miércoles, 24 de diciembre de 2008

Una razón contraria al dogma y a la autoridad

Ricardo Mella ya advirtió sobre los peligros de la enseñanza doctrinaria, incluida la llamada educación racionalista. Recordó el brillante teórico español que el fanatismo y los axiomas no debían tener cabida en el anarquismo, por mucho que se amparase en la ciencia o en la razón. No obstante, si puede considerarse muy cuestionable la razón como método de indagación de la verdad, y mucho más considerada como algo "trascendente" al ser humano y a la sociedad, todavía constituye un impagable contrapeso a los constantes peligros del dogma, de la revelación y de la fe -y recordaremos que estos conceptos tienen muchas caras, no solo la cristiana o católica-. Es por eso que cuando oigo frívolas críticas al racionalismo en aras de legitimar no sé muy bien qué teorías o qué creencias, me pregunto si lo que se hace es abrir una nueva puerta al oscurantismo o al dogmatismo -siendo necesario que el que hace la nueva proposición presente un argumento sólido, no me vale con que resulte incognoscible para la razón o el intelecto humano- o a una suerte de relativismo -en el que cabría un "todo vale", más bien involucionista en cuanto a lo que atañe al conocimiento, e iluso en lo subjetivo-. Esas críticas al racionalismo y a la modernidad merecen una profundización; es el sistema capitalista el que se ha adueñado de ciertos conceptos, por lo que ahí deberían estar dirigidos los ataques en primer lugar, a un sistema que deja la ética a un lado, instrumentaliza al ser humano y pervierte la naturaleza en nombre de una razón meramente formal.
El racionalismo, tal y como yo lo entiendo -alejado de su acepción clásica y dogmática que habla de "soberanía" de la propia razón-, daría una importancia primordial a la razón humana; sería un punto de partida con posibilidades de ser constantemente ampliado y enriquecido -recordemos que antes del siglo XVIII era un concepto instrumentalizado por la religión-, pero jamás un garante infalible del conocimiento. El partir de los postulados de la razón en el análisis de la realidad no puede negar tampoco la importancia de otros aspectos del ser humano, como la pasión o la voluntad, y debe tener en cuenta siempre la ética y los juicios de valor -las críticas posmodernas van dirigidas, sobre todo, a una razón meramente formal, subjetiva, y el anarquismo siempre ha buscado coherencia entre medios y fines-. Además, ahora sí en defensa del racionalismo tal como lo ha entendido la modernidad, me parece fundamental dejar a un lado la especulación sobrenatural -antesala, tantas veces, de la institucionalización del autoritarismo-. La racionalidad en la modernidad ha generado monstruos terribles, pero su corrección y su expansión en aras de la ética y en lucha con la autoridad puede llevar el bienestar material a toda la humanidad.
Aunque nos empecinemos en identificar al anarquismo con el racionalismo -o, para ser más flexibles, consideremos sin duda que es una de sus señas de identidad-, y por muy importante que consideremos la instrucción científica en cada ser humano -otro punto de partida importante- como herramienta para un posible acceso al conocimiento y a la verdad, lo libertario no debería caer nunca en el doctrinarismo, afirmando la fe ciega o la "indudable" superioridad de lo cientifico y lo racional -insisto, un medidor o un contrapeso importante, pero no un nuevo dogma-, y sí propiciar el estudio de las diversas verdades adquiridas. A mi modo de entender las cosas, es una manera de ir construyendo una sociedad libertaria.

