sociedad, en su horizonte antiautoritario y verdaderamente anticlasista. Es conocida la teoría de Rocker sobre que el Estado (el nacionalismo político) obstaculiza el desarrollo cultural, por lo que la cultura anarquista es tan individual como comunitaria. Mientras un solo ser humano no haya tenido acceso a su pleno desarrollo y emancipación, no puede decirse que la sociedad sea libertaria. La confianza en el saber y la cultura, y en el reconocimiento moral que otorgarán a cada persona, es tal vez excesiva, pero un camino indudable en el ideal libertario (que, para mí, constituye la más elevada aspiración humana). La guerra constante contra el embrutecimiento (que se sigue dando, debido a la banalización y a la falta de reflexión, en sociedades que llamamos avanzadas) es una constante para las ideas libertarias y su profundización en los males de la sociedad (en todo aquello que determine al ser humano y le impida desarrollarse, moralizarse y tomar sus propias decisiones). Se rechaza esa división que divide a los hombres en una clase intelectual y en otra subordinada a ella; si tal distinción es contraria o no a la naturaleza (como afirmaba Godwin) puede ser discutible, pero es obviamente injusta y erradicable. Todos estos valores educativos se manifiestan en mayor o menor medida en las diferentes escuelas políticas modernas, pero a excepción del anarquismo todas acaban obstaculizando y traicionando el proceso ilustrador al confiar en aparatos autoritarios y en élites que toman las decisiones. El tutelaje es otro enemigo del anarquismo, misma cara o contraria del autoritarismo, aunque matizable en lo que atañe a aquellas personas que no pueden aspirar a un plena autonomía por determinadas condiciones. La emancipación y la instrucción son dos conceptos, en definitiva, que pueden ir unidos sin entendemos el anarquismo como esa tendencia moderna ilustradora que aspira a otorgar un mayor horizonte a la razón, la moral y el humanismo.

jueves, 25 de junio de 2009

Egoísmo y apoyo mutuo, extremos de la antinomia

Kropotkin dijo "una de las mayores conquistas de la civilización moderna es precisamente el sentimiento de la comunidad íntima de los pueblos". Si esta afirmación es correcta, y creo que podemos así considerarla, el anarquismo se coloca una vez más como la teoría política y ética más profunda. Su concepción de la libertad no puede ser tan limitada como la del liberalismo democrático, el derecho a vivir la vida plenamente debe ser una realidad en la práctica para todos los miembros de la sociedad (donde no cabe la explotación, el determinismo económico en manos de unos pocos y ningún tipo de privilegio). El anarquismo es la única vertiente socialista sin un pasado ominoso y con un futuro esperanzador, el único socialismo que ha puesto su confianza en el ser humano sin sacrificarle a ninguna instancia superior ni dejar su suerte en supuestas lecturas históricas o filosóficas ajenas a su voluntad (la del hombre, o mejor, la de los individuos para no caer en abstracciones). Ya Bakunin advirtió que un socialismo sin libertad es esclavitud y brutalidad; como vemos en la democracia liberal, la libertad sin socialismo es privilegio e injusticia. Pero Ricardo Mella también afirmó algo que quizá erosione algo los prejuicios sobre el anarquismo; los llamados individualistas anarquistas quedarían cojos en su deambular revolucionario, pero forman parte del programa anarquista, precisamente la organización social justa vendría a paliar la relatividad humana. El individualismo insolidario (explotador y autoritario) y el totalitarismo (de partido único o con apariencia multipartita, seudoplural, de Estado en definitiva), entendidos como extremos igualmente erróneos, son rechazables para el anarquismo; si el ser humano debe realizarse siempre en sociedad, no puede ver sacrificada, por otra parte, en ninguna forma organizativa su libertad personal. Es una paradoja, o mejor una antionomia si queremos utilizar la terminología de la tradición ácrata, que debe resolver el anarquismo. Desde sus orígenes modernos, el anarquismo ha insistido en estos puntos: su confianza en cierta Revolución Social, pero la densa acérrima de la libertad individual. Algunos autores anarquistas, en mi opinión con cierta lectura espiritual y religiosa del anarquismo (de sus propuestas morales al menos) han rechazado tajantemente el individualismo de Stirner. Si se quiere buscar una lectura hobbesiana en El único y su propiedad es posible que algunos de los numerosos asertos que forman el libro lo confirmen. Pero me parece una lectura reduccionista (y tal vez injusta para el autor). El anarquismo puede considerarse ecléctico en su búsqueda de la emancipación social y personal, y no es raro que Stirner haya sido de tanto interés en la tradición ácrata, y no lo haya perdido en mi opinión en la actualidad. Su consideración de que cada ser humano tiene una personalidad única es netamente libertaria y sería de gran ayuda su lectura al día de hoy, en que gran parte de la humanidad privilegiada se consume en problemas de índole sicológica consumiendo, entre otras muchas cosas cuestionables, libros de autoayuda de lectura más bien epidérmica (estos libros deberían ser síntoma no solo de malestar del tipo que sea, también de una evidente pérdida de valores y de nivel cultural). Para esa otra gran parte de los seres humanos, los cuales no poseen ni el bienestar fisiológico mínimo, es necesaria una transformación radical en lo sociopolítico en la que no quepa ni el autoritarismo ni la falta de acceso a los medios productivos (un socialismo de índole libertaria, anarquismo, vaya). Decía que el rechazo a Stirner no me parece de recibo, su negación de toda abstracción (dominación política o religiosa), en la que también cabía la sociedad y el socialismo (al ir tan lejos este hombre y no hacer propuesta concretas sociales, pasa lo que pasa), es de una importancia fundamental como contrapeso a una organización social en la que siempre correrá el peligro de formarse cierta autoridad coercitiva (en el hecho social o en la mente de las personas). El egoísmo (en lo individual, entendido como forma de desarrollo) no me parece pues un enemigo de la sociedad libertaria, más bien un contrapeso a su moral del apoyo mutuo (extremedamente importancia en o social). El enemigo claro del anarquismo es el autoritarismo (que no cierta autoridad) y el privilegio (claros compañeros de viaje), su rechazo a toda instancia que lo instaure (aunque se llame temporal) ha sido claro. Bakunin dijo, y estoy con él. que nada hay más peligroso para el desarrollo moral del hombre que el hábito de mando. Es éste un punto también muy interesante en la visión anarquista, y no resuelto (ahí, las ideas libertarias tienen mucho que decir), el cómo la jerarquización social afecta al ambiente en que se "desarrolla" el ser humano. En mi opinión el anarquismo es, por supuesto, una forma de organización social, pero una en la que la vigilancia contra el desarrollo de toda autoridad coercitiva debe ser un hecho; para ello, será importante la organización de abajo arriba y su focalización constante en lo social. Normas, reglamentos, leyes si se quiere, son necesarios para organizarse. Pero resultarían solo detestables si manan de una instancia ajena a la organización social, si se convierten en símbolos del privilegio y/o en obstáculos para el progreso social o si terminan arrastrando a las minorías. La conquista de la libertad, que el anarquismo pone en la organización social, y la propia moralización de la sociedad son otros de los puntos fuertes en los que creo que se puede insistir como contrapeso a todo forma de dominación política (la palabra Estado sigue teniendo demasiadas connotaciones para muchas personas).

lunes, 22 de junio de 2009

La base autogestionadora del federalismo ácrata

El hombre es sociable, no cabe duda, necesita relacionarse con los demás y necesita al menos el aprecio de un parte de la sociedad. Pero, siendo esto así, por qué no ha bastado hasta el día de hoy esta tendencia para moralizar y para humanizar a cada individuo (o, al menos, para que el conjunto influya positivamente sobre cada miembro). Creo que a eso se refería Bakunin cuando venía a decir que el problema era que la misma sociedad no había sufrido esa moralización, incluso los hombres más fuertes e inteligentes reciben su influencia. El anarquismo apuesta por la asociación, por la buena asociación, en la que la moral del apoyo mutuo sea un hecho y ello impregne al conjunto de los miembros. La asociación del anarquismo es el federalismo, alternativa a todo centralización estatal, la cual asegura la libertad de los grupos y de los individuos como última célula asociada. La administración de los asuntos socioeconómicos bien podrían llevarla a cabo grupos reducidos y funcionales, evitándose así el centralismo burocrático y anulándose todo autoritarismo (de grupos o de individuos). Los secretariados, como bien se ha demostrado de manera práctica en el movimiento libertario español, se instaurarían de forma coordinada. En la base del federalismo está la autogestión, palabra clave para el anarquismo. Una alternativa al nacionalismo político la tiene el anarquismo en la confederación geográfica de regiones. Proudhon quiso ver el siglo XX como la llegada definitiva de la era de las federaciones, sin que la cuestión se haya resuelto claramente a comienzos del siglo XXI (el federalismo tiene tantas connotaciones diversas, que difícil es decidir lo más exitoso en él, en lo que sí habría que insistir es en la base autogestionadora, que es lo que le da sentido a la sociedad libertaria). Para Proudhon el federalismo es sinónimo de pacto, según el cual los grupos tienen obligaciones recíprocas respecto a determinados asuntos, cuya gestión la llevarían a cabo los delegados de la federación. Pero las atribuciones de estos delegados (de la federación) jamás superarían en número a las de los grupos municipales o provinciales, y la de éstas a su vez tampoco excederan a las de los individuos. Si no fuera así, la federación se convertiría en centralización. Los contratantes se reservarían siempre una parte mayor de soberanía de la que ceden. Pero no todos los federalismos son iguales dentro de la tradición ácrata. El optimismo comunista de Kropotkin le llevó a considerar que toda suerte de retribución moriría con la sociedad capitalista, la posesión común de los medios de producción llevaría necesariamente al goce en común de la labor común. Kropotkin consideró que Proudhon había mantenido la propiedad individual como garantía del individuo frente al Estado, pero la propiedad común y la abundancia productiva haría innecesaria tanto aquella como alguna forma de salario (propia de toda organización estatal resultante del comunismo centralista). Kropotkin consideraba que no puede hacerse ninguna distinción entre las obras de cada persona, fraccionarlas y medirlas lleva al absurdo. Su propuesta es poner las necesidades por encima de las obras y reconocer el derecho a la vida en primer término. La primacía de lo humanista sobre lo legal llevaría a una sociedad y a un hombre nuevos. La visión federalista de Bakunin parece tener su punto de partida en el voluntarismo. La organización se haría de abajo arriba, de la comuna en su base, absolutamente autónoma, a la unidad central del país gracias a la federación. El requisito indispensable es que existan entre ellas un intermediario autónomo (departamente, región, provincia...). Las provincias estarían formadas por una federación de comunas autónomas (con libertad absoluta de organizarse y de elegir a sus representantes). Jean Grave dijo: "la federación busca reducir el tiempo necesario para la producción de objetos indispensables a la satisfacción de nuestras necesidades materiales; aumentar el consagrado al estudio, la observación o al goce, hacer que el trabajo necesario no sea más que una necesidad higiénica y no una dolorosa fatalidad". El federalismo y la descentralización son parte incuestionable de las propuestas ácratas, lo cual no significa necesariamente que se enfrente a las grandes aglomeraciones urbanas (en las que incluso la producción puede estar perfectamente descentralizada). No creo que puede afirmarse tajantemene que, ya no apelando a una cuestión ética y humana (primordial en el anarquismo), sino al mero utilitarismo técnico, la centralización estatal o capitalista sean más eficaces en lo productivo. La producción anarquista, y tenemos el mejor ejemplo en la revolución iniciada al comienzo de la Guerra Civil Española, puede tener un perfecto control y rigor. El federalismo autogestionador, enemigo de todo aparato de poder y de toda centralización, lo que sí supone es un transformación radical de nuestra concepción vital. Llámese "revolución" si se quiere, pero no es una visión en absoluto anacrónica (palabra tan utilizada por una falsa concepción de progreso).