lunes, 22 de diciembre de 2008

El racionalismo como seña de identidad del anarquismo

¿Son plenamente identificables el anarquismo y el racionalismo? Este pregunta resulta bastante jugosa en la llamada posmodernidad, en la que los valores de la Ilustración se dan por periclitados. El anarquismo histórico, aquel que podemos considerar "institucionalizado" -a pesar de ser una palabra sobre la que el propio anarquismo advierte continuamente-, puede considerarse un referente importante, un hilo conductor que no puede obviarse, incluso es y debe ser una base sólida sobre la que construir el futuro. Sin embargo, el peligro de la imposición, el peligro del dogma, planea sobre cualquier "ismo". Las ideas libertarias niegan tal posibilidad y poseen una historia rica y fecunda en aras de una sociedad plural e igualitaria donde no tenga cabida la autoridad coercitiva, tienen unas señas de identidad poderosas que nunca deben negar la posibilidad de la especulación filosófica y las múltiples vías de acceso a la verdad y al conocimiento. Me explico. El anarquismo "histórico" es materialista y racionalista, por supuesto, y posee una gran confianza en la ciencia -en la Razón, en definitiva- para organizar el mundo según un sistema ético y sociopolítico. Pero esos "ismos" -materialismo, racionalismo, cientificismo...-, que pueden actúar como constantes medidores en la realidad -palabra a la que podemos dar un sentido objetivo, sin obviar lo importante de la subjetividad en su elaboración-, jamás deberían actúar como cortapisas y sí admitir sus posibilidades de expansión y las diversas lecturas.
El materialismo, mi manera de entenderlo al menos, parte de la materia en el análisis de la realidad con el fin de proporcionar el adecuado bienestar "material" para todos los seres humanos. Nada de identificarlo, como se hace usualmente, con la acumulación de bienes materiales, es decir con el capitalismo y el ánimo de lucro. Se trata de combatir de raíz un sistema económico pobre, embrutecedor y desigualitario, aparentemente triunfador -"solo" aparentemente-, no de buscar fáciles evasiones -muchas veces, consideradas "espirituales" en oposición- con el subterfugio de identificarlo con una manera reduccionista de entender el materialismo. Precisamente, una sociedad más libre, equitativa e inteligente debe dejar mucho más tiempo al ser humano para el disfrute y para potenciar sus posibilidades -tal y como las entienda cada uno, claro está-. Progreso es otro concepto cuestionado y, si no podemos reducir la historia a una linealidad simplista en ese sentido, sí debemos seguir indagando para expandir la razón y la libertad; ello supondría un continuo enfrentamiento con la ignorancia -con cautela al utiizar ese apelativo, sin superioridades culturales de unos pueblos sobre otros-, con los prejuicios, con un mal concepto del egoísmo -que conduce a la desigualdad y a la atomización- y con la tiranía.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Anuncio "propagandístico" de la Fuerzas Armadas

Se ha publicado en el Tierra y Libertad 245 (diciembre 2008) y la intención está dirigida a ironizar sobre las frases originales del anuncio promoción del pasado 12 de octubre (aquel del "¡Qué coñazo!"), las cuales pretenden hacer creer que las misiones del ejército son humanitarias (algo que suele negar la derecha política de este país, al menos son sinceros en eso) y ser tajante en el texto inferior de lo que ha sido siempre el ejército (aunque apaguen algún fuego de vez en cuando).

jueves, 18 de diciembre de 2008

La ley no es solo jurídica

Una charla que tengo con un compañero de curro venezolano, naturalmente, el tema es Chávez -al que dirijo todas mis críticas, pero con un sentido muy diferente del que pretenden los que quieren legitimar otra forma estatal y económica, diferente pero no mejor-, deriva en una pequeña discusión sobre la necesidad de respetar la ley en cualquier sistema político. Naturalmente, la controversia juega en contra de los que cuestionamos el Estado, de aquellos que realizamos una lectura libertaria, ya que se considera que la forma de entender la ley es siempre añadiéndole el apelativo de "jurídica" -es decir, aquella que mana del Estado-. En otras ocasiones, me he encontrado con una consideración del anarquismo despectiva y caricaturesca, cercana a un sistema sin leyes, por lo que la lectura es que tal cosa es imposible al necesitar el ser humano las normas jurídicas -insisto, ciertas personas no necesariamente hablan de Estado cuando se refieren a leyes, pero entienden que es la única forma de hacerlas respetar-. La teoría política moderna, el Estado moderno -que no deja de ser policial y burocrático, por muy liberal que se llame-, se ha legitimado en la figura jurídica del contrato, basada a su vez en la noción democrática -la "soberanía", supuestamente de la ciudadanía, eufemismo para denominar a otro orden autoritario; yo, al menos, no recuerdo haber realizado ningún contrato, ni haber cedido "mi" poder político al Estado-. El anarquismo critica esta forma de "contractualismo" -del mismo modo que lo hizo con un poder político originado en la divinidad-, pero propone en cambio una contrato real, sinalagmático -recíproco, con obligaciones entre ambas partes-, conmutativo -con obligaciones equivalentes en valor-, rescindible -sin obligación permanente, parcial -sin obligaciones generales no específicas- y concreto -nada de abstraciones como la nación, siempre entre individuos y grupos-; se trata de una firme alternativa a la ley coercitiva del Estado, no demasido fácil de explicar en según que discusiones -ya que la trampa estriba casi siempre en que se parte de una determinado concepción de la ley y de una supuesta "necesidad de un Estado" en todo sistema político-. En definitiva, la sociedad libertaria sería una propuesta a realizar y no un sistema del que se parte de antemano. La palabra "ley" no tiene solo una acepción jurídica, podemos hablar de leyes "naturales" o "científicas". Discutible puede ser si la sociedad libertaria es más "natural" que una sociedad jerarquizada o en qué medida constituye una continuidad de la naturaleza, pero lo importante es prescindir de una instancia externa, se llame como se llame -eso es lo importante, seguir indagando en lo que es justo y en lo que supone mayores forma de emancipación-. Podríamos hablar de una leyes inherentes a la conducta humana, pero tal cosa me resulta de una extrema ambigüedad. ¿Cómo es el hombre por naturaleza? No tengo respuesta, y me niego a elegir entre el manido antagonismo Hobbes/Rousseau -ambos, propiciadores de dos formas distintas de entender el contrato, pero que acaban en un orden coercitivo estatal-, prefiero pensar que no hay una naturaleza previa al ser humano y sí confiar en ese concepto tan bello que es la perfectibilidad -individual y social-.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Documental sobre el medio ambiente y sobre más cosas