sábado, 20 de junio de 2009

La moral anarquista, personal y comunitaria

El apoyo mutuo es algo que forma parte incuestionable de la moral anarquista, aunque el egoísmo stirneriano y su aparente nihilismo (que, en cualquier caso, no sé si lo podemos considerar simplemente como "ausencia de moral") permanece como un referente interesante para salvaguardar la libertad individual y el desarrollo personal. La moral es algo innato en el ser humano, e insistir en una tensión permanente entre la solidaridad del apoyo mutuo (para el bienestar de la sociedad y de sus miembros) y me parece fundamental el egoísmo bien entendido como desarrollo individual de nuestras facultades creativas y como enemigo de toda peligrosa abstracción, que acabe sacralizando una idea y ahogando al individuo (entendido cada ser humano como "único") en ella. Incluso en la época de mayor ausencia de valores, la moral asoma de una manera o de otra y encaminarla hacia las mejores formas de apoyo mutuo resulta esencial para una sociedad auténticamente libertaria. Pero no estoy de acuerdo en identificar egoísmo simplemente con inmoralidad, al menos no de la forma en que lo quiso ver Stirner (un autor siempre complejo al que no hay que hacer lecturas simplistas ni exijirle todas las respuestas en su clara ausencia de visión sociopolítica). El egoísmo puede ser insolidario, explotador, síntoma de una sociedad que tiende a aislar al individuo y a clamar constantemente "sálvese el que pueda", pero también puede ser una permanente tensión libertaria en lo personal, en una sociedad en la que debe asegurarse tanto la justicia (término que Stirner seguro que consideraba abstracto, pero que debe tener un sentido concreto en la actividad social y económica, tal vez con otros nombres que recojan los actos más nobles) como la pluralidad. El anarquismo es claramente una ética personal y comunitaria, su ley del apoyo mutuo (llámese solidaridad si se quiere, aunque puede ser también un desarrollo de nuestra capacidad de empatizar) reclama un entendimiento constante entre las personas en todos los planos de la vida, pero necesita también el mayor reconocimiento en el individuo de su desarrollo personal. Esta tensión parecía ya estar en Godwin, cuando reclama una libertad de expresión y de convivencia, no como simples derechos, sino como elementos esenciales para el logro de una moral comunitaria. En la tradición anarquista, no faltan los que han defendido la moralización que debe producirse tanto en las asociaciones libertarias como en la misma sociedad. Es una visión importante, pero insistiendo en la condición de "únicos" de cada personalidad, en la negación de toda abstracción totalizadora, incluso en las diferentes lecturas de la moralidad (sin que eso suponga un relativismo simplista y negador de valores sólidos inherentes al anarquismo). El ser humano es inequívocamente moral, la tarea de llevar a cabo una sociedad anarquista (o, al menos, en la que estén muy presentes los valores libertarios) pasa por buscar el horizonte más bello en ese aspecto. No cabe, resulta obvio por ser una visión conservadora, una concepción meramente inicua de la condición humana, pero tampoco necesariamente un optimismo situado en el extremo opuesto. El ser humano también es social, está condenado a entenderse con el otro (no necesariamente a dominarle), forma parte de una comunidad en la que se produce también su desarrollo, por lo que buscar un equilibrio entre lo individual y lo comunitario, sin ninguna instancia coercitiva ni explotadora que actúe inhibiendo alguno de los dos polos, no forma parte de ninguna utopía. Frente a las acusaciones de utopistas que se hacen frecuentemente a los anarquistas, habría que contestar que lo verdaderamente utópico es alcanzar el ideal humano más noble (la perfección), pero que su persecución no puede hacerse nunca por medios autoritarios (un desastre en la historia de la humanidad) y que la negación de tratar de acercarse a esas bellas ideas es simplemente mezquindad, supone condenar a gran parte de los seres humanos a la humillación y la necesidad. La utopía, palabra denostada que a mí no me gusta tampoco utlizar con demasiada facilidad, forma parte de la realidad para el anarquismo, al menos como un ideal moral perseguible constantemente. Ya Bakunin recordó, y no creo que nadie pueda quitarle la razón con facilidad, que solo al buscar lo imposible los hombres han reconocido y realizado lo posible. Limitarse a lo "posible", a la realidad que se pone delante de nuestros ojos a diario, es tal vez mantenerse en la servidumbre. Kropotkin también recordó que el anarquismo es cientítico, y que en ese sentido no es amigo de lo utópico entendido como irrealizable, y sí de un análisis histórico de los diferentes hábitos morales y sociales en busca de su propio ideal social (el anarquista ruso quería ver que dicho ideal se iba produciendo cada vez más en la sociedad moderna, lo cual puede ser motivo de una discusión compleja). Las cuestiones primordiales para el anarquismo siguen formando parte en mi opinión de los mejores valores humanos (el ideal social y moral referido, que merece un punto de partida más nítido), ajenos a toda solución autoritaria: el desarrollo personal en tensión permanente con la solidaridad del apoyo mutuo, la libertad individual mediatizada por una equidad social y económica.