Utopía es un documental que está proyectando el entrañable Pequeño Cine Estudio -sala cuya capacidad de supervivencia es admirable- y que ha promocionado, y proyectado también, Greenpeace. No tenía demasiadas expectativas en la obra, cuyo trailer me hizo pensar en una suerte de posibilismo dentro del capitalismo en aras de respetar el medio ambiente con actitudes vitales, dedicar nuestro dinero a fines sociales de diversa índole e ir construyendo esas pequeñas utopías a las que alude el título. Aclaro que tal cosa me parece muy loable y no reñida, necesariamente, con un deseo de transformación radical, política y económica. Considero que todos los que deseamos un cambio socio-político, así como en el pensamiento, tenemos gran parte de nuestro cuerpo insertado en una sociedad que no nos gusta y jugamos con nuestras contradicciones como podemos -no me gusta la pureza de ciertos radicalismos ni la marginalidad en que desemboca tantas veces, que acaba jugando en su contra-, pero también pienso que son grandiosas las acciones éticas en cualquier contexto y juegan siempre a favor de una sociedad más justa -todo lo demás me parecen especulaciones de tres al cuarto-.
Pero a lo que iba, que era el susodicho documental, el cual no esperaba que me produjera tan mal rollo - e hilaridad en muchos momentos, con todos los respetos para sus realizadores, que seguro que han tenido la mejor de las intenciones-. Una serie de comentarios de diversos personajes, más o menos conocidos, elegidos en mi opinión de manera más bien arbitraria: desde profesores de universidad que dan consejos elementales para preservar los recursos, hasta expertos en teorías alternativas de dudosa legitimidad, pasando por una mujer que ha encontrado la salud -y algo más- en comer alimentos crudos y otra que ha dado con las respuestas en la renuncia al bienestar burgués -renuncia que aparece como bastante extrema- y también a la incidencia en el medio -lo que considero un despropósito, con una raíz seguramente religioso-espiritual, y no me parece que pueda presentarse como una alternativa de vida seria, por muy respetable que sea-. La frivolidad me parece que caracteriza a este documental, cuando pretende ser una muestra combativa con modos de vida y lecturas alternativas. Si se desea realizar una obra ligera de concienciación, nada en contra, pero no parece que sea el caso. Partir de los efectos devastadores del capitalismo para presentar discursos alternativos, sin profundizar en unos o en otros, me parece que flaco favor le hace a la causa. ¿Transgénicos perniciosos?, ¿fuerzas electromagnéticas que están cambiado nuestro organismo?... algo habrá que explicar al respecto, no basta con sacar a supuestos expertos criticando y pontificando. Recuerdo una frase que alude, también de forma crítica, a "nuestra sociedad tan racionalista", comentario que bien merece una reflexión más profunda sobre lo que fue el racionalismo y en lo que se ha convertido. ¿Es el racionalismo el enemigo?, ¿tal vez la tecnología?, ¿o quizá su instrumentalización de forma despiadada?, ¿usamos la razón humana o la anulamos por completo en según qué lecturas?, ¿en que teorías se sustentan la críticas al racionalismo? La profundización filosófica es importante siempre, y esta obra me parece una broma al respecto -las tópicas, más bien superficiales y alguna irritante, frases pronunciadas por personas célebres, que introducen los diversos capítulos, son un ejemplo-.
Al ser humano nos caracteriza nuestra capacidad de transformar el medio. Pretender que somos simplemente un elemento más en la naturaleza parece reduccionista, y dudo mucho que la renuncia o la búsqueda de formas de vida primitivas pueda ser una respuesta para la humanidad. Sé que el concepto de progreso es más que cuestionable, máxime en el sistema económico que sufrimos, pero la búsqueda de bienestar y de conocimiento es también inherente al ser humano. La cuestión es cómo se equilibra esa búsqueda con el respeto a la naturaleza y al medio ambiente.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Carta leída por los compañeros de Alexandro