jueves, 18 de junio de 2009

Trascender lo gris e injusto, buscar el compromiso

¿Vivimos malos tiempos para el pensamiento? Desgraciadamente, la respuesta parece ser afirmativa. Consecuentemente, no existen demasiados visos de poder transformar la sociedad de manera inmediata (obviamente, hacia mejor). Encaminar la realidad hacia un futuro mejor, o la acción cotidiana de subvertir la realidad, parece el primer deber de un anarquista (cuando considera que la dominación está presente en todos los ámbitos). En eso que se llaman "los intelectuales" (término odioso que parece llevar implícito una mezquina división del trabajo, pero que aceptaremos de momento para situarnos) parece haber una vana esperanza, no solo por lo propia mediocridad del pensamiento de la mayoría de ellos o por su falta de compromiso con el cambio, también por su desapego a unos valores auténticamente emancipadores (su salto de un dogma a otro, su insistencia en el autoritarismo, resulta indignante). La inmensa mayoría de los intelectuales que escucho o leo parecen anclados en modelos ya agotados, en un pensamiento ya creado (algo que no tiene porque ser malo, pero tiende a su uso como fin y no como medio), son incapaces de resultar creativos y/o espontáneos. La historia de la filosofía, la historia de la ideas, la historia misma, es un punto de partida para transformar la realidad (la individual y la sociopolítica). El espíritu crítico, la negación, resultan imprescindibles para apartar lo que se considera perverso o injusto, pero el afán "creador" debería también formar parte de cada uno de nuestros pensamientos y de cada una de nuestras acciones. El intelectual, al que aparentemente se le ha dotado con todas las armas para la reflexión, parece incapaz en la posmodernidad (si es que existe tal cosa) de no quedarse subordinado al sistema (la realidad actual) de una manera o de otra. ¿Dónde están las ganas de cambiar el mundo? ¿Dónde, la confianza en los individuos y en los movimientos sociales (iba a decir las masas, pero es un término que se me atraganta), únicas capaces de cambiar verdaderamente lo que se considera injusto a nivel social? Fe, esperanza, son conceptos de los que también partimos para tratar de dinamizar nuestra voluntad libertaria, pero en pocos de los llamados "intelectuales" encontramos nada de esto. Efectivamente, son malos tiempos, muy malos, para el pensamiento, en esta época en que parece facilitarse y fluir libremente la "información" (una información pobre, devaluada, alejado del verdadero conocimiento y de la reflexión). ¿Los llamados pensadores son tal vez un reflejo de una situación de falta de valores y de compromiso? (creo que algo de eso hay en la llamada posmodernidad). Entonces, se confirma la penosa mediocridad de su pensamiento (o, tal vez, su alejamiento de lo cotidiano, de lo existente en el plano social). Las ideas, en mayor o en menor medida, y por muy compleja, burocrática o tecnocrática que sea la sociedad (el Estado, más bien, o el lugar de trabajo como microcosmos de aquel), tienen que influir en la realidad (tienen que erosionar, algo al menos, una sociedad definida por la dominación y por la mediocridad). Por muy diluidos que pretendan que están ciertos valores, el individuo (voy a hablar de lo que conozco, no de la humanidad en abstracto) sigue confiando en conceptos como libertad, justicia, moralidad... Conceptos que se han dado en todas los regímenes sociopolíticos que han surgido de la mano del hombre (diremos mejor, de algunos hombres), pero que no han alcanzado nunca su verdadera plenitud, por no decir claramente que se han visto claramente pervertidos en su nombre. El compromiso, por parte de intelectuales y de todo el mundo (porque todo el mundo posee la facultad de pensar y de crear), con unas ideas emancipadoras en lo social y en lo individual me resulta imprescindible (inclusive, para la propia condición y desarrollo de uno mismo). Y las únicas que alcanzan en mi opinión ese alto ideal humano, de permitir a todos los individuos desarrollarse de la manera que lo entienda cada uno de elos, son las libertarias ("anarquismo" no es un concepto del gusto de todos, pero otra cosa resulta también de que hablemos de liberación o emancipación, individual y social, tan estrechamente unidas). No estaremos de acuerdo todos los seres humanos en nuestra concepción de esos altos valores (que, por otra parte, nunca alcanzan su perfección definitiva), pero permitiremos al otro llegar a sus propias conclusiones, tener su propia educación y su propia manera de entender la plenitud de la vida, si buscamos la coherencia entre medios libertarios y fines libertarios. Para ello es necesario un compromiso constante (con la libertad de uno mismo y, consecuentemente, con la del otro), una comunicación constante, un pacto constante. La sociedad no es como nos gustaría en gran medida, cambiarla no es tarea fácil, ni algo que se pueda llevar a cabo sin un fuerte movimiento social (con toda la dificultad que ello conlleva, incluso de tomar una deriva autoritaria, algo desgraciadamente que también forma parte de la asociación humana), pero la ausencia de compromiso, la incapacidad de elevarse por encima de lo establecido, de lo gris e injusto (incluso de esos que se llaman intelectuales), resulta indignante.

domingo, 14 de junio de 2009

No debería perder el tiempo en esto, pero...

Como puse hace poco un gadget, así creo que se denominan en el mundo "bloguero", que coloca ahí a la izquierda algunas noticias relacionadas con el anarquismo en la red, acabé pulsando en una de ellas, la cual accedía a cierta columna del diario digital Siglo XXI. Terminé leyendo un texto minúsculo (en sentido lato), de alguien llamado Mario López, que confirma en mi opinión lo fácil que es encubrir la nada más absoluta con una apariencia más o menos periodística (en este caso, en su vertiente de "opinión"). El texto recibe el título de "Anarquistas y comunistas españoles: la guerra que nunca se acaba" y tiene una especie de entradilla, a la que calificaré simplemente de infame, en la que el autor se atreve a trazar un supuesto perfil, con tono hilarante y aparentemente culto, de lo que sería el "anarquista moderno". La comparación en ese perfil de la persona con ideas libertarias con cierto personaje literario, íntegro en sus formas e implacable con el enemigo, no es más que la primera estupidez de este señor. No parece que estemos hablando de un periodista o escritor reaccionario, no señor, todo lo contrario, se atreve afirmar que tanto comunismo como anarquismo (así, grosso modo) son "son dos lúcidas y positivas maneras de entender el socialismo que podrían conjugarse juntas para dilucidar un futuro mejor para la humanidad. Dos ideas que deberían unir a los trabajadores fraternalmente". Vamos, que la lucidez más simplista ha llamado a la puerta de este señor y se siente empujado a escupir bilis y soltar falsedades sobre el anarquismo. Se atreve a decir que no ha oído jamás a un anarquista hablar mal del franquismo ni criticar a la derecha (bueno, él dice el PP, pero mi visión pretende ser un poquito más amplia) y, en cambio, "despotrican contra los comunistas". Por supuesto que lo hacen, señor López, tal vez Ud. si no tuviera una visión estrechita (e intuyo que interesada) de la política sabría ver el resultado de las políticas comunistas (de Estado) en el que la libertad no aparece por ningún lado y en el que la supuesta teoría marxista no es más que una falacia convertida en opresión totalitaria. Son ya demasiados países en los que se ha tratado de implantar el "socialismo real" para que nos sigan viniendo con patrañas "frentepopulistas". Le recuerdo a este señor, sin ningún ánimo de revanchismo ni de incidir en una supuesta mitología anarquista (que es algo que parece que molesta a ciertas personas de la izquierda), lo que han hecho siempre los comunistas en el poder y le recuerdo, en cambio, las excesivas concesiones que hizo el movimiento libertario al resto de fuerzas de izquierda al comienzo de la Guerra Civil. No creo que los anarquistas tengan ninguna deuda histórica que saldar con socialistas y comunistas, lo que sí tienen es una ética y un pensamiento muy diferentes. El amor por la libertad y la verdadera emancipación social es demasiado grande en los anarquistas. Demasiadas personas parecen expresarse desde el más elemental prejuicio ideológico (simpatías tenemos todos, pero la historia y la verdad solo tienen un camino) y ya cansan las etiquetas que suelen colgar a los libertarios (que se remontan a Marx y Lenin con sus estúpidas acusaciones de ideología pequeñoburguesa, a ver si hacemos un poquito de autocrítica por ese lado). Este tal Mario López continúa en su columna afirmando que "para el anarquismo impoluto la izquierda es el enemigo número uno a combatir. La iglesia católica, la derecha e, incluso, el franquismo son compañeros de viaje más o menos soportables". ¡Por favor! ¿Tiene usted alguna pequeña idea de lo que es el anarquismo? Tal vez, efectivamente, no tenga ni puñetera idea o tal vez lo que no tenga es vergüenza. Y le advierto que no soy nada amigo de "purismos" de ningún tipo (que, desgraciadamente, se dan en personas de las más variadas ideologías), ni de los que se quedan ensimismados en un ideal todavía demasiado lejano (abstrayéndose de la realidad sociopolítica) como los que proclaman orgullosos su apoyo a supuestas políticas sociales de un grupito en el poder (legitimando, de paso, un sistema político y económico que critican por otro lado).