Emotiva carta que han leído los amigos y compañeros de Alexandro, el chaval que ha asesinado la policía en Grecia, en su funeral:

Queremos un mundo mejor. Ayudadnos
No somos “terroristas”, ni “encapuchados”, ni los “conocidos-desconocidos”
Somos vuestros hijos.
Esos conocidos, desconocidos…
Tenemos ilusión, no matéis nuestra ilusión.
Tenemos ímpetu, no detengáis nuestro ímpetu.
Recordad, una vez fuisteis jóvenes vosotros también.
Ahora perseguís el dinero, sólo os importa vuestra “vitrina”,
engordasteis, os habéis vuelto calvos, OLVIDÁSTEIS.

Esperábamos que nos defendiérais,
esperábamos que os interasarais,
que nos hiciérais sentir orgullosos por una vez. EN VANO.
Vivís falsas vidas, habéis bajado la cabeza,
os habéis bajado los pantalones y esperáis la muerte.
No tenéis imaginación.
No os enamoráis.
No sois creativos.
Solo compráis y vendéis.
Materia por todo.
Amor en ninguna parte.
Verdad en ninguna parte.
¿Dónde están los padres?
¿Dónde estan los artistas?
¿POR QUÉ NO SALEN A LA CALLE?
Ayudadnos, a los niños.
p.d.: No nos tiréis más gases lacrimógenos. Lloramos por nosotros mismos.

(Traducción al castellano: Alicia R.)

sábado, 13 de diciembre de 2008

La radicalización, o no, de la juventud

No soy nada dado a las justificaciones apriorísticas que tanto gustan a los que se llenan la boca de democracia, defensores de nuestro sistema socio-político. Es más, cuando tantas veces se me exige que condene ciertos hechos violentos, con un claro deseo de ponerlos al mismo nivel de las desmesuras policiales, pues sencillamente no me da la gana de realizar la susodicha condena, que no es más que un análisis superficial de un determinado conflicto social. Y que conste que, aunque pueda parecerlo, no estoy hablando del grupo terrorista ETA -la ausencia de condena a las odiosas acciones de esta banda armada, por parte de la mal llamada izquierda abertzale, no es más que un subterfugio y un acto de cobardía más-. Dicho esto, que detesto las justificaciones -los que las piden siempre ponen la sospecha en determinadas ideas-, afirmaré con rotundidad que detesto profundamente la violencia y también el terrorismo, aunque hay que recordar que éste tiene como fin sembrar el terror con fines políticos -por lo que no se puede calificar como tal cualquier conato de violencia social-.
Los disturbios que se están produciendo en Grecia no pueden tener una lectura unidimensional, tal y como aparece en la mayoría de los titulares mediáticos. Aunque el detonante haya sido una nueva desmesura policial -concretada en la muerte de un chaval a manos de una policía griega que, por los visto, es de lo peor-, la situación social, política y económica de Grecia -¿acaso estos tres términos no van finalmente unidos y merecen una lectura profunda?- era caldo de cultivo para el conflicto y la insurrección. Condeno la violencia, desde un punto de vista moral y también utilitarista, pero resulta comprensible e inevitable cuando nace de la injusticia social, de la desesperación y de la hartura de la clase política (dirigente). Las acciones violentas son un peligro -inmediato, y también de instituir formas más graves de dominación-, sí, un camino equivocado que no conduce a ninguna parte y hay que tener la cabeza muy bien amueblada en según qué cirscunstancias para comprenderlo. Atribuir la violencia únicamente a la estupidez o maldad de las personas es, tal vez, una lectura simplista sin mucha cabida en este caso.
Desgraciadamente, a la sociedad española la caracteriza la apatía y la desmovilización política -aunque yo todavía me muestro esperanzado y hay algunos motivos de vez en cuando para estarlo-. La esperanza que supuso la etapa de la Transición, con la posibilidad de abrir nuevos caminos políticos, plurales y libertarios, se fue al traste en un proceso que muy bien pudo estar estudiado -y que tuvo su colofón quizá en los primeros gobiernos socialistas, y en una reforma laboral que supuso la consolidación del capitalismo-. El resultado es una juventud desactivada -excepto para cuestiones opiáceas como el fútbol o el botellón-, que sufre de problemas tan vitales como el trabajo basura, la imposibilidad de una vivienda digna y una calidad de enseñanza patética. Los jovenes, como la propia sociedad en su conjunto, se embriagan con la banalidad más absoluta y son incapaces de buscar nuevas formas de motivación y de lucha.
La radicalización de la juventud -y empleo aquí la acepción positiva del término, la que alude a la profundización- debe ser un fuerza dinámica que conduzca hacia una situación más justa y libre, menos autoritaria -que se traduce en una reducción considerable de la violencia social, tal vez su erradicación total sea una utopía perseguible-; la constante demonización de "lo radical", por parte del sistema, observa solo la parte extremista e intransigente de algunas de esas actitudes y eluden la necesidad constante de profundizar en los problemas sociales. Conciliar esa profundización con la pluralidad, con la no imposición al otro -y el reconocimiento en el otro- es el gran camino que considero que debe adoptar la humanidad. La acción rebelde, tal y como comentaba en la entrada anterior, me parece encomiable y bien diferenciada de la acción criminal. Estoy seguro que la inmensa mayoría de la juventud griega tiene una motivación de este tipo.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