viernes, 12 de junio de 2009

Existencia y esencia en equilibrio dialéctico

Sartre dijo que el hombre está condenado a ser libre y Herbert Read matiza que en realidad lo está al ir a la deriva, por lo que debe inventar los instrumentos por medio de los cuales pueda otorgarse un rumbo y, consecuentemente, proceder a partir en busca del descubrimiento (sin una meta preestablecida, pero con una dirección puesta por él mismo, la vida sería el mismo viaje). Naturalmente, este viaje está condicionado por la vida en sociedad y por una conciliación con los demás, no se produce de manera aislada en medio del océano. Volviendo al existencialismo, existen para Read diversas formas de reaccionar ante el abismo de la nada. El nihilismo será para él una estado de desesperanza que agobia al hombre al dirigir su mirada hacia ese abismo y comprender su propia insignificancia; el nihilista rehusará creer en otra cosa que los propios intereses egoístas (aunque el "egoísta" y nihilista Stirner no parece que parta de ninguna falta de esperanza exactamente y sí del desarrollo de su propia individualidad, sin que el alemán diera todas las respuestas en su impresionante El único y su propiedad). Otra reacción sería la de Dostoivsky, la de un cristiano pesimista para Read, y su "si Dios no existe, todo está permitido"; los nazis, y cualquier forma de totalitarismo añado yo, reaccionan conviertiéndose en un poder político "realista". Heidegger y Sartre buscarán salidas como salvamento, aunque parecen aceptar que el nihilismo es la naturaleza fundamental de la realidad, un estado subjetivo y espiritual. Read afirma, y atentos a la actualidad de su razonamiento, que el nihilismo pesimista no es más que un reflejo de la bancarrota del sistema capitalista. Coincide con los marxistas al considerar la conciencia como un suceso existencial, histórico, en el que los factores subjetivos entrarían en el proceso dialéctico y se explicaría así la evolución del hombre hasta alcanzar cierta estatura moral e intelectual (el progreso y perfectabilidad del hombre en los que seguimos confiando). Pero Read se niega a admitar que los factores evolucionistas se reducen al trabajo, considera que el juego (tan desdeñado por el marxismo), entendido como actividad libre y desinteresada, ha sido determinante para la creación de los valores culturales. Read, frente al abismo del existencialismo, reivindica toda una tradición en la historia de la filosofía que parte de lo mismo que los existencialistas (contemplar la naturaleza), pero reacciona de forma contraria primando la curiosidad frente al desastre. Es una forma de fe en la naturaleza, pero Read se mantiene bien lejos de cualquier idealización poética de la misma que desemboque en la adoración. Esta reivindicación de una filosofía basada en una reacción positiva ante la contemplación cósmica puede llamarse perfectamente "humanismo". A pesar del gusto libertario por el análisis de Stirner (aunque, tal vez, no por sus conclusiones, que mantienen la suspensión de juicio en una vida sociopolítica más justa y cooperativa), considero al anarquismo bien diferenciado de cualquier forma de nihilismo. El humanismo, entendido como la conquista de un ideal humano, de un mundo gobernado por los valores humanos, es reivindicable por la tradición libertaria y no deberíamos dejar que ese rumbo emprendido se aparte de esa línea. De la misma manera, puede decirse que el anarquismo asume en cierta medida la visión marxista (el proceso dialéctico, la lucha de clases, la importancia de las fuerzas económicas...), pero no deja a un lado la idea de una conciencia de la solidaridad humana; es más, la considera incluso más importante que aquellos elementos tomados como dogmas en el marxismo. Puede decirse, como afirmaba Kropotkin, que existe una estrecha dependencia entre la felicidad de cada uno y la felicidad de todos y una confianza evolutiva del sentido de justicia que conduce a un ser humano a considerar sus derechos tan importantes como los del prójimo (el más alto sentimiento moral). La biología reclamada por el autor de El apoyo mutuo no basta, es necesario recordar nuestras capacidades como animales autoconscientes y recurrir a la filosofía (Read llama a la ontología, la ciencia del ser o de la esencia, pero a mí ese término se me hace demasiado metafísico). El despertar de la conciencia, el actuar consciente y el pensar consciente, puede denominarse procesos naturales, como afirma Read, o materiales, como diría Bakunin. El gigante ruso quería partir de esos procesos materiales, que impregnaban la vida sociopolítica y también la constitutiva del hombre, para lograr los más altos ideales. Read tampoco quiere reconocer dos órdenes en la realidad (aunque él no quiere denominarse materialista en sentido marxista), existiría una corriente única de acontecimientos (naturaleza) que abarca también la vida síquica o espiritual del hombre (con diversos nombres: ciencia, técnica, civilización, política, historia, arte...). El hombre produce esas cosas al igual que cualquier otro animal formas más elementales, y también el desarrollo de su conciencia entraría en ese proceso natural. No existe distinción entre acontecimientos físicos (Naturaleza) y no físicos (Espíritu), solo hay una corriente única, un fluir único y constante de acontecimientos. Existencia y esencia, materialismo e idealismo, están entretejidos en la evolución de la vida y solo depende de nuestras facultades partir de los primeros para perseguir los segundos. Ese proceso único presente en la vida puede ser llamado "libertad" y se define por la constante traslación a nuevos planos de existencia y por la continua creación innovadora. La libertad sería entonces una aspiración creativa, no únicamente una esencia o ideal, que marca la evolución moldeando la realidad y otorgando vitalidad e intensidad al ser humano. Read hace una distinción fundamental entre marxismo y anarquismo, al confiar éste último también, además de en una supuesta necesidad o conquista histórica, en los desenvolvimientos espontáneos y, sobre todo, en tener una concepción de la libertad que se extiende al proceso total de la vida (no solo en las relaciones económicas). Sin una actitud filosófica que sustente este concepto de la libertad, la vida se vuelve brutal. Creo que el pensamiento anarquista posee una tradición de pensamiento con unas bases muy poderosas, este contrajuego dialéctico entre existencia y esencia que propone Herbert Read recuerda a los orígenes del anarquismo: el equilibro de Proudhon y su particular concepción de la dialéctica, la visión materialista de Bakunin (o lo que el denominaba el verdadero idealismo), así como la solidaridad o "ayuda mutua" de Kropotkin, sustentada no solo en tesis biológicas sino también filosóficas.