La acción rebelde enfrentada a lo sagrado

Albert Camus afirmó que un hombre rebelde es aquel que dice no -a alguna intrusión considerada intolerable-, pero también sí -a un derecho que considera justo-. En todo movimiento de rebeldía se da, de manera tácita, un juicio de valor a preservar en medio del peligro. El hombre rebelde adquiere, con su acción, conciencia de un bien -por ejemplo, la libertad- y admitirá el mayor de los sacrificios si ha de ser privado de esa consagración. Es un valor que considerará común a todos los hombres, incluido aquel que lo transgrede oprimiendo a sus semejantes: "la comunidad de las víctimas es la misma que la que une a la victima con el verdugo, pero el verdugo no lo sabe". La rebeldía nace, pues, en el oprimido, pero también puede producirse al observar el perjuicio en el otro; se trataría de una "identificación con el otro" o "reconocimiento en el otro", incluso en hombres que el rebelde puede considerar adversarios, por lo que la rebeldía va mucho más alla que la mera comunidad de intereses.
Camus consideró, en su imprescindible obra El hombre rebelde, que el problema de la rebeldía solo cobraba sentido en el pensamiento occidental, ya que su espíritu surge solo donde igualdades teóricas encubren desigualdades de hecho. En las sociedades modernas, gracias a la teoría de la libertad política, se ha producido un incremento de la noción de hombre -debido a la práctica de aquella libertad, y de su insatisfacción correspondiente-. De este modo, la conciencia acerca de sus derechos será propia del hombre informado; la conciencia del ser humano va aumentando a medida que crece su experiencia, pero la práctica de la libertad no tiene un crecimiento proporcional al de su conciencia.
En las sociedades sujetas a una tradición, en las que lo sagrado es algo fundamental, no existe problemática real con la rebeldía. Todas las respuestas están ya dadas por esa tradición y el mito ocupa el lugar de la metafísica. El hombre en rebeldía se da antes o después de lo sagrado y volcará su dedicación en una sociedad humana en la que todas las respuestas sean humanas -razonables-. Toda interrogación y toda palabra son, pues, rebeldía en la sociedad humana enfrentada a la sociedad sacralizada. La rebeldía constituye, de este modo, una de las dimensiones fundamentales del hombre y una realidad histórica.
La solidaridad de los hombres se funda en el movimiento de rebeldía -la cual, a su vez, se justifica por aquella-, por lo que, si se destruye o niega aquella, la acción rebelde se convertirá en criminal. Lo mismo que no puede prescindir de su valor, el cual busca para todos los individuos, permaneciendo siempre fiel a su nobleza, la rebeldía tampoco puede deshacerse de la memoria: "Para ser, el hombre debe rebelarse, pero su rebeldía ha de respetar el límite que descubre en sí misma y en que los hombres, al unirse, empiezan a ser".