martes, 9 de junio de 2009

Anarquismo y existencialismo

Herbert Read consideraba que el existencialismo comienza con un agudo ataque de autoconciencia, de "interioridad" (en lenguaje que suele utilizar el propio filósofo existencialista). De esta manera, adquiere conciencia de su individualidad separada, solitaria, y la contrapone tanto al resto de la humanidad como al conjunto de los sucesos del universo según han sido revelados por la investigación científica. Puede decirse que se trata de la consciencia de ser una pizca insignificante y finita frente a la extensión infinita del universo (si es que podemos considerar al universo de tal manera, ya que en caso contrario se empeoran las cosas al entrar en juego la nada). El hombre está con la boca abierta ante el abismo y se muestra aterrorizado, por lo que se manifesta el llamado Angst (miedo o ansiedad), piedra fundamental de esta filosofía. Read considera que hay dos reacciones fundamentales frente al Angst: la comprensión de la insignificancia del hombre en el universo da lugar a una especie de desesperado desafío en la que el hombre se afana en demostrar conciencia e independencia espiritual (aunque la vida carezca de sentido, el hombre quiere tener responsabilidad y puede probar que es una ley en sí mismo). No podemos estar seguros de que somos libres o de que somos responsables de nuestro propio destino, pero actuamos como si lo fuéramos (una especie de "pragmatismo" con mayor hondura y rectitud filosófica). No obstante, el existencialismo parece objetar al mero pragmatismo, y a cualquier filosofía materialista, el tener que depender de las condiciones económicas o sociales y privar así al hombre de su libertad (la libertad se definiría así como el poder alzarse sobre el ambiente material). Sartre dijo "la posibilidad de apartarse de una situación con el fin de adoptar un punto de vista con relación a ella es precisamente lo que llamamos libertad". Según Read, el existencialista estará obligado a afirmar que el hombre ha adoptado una facultad especial, la conciencia o autoconocimiento intelectual, que lo capacita para llevar a cabo esa tarea (Read, y yo con él, se pone de lado del existencialismo en este razonamiento). La conciencia animal más desarrollada le lleva a poder apartarse del rebaño, de la sociedad o incluso de su situación frente al universo. Esta forma de entender la conciencia humana puede conducir a explicar tanto la falta de sociabilidad en sentido negativo como la creatividad humana más fascinante que haya conducido a los mayores adelantes científicos. El existencialista considera que una vez que el hombre ha experimentado su libertad en la separación y desarrollado su propio idealismo (su propia utopía social) debería reincorporarse al contexto social y tratar de modificar esas condiciones. De nuevo citando a Sartre: "El hombre revolucionario debe ser un ser contingente, injustificable pero libre, enteramente inmerso en la sociedad que lo oprime, pero capaz de trascender esta sociedad por su esfuerzo para modificarla. El idealismo lo embauca porque lo ata con derechos y valores ya dados, y le oculta su poder de descubrir caminos propios. Pero también lo engaña el materialismo, privándolo de su libertad. La filosofía revolucionara debe ser una filosofía de trascendencia". La otra reacción típica con el Angst según la cual la posición existencial del hombre frente al abismo queda aliviada por la existencia previa de Dios (creador trascendente, responsable de toda la existencia y también de la conciencia del hombre). Esta búsqueda de "sentido" puede considerarse idéntica a la esencia, y Sartre dijo que el existencialismo considera que la existencia es previa a la esencia. Rousseau consideraba la libertad como una esencia, como un valor eternamente subsistente en el hombre, pero estoy totalmente de acuerdo con Sartre y con Read (y con Bakunin, si lo llevamos al terreno social) en considerar la libertad únicamente como una de las posibilidades de su existencia. Sobre el ser humano cae la enorme responsabilidad de crear las condiciones de la libertad. El existencialismo parece eliminar todos los sistemas idealistas, toda subordinación del hombre a una idea, a una abstracción cualquiera; del mismo modo, también deja a un lado todos los sistemas materialistas, que subordinan al hombre al funcionamiento de las leyes físicas y mecánicas, al afirmar que el hombre en concreto (no en sentido abstracto) es la realidad y que todo lo demás (libertad, razón, amor, Dios...) es una contingencia dependiente de la voluntad del individuo. Según esta importante contribución del existencialismo podríamos considerar a Stirner muy emparentado con esta filosofía, pero donde se aparta Sartre del autor de El único y su propiedad es en estar dispuesto a comprometer el ego en ciertos fines superegoístas o idealistas. Aunque Stirner es un autor muy del gusto del anarquismo, hay que insistir en que las ideas libertarias se apartan de él (es una crítica muy recurrente y razonada en el mundo libertario), al igual que el existencialismo, al buscar la alianza con un humanismo militante que por medios políticos y culturales logre la libertad del individuo en sociedad. Bakunin partió del materialismo para tratar de lograr los más altos ideales terrenales, y parece recordar este postulado del existencialismo que afirma que la esencia (el ideal) solo puede captarse desde la particular etapa de la existencia. Frente a los planes predeterminados de algunas ideas sociales, Read opina que el existencialismo y el anarquismo creen que la subjetividad humana es la realidad existente y que el ideal es una esencia hacia la cual el hombre se proyecta y espera realizar en el futuro (sin planes racionales preconcebidos). Según esta creencia en que la existencia precede a la esencia, no puede hablarse de una naturaleza humana dada y fija, ni de la existencia de Dios, no existe determinismo, el hombre es libre sin justificaciones ni excusas de ninguna índole. El hombre avanzaría así en una dirección que él mismo ha determinado libremente, con toda la responsabilidad y dificultad que ello conlleva (pero el tener consciencia de esa situación consituye, al menos, un punto de partida).

sábado, 6 de junio de 2009

La necesidad de la economía participativa

En el terreno de lo económico, una de las teorías modernas consideradas cercanas al anarquismo es la llamada "economía participativa". Sus propuestas no son tal vez tremendamente originales, y beben con seguridad de los valores del anarquismo histórico (equidad, solidaridad, pluralidad, autogestión...), pero bienvenidas sean estas alternativas claras al capitalismo. Sus promotores son los estadounidenses Michael Albert y Robin Hahnel, los cuales tienen escritos varios libros sobre el tema. Considerar que el anarquismo confía plenamente en la bondad natural de la gente es una simpleza, pero hay que insistir en los valores antiautoritarios, los cuales se enfrentan frontalmente con un sistema económico basado en la explotación del trabajo ajeno y en primar el beneficio a costa de la solidaridad, confiar en que es muy posible que la mayoría de la gente valora su libertad y un amplio margen de acción creativa, por lo que la cooperación será inevitable, y no desea al mismo tiempo ser mandada ni oprimida (y, con suerte, no pretenderán tampoco lo mismo para el prójimo en las circunstancias adecuadas). El anarquismo como movimiento social, por muy maltrecho que se encuentre (sus enemigos son demasiados y sus propuestas no admiten trámites perversos ni negociaciones facilonas), persiste y renace una y otra vez. Algo hay, quizá, en la naturaleza, o en la tendencia, del ser humano que le inclina a la más alta aspiración del ideal de libertad humana para todos (junto a otras cosas menos amables presentes en esa naturaleza, las cuales no hay que desdeñar, como la voluntad de poder). Es por eso que toda propuesta libertaria nítida, en el terreno también de lo material, es muy bienvenida como alternativa a un capitalismo con demasiadas armas, complejo, mutable y adaptable a demasiadas circunstacias (a pesar de lo cual, no nos queda ninguna duda, como toda creación humana, que algún día será historia). Los movimientos sociales, y máxime uno tan plural como el anarquismo, necesitan tiempo para adquirir consistencia, para evolucionar y dejar a un lado lo que no ha funcionado; parafraseando al bueno de Malatesta, lo nuestro no es ninguna creencia ciega (para eso ya están los enemigos de la vida), "es una sólida mezcla de una firme voluntad unida a una fuerte esperanza". Dentro de la esperanza, podemos incluir esa confianza en la perfectibilidad del ser humano o en potenciar sus mejores valores, eso que se menciona tan despectivamente como "optimismo antropológico" (que, ya digo, en ningún caso es una creencia ciega o confianza en una instancia superior), pero dentro de la "firme voluntad" tienen que caber todas las propuestas posibles que se concilien con los valores antiautoritarios (y un gran horizonte debería vislumbrarse con este concepto). La "economía participativa" aboga por un programa concreto, no confiar de manera "ciega" la construcción de la sociedad y la economía para una supuesta llegada de una revolución social que acabará con el Estado y en la que todo se decidirá me parece muy bien, revisar sin dogmas lo que debería ser una "remuneración justa", el concepto de riqueza, del valor del trabajo, de la propiedad, de la herencia... parecen cosas dignas de ser discutidas partiendo si se quiere de las visiones libertarias clásicas, pero teniendo la capacidad de crear y de debatir (porque esos son los valores libertarios). La "autogestión", no solo en lo económico y también en el resto de los planos de la vida, es lo deseable, la participación de las personas en la producción económica, con el derecho de hacer lo que deseen con sus propiedades y con sus vidas. Pero ello implica una serie de cuestiones y de propuestas, las cuales no son en absoluto sencillas; no está demás aclarar la confianza del anarquismo, y creo que aquí incluyo a todas las tendencias, en una autoridad técnica, en aquellos que más saben, de nuevo sin que ello empañe nuestros ojos y nos haga subordinarnos a una nueva autoridad coercitiva. La capacidad de colaboración, junto al reconocimiento de los que poseen la sabiduría y la experiencia (sin que ello suponga que tenga un voto con mayor valía en una democracia directa, lo cual nos introduce en cómo se tomarán las decisiones), es uno de las valores de la autogestión de los productores. "Instituciones", o si se quiere "asociaciones", es otra de las palabras delicadas dentro de la tradición anarquista, pero qué duda cabe que serán necesarias, de productores de todas las ramas y de consumidores. Muchas preguntas quiere hacerse la "economía participativa", con razón, acerca de la producción, el consumo y la distribución en una sociedad autogestionada. El concepto de "trabajo digno" es también esencial, cómo crear las condiciones laborales más adecuadas para todos sin la abismal diferencia que sufrimos en la sociedad actual, cómo se redistribuirán las diversas tareas, de qué manera se superará la división del trabajo que esclaviza a muchas personas; la manera en suma de destruir las jerarquías, buscar equidad en el mundo laboral y de que todos los miembros tengan la capacidad de desarrollarse y disfrutar asumiendo también tareas ingratas. Parece que esta "economía participativa" posee propuestas más que interesantes, analiza los males de una economía competitiva y ambiciosa, que trata a productores y consumidores como extraños e incluso enemigos, para realizar propuestas de asiganción de recursos que pueden muy bien ser conciliadoras con los valores libertarios. El llamado Mercado Libre, y sus efectos perniciosos, requiere alternativas para la distribución de bienes y servicios; para ello, se requerirá cierta forma de "planificación", pero según el modelo libertario de manera descentralizada y participativa, con la participación creativa y responsable de las asociaciones de productores y consumidores. ¿Es posible crear microcosmos en la sociedad estatal y capitalista actual que reproduzcan estos valores y estas complejas empresas propuestas? Yo creo que la tarea es enorme, pero si al menos no lniciamos la lucha una y otra vez (y sé que muchas personas lo llevan a cabo), siendo conscientes de que el movimiento libertario crecería paralelamente a la complejidad de la labor (en la que el Sistema no estaría, obviamente, inerte), tal vez no nos merezcamos más que suplicar por la sociedad que nos gustaría. Vislumbrar la meta final, la sociedad libertaria, no se opone en mi opinión (al contrario, se le pone un punto de partida para esa meta) con los diversos proyectos en la sociedad actual, que la reproduzcan y que nos vayan haciendo adquirir conciencia y creatividad.