lunes, 8 de diciembre de 2008

El horror instalado en el sistema

No es una película fácil de ver, ni fácil de digerir, la producción francesa La cuestión humana. Estrenada solo en los Cines Verdi de Madrid -desconozco si ha encontrado distribución en el resto de España-, relegada a una pequeña sala, pero que encontrará, gracias a los milagros del boca a boca y del "buen lenguaje" su público, estoy seguro.
El protagonista, un tipo ilustrado, carente de escrúpulos, sicólogo al frente de un departamento de recursos humanos de una multinacional (esa "cuestión humana" que actúa como eufemismo en el lenguaje para encubrir el horror), un perfecto esbirro, tan frío y técnico como el sistema al que sirve -y como el propio film, en gran parte de su metraje-, pasará por un proceso de leve humanización y de sensibilización -tal vez, siendo muy optimista, irreversible y esperanzador-. Un proceso de concienciación paralelo al de resquebrajamiento del pequeño y mezquino mundo que habitaba. El encargo que le hace la empresa de vigilar a un directivo debido a su extraño comportamiento -quizá, resumido en que se trata de un comportamiento demasiado humano-, le hará descubrir las raíces totalitarias de un sistema en el que él constituye una terrible pieza más del engranaje -la reflexión final de un antiguo empleado sobre el lenguaje "técnico", frío y neutro, que se emplea para maquillar la realidad no tiene precio-. Los métodos sistemáticos de eliminación de vidas humanas empleados por el nacional-socialismo no distan demasiado de los utilizados por la gran empresa en sus técnicas de selección y de reestructuración.
No es una película que hable de un solo holocausto, sino de muchos, de esos holocaustos que están instaurados en nuestra cotidianeidad, de los holocaustos que no nos son ajenos ni podemos ya buscar subterfugios de ningun tipo para eludir nuestra responsabilidad en ellos -no se trata de buscar culpables ni autoculpabilización, se trata de ser más conscientes de la posición que tenemos en el sistema-. De los holocaustos, en definitiva, inherentes a un sistema económico y sociopolítico que tiende a maquillar la realidad -y se vale para ello del lenguaje, tan necesario y tan pervertido-.
Muchos son los planos, secuencias sugerentes en un film que no elude su compromiso radical de denuncia de un mundo deshumanizado ni suaviza un ápice en ningún momento su fuerte propuesta. Desde los crueles rituales iniciáticos de los jovenes directivos hasta la violencia policial -estremecedora resulta una breve secuencia al respecto-, hay una conseguida emulación técnica y estética de la parafernalia nazi. En una de sus inteligentes líneas de diálogo, el veterano y hastiado directivo le recuerda al joven empleado, cuando éste inicia su seudoinvestigación, la etimología de la palabra "archivo" aludiendo a la palabra griega arkhé. El arkhé tiene dos acepciones, que son en realidad complementarias; es tanto la "autoridad" (el "orden social", donde mandan los hombres o los dioses, de ahí la palabra "anarquía" como negadora de dicha autoridad), como la "fuente" o "principio", lo originario (un concepto importante en los albores de la filosofía griega). Creo que este diálogo resume el espíritu del film y resulta esclarecedor sobre los descubrimientos que realizará el protagonista del mundo en que vive.
Ya digo, una obra difícil, densa, probablemente imperfecta -al menos, según los cánones narrativos clásicos-, pero que tiene muy claro qué quiere contar y, probablemente, cómo hacerlo. Puede gustar más o menos esta película, pero dudo mucho que deje a alguien indiferente. Frente a tanta banalidad hija de la posmodernidad, recomiendo la proposición de La cuestión humana, que reflexiona sobre los horrores que ha conllevado el mundo moderno -ese monstruo llamado "razón técnica"-, sobre cómo ha fracasado y se han pervertido sus valores en un mundo deshumanizado, y su conexión con la sociedad de hoy en día.
Atentos todos aquellos mercaderes y especuladores que niegan la "memoria histórica", porque este inteligente y comprometido film es un mazazo para sus intereses.

sábado, 6 de diciembre de 2008

La Carta Magna y sus similitudes con la Verdad Revelada

Como hoy se "celebra" el 30 aniversario de la Constitución, cierto diario, muy progresista él, abre con un pedazo de titular afirmando que la Carta Magna "No es la biblia". Tal vez no lo sea estrictamente, pero es obvio que la Ley estatalista miente tanto o más que las Sagradas Escrituras. Se repite una y otra vez, hasta el hastío, que la Constitución es un garante de libertad, igualdad y cohesión. Libertad e igualdad son dos conceptos que dan mucho juego en boca de legisladores, su traslación a la realidad pasa por profundizar bastante más en la implicación social de cada ser humano. Lejos quedan, aquellos dos bellos conceptos, de un sistema económico embrutecedor y autoritario, y de unas libertades políticas que maquillan la oligarquía y la partitocracia (es decir, la deformación de esa "democracia" que promete la clase dirigente y que el ciudadano asume como el sistema menos malo). En cuanto a la idea de cohesión, me remite a cualquier tipo de "voluntad nacional" (o de "nacionalismo", palabra que solo usan ciertos proyectos políticos regionalistas, pero que en la práctica, en mayor o menor medida, es inherente a cualquier partido democrático), de aspiración política de dominio, también suavizada por la idea de que el sistema político "democrático" que tenemos impide que los seres humanos nos lanzemos a la yugular del vecino. Frente a esa idea de "cohesión", apuesto por la pluralidad que, junto a la justicia social, pueda ser garantizada con una comunicación racional, con un "entendimiento del otro" y un "reconocimiento en el otro" (algo producto de unas sociedad un poquito más madura y un poquito más consciente). La propia idea de "lo constituido", junto a "lo instituido" que no es sino el resultante político-social de aquello, da idea de algo inamovible, algo que impide el progreso (esa bella palabra tan maltratada y tan cuestionada), algo que no puede ser puesto en duda (en aras, claro está, de una búsqueda y profundización mayor de libertad e igualdad). Que sobre una papel se ponga la ley más bella y más justa no es un garante de que tenga un reflejo en lo social. Si esa ley es jurídica, mana de un Estado para decirlo de otra forma, encubrirá alguna forma de dominación, de oligarquía, legitimada en este caso en esa fantasía de la "voluntad general". Si esa ley, concretando, es producto de cierta "Transición", desde una dictadura resultante de un levantamiento militar que anuló de pleno la posibilidad de una sociedad mejor, escrita por gran parte de los que formaron parte de aquel horror e impuesta, junto a un monarca, de una u otra manera a una sociedad temerosa, poco más hay que decir sobre lo bueno de esa Carta Magna. Demasiado parecida a la religiosa, hipócrita y esclavizante Verdad Revelada.

jueves, 4 de diciembre de 2008

La nación como falacia emancipatoria

Es una falacia considerar al Estado como el desarrollo de la conciencia nacional de los pueblos. Más bien puede ser al revés, la nación es resultante del Estado. Como ya han señalado lúcidos libertarios en el pasado, existe tanta diferencia entre pueblo y nación como entre sociedad y Estado. La organización estatal se impone a los hombres de arriba abajo, estaremos todos de acuerdo en eso -incluso los defensores del Estado como una necesidad cohesionadora-, frente a la sociedad que se desarrolla armónicamente a la inversa, de abajo arriba. La primera, es artificiosa, la segunda, puede considerársela natural, a pesar de las dificultades y peligros que conlleva semejante calificación. La nación es la consecuencia de causas políticas de dominio y al nacionalismo se le puede considerar como una religión de Estado. La razón de Estado estará detrás siempre de una supuesta pertenencia a una nación, mientras que considerarse parte de un pueblo es producto de ciertos vínculos sociales y de cierta coincidencias culturales, ambientales y geográficas.
Los diversos intereses, económicos, políticos o de cualquier otra forma de dominación, dan lugar a aglutinar las diferentes sensibilidades en una forma estatal y en su resultante nacional. El germen reaccionario, por mucho que se disfrace de una supuesta emancipación apriorística, anida en cualquier aspiración nacional que acabará aplastando a toda minoria con intención emancipatoria. La convivencia armónica es posible sin subterfugios nacionales ni ninguna forma estatal. Detrás de una aspiración nacional no existe más que la voluntad de dominio de unos pocos, el interés de una clase privilegiada, y todos los recursos a su alcance para adiestrar espiritual y moralmente a las personas en aras de crear la llamada conciencia nacional (que viene a ser como algo religioso y acaba conviertiéndose en una cuestión de fe).
La conciencia nacional está vinculada a la pertenencia a una comunidad política, a la moderna y democrática idea de que cada ciudadano participa en la formación del gobierno de su país/nación/Estado y tiene iguales derechos garantizados constitucionalmente. Queda consolidada dicha conciencia si esa pertenencia supone dar un sentido y una finalidad a la existencia de cada ciudadano. Significativo en este país llamado España la diferencia entre nación, como agrupación política unida cultural y lingüísticamente, y nacionalidades, como aquellos grupos "étnicos" sometidos al dominio de un Estado "extranjero" y con sus propias aspiraciones nacionales de independencia (bajo la forma estatal).
Se produce cierta confusión, al hablar de bellos conceptos como"emancipación" e "igualdad" de un modo abstracto, debido a las aspiraciones políticas de domino de cualquier forma estatal.