martes, 2 de junio de 2009

El mutualismo de Proudhon

A propósito de la entrada anterior, sobre la paupérrima y distorsionada definición de anarquismo en Wikipedia, con el encuadre que se hace del mutualismo en un supuesto "anarquismo de mercado", apetece revisar el pensamiento económico de Proudhon. Puedo asegurar, casi sin temor, que la primera escuela anarquista fue mutalista y así se consideraban los proudhonianos de la I Internacional. Habitualmente, se suele hablar de tres grandes tendencias en el anarquismo moderno, la mutualista, la colectivista y la comunista. Del mismo modo, con la confianza en el progreso que han tenido los anarquistas, así como en la negación de todo posible estancamiento de las ideas, se ha visto siempre una superación de la concepción mutualista en la colectivista de Bakunin y, de ésta, en el comunismo libertario de Kropotkin. La confianza que tenía Bakunin, para asegurar la libertad y la motivación personal, de un tipo de retribución ("a cada cual según su esfuerzo") se quiso ver como una visión aún demasiado egoísta y tendría que venir Kropotkin, y su idea muy optimista de una economía comunista de la abundancia, para abrazar el "cada uno según su capacidad, a cada uno según su esfuerzo". Del mismo modo, el mutualismo proudhoniano se quiso ver rebasado por la consolidación de la Revolución Industrial, la definitiva desaparición del taller, el progresivo aumento de poder de las multinacionales, la propia evolución científica y técnica, y mucho otros factores que no existían en la época del pensador francés. No obstante, con la idea de progreso tan cuestionada en la posmodernidad (con bastante razón, en gran medida), con la propia idea anarquista de evolución a la que habría que situar sin dogmatismo en su justa medida y el aprendizaje que siempre puede tener la historia y sociedades del pasado (lo cual no es, de ninguna manera, ningún retorno idílico), puede que sea interesante buscar alternativa al capitalismo en lugares que no tienen que verse necesariamente como superados. El pensamiento de Proudhon reposaba en conceptos plenamente reivindicables: su planteamiento económico en la solidaridad y en la equidad, y su federalismo en una visión plural y universalista. Su idea mutualista, como la de toda corriente verdaderamente anarquista, se basaba en que el Estado debía verse substituido por un organización de individuos libres y libremente asociados, que concluirían entre ellos acuerdos voluntarios sobre una base de igualdad y reciprocidad. No todo mutualismo es estrictamente anarquista, pero no puede negarse su importancia en el desarrollo de las ideas anarquistas y se manifiesta de algún modo en la mayor parte de las propuestas libertarias. El sistema de Proudhon se proponía que el hombre no se subordinara al Estado, pero tampoco a la sociedad, y apostaba por un equilibrio de fuerzas libres con iguales derechos y obligaciones en el intercambio de servicios y productos, de ahí que tantas veces trate de etiquetarse al francés como liberal sin mencionarse que siempre quiso acabar con las clases y los privilegios. La idea del mutualismo, básandose en la pluralidad, debería garantizar la unidad social organizándose de abajo arriba. La mutualidad debe ser garante de la división de las propiedades, la participación de la tierra, independencia del trabajo, separación de industrias, especialidad de funciones, responsabilidad individual y colectiva, según se trabaje individualmente o en grupo, de la reducción en lo posible de los gastos generales, y de la eliminación del parasitismo y de la miseria; la aversión de Proudhon al comunismo, en cambio, le hacía verlo como jerarquía, indivisión, centralización, subordinación de voluntades, pérdida de fuerzas, burocracia, falta de productividad, aumento de los gastos y, por lo tanto, aumento del parasitismo y de la miseria. Frente a la unidad comunista tomada como dogma, pluralidad y autonomía de las diversas agrupaciones; su mutualismo puede decirse que es una búsqueda de equilibrio, concepto tan presente en todo su pensamientno, y una negación de una síntesis superadora que puede conducir a la dominación política o económica. El socialismo de Proudhon no se basa en la uniformización social, sino en una búsqueda de la unidad en la diversidad respetando la independencia en la cooperación de individualidades o grupos productores, y el único garante es el mutualismo. Por concretar algunas de las visiones prácticas de Proudhon, hay que decir que deseaba que los beneficios del capital, la plusvalía, fuera aminorada progresivamente en beneficio del precio real del trabajo. Era una visión reformista a la que habría que contextualizar en el tiempo y en la circunstancias vividos por el francés, pero a las que no habría que desdeñar fácilmente en favor de una revolución, colectivista o comunista o como se quiera denominar, utilizada tal vez como subterfugio, y como obstáculo incluso para realizar cosas, en tiempos poco o nada heroicos para el cambio social. En esta gran empresa que es la revisión de conceptos, ya de manera práctica o meramente lingüística, yo propondría dejar de adorar a términos "miticos" como revolución, opuestos a "reformismo" o "posibilismo", y empezar a levantar proyectos que supongan un ejemplo de cómo nos gustaría que fuera la sociedad en su conjunto.