martes, 2 de diciembre de 2008

Mitología nacional e identificación con lo militar y lo religioso

Difícil es encontrar los límites para una definición aceptable de nacionalismo. Sin embargo, sí me parece rechazable la ideología nacionalista desde una defensa de las libertades individuales y de la ética cuando parece sostener que lo más importante para el ser humano es su afiliación nacional, innata en él, provocando, en última instancia, los mayores sacrificios y actos dignos de ser reprobados en otras circunstancias, justificados en nombre de la "patria" o la "nación" (términos que merecerían ser analizados por separado pero que la historia parece haber unido, haciéndolos intercambiables, quizá con una connotación sentimental mayor en el caso de la "patria"). Parece obvio que es el nacionalismo el que inventa la nación y por eso nada tiene de "natural"; son aquellos que se erigen en líderes nacionalistas y salvaguardas de las esencias patrias los que recogen y seleccionan las características identitatarias que les convienen a sus objetivos políticos, características que poco o nada suelen tener en común con las de cada individuo en particular y con el pueblo en general; cuando se habla de nación, no puedo evitar entender que alguna forma de dominación política se adueña del término. Se ha añadido en muchas ocasiones un adjetivo a la cuestión nacionalista: "pacífico", "no excluyente"... y es porque el mito de la nación parece ir unido a lo "agresivo", al enfrentamiento entre el "yo colectivo" y "los otros" donde entra en juego la odiosa maquinaria bélica, que reafirma su patriotismo en la existencia de un "enemigo" constante, el cual si no existe habrá que inventarlo. Llegamos a la conclusión de que existe una vinculación entre lo "militar" y lo "nacional" que puede llegar a identificar peligrosamente al individuo y a la comunidad a la que pertenece -así como a la forma de organización social de la misma- con la más extrema concepción del autoritarismo que es el ejército. Tenemos, por lo tanto, un odioso concepto: "la unidad sagrada de la patria", formada por un universo mitológico donde la justicia y racionalidad no tienen por qué tener cabida, o se relegan a un segundo plano ante el empuje de esos mitos que desembocan tarde o temprano en la puesta en marcha de la maquinaria bélica. Cualquier razón, las más de las veces se llamará "defensiva", bastará para la agresión a otras naciones-Estado, invocando seguramente cada una de las partes el nombre de la libertad.
La idea de patria o nación -y el Estado que las vertebra- no deja de ser un concepto cercano a la teología. Como las religiones, los nacionalismos y las naciones pueden ser malos o menos malos, según la deidad a la que se adore, pero todas encierran la falsedad y el despotismo en sus mitos creados artificialmente. Es hora de acudir de nuevo a los clásicos anarquistas, que ya denunciaron el fortalecimiento continuo que hacía la clase dirigente del mito religioso (y extensible al nacional, en su formación estatal) en aras de una supuesta válvula de seguridad para el pueblo. Me apresuraré a releer al viejo Bakunin -aunque seguro que él no hubiera estado totalmente de acuerdo conmigo en la manera de entender la nación, no hay que olvidar que era fundamentalmente un hombre de acción que le llevaba a estar al lado de pueblos oprimidos, frente a alguna forma de imperialismo que él consideraba "naciones"- y su conocida obra Dios y el Estado -insisto, no todos identificarán Estado con nación, yo sí me permito hacerlo-, donde pasó revista a los conceptos teológicos tradicionales vinculándolos con la institucionalización de nuevos mitos -incluso el de la ciencia, la denuncia del autoritarismo no poseía límites en el gigante ruso- al servicio de unos pocos.
Resulta imprescindible denunciar las mitologías nacionales, basadas en supuestas esencias eternas, valores trascendentes o, peor aún, en gestas bélicas. Este razonamiento, por mucho que se maquille con palabras más ajustadas a los nuevos tiempos por parte de los Estados más fuertes y "democráticos", permanece actual, en su vertiente mítica y mixtificadora, independiente incluso del afán globalizador de la economía capitalista.
Es para mí una obligación del anarquismo el mantenerse fortalecido y coherente con su legado internacionalista, humanista e ilustrado. Algunas escuelas de pensamiento de la antigua Grecia ya exploraron una visión cosmopolita, que luego tendría acomodo en algunos aspectos del período de la Ilustración. Las ideas antiautoritarias asumen con fuerza esta visión de la humanidad como un todo moral, para nada enfrentada al natural amor que los seres humanos puedan tener a la tierra que les vio nacer. De nuevo, mediante las ideas libertarias, debemos profundizar en los problemas creados artificialmente por los Estados-naciones y sus fronteras políticas, que no tienen nada de "naturales" y que suponen un obstáculo para una verdadera emancipación de la humanidad.